jueves, 29 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 40

 —¡No! No se trata de tí. Soy yo, Pedro. No me acostumbro a estar sin mi silla. No tengo control sobre lo que pueda ocurrirme —explicó con ansia, intentando hacerle comprender lo que sentía—. Para todo lo que quiera o necesite tendré que depender de tí, y no te conozco lo suficiente como para hacerlo.


—Es cierto. Pero hago lo imposible para remediarlo. Pensé que empezábamos a hacer progresos en ese sentido.


Ella negó con la cabeza.


—Por favor, no me lo pongas más difícil. Sabes que nunca podrá ser así.


—¿Tienes miedo?


—Sí. Realmente tengo mucho miedo —Paula optó por decir la verdad, porque era importante que él la comprendiera—. Sé que nunca harías nada para hacerme daño deliberadamente, Pedro. Sólo que no lo has pensado a fondo.


—Durante los últimos dos días he pensado mucho, Paula. Sea lo que sea lo que desees, lo que necesites, tú marcarás el ritmo. ¿Te sentirías mejor si te llevo a casa? —preguntó—. Cuando te presioné para que me acompañaras, sólo pensaba en mí y lo siento. No volveré a hacerlo. Si prefieres que utilicemos tu coche para que te sientas más segura, lo haremos.


—¿Estás preparado para llevarme de vuelta a casa y cambiar el coche?


—No quiero que te sientas incómoda. Esperaba que hoy nos divirtiéramos. Algo así como un nuevo comienzo para ambos, pero al parecer no he empezado con buen pie —confesó. Matty se dijo que no debía olvidar que se trataba de un nuevo comienzo... en los negocios—. Tú decides, Paula. ¿Qué dirección tomamos? ¿Adelante o hacia atrás?


—Adelante. La vida es demasiado corta para volver sobre nuestros pasos —declaró dando la conversación por terminada. Luego abrió la guantera para sacar un disco.


Durante un segundo Pedro no se movió, con la vista fija en ella; pero al verla concentrada en los discos, puso el coche en marcha y continuaron el trayecto. Ella había intentado protegerlo. Ser su amiga. Enviarlo lejos antes de que la novedad dejara de serlo y él recordara que su verdadera vida estaba en Nueva York. ¿Podría amarrarse a una mujer necesitada, pegajosa y exigente? 


Con manos temblorosas, puso uno de sus discos favoritos y cuando la voz de Sinatra la invitaba a volar hacia la luna, se volvió hacia Pedro.


—Háblame de Nueva York —le pidió con una sonrisa mientras sentía que de pronto su tensión se evaporaba tras haber decidido dejar de proteger a ambos del futuro.


Era mejor disfrutar del presente. Disfrutar de un viaje en un coche como aquél. Disfrutar del hecho de que, para variar, la miraran con envidia y no con piedad. Cualquier cosa que sucediera ese día, o en el resto de su vida, tendría que agradecérsela a Pedro.


—¿Nunca has estado allí? —preguntó, mirándola más aliviado.


—No, pero había hecho planes... —alcanzó a decir antes de que desapareciera su sonrisa.


—No hay nada que te impida ir cuando quieras —afirmó en un intento por recuperar la sensación de que estaban juntos, de que eran dos personas viviendo una aventura—. Los planes se pueden volver a hacer. Todo lo que se necesita es un poco de organización.


Sabía muchas cosas de ella, pero todavía había campos minados que podían explotarle en la cara al primer descuido. Necesitaba que Paula confiara de él, que le contara cuáles habían sido sus sueños antes del accidente para demostrarle que la mayoría de ellos todavía podían convertirse en realidad.


—Lo sé. Y lo haré algún día. Muy pronto, si tu treta con las tarjetas me convierte en una mujer rica.


—Te encantará —comentó callándose el ofrecimiento de llevarla—. Es una ciudad llena de vida y de energía.


No quería que se ocultara tras esa máscara protectora que utilizaba como un escudo. La próxima vez que le preguntara si quería tontear con ella en los arbustos no lo diría bromeando. Quería que lo dijese porque verdaderamente lo sentía.


—¿Dónde vives? —preguntó.


Pedro reconoció el truco. Hacerle hablar para permanecer en silencio. Muy bien, al menos era un comienzo, pensó.  Le habló de su amplio departamento, de su trabajo, de su vida, de los fines de semana en la playa y de los veranos en Cape Cod, Paula lo escuchaba con atención y era tan fácil conversar con ella que llegó a olvidar que era él quien tenía que hacerle hablar.


—¿Con quién sueles viajar? No creo que te falte compañía.


De pronto, Pedro pensó que hacía mucho tiempo que le faltaba. No se trataba de citas, sino de la auténtica compañía de una mujer con la que un hombre pudiera conversar.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 39

Fue una caricia breve, como el fogonazo de un relámpago. El beso fue leve, pero su energía la dejó clavada en el asiento. La había tomado por sorpresa, eso era todo.


—¿Así está bien, señor?


—No podría estar mejor —respondió Pedro mientras se enderezaba para volverse a la agente de tráfico, que aún sostenía la puerta—. Sólo un minuto mientras voy a buscar la silla de Paula.


—No hay problema, señor.


Para él no había ningún problema. Estaba claro que Pedro la tenía en la palma de su mano.


—No te olvides de mi bolso. Está en el sofá. ¡Y cuando salgas, cierra la puerta con llave! —dijo a voces.


Y cuando se dió cuenta de que parecía una esposa mandona, optó por cerrar la boca.


—Lamento mucho haberle puesto una multa el otro día. Si hubiera sabido que era tu amigo, habría llamado a tu puerta.


—No te preocupes, Carla.


Tras saludar a Pedro con la cabeza cuando se acercaba a ellas, la agente se alejó.


—¿Es éste? —le preguntó a Paula al tiempo que le entregaba el bolso. Entonces acomodó la silla en la parte trasera del coche y luego se sentó ante el volante—. Y no olvidé cerrar la puerta con llave —añadió al tiempo que le alborotaba el pelo—. Bonito corte de pelo a lo garçon.


El día anterior, Paula se había apresurado a ir a la peluquería antes de que Daniela se diese cuenta del desastre que había hecho con su pelo.


—Se supone que estas cosas a los hombres les pasan inadvertidas.


—¿De veras? ¿Y ahora qué vas a hacer con las manos? Siempre estás jugando con tu pelo.


—Entonces tendré que pensar en otra cosa. 


—¿Por qué no pones música? Los discos compactos están en la guantera —Pedro se volvió a ella con una sonrisa antes de concentrarse en la carretera.


Al verse sin su silla de ruedas, de pronto Paula se dió cuenta de que se había entregado totalmente en manos de Pedro. No había tenido intenciones de acompañarlo, incluso le había dicho que no era necesario. Pero Leticia la había llamado por teléfono con un montón de preguntas de parte del ingeniero de programación. Pedro no se encontraba en la oficina y nadie sabía dónde se había metido. Entonces, ella empezó a temer que todo el proyecto fracasara. Después había tenido que preocuparse del material gráfico para el resto de los artículos de la gama del abecedario. Luego, del papel de envolver, del friso y de otras iniciativas que finalmente tuvo que llevar ella misma a la oficina para asegurarse de que Leticia lograra tenerlo todo a tiempo. Empezaba a quedarle claro que Pedro se había arrepentido de su intento por sacar a flote la compañía y, a pesar de que le había pedido que dejara el sábado libre para él, fue ella la que tuvo que llamarlo finalmente y verificar a qué hora partirían. Después de haber hablado con él empezó a sospechar que, tal vez, le hubiera permitido deliberadamente tomar la iniciativa. Aunque aquello era ridículo; todo saldría bien. Podría conducir su propio coche y de ese modo marcharse cuando quisiera, sin Pedro. Sin embargo, a pesar de sus intenciones, la intoxicación sensorial producida por él había hecho que olvidara todo lo relacionado con el sentido común. Repentinamente, una ola de pánico se apoderó de ella y por más que intentó ocultarlo, debió de hacer algún ruido, porque Pedro se volvió hacia ella.


—¿Pasa algo?


—No —dijo, pero de inmediato se arrepintió porque no era verdad—. Sí.


Pedro se detuvo en el bordillo sin hacer caso del cartel que lo prohibía.


—Dime qué sucede. ¿No te acostumbras a mi modo de conducir? —preguntó, preocupado. 

Mi Destino Eres tú: Capítulo 38

Una sonrisa que nació en los ojos de él, y lentamente invadió todo su rostro, fue la respuesta que ella necesitaba.


—Mi dama, ¿Quiere bailar conmigo? —murmuró.


Como no fue capaz de responder ni de mirarlo, Paula optó por ocultar la cara en su cuello. Y cuando pudo reunir fuerzas para decirle que no hiciera tonterías, Pedro ya canturreaba un vals como para sí mismo.


—¡No! —exclamó al darse cuenta de que iba en serio.


Pero ya era tarde. Con un brazo en torno a la cintura y el otro bajo sus brazos, la ciñó contra su cuerpo y, cantando, empezó a moverse lentamente en grandes círculos, aproximándose cada vez más a la puerta. Paula no estaba bailando exactamente, pero cada partícula de su cuerpo revivió repentinamente y deseó echarse a reír. Al llegar a la puerta, la tomó en brazos.


—Es una bailarina sorprendente, señorita Chaves, y estoy impaciente por bailar un tango con usted.


—No sin que lleves una rosa entre los dientes.


—Tienes razón. Y ahora sujétate bien —dijo al tiempo que la llevaba a la puerta totalmente abierta y a la luz del sol.


Cuando empezaron a subir la escalera, Paula deseó que no se hubiera cansado mucho con el baile. Como para confirmar sus pensamientos, los músculos del cuello de Pedro se tensaron y ella sintió en la mejilla su pulso acelerado. Y al llegar al nivel de la calle, vio a una agente de tráfico que abría la puerta de un Bentley de época cuyas curvas voluptuosas e inmensos faros plateados brillaban a la luz del sol. Mientras ella continuaba con la boca abierta, Pedro cruzó la calle.


—Cuidado con la cabeza —dijo mientras la colocaba con todo cuidado en el asiento delantero—. ¿Todo bien? ¿Necesitas cojines? —preguntó sin soltarla mientras ella se acomodaba.


Sin esperar respuesta, Pedro se inclinó hacia los asientos traseros y, tras sacar unos cojines pequeños, los acomodó en torno a ella. Paula deslizó las manos sobre la suave piel de la tapicería.


—¿Ésta es tu idea de un coche viejo?


—Siempre ha estado en la casa familiar, desde que mi abuelo lo adquirió en tiempos inmemoriales. Desde luego, es más viejo que yo. 


—Y desde luego que tú eres un anciano.


—Estoy en la plenitud de mi vida —respondió, con los labios muy cerca del rostro de ella.


Ya no podría huir de su cercanía, pensó Paula sin respirar, con la secreta esperanza de recibir otro beso robado.


—Cuando dijiste que lo habías pedido prestado a tu familia me imaginé algo menos... Fastuoso.


—¿No me digas que por primera vez te he dejado impresionada? — preguntó con una sonrisa irónica.


—El coche es lo que me ha impresionado. Por Dios, Pedro, puedo abrocharme el cinturón sola, no estoy completamente impedida —rezongó y, antes de que se diera cuenta, él volvió a besarla. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 37

 —No, cariño, con un teléfono y una tarjeta de crédito cualquier tonto puede encargar una pizza. La verdad es que necesito con urgencia demostrarte que no todos los hombres somos unos inútiles y...


—¿Me has llamado tonta?


—Y si tienes suerte dejaré que me ayudes en la cocina —continuó como si no la hubiera oído.





—¿Dónde vamos exactamente? —preguntó Paula bruscamente el sábado por la mañana.


No lo había visto ni hablado con él desde la noche en que intentó ahuyentarlo y en cambio terminaron cenando un sorprendente plato de espaguetis a la carbonara que Pedro preparó para ella. Más tarde, se despidió con un beso en la frente, como si ella hubiera sido una niña de seis años. A partir de entonces, a falta de invitaciones para comer, cenar u otros compromisos relacionados con la alimentación, le pareció que él se había arrepentido de haberla alentado a dar rienda suelta a sus emociones sobre su camisa de etiqueta. La única razón que lo había hecho volver esa mañana era porque la necesitaba para dar los últimos retoques a las tarjetas. Negocios, simplemente.


—Te seguiré, pero prefiero que me des la dirección por si te pierdo de vista.


—¿Seguirme? ¿Y para qué querrías seguirme?


Estaba claro. Sería una soberana estupidez compartir con él durante largo rato el estrecho espacio de un coche. Aquella noche, con la cara apoyada en su pecho, había oído los violentos latidos del corazón bajo su mejilla, así que no ignoraba el peligro. El único motivo para acompañarlo era Leticia y el resto del personal de Coronet. Y quizá también lo hiciera un poco por ella. Tenía que pensar en su propio futuro. Un futuro que no incluía a Pedro Alfonso. 


—Por supuesto que me agradaría que viajaras conmigo si quieres, pero sé que muchos hombres odian que los lleve una mujer.


—No es el sexo del conductor lo que podría objetar, sólo su forma de conducir. En todo caso, había pensado que vinieras en mi coche.


—Desgraciadamente, no es tan sencillo, Pedro. Para empezar, algunos coches son más cómodos que otros para entrar y salir. Por otra parte, mi silla de ruedas ocupa mucho espacio. ¿No dijiste que el coche que te habían prestado era viejo?


—Y lo es. Pero no dije que fuera pequeño. Si puedo meter tu silla sin dificultad, ¿Vendrás conmigo?


—De acuerdo, trato hecho —accedió antes de empezar a moverse.


—Espera un poco. ¿No sería mejor comenzar con la silla de ruedas? Así que lo primero que haremos será esto —decidió al tiempo que se inclinaba y ponía las manos bajo los brazos de Paula—. Sería mucho más fácil si me rodearas el cuello con los brazos.


—¿Qué? No hace falta... Yo...


—Confía en mí, Paula, sé lo que hago —aseguró al tiempo que la izaba de la silla.


Entonces, sin poderlo evitar, los brazos de Paula volaron alrededor de su cuello y, antes de darse cuenta, estaba en posición vertical, con los brazos de Pedro sosteniéndola con firmeza contra su pecho.


—Tú no puedes... Yo no debería... —empezó a decir.


—Podemos hacer todo lo que deseemos, Paula. No es tan malo, ¿Verdad?


¿Malo? ¿Cómo iba a ser malo sentir el cálido aliento en la mejilla y su rostro a unos centímetros del suyo? Aunque sí, era malo. La mano en torno a la cintura la ceñía contra su cuerpo de tal modo que entre su piel y la de Pedro no hubo nada más que seda y algodón. De pronto, sintió que sus pechos se excitaban mientras su instinto femenino, tan antiguo como el tiempo, la urgía a besarlo, a atraerlo hacia sí y nunca dejarlo marchar. Era demasiado para sus buenas intenciones. ¿Podía sentir Pedro la respuesta de su cuerpo? ¿Sabía el efecto que ejercía en ella? 

martes, 27 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 36

 —¿Y qué hiciste?


—Estaba tan emocionada que lo único que quería era compartir con Cristian lo que estaba sintiendo. Entonces lo llamé desde el estacionamiento.


—Seguramente en Chile era de madrugada.


—Pensé que podría despertarlo. Pero el teléfono estaba desconectado y no era un tipo de mensaje de los que se pueden dejar en un contestador. Era un día tan hermoso, Pedro... Muy frío, pero cristalino. El color del cielo era de un tono entre azul y rosa, ¿Sabes? Ese matiz de luz que se aprecia antes de que el sol se eleve sobre el horizonte. Ví como mi aliento se condensaba en el aire frío, por todas partes aparecían manchitas de hielo y sentí que era un momento mágico. Estaba tan feliz que decidí llamarlo de nuevo y dejarle un mensaje para que la primera voz que escuchara en la mañana fuera la mía... —murmuró mientras sus lágrimas empapaban la camisa de Pedro—. La carretera estaba despejada y el móvil en el asiento de al lado, sólo desvié la mirada un segundo...


Entonces, el ruido sordo de las ruedas sobre el pavimento se transformó en un siseo y Paula de pronto no pudo controlar la dirección del vehículo, que fue a estrellarse contra un muro de ladrillos.


—¿Y luego?


—Cuando recuperé la conciencia en el hospital, mi bebé había desaparecido y Cristian estaba sentado junto a la cama. Y lloraba. De alguna manera supe que sus lágrimas no eran sólo por mí o por el bebé perdido, sino también por sí mismo.


—Se me parte el corazón —observó Pedro, con rabia contenida.


—Yo lo comprendí. Realmente me apoyó muchísimo, incluso quiso dejar su puesto en Chile y venirse a Inglaterra para ayudarme en la rehabilitación.


—¿Pero...?


—El tenía un trabajo fabuloso. ¿Y qué más podía hacer por mí sino sentarse a mi lado con los brazos cruzados?


—Así que lo enviaste de vuelta a su trabajo —adivinó Pedro.


—Te he dicho que no podía hacer nada por mí. Si el bebé hubiera sobrevivido, tal vez las cosas habrían sido diferentes. Tras un par de meses, le escribí para decirle que había conocido a un terapeuta en el centro de rehabilitación. 


—¿Y te creyó? ¿Se limitó a aceptarlo? ¿Es que no te conocía en absoluto?


—Debió de haberlo dudado, porque le pidió a su madre que viniera a verme. A ella le bastó una mirada para saber que mentía. Entonces me abrazó llorando y me dió las gracias.


—Oh, Dios...


—¿Es que no lo ves? Más tarde, Cristian se enamoró de una chica que, afortunadamente, amaba todas las cosas que a él le hacían disfrutar. Escalar, salir a navegar, dar largas caminatas... Él no cambió. Yo sí. Era un buen hombre, pero no quise que se sacrificara por mí, Pedro.


—¿Piensas que su vida a tu lado de algún modo se habría desvalorizado?


—Tiene una esposa, un bebé en camino. Una vida entera por delante...


—¿Hay alguna razón que te impida tener hijos? Sé de atletas olímpicos en silla de ruedas que ganan medallas de oro y además tienen hijos.


—Ésa no es la cuestión, Pedro. Yo tuve mi oportunidad y la perdí en un momento de descuido.


—Si tuviéramos sólo una oportunidad en la vida, la raza humana no habría podido progresar.


Aunque la conversación era muy penosa, al menos Pedro parecía haber olvidado la razón que la había llevado a cometer aquella barbaridad con sus cabellos. Porque estaba claro que no tardaría demasiado en relacionarla con el mismo hecho que ocurrió en el cuarto de baño del centro de rehabilitación, del cual Daniela había sido testigo. Paula había querido acabar con todo lo que quedaba de femenino en su aspecto. Había querido negar su propia esencia de mujer. No sería difícil que él adivinara la razón por la que había vuelto a hacerlo esa misma tarde.


—Tienes razón. Seguramente te mueres de hambre. Voy a limpiar esto y luego comeremos algo —dijo ella al tiempo que se secaba las lágrimas con la palma de la mano y sonreía con decisión.


Pedro no quería moverse. Estaba muy bien así, con ella en el sofá. Entonces besó su cabeza, sobre los lamentables cabellos.


—Debo admitir que no he comido nada desde el almuerzo. Aunque me pareció oírte decir que no cocinabas.


—¿Y quién ha hablado de cocinar? Voy a encargar una pizza. 


Lo que Paula había hecho no hizo que se sintiera rechazado, más bien se sentía más fuerte, más seguro de ganarla, porque ella no lo habría hecho si él no le importara. Había intentado ahuyentarlo, pero él todavía se encontraba allí. Incluso le ofrecía comida.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 35

 —¿Qué haces?


—Te voy a llevar al sofá y te mantendré abrazada hasta que termines lo que empezaste.


—No soy una inútil, puedes guardarte tu abrazo —replicó, alejándolo de ella.


Luego, con mucho esfuerzo, se acomodó en el sofá.


—¿Has comido? —preguntó Pedro al tiempo que colocaba la silla de ruedas muy cerca de ella.


—¿Qué? No. No me mimes, Pedro. No me lo merezco.


Él ignoró sus palabras y se quitó la chaqueta. Entonces, sin previo aviso, se sentó junto a ella y la acomodó contra su cuerpo con el brazo en torno a su cintura.


—Siento mucho que hayas perdido a tu bebé, Paula.


—No lo perdí, Pedro, lo maté.


—Tuviste un accidente. Tu coche patinó en el hielo.


—Fue por mi culpa. No presté atención a la carretera...


—Has pagado un precio muy alto, Paula. Creo que no mereces seguir culpándote.


—¿De veras? —preguntó, mordaz. Pedro la miró con tanta compasión que estuvo a punto de echarse a llorar—. Creo saber mejor que tú lo que merezco. Y ahora es cuando me preguntas por el padre, ¿No?


—¿Dónde diablos se encuentra?


—Felizmente casado con una mujer muy agradable. Esperan el nacimiento de su bebé de un momento a otro.


—¿Y pensó que querrías enterarte de la noticia?


—Su madre me escribió en Navidad. No quiso que lo supiera por otras personas.


La verdad era que deseaba darle las gracias a Paula, pero ella no se lo dijo a Pedro.


—Dime, ¿Fue muy difícil convencerlo de que se alejara de tí?


Paula empezó a temblar, a pesar de la tibieza del cuerpo de Pedro junto al suyo. Pero no temblaba de frío. Temblaba de miedo. Le asustaba la capacidad de comprensión que tenía ese hombre. 


—No tan difícil como deshacerse de ti. Escúchame, Pedro. El accidente fue por mi culpa. Una negligencia criminal.


—¿Exceso de velocidad? ¿Exceso de alcohol?


—Ninguna de las dos cosas. Eran las ocho de la mañana. Iba camino al trabajo con el móvil en la mano. Intentaba llamar a Cristian para contarle las novedades, no podía esperar un minuto más para decirle que iba a ser padre —explicó. Él no dijo nada, pero apoyó los labios en la sien de Paula. Un beso de consuelo—. No se me había ocurrido que podía estar embarazada. No tenía náuseas ni ningún síntoma especial, y la falta del período la achaqué a mi disgusto por la partida de Cristian. Su empresa lo había enviado a Chile para trabajar en el proyecto de un puente —dijo antes de hacer una pausa.


—¿Y entonces?


—Antes de su partida, pasamos unas breves vacaciones en una casa rústica junto al mar. Fue a fines de otoño. Hacía demasiado frío para nadar, pero los días eran luminosos y las laderas de las colinas lucían un tono púrpura, cubiertas de brezo —continuó; perdida en los recuerdos. Luego las palabras salieron con más fluidez. Le contó que habían paseado, hecho planes para el futuro y que ahí concibieron al bebé. Le contó cómo se habían conocido en una fiesta y que a ella le había parecido que de pronto todas las piezas de su mundo encajaban.


—Así es como uno se siente cuando encuentra a la persona adecuada. Es como si pasaras toda tu vida intentando meter algo donde no cabe, y de repente lo consigues —observó Pedro con gravedad.


Ella se volvió a mirarlo. Él lo comprendía, desde luego que sí. Ningún hombre llegaba a la mitad de los treinta sin haber entregado el corazón al menos una vez.


—Eso es. Y cuando amas a una persona no te aferras a ella como si te estuvieras ahogando, no la hundes contigo en el agua simplemente porque estás muerto de miedo. El caso es que en ese tiempo me sentía cansada y ese día decidí pasar por una farmacia a comprar unas vitaminas antes de dirigirme al trabajo. Y de pronto me encontré mirando fijamente una caja que contenía un test de embarazo. Fue como si hubiese despertado repentinamente de un sueño. La compré, me encerré en un lavabo y descubrí que ahí estaba nuestro bebé.


El brazo de Pedro la apretó imperceptiblemente, como si supiera lo mucho que dolían aquellos recuerdos. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 34

Paula recordaba la fotografía. Estaba en un tablero donde Daniela había pegado varias fotos. La mayoría eran nuevas, pero había una que les habían hecho tras la graduación, cuando fueron de gira por Europa con las mochilas a la espalda, en esos últimos meses antes de empezar a tomarse la vida en serio. Dos jovencitas sonrientes con toda la vida por delante.


—¿Qué hacías en el despacho de Daniela?


—La llave del apartamento de Gustavo estaba en la caja fuerte. Nos sentamos a conversar un rato y, mientras nos tomábamos una copa, intentamos sacar conclusiones de lo que había sido nuestra vida en los últimos diez años. Entonces llevabas el cabello largo, casi hasta la cintura.


—¿Y desde cuándo es un crimen cortarse el pelo? —preguntó, y de inmediato se dió cuenta de que había reaccionado exageradamente—. No es nada importante, Pedro. Simplemente no podía arreglarme una melena tan larga tras el accidente. Eso es todo.


—¿Así que te la cortaste sola ante un espejo? ¿Adivinaba lo ocurrido?


¿O tal vez Daniela le hubiera contado a Gustavo los detalles de esa triste historia?


—Bueno...


—¿Eso fue lo que sucedió?


Tenía un nudo en la garganta y, a pesar de que deseaba decirle que la dejara sola, que dejara de perturbarla, que dejara de obligarla a pensar en lo que había sucedido, su lengua se negó a responderle.


—Confía en mí, Paula.


¿Confiar en él? ¿Para qué? ¿Para que escuchara con atención lo que había hecho y quedarse mirándola como si de verdad le importara? Y de pronto sintió que sí, que eso era lo que tenía que hacer. Contárselo todo.


—Estaba embarazada —murmuró, con voz apagada. Las palabras lograron atravesar la barrera del nudo en la garganta y de la lengua inerte—. Cuando me estrellé contra el muro estaba embarazada. No sólo perdí las piernas. También maté a mi bebé. 


Pedro le soltó las manos, se puso de pie y se alejó. Ella cerró los ojos para no ver cómo se marchaba. Era lo que había deseado, aunque se sentía como si fuera a la deriva en las frías aguas de un mar oscuro.


—Paula, toma.


Sorprendida, alzó la vista.


—Pensé que te habías marchado.


Pedro le tomó la mano y se la puso alrededor del vaso que le tendía.


—Bebe esto.


—Yo no...


—Ahora sí que beberás —dijo con suave firmeza—. Te lo prescribo como una medicina.


—No eres médico.


—No, pero de todos modos te pido que confíes en mí —declaró—. Con calma. Sorbo a sorbo —le advirtió al ver que apuraba la copa. Entonces, sacó el móvil de un bolsillo—. ¿Ignacio? Soy Pedro Alfonso. ¿Podrías hacerme el favor de decirle al presidente que no podré ir a la cena esta noche...?


—No hagas eso —pidió Paula, con la voz ahogada.


—Sí —continuó él, sin hacerle caso—. Una emergencia familiar.


—¿Qué has hecho? —preguntó cuando él hubo cortado la comunicación.


—Me he escapado de una tediosa cena con un grupo de tediosos hombres de negocios.


—¿No ibas a cenar con Daniela y Gustavo?


—Voy demasiado bien vestido para eso, ¿No te parece? ¿Te sientes mejor ahora?


—No deberías estar aquí.


—¿Crees que me voy a marchar sólo con la mitad de la historia? — preguntó al tiempo que se inclinaba y le ponía las manos en la cintura. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 33

Paula recogió el sobre que él había echado al buzón. Era grande y de color marrón. Al abrirlo vió que contenía tarjetas de felicitación. Entonces las desplegó sobre su falda. Era sus tarjetas, su trabajo acabado. «G de Guillermo» «B de Beatríz», «D de Darío», «P de Pedro».  Guillermo era el cuñado de Pedro. ¿Pero quién era Beatríz? ¿Y Darío? Había una breve nota en la tarjeta con la letra P.


"Paula, me habría encantado «Construir ante vuestra puerta un cabaña de sauce», pero tengo planes para esta noche que no puedo cancelar. Mientras tanto, aquí está lo que hemos logrado hasta el momento. Pedro".


¿Planes? ¿Para qué? Si hubiera ido a cenar con Daniela y Gustavo, le habría bastado cruzar el jardín y entregarle las tarjetas personalmente. No era un hombre que comprendiera el significado de la palabra «No». «Bueno, lo que él haga no es cosa tuya», se dijo intentando no sentir celos, ni pensar que ya había encontrado a otra chica a quien pudiera mirar a los ojos sin tener que arrodillarse. Luego volvió a leer la nota. ¿Una cabaña de sauce? Vagamente la reconoció como una cita de algo que había estudiado en el colegio. Daniela tendría que saber de qué se trataba, siempre se le habían dado bien esas cosas. Al mirarse en el espejo del vestíbulo, dejó escapar un grito ahogado. Con ese aspecto de ninguna manera podía subir a cenar con ellos. Tendría que llamar a Daniela y decirle que había recibido un encargo muy urgente. Si alegaba cansancio no pasaría ni un minuto y ya la tendría a su lado, y no quería que nadie la viera con ese pelo, especialmente Fran. Le bastaría una mirada para darse cuenta de todo.


—¿Una cabaña de sauce? —repitió Daniela, minutos más tarde—. Es de Shakespeare. Noche de Epifanía, ¿No te acuerdas? Verás, Olivia pregunta a Viola qué haría si amara a alguien que no le correspondiera y... Espera, no cuelgues... —se produjo un sonido como si una mano hubiese tapado el auricular—. Lo buscaré y podrás verlo cuando subas.


—No, por eso te llamaba. Acabo de recibir un fax relacionado con las ilustraciones que he estado haciendo esta semana. Quieren que las modifique un poco y debo entregarlas a primera hora de la mañana.


—De acuerdo, si tienes que trabajar lo dejaremos para otra ocasión.


—Desde luego. ¿Y qué hay de la cita de Shakespeare? —insistió Paula. 


—Me parece que dice así: «Me haría una cabaña de sauce ante vuestra puerta...»


—«Me haría una cabaña de sauce ante vuestra puerta e invocaría a mi alma dentro de vuestra casa. Escribiría sentidos versos de despreciado amor y los cantaría a toda voz...»


Paula dejó caer el auricular y se giró. Ahí estaba Pedro, apoyado en el marco de la puerta, con un esmoquin que le sentaba maravillosamente recitando los versos de Shakespeare.


—¡Para ya! —gritó, desesperada.


—«En la profundidad de la noche...»


—¡No! No sigas. Por favor, Pedro, no me hagas esto. No puedo soportarlo —imploró traicionando todos los sentimientos que había ocultado con tanto dolor.


Pedro cruzó la habitación y tomó el auricular.


—Está bien, Daniela. Gracias —dijo antes de cortar la comunicación.


—¡No está bien!


—¿Quieres decirme qué ha sucedido? —preguntó Pedro suavemente sin hacer caso de sus palabras al tiempo que deslizaba la mano por sus cabellos hasta dejarla reposar en la nuca—. ¿Un mal día para tu pelo?


—El rizo no quería acomodarse.


—¿Y decidiste matarlo?


—Eso es —afirmó. Si lograba hacerlo reír, él olvidaría su grito desesperado—. Ahora ya sabes la verdad. Soy una asesina de rizos.


Él se limitó a sonreír con una ternura conmovedora y, aunque su mano abandonó la nuca, sólo fue para tomarle ambas manos mientras se arrodillaba ante ella.


—No me refiero a lo de hoy, Paula. Lo has hecho antes, ¿Verdad?


¿Qué diablos le había contado Daniela? ¿Cómo se había atrevido?


—¿Qué...?


—Arriba —Pedro la interrumpió—, en el despacho de Daniela, hay una fotografía de ustedes. Me imagino que fue hecha cuando eran estudiantes. 

jueves, 22 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 32

Pero debía superarlo y empezar a contar sus bendiciones. Tenía amigos, una familia que la quería y se ocupaba de ella y el talento que Dios le había dado para ganarse la vida por sí misma. ¿Y Pedro? ¿Qué había de él?


—Ven sobre las siete y me hablarás de todos los que quieren alimentarte.


Cuando Daniela se hubo marchado, Paula se preguntó si Pedro también iría. «No seas paranoica» se riñó. Aunque eso no le impidió maquillarse con más cuidado de lo habitual. Luego se quedó mirando su pelo. Lo había dejado crecer para verse más femenina en la boda de Daniela. Una estilista la había peinado cuidadosamente, pero eso había durado un día. Intentó poner en su sitio un rizo que parecía tener vida propia. Era indomable y constantemente lo enrollaba en el dedo para apartarlo de la cara cuando estaba pensando, o como una distracción cuando intentaba no pensar. Desesperada, recurrió al gel fijador para domarlo, pero al cabo de cinco minutos estaba otra vez donde siempre, pero más tieso. La verdad era que el espejo le devolvía la imagen de una gallina asustada.


—Ponte a cloquear —dijo riéndose de sí misma.


¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Maquillándose con la improbable esperanza de que Pedro fuera a cenar a casa de Daniela? ¿Por un momento se había parado a pensar que por más carmín que se pusiera en los labios, por más que el pelo estuviera arreglado él se olvidaría de que no podía andar? Entonces tomó las tijeras que estaban en la cómoda y, todavía riendo aunque con los ojos empañados, cortó el rizo rebelde. A continuación, con las lágrimas corriendo por las mejillas, impulsivamente arremetió contra sus cabellos.


—¡Cloquea, cloquea! —se ordenaba a sí misma mientras los rizos caían uno tras otro hasta dejar el suelo sembrado de cabellos oscuros.


Hacía tiempo que la risa se había agotado cuando oyó el sonido del timbre de la puerta de calle.  El sonido la devolvió a la realidad y se vio con las tijeras en la mano. Entonces miró su rostro en el espejo. Estaba muy pálida, con los labios rojos y el pelo... Paula cerró los ojos un instante para borrar su propia imagen y para retener las lágrimas. Era inútil llorar, ya estaba hecho. Tras dejar caer las tijeras, se acercó al portero con la videocámara recién instalada. Y allí estaba Pedro, mirando a la cámara como si supiera que ella estaba allí, observándolo.


—Vete —imploró mientras se secaba las mejillas con la palma de la mano—. Por favor, vete —insistió al tiempo que apagaba el vídeo, incapaz de soportar el dolor de verlo allí.


Tras una larga pausa, oyó que insertaban algo en el buzón. ¿Así que se rendía tan fácilmente? Era irracional sentirse enfadada. Si no había abierto la puerta era porque sencillamente no había querido abrirla. Pedro no se había rendido, sólo había aceptado su decisión. No, él no la quería, no la deseaba. No debía hacerlo. Había otros hombres buenos, más sencillos, más corrientes que podrían vivir con las limitaciones de su incapacidad, pero al igual que Pedro, ella necesitaba algo más. Por eso Paula sabía que él necesitaba alguien afín a él, tanto física como mentalmente. Él confundía la compasión con algo más profundo, y ella no quería ser responsable de sus sentimientos cuando se diera cuenta de ello. No quería ser testigo de su intento por librarse de la relación sin herirla a ella, ni odiarse a sí mismo. No, no necesitaba para nada volver a verlo. Ya había hecho todo lo posible por Coronet. De ahí en adelante, se limitaría a llamadas casuales y dejaría puesto el contestador automático para no tener que verse sorprendida por su voz. Además, estaría demasiado ocupada con otra «asesoría». Y si la necesitaba para trabajar en las ilustraciones, tendría que limitarse al correo electrónico.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 31

 —Deberías instalar una videocámara en la puerta de la calle —sugirió Pedro minutos más tarde, todavía con acento escocés—. Podía haber sido cualquier otro.


—Eres cualquier otro —replicó, furiosa al verse engañada, pero momentáneamente distraída al notar lo bien que le quedaban los gastados vaqueros ajustados. Luego, tras un gran esfuerzo, apartó la mirada de las caderas masculinas y la fijó en su rostro—. ¿No tienes nada mejor que hacer que jugar a los mensajeros?


—Voy a llevar el disco directamente a mi cuñado, que me espera con el ingeniero de programación. ¿Es éste?


—Sí —dijo ella arrepentida de su explosión y sintiéndose muy estúpida cuando le tendió el paquete—. Lo siento.


—No te preocupes. Me encanta verte sonrojada. ¿Por qué no vienes conmigo? Guillermo va a trabajar en su taller privado. La casa está muy cerca de la costa. Podríamos entregarle el disco y luego ir a comer algo…


—¡No! —saltó Paula—. Gracias, pero tengo un programa muy apretado para el resto de la semana —añadió con más suavidad.


—¿De veras? Leticia me dijo que estabas ocupada con tus cuentas.


—Sí, con el libro de cuentas. La declaración de la renta es un trabajo pesado para mí.


—Yo te la hago a cambio de una cena.


—No sé cocinar —mintió.


—¿Quién dijo que ibas a prepararla tú? Pero no te voy a presionar. Me hago cargo de que prefieres pasar el día ordenando tus facturas que paseando conmigo.


—Yo no paseo —puntualizó. 


Él se encogió de hombros.


—Es una forma de hablar. Yo paseo y tú ruedas.


—Eso es lo que hago. Una invitación demasiado tentadora como para perdérsela, pero de alguna manera voy a superar mi desilusión.


—Sólo hasta el próximo sábado —replicó con una sonrisa.


—Asegúrate de cerrar la puerta cuando salgas.


Una hora después, apareció Daniela con un técnico que iba a conectar el portero automático a una videocámara. 


—Gustavo piensa que te sentirás más segura si puedes ver quién llama a la puerta —explicó Daniela. 


Paula se las arregló para no echarse a reír.


—¿Eso dijo Gustavo? ¿Cuándo?


—Llamó desde su oficina. Al parecer estaba hablando con alguien acerca, de una amiga que había abierto la puerta a un falso mensajero.


—Terrible. ¿Y qué quería el falso mensajero?


—No lo sé. Gustavo no me lo dijo —informó Daniela con absoluta naturalidad e inocencia.


Estaba claro que pensaba que había sido idea de su adorable marido. Sí, Pedro era muy listo. Aunque no demasiado, porque la próxima vez no se dejaría engañar por ningún falso mensajero.


—Dile a Gustavo que se lo agradezco, pero que insisto en pagar la cuenta de la instalación.


—¿Por qué no vienes a cenar esta noche y se lo dices personalmente?


—¿Cenar? —preguntó antes de echarse a reír abiertamente.


—¿Qué te parece tan gracioso?


—Dime, Dani, ¿Tengo aspecto de estar desnutrida? —le preguntó Paula.


—No, ¿Por qué lo preguntas?


Paula negó con la cabeza.


—Por nada. Lo que pasa es que últimamente todo el mundo quiere alimentarme.


—Qué suerte la tuya. ¿Alguien en particular?


—No, sólo relaciones profesionales.


—Es una pena, aunque yo aceptaría las invitaciones. Mientras tanto ven a cenar con nosotros esta noche. No he pensado en nada especial, pero podemos disfrutar de la terraza con un plato de pasta y una botella de vino para alegrar el ánimo. Apenas te he visto después de la recepción.


—Ambas hemos estado muy ocupadas.


La vida en la planta superior había cambiado totalmente desde que Gustavo estaba en casa y desde la llegada de la pequeña Sofía. Demasiados recordatorios de lo que ella nunca podría tener. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 30

Paula no durmió nada bien aquella noche. Había trabajado hasta muy tarde en el ordenador, adaptando las ilustraciones a fin de dejar espacio suficiente para el nombre de un niño. También había añadido pequeños detalles a modo de marco para darles un aspecto un poco más acabado. Se había entregado al trabajo con absoluta concentración, en gran parte para evitar que Pedro Alfonso irrumpiera en sus pensamientos. Estuvo muy bien hasta que llegó a la letra X, y entonces el vivido recuerdo de Pedro en el parque confesándole sus pensamientos eróticos y el beso que a ella le provocó los mismos pensamientos, se apoderaron de su mente. Revivió la escena, hasta el momento en que se dedicaron a alimentar a los patos sin volver a hablar de lo ocurrido. Más tarde,  pasearon lentamente por el parque camino a la oficina. Hablaron de música, de arte en general buscando gustos e intereses comunes. Descubrieron que a ambos les encantaba Mozart, el jazz moderno y Frank Sinatra. Y que sus gustos en arte moderno coincidían plenamente. Justo cuando se acercaban al coche de ella, le preguntó por qué se había trasladado a Nueva York. En lugar de satisfacer su curiosidad, él preguntó:


—¿Puedo ayudarte?


—No, gracias. Puedo manejarme sola —respondió intentando no hacer torpezas al acometer la complicada tarea de instalarse ante el volante.


Era algo que hacía automáticamente, casi sin pensar. Pero con Pedro observando la maniobra se sintió incómoda, consciente de sí misma. Minusválida. Por fin aferrada al volante, volvió la cabeza para despedirse de él. Había anticipado que le daría un fraternal beso de despedida en la mejilla, como cuando besaba a Daniela. Pero ni siquiera hizo eso. Se limitó a cubrirle una mano con la suya. 


—¿Llevarás el disco a la oficina cuando hagas los cambios?


—Estaré muy ocupada, pero lo mandaré con un mensajero.


Paula pensó que iba a protestar, pero no lo hizo.


—Llama a Leticia. Ella se encargará de todo —dijo en cambio.


Paula tragó saliva al tiempo que se decía que era estúpido sentirse desilusionada. A fin de cuentas, era eso lo que ella quería.


—Lo haré.


—Hasta el sábado, entonces. ¿Te parece bien a las ocho, o es demasiado pronto para tí?


Ella negó con la cabeza.


—Las ocho es buena hora.


Con un último toque a su mano, Pedro se alejó. Ella lo miró por el espejo retrovisor hasta que desapareció de su vista. Entonces puso en marcha el motor y, completamente decidida a no permitirle entrar en su mente, se concentró en la carretera. A partir de la X tuvo que esforzarse para acabar con las dos últimas letras antes de copiar todo el trabajo en un disco. Cuando finalmente reposó la cabeza en las almohadas, dispuesta a dormir cómodamente, los sueños no la dejaron en paz. Y muy temprano en la mañana, se había puesto a hacer su programa de ejercicios con más energía de lo habitual. Trabajó con las piernas, brazos y hombros hasta sentir que le quemaban. Cuando hubo acabado, llamó a Leticia para decirle que el disco estaba listo para que pasaran a buscarlo. Estaba ordenando los papeles para empezar a hacer la declaración de la renta cuando sonó el timbre de la puerta de calle.


—¿Sí? —preguntó a través del portero automático.


—Mensajero. ¿Un paquete para Coronet?


Casi había esperado que fuese Pedro, pero el tono de voz era decididamente escocés. Tras abrir la puerta, fue a su mesa para recoger el paquete con el disco. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 29

 —Puedo disponer de un par de horas para tí. ¿Te viene bien?


—No, quiero que estés conmigo el sábado y también en la reunión que tendré con el comprador próxima—mente. No necesito decirte cuánto nos jugamos en ello.


—No me quieres allí, Pedro.


—¿No?


Pedro no se mostró particularmente sorprendido ante su reticencia. Desde su primera llamada, había hecho lo imposible para mantenerlo a distancia. Era más fácil coquetear con un hombre al que nunca se volvería a ver. Despedirlo con unas palabras cortantes para no tener que esperar una llamada telefónica. Rechazar para evitar el dolor de sentirse rechazada. Se dió cuenta de que era muy fácil herirla. Se preguntó cuántas personas que le encargaban trabajos sabían que estaba postrada en una silla de ruedas. El teléfono e Internet eran instrumentos útiles para mantener una distancia segura entre ella y sus clientes. Para protegerlos de la realidad y a ella de los prejuicios. Sin embargo, su incapacidad física no disminuía su valor como persona, sino todo lo contrario. El hecho de enfrentarse con buen talante a los problemas que la vida le arrojaba diariamente, hacía de Paula una mujer muy especial. Acabó de tomar su helado y, tras chuparse un pulgar, se volvió a ella.


—Me alegra oír que tengas en consideración lo que no quiero, Paula. Aquí estoy, sentado en el parque, en un día muy hermoso, junto a una mujer que me inspira pensamientos muy eróticos y lo único que realmente no quiero es hablar de negocios —declaró al tiempo que volvía la cabeza para mirarla.


—Mentiste —murmuró, sonrojada.


—Todo el mundo miente, Paula —declaró. Luego esperó a que ella le dijera que estaba equivocado, que era un cínico. Pero no lo hizo. No era tan ingenua—. Al menos lo he confesado. Pudiste haber dejado que comiera solo. Al ver que no lo hacías, pensé que te alegraba mi compañía. Desgraciadamente, eres una mujer tenaz y no vas a renunciar...


—¿Cuál es el punto en cuestión? —lo cortó bruscamente.


—El punto en cuestión es que preferiría no estropear este momento hablando de negocios. Pero, como soy un chico bueno, te dejaré...


—Son tus negocios —volvió a interrumpirlo.


—No quieres acompañarme a comer con el posible comprador la próxima semana porque... —Pedro hizo un ademán para que ella completara la frase.


Pero ella señaló al estanque con lo que le quedaba del cono de helado.


—Voy a dar de comer a los patos.


—Mejor —repuso con una sonrisa mientras partía el bocadillo y arrojaba pedacitos al agua—. Mucho mejor.





—¿No ha venido Paula contigo? —preguntó Leticia mientras lo seguía al despacho.


—No, pero he estado pensando cómo podemos utilizar sus ilustraciones —contestó, y acto seguido le explicó brevemente lo que tenía en mente—. Habrá que modificar ligeramente el material gráfico y, como no disponemos de mucho tiempo, Paula ha ido directamente a su casa a trabajar en ello.


—Paula es una mujer encantadora —Leticia se limitó a comentar. 


—Yo también lo creo.


—Pero vulnerable.


—¿Cuál es el punto en cuestión?


—No se me ha pasado por alto la forma en que te mira, Pedro. Sé que sus sentimientos no son asunto tuyo, pero no deberías estimularla. No es justo.


—Ella no es Leticia Appleby y yo no soy Alberto.


—Puede que no —rebatió sonrojándose ligeramente—. Pero sería un gesto bondadoso por tu parte atenerte estrictamente a los negocios.


—Espero que simpatices un poco conmigo, Leticia. Si hubieras mirado en la otra dirección, habrías visto cómo la miraba yo y, créeme, sean cuales sean sus sentimientos, Paula hace muy bien en mantenerme a distancia.


Leticia lo miró fijamente unos segundos.


—No le hagas daño, Pedro —dijo finalmente y, sin esperar respuesta, salió del despacho. 

martes, 20 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 28

 —Agradezco todas las ideas —dijo él finalmente, acomodándose en el césped junto a ella—. Pero Leticia pedirá al departamento de producción que se encargue de todos los diseños de maquetas.


Lo que significaba que no quería implicarla en su empresa más de lo necesario, pensó Paula.


—Si eso es lo que prefieres... —accedió con un tono que intentaba ocultar cualquier sugerencia de sentirse rechazada.


¿No era eso lo que ella misma quería?


—Para eso se les paga, Paula —declaró, al parecer consciente de su desilusión.


—No te preocupes —replicó despreocupadamente, esforzándose por recuperar el respeto a sí misma—. Te cobraré cada minuto de mi tiempo.


—Eso está muy bien —dijo al tiempo que la miraba—. Si pago por tus servicios me corresponde a mí decidir lo que hagas —agregó con suavidad, pero con firmeza.


Una advertencia para que no lo pusiera a prueba de esa manera, pensó Paula.


—¿Qué tienes pensado?


Durante un instante sus ojos se encontraron y la atmósfera entre ellos se tornó tan cálida y peligrosa que si Paula hubiera estado de pie, habría retrocedido. Entonces, Pedro permaneció con los ojos cerrados un segundo, como si cerrara una puerta. Cuando los volvió a abrir estaban serenos, ligeramente distantes.


—Primero, quiero que me acompañes a echarle una mirada al equipo informático.


—¿Sí? —preguntó. Naturalmente que le interesaba acompañarlo, porque podría hacer sugerencias sobre la composición. Pero estaba claro que demasiado tiempo junto al inquietante Pedro Alfonso no era prudente. Ni siquiera debió haber ido al picnic en el parque. Lo más sensato sería interponer a Leticia entre ellos. Y Paula intentó actuar con sensatez—. No sé casi nada sobre equipos informáticos. 


—No quiero que me acompañes por eso. Es posible que me equivoque, pero mis investigaciones me han hecho concluir que son las mujeres quienes compran la mayoría de las tarjetas de felicitación.


—¿Y pie necesitas para eso? Se me ocurre que lo único que necesitas es hacerlas en tono rosa —sugirió con inocencia.


—¿He tocado algún punto sensible? ¿Voy a tener que oír una conferencia basada en el manual de las feministas? —preguntó sonriendo.


—¿Estás familiarizado con el tema?


—Como todos los hombres de mi generación, Paula —comentó al tiempo que moldeaba el helado con la lengua, excitando zonas del cuerpo femenino que ella había olvidado que existían—. ¿Es en este momento cuando tengo que decir que me avergüenzo profundamente de lo que he dicho?


Paula sabía que le estaba tomando el pelo, pero se sentía tan aliviada de dar rienda suelta a una emoción que no tenía que esconder, que lo miró con exagerado enfado.


—No te creería, incluso aunque lo hicieras.


—Sí, señora —replicó con sorna.


Paula tuvo la certeza de que él disfrutaba de la situación. Y eso era bueno. Volvían a los antiguos pinchazos bien intencionados.


—Lo que necesitas es un amable comerciante detallista dispuesto a poner en funcionamiento el equipo y así sondear el mercado —sugirió.


—Aunque podría ser complicado. Verás, tendría que ser un comerciante independiente, porque si logro interesar al comprador mayorista que veré la próxima semana, querrá un contrato en exclusiva para su cadena de tiendas.


—Nada menos que ochocientas tiendas.


—Como dijiste, es un buen montón de tarjetas —convino Pedro.


—Puede ser, aunque los comerciantes independientes también tienen derecho a ganarse la vida —rebatió Paula.


—Estoy de acuerdo. Pero desgraciadamente son ventas al por menor. Las cadenas comerciales son las únicas que pueden comprar grandes cantidades. Y cuantas más ventas haya, más dinero ganarás.


—¿Crees que voy a comprometer mis ideales en beneficio propio? 


—¿No es ésa la razón que te ha traído a compartir tu almuerzo conmigo?


Era cierto que había dicho algo por el estilo, no podía negarlo.


—Una de las razones. Bueno, voy a pensarlo. Por lo demás, si el público compra las tarjetas, también comprará el abecedario a juego.


—De acuerdo entonces, pero no olvides que necesito que le eches una mirada al prototipo. Sé que puedo confiar en ti para que me digas lo que piensas. Estoy seguro de que nunca te dejarías llevar por mi opinión si detectas imperfecciones en el sistema.


—Ni por un segundo. Cuenta con ello.


—¿Dispones de tiempo libre el sábado por la mañana? ¿O tienes un encargo que necesita toda tu atención?


Nada importante. Pero en la batalla de su propia conservación se negaba a entregarle una invitación abierta para disponer de su tiempo o de su corazón.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 27

Eso era más importante que una incomodidad momentánea. Eso y asegurar las pensiones de jubilación de Leticia y del resto del personal de la empresa. Esas cosas perdurarían aun después de que Pedro hubiera regresado a Nueva York y olvidado todo lo sucedido entre ellos. Tenía que comportarse como si nada hubiera ocurrido. Como si el beso de un hombre tan apuesto fuese algo normal, algo que no merecía un segundo pensamiento. Así que Paula escondió sus sentimientos y toda la magia de lo ocurrido tras una radiante sonrisa.


—El que llegue el último paga los helados.


—¿Quieres echar una carrera conmigo?


—¿Crees que podrías ganarme? Oye, sería una pena desperdiciar ese bocadillo. Estoy segura de que los patos te lo agradecerían.


—¿Los patos? —preguntó Pedro, que todavía intentaba recuperarse de la caricia que lo había dejado tembloroso—. De acuerdo — dijo al tiempo que volvía sobre sus pasos para recuperar el bocadillo de la basura.


No había tenido intención de besar a Paula. Había sido un gesto espontáneo que le sirvió para darse cuenta de que en los últimos años había controlado excesivamente sus emociones. No había habido el menor artificio en la caricia, el menor cálculo. Había sucedido tan repentinamente que sintió que era algo bueno. Y todavía le parecía bueno al recordar el modo en que los labios femeninos habían buscado los suyos, el aroma de su piel. Sí, perfecto. Si por primera vez en muchos años se dejaba llevar por el corazón más que por la cabeza, tenía que reconocer que la experiencia había sido algo más que un susto. Aunque en ese instante no habría sabido decir si su corazón latía de deseo o de terror.


—¿Estás segura de que los pepinillos no le harán daño a los patos? — preguntó, y al no tener respuesta, se volvió hacia ella; pero Paula se había alejado aceleradamente.


Por un segundo temió que hubiera aprovechado su distracción para escapar de él, pero al ver que se detenía junto al carrito de los helados y hablaba con el hombre, no pudo menos que reír.  Era posible que el beso la hubiera tomado por sorpresa, lo mismo que le había ocurrido a él, pero no la había escandalizado aquella descarada libertad. De hecho, Pedro estaba seguro de que, tras la sorpresa, ella le había devuelto la caricia. Aunque no podía negar su terror, reconoció que estaba preparado para correr el riesgo por esa mujer. Así que, sonriendo, se reunió con ella. Paula ya había hecho el pedido y en ese momento le tendía unas monedas al heladero.


—Buena jugada, Paula, aunque creí que el perdedor tenía que pagar.


Ella recogió el cambio y Pedro los helados.


—Olvidé lo del perdedor, desgraciadamente —comentó encogiéndose de hombros en un gesto casual.


—Eres una mujer. Y las mujeres siempre llevan ventaja —rebatió al tiempo que desviaba la vista hacia los patos para no mirar la boca de Paula, que saboreaba su helado. Pedro no pudo dejar de pensar cómo sentiría esa boca, fría por el helado y cálida bajo su lengua.


Paula dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. Habían pasado la escena del beso sin incomodidad, dispuestos a reanudar la conversación. Seguro que, al ser hombre, Pedro olvidaría lo sucedido y ambos continuarían con su relación profesional. Porque ella en ningún momento pensó que el beso hubiera sido algo especial para él. Había sido uno de esos besos oportunos. Los labios de ella habían estado a mano y él... Bueno, no sabía a ciencia cierta en qué había pensado. Sin embargo, podría haber habido un mensaje como «Eres una mujer... Y te deseo». Había sido un beso que podría conducir a algo más, o tal vez no. En todo caso había sido memorable y lo único que tenía que hacer era evitar que Pedro se sintiera culpable por haberla invitado a dar un paseo. No quería que pensara que ella podría tomar la caricia como una declaración de... Cualquier cosa. Como gesto de independencia, se alejó de él y acercó la silla a la orilla del estanque.


—Verás, estaba pensando en hacer un friso para la habitación de Nicolás —comentó con naturalidad, entre dos bocados de helado. Fue fácil. Hacía mucho tiempo que gobernaba el arte de ocultar sus sentimientos—. Utilizando el alfabeto —añadió y, al ver que no contestaba, se volvió a mirarlo. Parecía más interesado en los patos que en sus palabras—. Si quieres, podría hacer una maqueta para tu reunión de la próxima semana—insistió. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 26

 —Todavía queda uno de queso con pepinillos en vinagre ¿O prefieres un postre?


—¿Postre? —preguntó. Cuando se inclinó a examinar la bolsa, uno de sus rizos tocó la mejilla de Pedro y él sintió que todas las células de su cuerpo respondían a su cercanía—. ¿Qué postre? —inquirió alzando la vista, con los ojos más oscuros que el ámbar a la tenue luz bajo los árboles—. Aquí no hay más que una manzana.


—¿Nunca me vas a conceder el beneficio de la duda? —preguntó al tiempo que le tomaba la cara cuando ella, un tanto confundida, intentó echarse hacia atrás—. ¿Cuándo piensas confiar en mí, Paula?


—Bueno... —empezó a decir y se quedó sin palabras.


—No importa —murmuró Pedro mientras inclinaba la cabeza hasta sentir la suavidad de los generosos labios de Paula bajo los suyos. 


Paula apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que la había besado antes de que él se levantara, sin duda arrepentido del impulso y ansioso por alejarse de ella.


—Vamos, hay un carrito de helados junto al estanque.


«Es demasiado tarde para arrepentirse», pensó Paula. Todo lo que podía hacer era ignorar su pulso acelerado y actuar como si nada hubiera ocurrido.


—Realmente sabe cómo llegar al corazón de una mujer, señor Alfonso —dijo con la esperanza de que su voz fingidamente radiante y despreocupada lograse convencerlo.


—¿Tú crees? —respondió en un tono extrañamente neutro mientras miraba hacia el estanque, sin que ella lograra ver su expresión—. Tal vez tengas razón pero, según mi experiencia, se necesita algo más que un helado para conseguirlo.


—No me cabe duda de que tú puedes hacerlo.


Nadie la había besado de ese modo desde el día en que su coche se deslizó por una capa de hielo y fue a estrellarse contra un muro. Y su pobre cuerpo traidor se había encendido de tal modo que con toda seguridad él lo había notado. Se había encendido de una manera que Paula no creyó que todavía fuera posible. No se trataba sólo del ramalazo sexual, sino de algo más profundo. Y deseó quedarse quieta, reviviendo ese instante una y otra vez. Sin embargo, Pedro había empezado a recoger los desperdicios para arrojarlos a un basurero no lejos de allí, ansioso por moverse y sin duda preguntándose qué le había sucedido. Ambos se sentirían tal vez más cómodos si ella se marchara con una excusa. Aunque el negocio que se traían entre manos era demasiado importante como para permitir que una momentánea insensatez por ambas partes lo arruinara todo. Si él podía sacarlo adelante y vender la idea a un mayorista, posiblemente el dinero por derechos de autor le proporcionaría a ella unos ingresos regulares con los que podría ahorrar para comprarse una casa. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 25

 —Lo del bocadillo era una broma. Ahora sí que me siento incómoda.


—Como sé que ahora no me vas a rechazar, te perdono.


—¿No será una excusa para no trabajar? ¿No deberías estar organizando tu plan maestro para salvar a Coronet?


—Tú eres mi plan maestro.


Eso era bueno. A Paula la hacía feliz ser su plan maestro. El problema era lo de tomarse de la mano continuamente y el picnic en el parque. Finalmente reunió la fuerza suficiente para librar su mano de la de Pedro.


—Una buena razón para volver a mi tablero de dibujo y empezar la adaptación de las ilustraciones para tí.


—Esto será una comida de trabajo. Primero tenemos que negociar tus honorarios por todo el trabajo extra que tendrás que hacer. Luego tendremos que discutir sobre la gama de productos basados en tu abecedario. Me preguntaba si has hecho algo más para Nicolás. Tengo algunas ideas, pero... 


—¿Estás planeando una gama completa de artículos basados en el abecedario? —preguntó, en tono dudoso.


—Sí que sabes cómo desinflar el ego de un hombre —comentó Pedro, con una sonrisa.


—¿Qué tiene que ver tu ego con esto? Como asesora de Coronet es mi deber sacar el máximo partido de las inversiones de la empresa. Y como diseñadora de la nueva gama que me propones, tengo que velar por mis propios intereses.


—¿Entonces aceptas hacerte cargo de ambas cosas?


—Sí.


—¿Nos vamos entonces?


Pedro iba junto a la silla de Paula cuando cruzaron la calle y entraron en el parque.


—Así está mejor —dijo ella antes de detener su silla junto a un banco a la sombra de los árboles.


—¿Qué? —preguntó Pedro mientras se sentaba a su lado.


—Que por fin te has tranquilizado.


—Nunca he estado intranquilo —se defendió, pero al ver que ella se limitaba a sonreír, añadió—: De acuerdo, tal vez me puso ansioso ver que lo peatones ni siquiera se apartan para dejarte pasar.


—¿Y por qué deberían hacerlo?


—Bueno, ese chico de los patines casi chocó contigo.


—¿Piensas que debería ir con una campanilla para pedir a los peatones que me cedan el paso?


Pedro se dió cuenta de que se había metido en un problema.


—La verdad es que no pienso nada —optó por decir.


—¿Quieres que cambiemos de tema? —sugirió ella, con una sonrisa.


—¿Estaba bueno el bocadillo? —preguntó Pedro un poco más tarde, cuando Paula terminó de comer y retiró las migas de las piernas antes de arrojárselas a los gorriones, que rondaban expectantes.


—Estaba delicioso. Gracias. Decididamente podría acostumbrarme a esto.

jueves, 15 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 24

 —¿Daniela te llevó a su casa tras el accidente?


—En cuanto terminé la rehabilitación, aunque lo hizo parecer como si yo le estuviera haciendo el favor de obligarla a enfrentarse al sótano de una vez por todas. Así que tras sacar los trastos viejos, se dedicó a ampliarlo y convertirlo en un departamento con jardín. Y Juana todavía se comporta como si yo no pudiera hacer frente a las tareas domésticas. En cuanto salgo del piso, ya baja ella con la aspiradora en mano. Bueno, ¿Así que pensaste que fui yo la que atendió tu llamada? —preguntó. Al ver que Pedro ni lo confirmaba ni lo negaba, exclamó entre risas—: ¡Sí, lo pensaste!


Paula deseó no haberse precipitado en marcharse. Si hubiese sido más valiente estaría junto a él, con la mano en la suya mientras él le explicaba sus ideas respecto a un tipo de tarjetas personalizadas que se imprimirían en el acto. No le era fácil concentrarse, ni siquiera amparada en la seguridad de la distancia que los separaba. El solo hecho de mirarlo le impedía pensar con claridad. Se preguntaba cómo sería sentir sus cabellos entre los dedos, cómo olería su piel al salir de la ducha, cómo sería sentir sus largos dedos acariciándola. El esfuerzo por volver a la realidad la hizo estremecerse. Pedro dejó de hablar y la miró con preocupación.


—Paula, ¿Te encuentras bien?


Ella tragó saliva y luego asintió.


—Lo siento. Es el aire acondicionado —mintió.


—Vaya.


La única molestia con la temperatura radicaba en su interior. Era el calor y no el frío lo que le causaba problemas. Acostumbrada como estaba a salir completamente ilesa de cualquier coqueteo, siempre se había sentido a salvo, y nunca se le había ocurrido pensar en los riesgos que podría correr cuando abordó a Pedro aquella noche en la recepción de Daniela y Gustavo, irrumpiendo en su oscuro ensimismamiento. 


—Volviendo a la impresión de tarjetas, ¿No será muy costosa la producción? ¿Qué me dices del entrenamiento del personal? —preguntó haciendo un gran esfuerzo por concentrarse.


—Me han dicho que no hará falta más que una fotocopiadora. Podrás comprobarlo por tí misma cuando el prototipo esté preparado.


—¿Ya has pensado en eso?


—Tengo un cuñado experto en estas materias. Dice que dispone de un equipo informático capaz de realizar el trabajo con un mínimo de adaptación. Todo lo que necesitamos es alguien que se encargue de preparar la programación y ya lo tendremos resuelto. Además, mi cuñado conoce a esa persona —declaró entusiasmado, pero al ver su expresión dudosa, añadió—: No se trata de nueva tecnología, Paula. Tú misma puedes imprimir tarjetas de negocios personalizadas en cualquier gasolinera.


—Sí, pero...


—Esto no es tan diferente. Los diseños son fijos. El comprador sólo tiene que programar cada nombre. Aunque hay un pequeño problema.


—¿De veras? ¿Sólo uno?


—No sólo necesito tus dibujos, también tendré que pedirte que los adaptes un poco.


—¿Y si no quiero?


—Bueno, hay otros abecedarios —replicó inexpresivamente, pero sus ojos, del color del mar en un día de sol, le aseguraron que sabía que no se iba a negar—. No me cabe duda de que hay muchos editores que estarían contentos de llevarse mi dinero.


—Es verdad. Tal vez deberías preguntarle a tu asesora qué es lo que sugiere.


—Como asesora de la empresa, ¿Qué sugieres, Paula?


—Te aconsejaría que ahorraras tu dinero y utilizaras la opción por la que ya has pagado.


—¿Estás de acuerdo, entonces? —dijo mientras se acercaba y le tomaba la mano que, esa vez, ella no retiró—. Gracias.


—Agradéceselo a Leticia. Desde ayer guarda un talón para mí. Tengo entendido que tiene fondos. 


—Cuentas con mi garantía personal —afirmó al tiempo que le apretaba la mano—. Tienes la mano fría. Tal vez podríamos continuar la conversación en un sitio más abrigado. ¿Tienes hambre?


—Parece que alimentarme se ha convertido en el trabajo de tu vida, ¿No es así? No, no contestes esa pregunta. Sí, tengo hambre. ¿Podrás conseguir una mesa en Giovanni's a esta hora? —preguntó bromeando.


—Te sorprenderías de todo lo que puedo hacer, pero he pensado en algo menos formal. Podríamos aprovechar este día de sol y comer al aire libre.


—¿Un picnic en el parque? De acuerdo, pero para hacer un picnic se requiere algo de comida.


—¿Crees que invitaría a una dama con las manos vacías? Quiero que sepas que llegué a tu casa armado de un bocadillo de aguacate, exactamente como lo pediste —declaró antes de indicar la mesa detrás de ella.


Paula miró por encima del hombro y vió una bolsa con el nombre de una elegante pastelería. Debió de haberla dejado allí cuando llegó. Se preguntó cuánto tiempo habría estado en el umbral de la puerta antes de que ella sintiera el hormigueo de advertencia en la nuca.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 23

Ella sintió una sacudida eléctrica cuando el hombro de Pedro rozó el suyo. Desde el principio, se había dado cuenta de que había sido un error mirarlo con enfado, aunque se suponía que ese día no iría a la oficina. Leticia se lo había asegurado.


—¿Qué te hace pensar que estoy enfadada? —preguntó. Pero él permaneció en silencio—. ¿Qué cosa podrías hacer que tuviera el más mínimo efecto sobre mí?


—No lo sé, Paula. Tu mirada fue elocuente. Pensé que éramos amigos.


—¿Sí? ¿Y Leticia? ¿También es tu amiga?


—¿Es por Leticia?


—La has ascendido, Pedro. Está loca de contento, ansiosa por demostrarte su eficacia. Pero todo es una mentira. Vas a quitarle el puesto en unos meses y dejarla en la calle...


—Cuando me hice cargo de la empresa me encontré con esta situación. No podía... No puedo hacer otra cosa —le recordó.


—¡Sí que puedes! —exclamó, consciente de su propia actitud poco razonable—. ¿Sabías que durante años había estado enamorada de Alberto?


—¿Te lo dijo?


—Claro que no. Pero se le nota en la voz, y en todo lo que dice de él. Y los hombres siempre lo saben. Él la utilizó, y ahora tú haces lo mismo.


—Al menos reconozco su eficacia, aunque sea demasiado tarde para poder hacer algo. ¿Preferirías que me hubiera marchado sin intentarlo?


—Preferiría que fueras sincero con ella, que le digas la verdad.


—No debí haberte contado los problemas de la empresa.


—No, no debiste. Aunque estás jugando con su futuro, no con el mío —puntualizó, y porque sabía que él estaba haciendo lo que creía correcto, dejó pasar el tema—. Pero no me hagas caso. Por lo demás, ¿Qué sé yo? Estoy segura de que haces lo que crees que es mejor para todos. Bueno, pasando a otra cosa, parece que has conseguido algo, ¿No es verdad? Por eso has vuelto antes. ¡Cuéntame!


—¿Antes de que se lo diga a Leticia? ¿Sería correcto? —preguntó, con una sonrisa.


—Probablemente, no —admitió, irritada al descubrir que también sonreía. 


—¿Leticia te contó lo que he estado haciendo? —preguntó Pedro.


—Mencionó que habías ido a investigar un poco. Supongo que es lo básico cuando se emprende una nueva aventura.


—La investigación me ha abierto los ojos en cuanto a nuestro potencial. Por ejemplo, he descubierto que nuestro comprador más importante surte casi a ochocientas tiendas.


—Eso implica la producción de un tremendo montón de tarjetas.


—Pero no sólo tarjetas. Podríamos sacar al mercado cuadernos, libretas, agendas de direcciones, incluso bolsas de regalos o frascos de esencias con diseños como éste —dijo con entusiasmo al tiempo que indicaba las ilustraciones botánicas.


—Si ésa es tu gran idea, debo decirte que Leticia ya está en ello. Incluso tenemos un nombre para la colección: «Botanicals», ¿qué te parece? Es un nombre sencillo, de fácil memorización.


—Adjudicado— aprobó Pedro al tiempo que le tomaba la mano y se la apretaba con firmeza, como si formaran un equipo.


Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caer en la trampa. Ellos no formaban un equipo. En Coronet Cards cada cual trabajaba para conseguir sus propios fines.


—Bueno, trabajo hecho. Leticia se puede encargar del resto.


—Ese trabajo está hecho. ¿Pero, qué pasa con los niños de tres a seis años? —preguntó Pedro cuando Paula retiró la mano con suavidad—. ¿Han llegado a algo?


—Nada todavía, pero lo estoy pensando. Bueno, será mejor que vuelva a mi tablero de dibujo —dijo al tiempo que dirigía la silla hacia la puerta.


—Fui a tu casa antes de venir a la oficina.


—¿Sí? ¿Por qué? —preguntó al tiempo que giraba hacia él, lo que hacía pensar que para ella era tan difícil marcharse como para él dejarla partir.


—Porque quería hablar contigo. Pero una mujer medio loca me dijo a través del portero automático «Paula no está aquí» —dijo dijo con un fuerte acento.


Paula se echó a reír.


—Juana no está loca, sólo es griega. Es el ama de llaves de Daniela. Fue abandonada por un hombre que la trataba un poco mejor que a una esclava. Daniela la llevó a su casa cuando la encontró desmayada de hambre en el parque. Tiene un corazón de oro y es maravillosa con los niños, y conmigo también. Así que ambas tenemos en común el haber sido rescatadas.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 22

Pedro se detuvo un minuto en el umbral de la puerta antes de que las mujeres se dieran cuenta de su presencia, absortas como estaban en lo que hacían. Se concedió un minuto entero de gracia para observar a Paula llevarse los dedos a los cabellos, desordenando algunos rizos, mientras examinaba con atención los impresos desplegados ante sus ojos. Un minuto para observar el ceño que se fruncía y luego se alisaba cuando una idea la complacía. Un minuto para sentir el agrado de verla en su terreno y para reconocer otra emoción: Algo más oscuro, celos de que hubiera respondido a la llamada de Leticia cuando parecía que su propia llamada había caído en oídos sordos. Era ridículo. ¿Celoso? En absoluto. Había que estar emocionalmente comprometido para sentir algo tan inútil, una pura pérdida de tiempo, en todo caso. El brillo de los aretes de oro en las orejas y una camisa de seda de color ámbar, que sabía que combinaba perfectamente con el color de sus ojos, atrajeron su atención hacia la parte superior del cuerpo. Los hombros eran fuertes y los brazos, largos y ágiles. Un vaquero de color verde enfundaba las piernas que terminaban en unas botas de ante de color chocolate. ¿Cómo pudo haber pensado que era una mujer común y corriente? Estaba claro que aquella mujer irradiaba fuerza y poder. No se movió, ni siquiera hizo ruido; pero de pronto ella se volvió bruscamente, como si instintivamente hubiera sentido su presencia. Y tuvo otro instante de gracia cuando por un segundo ese rostro fue enteramente suyo antes de ocultarlo tras la máscara protectora, cálida e inteligente que hasta entonces él ignoraba que llevara habitualmente. Un instante que le hizo creer que ella estaba tan contenta de verlo como él de encontrarla allí.


—Pedro, creí que no vendrías hasta mañana. 


¿Por eso había ido a la oficina? ¿Porque estaba segura de que él no estaría allí? ¿Intentaba evitarlo deliberadamente?


—Hola, Paula —saludó, más intrigado que ofendido.


—Hola —respondió ella.


En lugar de besarla en la mejilla como hubiera sido su deseo, se acercó a la mesa, a sabiendas de que un gesto tan casual como ése no tenía lugar en su relación con Paula.


—¿Leticia te ha traído en calidad de asesora? —preguntó en tono fingidamente ligero al tiempo que tomaba una de las maquetas.


—Sí —Leticia intervino rápidamente antes de que ella pudiera negarlo. Paula se encontró atrapada entre exponer a Leticia o participar en la mentira—. Al menos he hecho la oferta. Aunque voy a necesitar un poco de ayuda para convencerla.


—Encantado de ayudarte, Leticia —dijo mirando fija—mente a Paula—. Estas ilustraciones tienen clase —comentó al tiempo que pensaba: «Igual que la mujer»—. También me gusta tu idea de imprimirlas en tarjetas, Paula.


—Gracias.


Pedro no había apartado los ojos de ella, y ella le devolvió la mirada. Una mirada directa, desafiante. Tuvo la clara impresión de que estaba enfadada con él, aunque no podía imaginar cuál era la razón.


—Leticia, ¿Por qué no consigues muestras de marcos y evalúas los costes?


—Voy de inmediato —dijo la secretaria antes de salir y cerrar la puerta.


Todavía con los ojos fijos en Paula, él volvió la tarjeta de modo que quedó frente a ella.


—Cuando encontré estas ilustraciones botánicas pensé que no eran más que basura.


—Estaban un poco manchadas solamente. Utilicé tu ordenador para hacerles un escáner y limpiarlas. El truco consiste en no limpiarlas demasiado para que no pierdan su pátina, sólo quitarles el aspecto raído.


—Un buen trabajo —aseguró, y al darse cuenta de que Paula tenía que esforzarse para mirarlo, se sentó junto a ella—. ¿He hecho algo que pudiera haberte contrariado, Paula? 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 21

 —Leticia...


—Pero qué digo. Seguramente querrá a alguien más joven. Así que es mejor olvidar lo de las oportunidades. Tendré suerte si consigo otro...


—¡Leticia!


La secretaria se detuvo en seco. Fue en ese momento cuando se hizo una luz en su cerebro que brilló como un faro luminoso. Y había una sola persona con la que quería compartir su descubrimiento.




Una hora más tarde, Pedro estacionó ante la casa de Paula sin hacer caso del cartel que indicaba «Sólo para Residentes». Bajó la escalera que conducía al sótano y tocó el timbre.


—¿Quién es? —preguntó una voz con acento claramente extranjero.


Bueno, Paula ya le había advertido que podía recurrir a esos trucos cuando no quería recibir a nadie.


—Paula, soy Pedro —dijo, con una sonrisa. Se produjo una pausa.


—Paula no está aquí. 


—Muy divertido. Déjate de bromas y abre la puerta. Tengo algo importante que decirte.


—Ya le he dicho que Paula no está aquí —repitió la voz lenta y claramente.


Pedro volvió a llamar. Luego golpeó con los nudillos, y luego la llamó a voces.


—Paula, no me hagas esto. ¡Ya sé cómo utilizar tus ilustraciones! ¡Mi idea es brillante!


El portero automático hizo un ruido y oyó la misma voz de antes.


—Márchese.


—De acuerdo. Mensaje recibido. Estás ocupada, llámame cuando tengas un momento libre.


Pedro subió la escalera con la esperanza de que en cualquier momento se abriera la puerta. Sólo cuando llegó a la calle aceptó el hecho de que eso no iba a suceder, y observó que una agente del tráfico le dejaba la papeleta de una multa en el parabrisas.





—¿Se dedican a la producción de papel de envolver?


—Sí, pero... ¿Qué piensas? —Leticia la miró desconcertada.


—Pensaba que si se pudiera aplicar la imagen ampliada sobre papel de tamaño estándar... —Paula negó con la cabeza—. No, la imagen aumentaría demasiado y aparecería punteada. Tendré que pensar en eso. Pero no veo ninguna razón para no ofrecer reproducciones, en cambio. La mayoría de las tiendas de tarjetas también venden regalos, y una tarjeta de cumpleaños con su correspondiente etiqueta, que haga juego con el regalo, podría ser muy sugerente. Valdría la pena probar con compradores importantes y...


En ese instante se dió cuenta de que Leticia ya no le prestaba atención. Miraba fijamente a la puerta.


 —Así da gusto verlas. Tienen buen aspecto —comentó Paula, examinando las maquetas que el departamento de producción había hecho de los impresos botánicos.


—Creo que ésa es la diferencia entre nosotras. Donde yo sólo veo deterioro, tú ves antigüedad. Impresas sobre una tarjeta a juego tienen un aspecto fino y de gran calidad. 

martes, 13 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 20

Desilusionada, Paula tragó saliva. ¿Qué había esperado? Aquello no era nada más que un asunto de negocios. Los bocadillos y el vino habían sido su modo de ganarse las ilustraciones. Y en ese momento las tenía. ¿Así que para qué perder más tiempo con ella? Aunque también había dicho que había ido a verla porque ella lo hacía reír. «Baja a la tierra, Paula», se dijo con firmeza. «Él sabía que tú tenías algo que podía serle útil y fue lo suficientemente listo como para que pareciera una ocurrencia tardía».


—¿Señorita Chaves?


—Lo siento. Estaba... Atendiendo a alguien. Ahora sí que la escucho.


—Decía que tal vez podríamos reunimos para discutir los detalles. ¿Le viene bien aquí en la oficina? —sugirió. Leticia Appleby no era tan sutil como Pedro Alfonso. Él no habría hecho una petición tan abierta y con ello darle una oportunidad para negarse. Habría ofrecido dos alternativas, obligándola a elegir una—. O si lo prefiere, podríamos comer en algún lugar de su gusto. Lo que sea más conveniente para usted.


—Realmente, señora Appleby...


—Leticia, por favor.


—Leticia, no me interesa vender una opción. Tal vez Pedro no le dijo que estoy buscando un editor —puntualizó. Desde luego, hablaba por puro orgullo. Pedro Alfonso estaba dispuesto a pagarle bien simplemente por conservar sus ilustraciones durante seis meses. No había ilustradores en el país que no tuvieran un abecedario que ofrecer a los editores, y la mayoría habría brincado ante tamaña oferta. Era un dinero que ganaría sin tener que trabajar y que podría destinar al fondo para su futura casa campestre. Además, en seis meses el libro volvería a sus manos y tal vez pudiera encontrara un editor interesado en publicarlo—. ¿Eso es todo?


—¡No! —exclamó Leticia precipitadamente—. Pedro quería que conversara con usted sobre el mercado en general. Quedó realmente impresionado con su trabajo. Volvió a la oficina lleno de planes respecto a una serie alfabética. Desgraciadamente nada utilizable, pero me autorizó para que le ofreciera una comisión por cualquier idea que a usted se le ocurriera.


—¿Y de eso quiere hablar conmigo?


—Sí —contestó, claramente aliviada. 


Bueno, aquello era diferente. Tal vez se mostrara un tanto dura. Ya había echado a Sebastian una vez y quizá por eso enviara un delegado en aquella ocasión. Una demostración de su interés por los negocios. Tal vez fuera hora de dejar de soñar y de adoptar un criterio más mercantil.


—¿Está ahí? ¿Puedo hablar con él?


—Me temo que no es posible. No vendrá a la oficina hasta el jueves —la informó. De acuerdo, él se estaba tomando el asunto verdaderamente en serio—. Me haría un gran favor personal si al menos considerase la opción, señorita Chaves. Ésta es una promoción para mí, y cuando Pedro vuelva a Estados Unidos va a necesitar a alguien que se haga cargo de la empresa y...


Leticia se paró en seco, pero el mensaje estaba claro.


—Y usted necesita ese cargo, ¿No es así?


Paula se dió cuenta de que Leticia Appleby ignoraba lo que estaba sucediendo en la empresa. Pedro le había dado un cargo de adorno y ella había pensado que tendría la oportunidad de probarse a sí misma. Pero la triste la verdad era que, con o sin comprador, la iban a echar. ¡Qué bastardo!


—Durante los últimos tres años he tenido que encargarme casi totalmente de la empresa. He hecho de todo, menos la elección final del material gráfico. Para serle sincera, George... Alberto Alfonso... El fundador de la compañía...


—Pedro me habló del señor Alfonso —Paula fue en su rescate cuando le pareció que la voz de Leticia Appleby se quebraba—. ¿Trabajaste para él durante mucho tiempo? —preguntó amistosamente.


—Fui la primera persona que contrató. Yo acababa de terminar mi carrera de Secretariado. Él era muy fino, muy apuesto.


Venía de familia. Estaba claro que Alberto Alfonso había robado el corazón de su joven secretaria y nunca se lo había devuelto.


—No lo dudo.


—A pesar del triple bypass se recuperó muy bien, pero nunca volvió a ser el mismo. Probablemente debió de haberse retirado, tomarse las cosas con más calma, pero realmente disfrutaba viniendo a la oficina. Si puedo demostrarle a Pedro que soy capaz de manejar el material gráfico y encontrar nuevos diseños, tendrá que darme una oportunidad, ¿No crees? Porque a mi edad nunca volveré a tenerla. 


—Cielo santo, lo siento mucho. No sé qué me ha pasado —dijo muy turbada.


—De acuerdo, Leticia. Sí, acepto la opción —declaró. No lo hacía por Pedro, ni siquiera por sí misma, sino por otra mujer que estaba en apuros. Haría lo posible por contribuir a la venta de la empresa para que Leticia no lo perdiera todo—. La opción sobre el abecedario es tuya y será un placer conversar contigo.



Pedro pasó la tarde del martes y la mayor parte del miércoles hablando con los comerciantes al por menor y, aparte de examinar una creciente colección de artículos de gran salida, todos producidos por la competencia, no aprendió nada útil, salvo que el público de cualquier edad parecía mostrar un apetito insaciable por las tarjetas con ositos y erizos. También tuvo oportunidad de enterarse de que cualquier persona con acceso a un ordenador podría hacer lo que él había deseado: Una tarjeta personalizada con el nombre de un niño. De hecho, tenían una inmensa ventaja sobre él, ya que podían utilizar el nombre que quisieran, por muy especial que fuera.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 19

Pedro pensó que tal vez era egoísta, pero recordó que ella misma le había dicho que las posibilidades de encontrar un editor eran bastante escasas. Además, si Paula no quería venderle la opción, nadie lograría persuadirla.


—¿Y qué más?


—Bueno, nada específico. Háblale del mercado por si se le ocurre alguna idea y, si la tiene, ofrécele una comisión por el material gráfico.


—Veo que no pides mucho —Leticia comentó con ironía.


—Nada que no puedas manejar, estoy seguro. Pero si decides llevarla a comer, elije el restaurante antes con ella.


—Veamos hasta dónde podemos llegar con una llamada telefónica. Tienes su número, ¿Verdad?


Pedro lo había visto escrito en el teléfono de Paula el día de la fiesta, cuando había ido a buscar el whisky.


—Llámala a este número —dijo al tiempo que lo anotaba en un bloc de notas.


—De acuerdo, lo haré de inmediato. ¿Dónde vas? —preguntó al verlo camino de la puerta.


—No te preocupes, Leticia. No me voy a escapar. He de hacer una pequeña investigación básica, como por ejemplo, mirar las ofertas de la competencia, ir a las tiendas, hablar con los comerciantes minoristas... Esas cosas. Para cuando tengas algo interesante, tal vez me habré hecho una idea de este negocio.


—De acuerdo. ¿Cuándo estarás de vuelta? En caso de que la señorita Chaves lo pregunte.


—No lo hará.


Durante las últimas semanas se había sentido paralizado de rabia por la manera en que su carrera tan prometedora se había visto suspendida y por tener que dejar de lado una vida tan satisfactoria. ¿Paula habría sentido lo mismo tras el accidente? Ni siquiera podía imaginar el cambio brutal de su vida. Un cambio permanente, como volver a aprender incluso las cosas más sencillas de la vida cotidiana, cosas que una vez había dado por descontadas.  Él no había perdido nada. Dentro de seis meses volvería a retomar una vida que lo estaba esperando. Y si no la retomaba exactamente donde la había dejado, sería un poco más lejos. En esos momentos era necesario dejar de sentir autocompasión y hacer lo posible para convertir a Coronel en una empresa que los principales competidores se pelearan por comprar. Y tras esos seis meses de experiencia, sería un profesional mucho más eficaz en su trabajo. Y su trabajo era lo único que le importaba.


—A mí también me interesa saberlo. Así que dime cuándo volverás a la oficina.


—El jueves por la mañana. Podrás defender el fuerte hasta entonces, ¿Verdad?


—No sería la primera vez —observó Leticia, con suavidad.



Paula dió un brinco al oír el sonido del teléfono. No podía ser él. No quería que fuese él... Y odió la expectación que la dejaba sin aliento, el salto del corazón anticipando aquella voz que anhelaba oír, el hecho de delegar en otro toda perspectiva de alegría. Había renunciado al derecho a la autoindulgencia. Esos sentimientos eran para otras personas. Dejó pasar unos cuantos timbrazos antes de levantar el auricular con el corazón galopante. Entonces respiró lentamente.


—Paula Chaves. ¿Diga? —dijo con voz clara, imperturbable. Una voz que no la traicionaba. Una lección duramente aprendida.


—Señorita Chaves, me llamo Leticia Appleby. Soy... Soy la coordinadora de compras de la empresa Coronet Cards —la saludó. «No es él», pensó Paula con el corazón más tranquilo, aunque se debatía entre la desilusión y el alivio—. Señorita Chaves, ¿Está ahí?


—Lo siento, sí...


—Espero no importunarla, pero me gustaría hablar con usted respecto a la compra por parte de Coronet Cards de una opción por seis meses de las ilustraciones de su abecedario.


—Vaya...


¿Coronet Cards? ¿Pedro quería sus dibujos y le había pedido a otra persona que la llamara para hacerle una oferta? 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 18

 —No digo que sea imposible, Pedro, pero tienes que verlo desde el punto de vista del comerciante detallista. Sólo con un nombre de niño y de niña por cada letra del abecedario, ya tienes cincuenta y dos tarjetas. Ésa es una gran inversión en una sola gama de productos. Y naturalmente que sólo una tarjeta es la adecuada para cada cliente. Si no quedan tarjetas con el nombre de «Pablo», el cliente no comprará una que diga «Patricio» y se irá a buscar otra cosa en otra tienda.


—¡Diablos! Sí que es cierto. Y yo que pensé que había dado con la solución... —dijo al tiempo que giraba el sillón de piel hacia la ventana que quedaba a sus espaldas y se pasaba los dedos por los cabellos.


De inmediato recordó que Paula había hecho el mismo gesto dejando un pequeño rizo levantado que él deseó alisar con sus dedos.


—Bueno, mientras estabas ausente llamé a un par de antiguos clientes que en el pasado nos encargaron trabajos publicitarios. Quedaron de contestarme.


Tras respirar hondo, Pedro se volvió hacia ella.


—Gracias, Leticia. Sospecho que sin tí esta empresa habría desaparecido hace mucho tiempo.


—Es posible —convino antes de cambiar de tema y concentrarse en el libro de Paula—. Esta obra es única por su originalidad.


Una descripción que calzaba tanto con la artista como con su trabajo.


—Paula también lo es.


—Tal vez deberías considerar la posibilidad de ofrecerle un encargo y hacerle un contrato antes de que alguien más la descubra, ¿No te parece?


—Puede que tengas razón, pero dudo ser la persona más adecuada para negociar con ella. Por alguna razón se niega a tomarme en serio.


—¿Quieres decir que además de talentosa es una mujer inteligente? — preguntó, y al instante se puso roja—. Lo siento, eso no ha estado bien.


—No lo creas, Leticia.


Incómoda, ella se encogió levemente de hombros.


—A veces George hablaba de tí.


—Nada bueno, naturalmente.


—Te equivocas, él te quería mucho. Pero también se preocupaba por tí. Solía decir que te habías apartado de todo, menos de tu trabajo, y que cuando despertaras y te dieras cuenta de lo que te habías perdido, sería demasiado tarde.


—Nadie podría acusarlo de haber desperdiciado su tiempo.


—No.


—¿Era feliz?


—A veces. Durante breves períodos. Pero nunca dejó de buscar y de tener esperanzas.


—Tal vez debió apartar los ojos del horizonte por un momento y fijarse en lo que tenía más cerca —comentó pensando en las mujeres frívolas y glamurosas a las que su tío había dedicado tiempo y dinero a cambio del placer de ir del brazo de una beldad encantadora. Era una inclinación que habían compartido excepto que, a la inversa de George, él había aprendido a no entregar el corazón.


—Es cierto.


—Volviendo a la señorita Chaves, ¿Por qué no la llamas? Dile que te han nombrado coordinadora de compras de la empresa Coronet Cards.


—¿Coordinadora de compras? —preguntó, muy sorprendida.


—Si no te gusta puedes cambiarle el nombre. Hablaremos de un sueldo más apropiado posteriormente, ¿Qué me dices?


—No, no creo que yo... Realmente... ¿Estás seguro? —inquirió con ansia tras unos segundos de vacilación.


—No te subestimes, Leticia. Sabes más de este negocio que cualquiera de nosotros y como voy a depender bastante de tí, es justo que seas recompensada.


Ella lo pensó unos segundos y luego se volvió hacia él, aparentemente convencida.


—¿Y qué quieres que le diga a la señorita Chaves?


—Primero, quiero que le ofrezcas una opción de compra por estas ilustraciones antes de que algún editor inteligente decida adquirir el libro.


—¿Una opción de cuánto tiempo?


—De seis meses —decidió. No valía la pena prolongarla más. Si en ese plazo no habían utilizado las ilustraciones, estaba claro que ya no lo harían. Entonces volverían a manos de Paula, dejándola en libertad para venderlas a quien quisiera—. Y te autorizo para que negocies un precio razonable.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17

 —No está acabado. ¿Algo más? Entonces, vete ahora.


—Lo siento. He abusado de tu tiempo. ¿Puedo llevarme esto? — preguntó con el abecedario en la mano.


—Claro que sí. Y enséñalo a cualquier editor o periodista que conozcas.


—Lo haré si prometes comer conmigo la próxima vez que te llame.


—No te das por vencido, ¿Verdad, Pedro? —preguntó al tiempo que se volvía a mirarlo—. Lo de los editores no iba en serio. Llévate el libro, pero sin ningún compromiso. 



En lugar de tomar un taxi, Pedro resolvió volver a pie a la oficina.


—Leticia, creo que tengo la solución —anunció mientras ella lo seguía con un puñado de mensajes—. Mira esto.


Leticia hojeó el libro con una sonrisa al contemplar las ilustraciones. Luego lo miró, ligeramente desconcertada.


—Son unos dibujos encantadores, pero no sé cómo podríamos utilizarlos.


—No como aparecen aquí, desde luego —observó él mientras se acomodaba en el inmenso sillón giratorio de Alberto—. Pero vamos a suponer que fabricamos series de tarjetas con los nombres infantiles más conocidos. Por ejemplo, la tarjeta que representa el globo podría decir «G es la primera letra de...» —Pedro hizo un ademán para que ella le diera algunos nombres.


—¿Germán o Gabriela? —sugirió Leticia en un tono que no revelaba mayor entusiasmo.


—No te gusta la idea, ¿Verdad?


—La idea no está mal. Generalmente las ideas sencillas son las mejores.


—¿Pero...?


—Pensaba en la logística, simplemente. ¿Cuántos nombres crees que hay?


—Miles. Pero obviamente utilizaríamos los más conocidos. Como los que pintan en jarritas, llaveros y en placas de cerámica para colgar en las puertas, como el tipo de artículos que se vende en las gasolineras, por ejemplo. Hay por ahí una lista anual de los nombres más populares de niños, ¿No es verdad?


—Supongo que sí.


—¿Pero...?


Ella se dejó caer en la silla frente a él. 

jueves, 8 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 16

 —Sí que estás en un lío, chico —dijo al tiempo que le llenaba la copa—. Sírvete otro de estos excelentes bocadillos ¿Y cómo piensas que puedo ayudarte?


—No lo sé. Necesitaba hablar con alguien que no es—tuviera implicado en el asunto. Los empleados de Coronet están muy inquietos porque temen perder su puesto de trabajo, y a la familia le aterroriza un escándalo.


—¿Y todos esperan que tú los salves del naufragio?


—No soy ningún héroe. También tengo que pensar en mi reputación.


—Por no mencionar el apellido familiar —insinuó con ironía—. Eso es mucha presión.


—Una presión que puedo manejar. Pero se necesita algo más. Algo que no poseo. ¿Tú no te dedicas a hacer ilustraciones para niños?


—Pero no diseños conceptuales de la calidad que tú necesitas. ¿No podrías negociar con la televisión la licencia de sus novedades infantiles?


—Ya lo han hecho compañías más grandes que Coronet y con más dinero, claro está. No, debo empezar con mis propios diseños.


—¿En una semana?


—Sé que es ridículo, pero tengo que intentarlo. ¿Estás segura de que no tienes nada en el fondo de un cajón?


—Totalmente segura. Si me ofreces una comisión haría lo imposible por crear algo, pero no puedo garantizarte el impacto inmediato que necesitas.


—¿Y qué pasa con tu libro? ¿No te llevó Daniela a hablar con una periodista sobre un libro que has ilustrado?


—Ya veo dónde conduce esto —dijo al tiempo que se ponía rígida y alejaba un poco la silla de la mesa. Unos centímetros que a ella le parecieron muchos metros—. Siento desilusionarte, pero no es lo que buscas. Los niños todavía no se han enamorado de mis personajes. Por lo demás, se trataba de un abecedario especial que diseñé como regalo de cumpleaños para Nicolás.


—Entiendo. ¿Y le gustó?


—Por supuesto. Todos los dibujos se han convertido en sus amigos favoritos.


—¿Y tienes por ahí un ejemplar? Me gustaría echarle un vistazo.


Ella se acercó a un armario y sacó un libro. Las ilustraciones estaban impresas en un papel de gran calidad y las cubiertas eran de madera azul. Estaba claro que el ejemplar era un fino trabajo artesanal que no parecía hecho en casa.


—No te va a ser de utilidad. ¿Quién va a comprar una tarjeta de cumpleaños con un dibujo que indica que la letra G se utiliza para nombrar un globo?


Las ilustraciones eran vivas, brillantes, frescas y atractivas. Pedro pensó que ella tenía razón. En un papel de regalo parecían maravillosas, pero no ocurriría lo mismo con una tarjeta de felicitación.


—Los globos son muy coloridos.


—Pero no exactamente personales.


—Siento no poder utilizar tus ilustraciones.


—A mí también me desilusiona. Los derechos por la venta de tarjetas me vendrían muy bien. Mientras tanto, tengo un encargo que terminar cuanto antes si quiero comer el próximo mes —dijo al tiempo que instalaba la silla ante el tablero de dibujo—. Gracias por el almuerzo. Siento que tu visita haya sido inútil.


—No ha sido inútil. He aprendido mucho. Si se me ocurre otra idea brillante, ¿Puedo comunicártela para que me la destroces?


—Me hace feliz poner a un hombre en su sitio. La próxima vez trae un bocadillo de aguacate.


«Casi una invitación», pensó Pedro con una sonrisa que guardó para sí al tiempo que miraba por encima del hombro de Paula hacia la ilustración que pintaba. Se trataba de la silueta de una pareja reflejada en el agua a la orilla del mar durante una puesta de sol. El color al pastel y el estilo eran muy diferentes a las ilustraciones del abecedario. No era su primer intento, al parecer. Sebastian se inclinó a recoger una ilustración que ella había descartado. Era casi idéntica a la otra, pero había dibujado algo en la parte superior.


—¿Qué es esto?


Ella se volvió a mirar lo que sostenía en la mano y se sonrojó.


—Nada. Una idea para una tira cómica, eso es todo.


—Una superheroína en una silla de ruedas. ¿Tiene nombre? 


—Sí, Hattie Hot Wheels. ¡Y no te atrevas a reír!


—Como si fuera a hacerlo. Verdaderamente tienes mucho talento, Paula.


Ella le dirigió una mirada fugaz.


—No puedes quedarte con la ilustración de la pareja. Es un encargo para la historia de una revista.


—No, no era mi intención. Has captado muy bien la melancolía de una tarde de fines de verano.


Algo en la mirada de ella le hizo pensar que la historia era el fin de algo, no el principio.