martes, 20 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 26

 —Todavía queda uno de queso con pepinillos en vinagre ¿O prefieres un postre?


—¿Postre? —preguntó. Cuando se inclinó a examinar la bolsa, uno de sus rizos tocó la mejilla de Pedro y él sintió que todas las células de su cuerpo respondían a su cercanía—. ¿Qué postre? —inquirió alzando la vista, con los ojos más oscuros que el ámbar a la tenue luz bajo los árboles—. Aquí no hay más que una manzana.


—¿Nunca me vas a conceder el beneficio de la duda? —preguntó al tiempo que le tomaba la cara cuando ella, un tanto confundida, intentó echarse hacia atrás—. ¿Cuándo piensas confiar en mí, Paula?


—Bueno... —empezó a decir y se quedó sin palabras.


—No importa —murmuró Pedro mientras inclinaba la cabeza hasta sentir la suavidad de los generosos labios de Paula bajo los suyos. 


Paula apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que la había besado antes de que él se levantara, sin duda arrepentido del impulso y ansioso por alejarse de ella.


—Vamos, hay un carrito de helados junto al estanque.


«Es demasiado tarde para arrepentirse», pensó Paula. Todo lo que podía hacer era ignorar su pulso acelerado y actuar como si nada hubiera ocurrido.


—Realmente sabe cómo llegar al corazón de una mujer, señor Alfonso —dijo con la esperanza de que su voz fingidamente radiante y despreocupada lograse convencerlo.


—¿Tú crees? —respondió en un tono extrañamente neutro mientras miraba hacia el estanque, sin que ella lograra ver su expresión—. Tal vez tengas razón pero, según mi experiencia, se necesita algo más que un helado para conseguirlo.


—No me cabe duda de que tú puedes hacerlo.


Nadie la había besado de ese modo desde el día en que su coche se deslizó por una capa de hielo y fue a estrellarse contra un muro. Y su pobre cuerpo traidor se había encendido de tal modo que con toda seguridad él lo había notado. Se había encendido de una manera que Paula no creyó que todavía fuera posible. No se trataba sólo del ramalazo sexual, sino de algo más profundo. Y deseó quedarse quieta, reviviendo ese instante una y otra vez. Sin embargo, Pedro había empezado a recoger los desperdicios para arrojarlos a un basurero no lejos de allí, ansioso por moverse y sin duda preguntándose qué le había sucedido. Ambos se sentirían tal vez más cómodos si ella se marchara con una excusa. Aunque el negocio que se traían entre manos era demasiado importante como para permitir que una momentánea insensatez por ambas partes lo arruinara todo. Si él podía sacarlo adelante y vender la idea a un mayorista, posiblemente el dinero por derechos de autor le proporcionaría a ella unos ingresos regulares con los que podría ahorrar para comprarse una casa. 

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