jueves, 8 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 14

Antes de reunirse con él, Paula abrió la botella y sacó un par de platos del armario de la cocina.


—Los vasos están en el aparador, si no es mucho trabajo para tí. ¿Y qué pasó con el piso?


—¿El piso? —repitió Pedro mientras sacaba los vasos y luego tomaba la botella que ella le tendía.


—Dani te preguntó cómo te encontrabas en el piso.


—Ah, sí. Gustavo me lo ofreció hasta que encuentre algo propio. Por eso me arrancó de la fiesta del sábado, para entregarme las llaves.


—Verdaderamente sois buenos amigos, ¿No es así? —observó tras llevar su bocadillo de salmón a la mesa mientras él elegía uno de la bolsa.


—Así es.


—¿Puedes sacar de ese cajón un par de cuchillos y unas servilletas? — le pidió. Pedro le tendió ambas cosas—. Gracias. Pero dijiste que volvías a Nueva York.


—Estoy seguro de no haberlo dicho. No voy a ir a ninguna parte hasta que deje solucionado el desastre que Alberto me legó.


—¿Y eso te tomará una semana? ¿Dos? —Paula se paró en seco. No quería demostrar demasiado interés, así que se concentró en abrir el envoltorio del bocadillo con dedos repentinamente torpes.


—No sé a ciencia cierta cuánto tiempo me va a llevar este asunto. El banco ha tenido a bien concederme seis meses de permiso. Si me quedo aquí más tiempo, sospecho que tendré que buscarme otro trabajo. Paula renunció a abrir el envoltorio y le dirigió una mirada.


—¿Seis meses? Vaya por Dios, sí que debes de tener un buen lío.


Pedro le quitó el bocadillo de las manos, abrió el envoltorio y se lo tendió.


—Ésa es una de las razones por las que he venido a tu casa sin invitación. Necesito un consejo.


—¿Un consejo? —preguntó. «Bueno, Paula Chaves, tú sabías que quería algo más que compartir contigo un almuerzo en grata charla», pensó—. ¿Qué clase de consejo? —repitió, con la desilusión pesando como plomo en la boca del estómago. Luego mordió un trozo del bocadillo que no le supo a nada. 


Pedro llenó de vino las copas.


—Gustavo me dijo que eres ilustradora. ¿Sabes algo del negocio de tarjetas de felicitación?


—¿De felicitación? —preguntó, con un pliegue burlón en el ceño.


—Sí, Feliz Cumpleaños, Feliz Día de la Madre, etc, etc.


—¿Ése era el negocio de tu tío?


—Alberto fundó Coronet Cards cuando estudiaba en la Escuela de Arte. Fabricaba pequeñas cantidades de tarjetas de vanguardia basadas en temas propios y de sus amigos. Y lo hacía para ayudarlos económicamente, más que otra cosa.


Paula dejó a un lado su desilusión.


—¿Coronel? Conozco esa marca. ¿No son sus primeras tarjetas objetos de colección hoy en día?


—Creo que sí. Es una pena que no hiciese contratos a sus compañeros de estudio, porque ahora podríamos reeditarlas. Nunca fue un auténtico hombre de negocios. Tal vez debería haber continuado con la pintura.


—¿Pintaba bien?


—No —contestó con una sonrisa.


—¿Y ahora Coronel tiene dificultades?


—Es más complicado que eso. En los últimos años, Alberto empezó a armarse un lío con las finanzas.


—¿Así que has suspendido temporalmente tu carrera para sacar adelante la empresa? —preguntó con los codos en la mesa y la barbilla en los nudillos—. Si me lo permites, te diré que Coronet tiene clase, pero no es exactamente la empresa más importante del ramo. Apenas merece que un banquero de Wall Street le dedique seis meses de su tiempo — puntualizó. Pedro se limitó a morder su bocadillo de carne—. Si la compañía tiene tales problemas, ¿No habría sido más aconsejable dejar el asunto en manos de un contable competente que se encargue de su liquidación?


Pedro se encogió de hombros. 

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