—¿Daniela te llevó a su casa tras el accidente?
—En cuanto terminé la rehabilitación, aunque lo hizo parecer como si yo le estuviera haciendo el favor de obligarla a enfrentarse al sótano de una vez por todas. Así que tras sacar los trastos viejos, se dedicó a ampliarlo y convertirlo en un departamento con jardín. Y Juana todavía se comporta como si yo no pudiera hacer frente a las tareas domésticas. En cuanto salgo del piso, ya baja ella con la aspiradora en mano. Bueno, ¿Así que pensaste que fui yo la que atendió tu llamada? —preguntó. Al ver que Pedro ni lo confirmaba ni lo negaba, exclamó entre risas—: ¡Sí, lo pensaste!
Paula deseó no haberse precipitado en marcharse. Si hubiese sido más valiente estaría junto a él, con la mano en la suya mientras él le explicaba sus ideas respecto a un tipo de tarjetas personalizadas que se imprimirían en el acto. No le era fácil concentrarse, ni siquiera amparada en la seguridad de la distancia que los separaba. El solo hecho de mirarlo le impedía pensar con claridad. Se preguntaba cómo sería sentir sus cabellos entre los dedos, cómo olería su piel al salir de la ducha, cómo sería sentir sus largos dedos acariciándola. El esfuerzo por volver a la realidad la hizo estremecerse. Pedro dejó de hablar y la miró con preocupación.
—Paula, ¿Te encuentras bien?
Ella tragó saliva y luego asintió.
—Lo siento. Es el aire acondicionado —mintió.
—Vaya.
La única molestia con la temperatura radicaba en su interior. Era el calor y no el frío lo que le causaba problemas. Acostumbrada como estaba a salir completamente ilesa de cualquier coqueteo, siempre se había sentido a salvo, y nunca se le había ocurrido pensar en los riesgos que podría correr cuando abordó a Pedro aquella noche en la recepción de Daniela y Gustavo, irrumpiendo en su oscuro ensimismamiento.
—Volviendo a la impresión de tarjetas, ¿No será muy costosa la producción? ¿Qué me dices del entrenamiento del personal? —preguntó haciendo un gran esfuerzo por concentrarse.
—Me han dicho que no hará falta más que una fotocopiadora. Podrás comprobarlo por tí misma cuando el prototipo esté preparado.
—¿Ya has pensado en eso?
—Tengo un cuñado experto en estas materias. Dice que dispone de un equipo informático capaz de realizar el trabajo con un mínimo de adaptación. Todo lo que necesitamos es alguien que se encargue de preparar la programación y ya lo tendremos resuelto. Además, mi cuñado conoce a esa persona —declaró entusiasmado, pero al ver su expresión dudosa, añadió—: No se trata de nueva tecnología, Paula. Tú misma puedes imprimir tarjetas de negocios personalizadas en cualquier gasolinera.
—Sí, pero...
—Esto no es tan diferente. Los diseños son fijos. El comprador sólo tiene que programar cada nombre. Aunque hay un pequeño problema.
—¿De veras? ¿Sólo uno?
—No sólo necesito tus dibujos, también tendré que pedirte que los adaptes un poco.
—¿Y si no quiero?
—Bueno, hay otros abecedarios —replicó inexpresivamente, pero sus ojos, del color del mar en un día de sol, le aseguraron que sabía que no se iba a negar—. No me cabe duda de que hay muchos editores que estarían contentos de llevarse mi dinero.
—Es verdad. Tal vez deberías preguntarle a tu asesora qué es lo que sugiere.
—Como asesora de la empresa, ¿Qué sugieres, Paula?
—Te aconsejaría que ahorraras tu dinero y utilizaras la opción por la que ya has pagado.
—¿Estás de acuerdo, entonces? —dijo mientras se acercaba y le tomaba la mano que, esa vez, ella no retiró—. Gracias.
—Agradéceselo a Leticia. Desde ayer guarda un talón para mí. Tengo entendido que tiene fondos.
—Cuentas con mi garantía personal —afirmó al tiempo que le apretaba la mano—. Tienes la mano fría. Tal vez podríamos continuar la conversación en un sitio más abrigado. ¿Tienes hambre?
—Parece que alimentarme se ha convertido en el trabajo de tu vida, ¿No es así? No, no contestes esa pregunta. Sí, tengo hambre. ¿Podrás conseguir una mesa en Giovanni's a esta hora? —preguntó bromeando.
—Te sorprenderías de todo lo que puedo hacer, pero he pensado en algo menos formal. Podríamos aprovechar este día de sol y comer al aire libre.
—¿Un picnic en el parque? De acuerdo, pero para hacer un picnic se requiere algo de comida.
—¿Crees que invitaría a una dama con las manos vacías? Quiero que sepas que llegué a tu casa armado de un bocadillo de aguacate, exactamente como lo pediste —declaró antes de indicar la mesa detrás de ella.
Paula miró por encima del hombro y vió una bolsa con el nombre de una elegante pastelería. Debió de haberla dejado allí cuando llegó. Se preguntó cuánto tiempo habría estado en el umbral de la puerta antes de que ella sintiera el hormigueo de advertencia en la nuca.
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