martes, 27 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 36

 —¿Y qué hiciste?


—Estaba tan emocionada que lo único que quería era compartir con Cristian lo que estaba sintiendo. Entonces lo llamé desde el estacionamiento.


—Seguramente en Chile era de madrugada.


—Pensé que podría despertarlo. Pero el teléfono estaba desconectado y no era un tipo de mensaje de los que se pueden dejar en un contestador. Era un día tan hermoso, Pedro... Muy frío, pero cristalino. El color del cielo era de un tono entre azul y rosa, ¿Sabes? Ese matiz de luz que se aprecia antes de que el sol se eleve sobre el horizonte. Ví como mi aliento se condensaba en el aire frío, por todas partes aparecían manchitas de hielo y sentí que era un momento mágico. Estaba tan feliz que decidí llamarlo de nuevo y dejarle un mensaje para que la primera voz que escuchara en la mañana fuera la mía... —murmuró mientras sus lágrimas empapaban la camisa de Pedro—. La carretera estaba despejada y el móvil en el asiento de al lado, sólo desvié la mirada un segundo...


Entonces, el ruido sordo de las ruedas sobre el pavimento se transformó en un siseo y Paula de pronto no pudo controlar la dirección del vehículo, que fue a estrellarse contra un muro de ladrillos.


—¿Y luego?


—Cuando recuperé la conciencia en el hospital, mi bebé había desaparecido y Cristian estaba sentado junto a la cama. Y lloraba. De alguna manera supe que sus lágrimas no eran sólo por mí o por el bebé perdido, sino también por sí mismo.


—Se me parte el corazón —observó Pedro, con rabia contenida.


—Yo lo comprendí. Realmente me apoyó muchísimo, incluso quiso dejar su puesto en Chile y venirse a Inglaterra para ayudarme en la rehabilitación.


—¿Pero...?


—El tenía un trabajo fabuloso. ¿Y qué más podía hacer por mí sino sentarse a mi lado con los brazos cruzados?


—Así que lo enviaste de vuelta a su trabajo —adivinó Pedro.


—Te he dicho que no podía hacer nada por mí. Si el bebé hubiera sobrevivido, tal vez las cosas habrían sido diferentes. Tras un par de meses, le escribí para decirle que había conocido a un terapeuta en el centro de rehabilitación. 


—¿Y te creyó? ¿Se limitó a aceptarlo? ¿Es que no te conocía en absoluto?


—Debió de haberlo dudado, porque le pidió a su madre que viniera a verme. A ella le bastó una mirada para saber que mentía. Entonces me abrazó llorando y me dió las gracias.


—Oh, Dios...


—¿Es que no lo ves? Más tarde, Cristian se enamoró de una chica que, afortunadamente, amaba todas las cosas que a él le hacían disfrutar. Escalar, salir a navegar, dar largas caminatas... Él no cambió. Yo sí. Era un buen hombre, pero no quise que se sacrificara por mí, Pedro.


—¿Piensas que su vida a tu lado de algún modo se habría desvalorizado?


—Tiene una esposa, un bebé en camino. Una vida entera por delante...


—¿Hay alguna razón que te impida tener hijos? Sé de atletas olímpicos en silla de ruedas que ganan medallas de oro y además tienen hijos.


—Ésa no es la cuestión, Pedro. Yo tuve mi oportunidad y la perdí en un momento de descuido.


—Si tuviéramos sólo una oportunidad en la vida, la raza humana no habría podido progresar.


Aunque la conversación era muy penosa, al menos Pedro parecía haber olvidado la razón que la había llevado a cometer aquella barbaridad con sus cabellos. Porque estaba claro que no tardaría demasiado en relacionarla con el mismo hecho que ocurrió en el cuarto de baño del centro de rehabilitación, del cual Daniela había sido testigo. Paula había querido acabar con todo lo que quedaba de femenino en su aspecto. Había querido negar su propia esencia de mujer. No sería difícil que él adivinara la razón por la que había vuelto a hacerlo esa misma tarde.


—Tienes razón. Seguramente te mueres de hambre. Voy a limpiar esto y luego comeremos algo —dijo ella al tiempo que se secaba las lágrimas con la palma de la mano y sonreía con decisión.


Pedro no quería moverse. Estaba muy bien así, con ella en el sofá. Entonces besó su cabeza, sobre los lamentables cabellos.


—Debo admitir que no he comido nada desde el almuerzo. Aunque me pareció oírte decir que no cocinabas.


—¿Y quién ha hablado de cocinar? Voy a encargar una pizza. 


Lo que Paula había hecho no hizo que se sintiera rechazado, más bien se sentía más fuerte, más seguro de ganarla, porque ella no lo habría hecho si él no le importara. Había intentado ahuyentarlo, pero él todavía se encontraba allí. Incluso le ofrecía comida.


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