—Yo también. Dijiste que pensabas tomar un bocadillo —replicó al tiempo que le entregaba una bolsa con la etiqueta de una pastelería muy cara—. Quise ahorrarte el trabajo de prepararlo.
Ella tomó la bolsa con la vista fija en él.
—¿Es idea mía o los bocadillos pesan más que de costumbre? — preguntó al tiempo que examinaba el contenido.
—Como no sabía si eres vegetariana, o alérgica a los mariscos o si odias el queso, pensé que sería mejor traer una variedad.
Había más bocadillos de los que una persona podría comer en una semana. Paula eligió uno al azar. Era de salmón ahumado con crema de queso en pan de centeno. Sí, había que reconocer que el hombre tenía buen gusto.
—Sólo para futura referencia, Pedro: En la improbable ocasión de que sientas la tentación de volver a hacer esto, te advierto que no soy vegetariana, me encantan los mariscos y creo que el queso es alimento de los dioses —declaró en tanto le tendía la bolsa—. Gracias por el detalle. Lo disfrutaré más tarde, cuando acabe mi trabajo.
—Mmm.
Entonces, con el bocadillo en la mano, se alejó rápidamente hacia el tablero con la esperanza de que él interpretara el gesto como una despedida. Con la esperanza de que desapareciera de su vida. Al ver que no se daba por enterado, aunque no esperaba que lo hiciera y, si hubiera sido sincera consigo misma, habría reconocido que tampoco lo deseaba, intentó expresarse con más dureza.
—Conoces el camino de salida, ¿Verdad?
Pedro movió la cabeza de un lado a otro, no porque no pudiera encontrar la salida, sino por el desinterés que demostraba ella. Parecía que sus intentos por cautivarla no daban resultado.
—Eres única.
Al menos se dignó a obsequiarlo con una sonrisa.
—Gracias.
—No me des las gracias. No es un cumplido —dijo, aunque ambos sabían que sí lo era.
Él admiraba ese talento para mostrarse imperturbable. Admiraba la capacidad de Paula para no dejarse impresionar por la muestra de humildad de un hombre bastante poco inclinado a tales demostraciones, O tal vez hubiera adivinado que él no estaba habituado a recibir un «No» por respuesta.
—No te molesta que llame un taxi antes de que me eches a patadas, ¿Verdad?
—¿Has venido en taxi?
—No. ¿Por qué?
—Sólo me preguntaba por qué no has venido en tu coche después de la agonía que has tenido que sufrir para conseguirlo —dijo intentando controlar una sonrisa y el deseo de pedirle que se quedara.
—Porque preferí venir andando. ¡Maldición! No...
—Bien hecho. ¿Y por qué no te vuelves andando?
Pedro notó que ella disfrutaba con su incomodidad. No podía hacer el idiota intentando evitar palabras tan delicadas como «andar» como si fueran minas enterradas.
—Porque me desmayaría por desnutrición. Pero no te preocupes, si lo prefieres esperaré el taxi en la calle.
—¿Después de toda la molestia que te has tomado para traerme el almuerzo? ¿Crees que podría ser tan descortés?
—Al parecer, sí. Si me lo agradecieras siquiera un poco, me habrías invitado a compartir tu almuerzo.
Ella se llevó una mano al corazón.
—No sabes cómo lo siento. ¿Querías quedarte?
—Bruja —exclamó Pedro, sin poder evitar la risa.
Por eso estaba allí. Porque desanimado como se encontraba, ella era capaz de arrancarle una sonrisa.
—Eso está mejor.
—¿Prefieres que te insulten a que te cautiven?
—Desde luego. La seducción es... Fácil. En cambio el insulto es más recio y mucho más sincero. Siéntate y haz tu llamada.
Pedro se acomodó en el sofá y fingió buscar el número de una compañía de taxis en la agenda telefónica de su móvil.
—¿Así que ése es el secreto? —preguntó como si estuviera más interesado en encontrar el número que en su respuesta—. ¿Tengo que insultarte para poder pasar un breve rato contigo?
—Tienes que hacer una llamada. La conversación no está incluida en el trato.
Paula no se dejó engañar. Pedro Alfonso no tenía intención de llamar un taxi, sólo se tomaba su tiempo con la esperanza de que ella le pidiera que se quedara. ¿Por qué? ¿Qué quería de ella? Una invitación a comer, después los bocadillos... No insistiría tanto si no quisiera algo.
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