—Deberías instalar una videocámara en la puerta de la calle —sugirió Pedro minutos más tarde, todavía con acento escocés—. Podía haber sido cualquier otro.
—Eres cualquier otro —replicó, furiosa al verse engañada, pero momentáneamente distraída al notar lo bien que le quedaban los gastados vaqueros ajustados. Luego, tras un gran esfuerzo, apartó la mirada de las caderas masculinas y la fijó en su rostro—. ¿No tienes nada mejor que hacer que jugar a los mensajeros?
—Voy a llevar el disco directamente a mi cuñado, que me espera con el ingeniero de programación. ¿Es éste?
—Sí —dijo ella arrepentida de su explosión y sintiéndose muy estúpida cuando le tendió el paquete—. Lo siento.
—No te preocupes. Me encanta verte sonrojada. ¿Por qué no vienes conmigo? Guillermo va a trabajar en su taller privado. La casa está muy cerca de la costa. Podríamos entregarle el disco y luego ir a comer algo…
—¡No! —saltó Paula—. Gracias, pero tengo un programa muy apretado para el resto de la semana —añadió con más suavidad.
—¿De veras? Leticia me dijo que estabas ocupada con tus cuentas.
—Sí, con el libro de cuentas. La declaración de la renta es un trabajo pesado para mí.
—Yo te la hago a cambio de una cena.
—No sé cocinar —mintió.
—¿Quién dijo que ibas a prepararla tú? Pero no te voy a presionar. Me hago cargo de que prefieres pasar el día ordenando tus facturas que paseando conmigo.
—Yo no paseo —puntualizó.
Él se encogió de hombros.
—Es una forma de hablar. Yo paseo y tú ruedas.
—Eso es lo que hago. Una invitación demasiado tentadora como para perdérsela, pero de alguna manera voy a superar mi desilusión.
—Sólo hasta el próximo sábado —replicó con una sonrisa.
—Asegúrate de cerrar la puerta cuando salgas.
Una hora después, apareció Daniela con un técnico que iba a conectar el portero automático a una videocámara.
—Gustavo piensa que te sentirás más segura si puedes ver quién llama a la puerta —explicó Daniela.
Paula se las arregló para no echarse a reír.
—¿Eso dijo Gustavo? ¿Cuándo?
—Llamó desde su oficina. Al parecer estaba hablando con alguien acerca, de una amiga que había abierto la puerta a un falso mensajero.
—Terrible. ¿Y qué quería el falso mensajero?
—No lo sé. Gustavo no me lo dijo —informó Daniela con absoluta naturalidad e inocencia.
Estaba claro que pensaba que había sido idea de su adorable marido. Sí, Pedro era muy listo. Aunque no demasiado, porque la próxima vez no se dejaría engañar por ningún falso mensajero.
—Dile a Gustavo que se lo agradezco, pero que insisto en pagar la cuenta de la instalación.
—¿Por qué no vienes a cenar esta noche y se lo dices personalmente?
—¿Cenar? —preguntó antes de echarse a reír abiertamente.
—¿Qué te parece tan gracioso?
—Dime, Dani, ¿Tengo aspecto de estar desnutrida? —le preguntó Paula.
—No, ¿Por qué lo preguntas?
Paula negó con la cabeza.
—Por nada. Lo que pasa es que últimamente todo el mundo quiere alimentarme.
—Qué suerte la tuya. ¿Alguien en particular?
—No, sólo relaciones profesionales.
—Es una pena, aunque yo aceptaría las invitaciones. Mientras tanto ven a cenar con nosotros esta noche. No he pensado en nada especial, pero podemos disfrutar de la terraza con un plato de pasta y una botella de vino para alegrar el ánimo. Apenas te he visto después de la recepción.
—Ambas hemos estado muy ocupadas.
La vida en la planta superior había cambiado totalmente desde que Gustavo estaba en casa y desde la llegada de la pequeña Sofía. Demasiados recordatorios de lo que ella nunca podría tener.
No hay comentarios:
Publicar un comentario