—¿Qué haces?
—Te voy a llevar al sofá y te mantendré abrazada hasta que termines lo que empezaste.
—No soy una inútil, puedes guardarte tu abrazo —replicó, alejándolo de ella.
Luego, con mucho esfuerzo, se acomodó en el sofá.
—¿Has comido? —preguntó Pedro al tiempo que colocaba la silla de ruedas muy cerca de ella.
—¿Qué? No. No me mimes, Pedro. No me lo merezco.
Él ignoró sus palabras y se quitó la chaqueta. Entonces, sin previo aviso, se sentó junto a ella y la acomodó contra su cuerpo con el brazo en torno a su cintura.
—Siento mucho que hayas perdido a tu bebé, Paula.
—No lo perdí, Pedro, lo maté.
—Tuviste un accidente. Tu coche patinó en el hielo.
—Fue por mi culpa. No presté atención a la carretera...
—Has pagado un precio muy alto, Paula. Creo que no mereces seguir culpándote.
—¿De veras? —preguntó, mordaz. Pedro la miró con tanta compasión que estuvo a punto de echarse a llorar—. Creo saber mejor que tú lo que merezco. Y ahora es cuando me preguntas por el padre, ¿No?
—¿Dónde diablos se encuentra?
—Felizmente casado con una mujer muy agradable. Esperan el nacimiento de su bebé de un momento a otro.
—¿Y pensó que querrías enterarte de la noticia?
—Su madre me escribió en Navidad. No quiso que lo supiera por otras personas.
La verdad era que deseaba darle las gracias a Paula, pero ella no se lo dijo a Pedro.
—Dime, ¿Fue muy difícil convencerlo de que se alejara de tí?
Paula empezó a temblar, a pesar de la tibieza del cuerpo de Pedro junto al suyo. Pero no temblaba de frío. Temblaba de miedo. Le asustaba la capacidad de comprensión que tenía ese hombre.
—No tan difícil como deshacerse de ti. Escúchame, Pedro. El accidente fue por mi culpa. Una negligencia criminal.
—¿Exceso de velocidad? ¿Exceso de alcohol?
—Ninguna de las dos cosas. Eran las ocho de la mañana. Iba camino al trabajo con el móvil en la mano. Intentaba llamar a Cristian para contarle las novedades, no podía esperar un minuto más para decirle que iba a ser padre —explicó. Él no dijo nada, pero apoyó los labios en la sien de Paula. Un beso de consuelo—. No se me había ocurrido que podía estar embarazada. No tenía náuseas ni ningún síntoma especial, y la falta del período la achaqué a mi disgusto por la partida de Cristian. Su empresa lo había enviado a Chile para trabajar en el proyecto de un puente —dijo antes de hacer una pausa.
—¿Y entonces?
—Antes de su partida, pasamos unas breves vacaciones en una casa rústica junto al mar. Fue a fines de otoño. Hacía demasiado frío para nadar, pero los días eran luminosos y las laderas de las colinas lucían un tono púrpura, cubiertas de brezo —continuó; perdida en los recuerdos. Luego las palabras salieron con más fluidez. Le contó que habían paseado, hecho planes para el futuro y que ahí concibieron al bebé. Le contó cómo se habían conocido en una fiesta y que a ella le había parecido que de pronto todas las piezas de su mundo encajaban.
—Así es como uno se siente cuando encuentra a la persona adecuada. Es como si pasaras toda tu vida intentando meter algo donde no cabe, y de repente lo consigues —observó Pedro con gravedad.
Ella se volvió a mirarlo. Él lo comprendía, desde luego que sí. Ningún hombre llegaba a la mitad de los treinta sin haber entregado el corazón al menos una vez.
—Eso es. Y cuando amas a una persona no te aferras a ella como si te estuvieras ahogando, no la hundes contigo en el agua simplemente porque estás muerto de miedo. El caso es que en ese tiempo me sentía cansada y ese día decidí pasar por una farmacia a comprar unas vitaminas antes de dirigirme al trabajo. Y de pronto me encontré mirando fijamente una caja que contenía un test de embarazo. Fue como si hubiese despertado repentinamente de un sueño. La compré, me encerré en un lavabo y descubrí que ahí estaba nuestro bebé.
El brazo de Pedro la apretó imperceptiblemente, como si supiera lo mucho que dolían aquellos recuerdos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario