—Tienes razón, pero liquidar la empresa no es una opción, desgraciadamente —observó. No había pensado copiarle la verdad, pero necesitaba un interlocutor apropiado. Un aliado. Y el instinto le decía que ella lo era—. La verdad, Paula, es que la compañía tiene un agujero tan grande en sus finanzas que incluso aféela a los fondos de pensión de los empleados. Verás, si los periódicos se enteran de esto se divertirán muchísimo a costa de mi familia, habrá que liquidar la compañía y muchas buenas personas que han trabajado para Alberto durante largos años se quedarán literalmente sin dinero para su jubilación. Esto último es lo que más me preocupa.
—Ahora comprendo que dijeras que Alberto era malo.
—Me refería a sus numerosas esposas y numerosísimas amantes.
—Un hábito caro.
—Con todo, él nunca habría robado a su personal. Me temo que fue su última esposa la causante del daño. Era una enfermera que lo cuidó cuando le pusieron el bypass en el corazón. La encarnación de Florence Nightingale, hasta que él le puso el anillo en el dedo. Parece que el inmenso agujero en los fondos de pensión y su partida ocurrieron al mismo tiempo. No puedo probar nada y, si pudiera, nunca lograríamos recuperar el dinero; al menos no a tiempo para que sea de alguna utilidad. No ganamos nada con perseguirla, sólo escándalo, y no quiero que recuerden a Alberto como a un viejo tonto.
—No, desde luego que no —repuso ella dejando reposar la mano un segundo sobre la de él—. ¿Pero cuán—tos años se lardaría en conseguir esa cantidad de dinero? —preguntó tras retirarla y llevarse los dedos al pelo.
—Mi propósito es volver a levantar la empresa. Pienso deshacerme de lo que no sirve, introducir nuevos diseños de calidad y luego venderla a una de las grandes compañías. Utilizaría el dinero de la transacción para pagar indemnizaciones y una jubilación anticipada para el personal más antiguo.
—Me temo que le llevarás una desilusión si me has invitado a comer con la esperanza de conseguir unos cuantos diseños de calidad.
Pedro se dió cuenta de que realmente la había ofendido. Implicarla en el negocio tampoco iba a funcionar, así que lo mejor sería decirle la verdad.
—No se trata de eso, Paula. La verdad es que no busco un consejo solamente. He pasado una mañana surrealista discutiendo el futuro de las Hadas del Bosque y quería contártelo. Sabía que podrías ver el aspecto divertido del asunto —dijo con la mirada fija en los ojos de ella—. Y esperaba que me ayudaras a verlo a mí también.
—¿Y por qué no lo has dicho desde el principio?
—Normalmente, no suelo dar razones cuando invito a comer a una mujer. Nunca he tenido que esforzarme tanto para conseguir una cita.
—Estoy segura de eso —replicó ella con cierta ironía—. Hadas del Bosque. ¿No son esos ridículos personajes de la televisión vestidos con ropas fosforescentes?
Pedro se echó a reír.
—¿Ves? Sabía que tú podrías lograrlo.
Los rasgos de Paula se suavizaron.
—Deberías reír más a menudo, Pedro, hace bien al espíritu.
—La próxima vez que te invite a salir te lo voy a recordar.
Se miraron durante unos segundos. Pedro sintió el agudo deseo de tocar la fresca suavidad de su mejilla y sentir que ella la apoyaba en la palma de su mano. Nada más que eso. Sin embargo, de pronto se sintió vulnerable y un tanto desamparado. Normalmente, salía con mujeres despampanantes, de largos y brillantes cabellos, suaves curvas y altísimos tacones. Mujeres fugaces que se lucían colgadas de su brazo y que, cuando las dejaba sin dedicarles un segundo pensamiento, pasaban a engrosar la lista con la que se había ganado su reputación de hombre despiadado. Sospechaba que Paula lo sabía. Y no deseaba que ella se habituara a rechazarlo. Era mejor volver a los negocios.
—Dime, ¿Cuál es el problema de las Hadas del Bosque? —se adelantó ella.
—Alberto pagó una fortuna por una licencia de veinticinco años a fin de incluirlas en tarjetas de cumpleaños, papel de regalo, artículos para fiestas infantiles y cosas por el estilo. Desgraciadamente la televisión es un medio inestable y las Hadas han sido sustituidas por otras criaturas.
—¿Y necesitas algo excitante para sustituirlas?
—Antes de la próxima semana.
—¡Estás bromeando! —exclamó, pero al ver que no movía un músculo, añadió—: No, no bromeas. ¿Qué sucederá la próxima semana?
—Tengo que comer con nuestro cliente más importante y he de mostrarle las ofertas de la nueva temporada. Seguramente pedirá lo de siempre. Pero debo tener algo nuevo para el mercado infantil.
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