jueves, 28 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 16

 –¿Qué te parecen las vistas? –le preguntó él–. Espectaculares, ¿Verdad? No me canso nunca de esta ciudad. Ni siquiera Roma me gusta tanto. Y eso que llevo a Roma en mi sangre.


Puso el brazo alrededor de sus hombros mientras miraban hacia el río, donde se cruzaban dos barcos con música.


–Si te soy sincera, es la primera vez que veo la ciudad desde las alturas. Es un Londres muy distinto al que yo conozco, aunque en realidad no estemos tan lejos. ¿Ves esos autobuses de ahí? Yo suelo montar en ellos mientras que tú estás aquí. ¿Tienes uno de esos?


Señaló un helicóptero que sobrevolaba el tejado de un edificio cercano.


–En estos momentos, no. ¿Cuál es tu mundo? ¿Se ve desde aquí? –le preguntó, volviendo a agarrarla por la cintura.


–Allí está Croydon, donde crecí. Antes de que mi madre se marchase y yo me quedase interna en el British Ballet.


Hizo una pausa, esperando a que Pedro le hiciese alguna pregunta más. Casi todo el mundo sentía curiosidad por saber por qué su madre se había marchado a trescientos kilómetros de allí y se había olvidado de su hija. Ella tampoco lo entendía muy bien, pero no la culpaba. Al principio la intención había sido buena, pero todo se había estropeado aproximadamente un año después. Había ido a verla y la había llamado por teléfono y Paula se había esforzado en no llorar porque no había querido dejar la compañía para marcharse a Cornwall y, allí, verse eclipsada por Gustavo y por los gemelos que estaban a punto de nacer. Los gemelos que ya tenían dieciséis años, ya eran casi adultos, y por los que seguía sin sentir nada. No sabía si era porque no se parecían a ella, eran rubios como su madre, y de constitución robusta, como Gustavo, mientras que ella era morena y menuda… Clavó la vista en el cielo, en el interminable horizonte. En alguna parte tendría familiares que se parecerían a ella. Tíos, tías, primos, hermanos y hermanas. Personas con sus mismos rasgos, que pensaban como ella, tal vez, algún bailarín… Era su sueño favorito. Bailar en un escenario extranjero con su padre entre el público. Entonces él la llamaba y ella lo veía y le gritaba: «¡Padre!» Sintió que le ardían los ojos, Pedro se acercó más y ella se puso tensa. Por un momento, volvió a sentirse perdida en aquel oscuro escenario, buscando aquel rostro.


–Supongo que fuiste una niña con mucho talento –comentó él.


Notó que le ponía la mano en la nuca y le gustó sentir sus dedos calientes y fuertes. No intentó apartarse. Esa noche estaban aflorando emociones que había mantenido enterradas durante mucho tiempo. Tal vez fuese por el champán, o por las suaves caricias de él. Se giró entre sus brazos. Se dieron otro beso suave. Pedro se apretó contra ella.


–Más o menos –le respondió, suspirando, agradeciendo que la sacase de los recuerdos.


–Estoy deseando verte bailar –le susurró él.


Empezó a besarla en el cuello y ella echó la cabeza hacia atrás, suspiró y se relajó contra su cuerpo. Él siguió subiendo hasta su oreja e hizo que se estremeciera de placer.


–Pedro, por favor… –gimió.


–Te gusta, ¿Verdad? –murmuró él–. Una de tus zonas erógenas. Y nos quedan otras por descubrir, antes del amanecer.


Volvió a besarla, le mordisqueó y le chupó la piel. Paula estaba cansada de contenerse, cansada de sentir sed de vivir, de privarse de la diversión y el placer. Había trabajado mucho para llegar adonde estaba y se sentía agotada. Había vivido siempre respetando sus propias reglas: Entrenamiento y abstinencia, con demasiado miedo para parar. Así que se merecía aquella noche. La necesitaba. Notó cómo se le erguían los pechos debajo del vestido y sintió un deseo casi insoportable. Se apretó más a Pedro y arqueó las caderas contra él. Pedro siguió besándola apasionadamente y ella le correspondió mientras pensaba en deshacerse del vestido rojo para poder notar sus manos en el cuerpo. Quería sentirse como sabía que él la iba a hacer sentir.


Paternidad Inesperada: Capítulo 15

Paula salió a la terraza y se acercó al muro que separaba el ático de Pedro del resto del increíble paisaje urbano londinense. A sus pies miles de luces iluminaban el Támesis. Los barcos se deslizaban por la superficie y el cielo estaba completamente descubierto. Una ligera brisa le acarició la piel y se tocó los brazos. Miró la copa de champán medio vacía que había dejado sobre el muro y escuchó la voz apagada de él, que atendía en el interior la tercera llamada de la noche. Era la vida de un banquero. Ella no había tenido ni idea de que hubiese personas que vivían así, esclavas del teléfono día y noche, y se imaginó, por un instante, que formaba parte de aquello, que tenía dinero y una casa con vistas, que asistía a fiestas. Se imaginó las reuniones en las salas de juntas y a Pedro haciendo una presentación mientras todo el mundo lo observaba. Era un mundo muy distinto al suyo. Ella siempre se había imaginado sola, sobre el escenario, intentando esforzarse lo máximo posible, bailando. No había pensado más allá. No se había imaginado que se casaría con un hombre guapo, ni que tendría hijos. Nunca había visto aquellas cosas en su futuro y, hasta aquel momento, jamás había pensado que las echaría de menos. Su sueño siempre había sido el mismo desde que tenía memoria. Desde que había dado las primeras clases de ballet en el salón de la iglesia y la profesora le había dicho a su madre que tenía mucho talento. Había bailado en todas partes: en la parada del autobús, en el supermercado, y todo el mundo la había mirado con una sonrisa. Todo el mundo, menos su madre, que había estado ausente, en su propio mundo, siempre con el teléfono cerca, con el corazón roto. Hasta que había conocido a Gustavo. Para ella había sido como subirse a una colina y ver, desde allí, que el camino se dividía en dos. Había tenido que elegir entre una vida nueva en Cornwall, con su madre y Gustavo, aunque su madre solo estaría pendiente de él y allí ella no habría podido bailar; y… Volvió al presente al oír que Pedro terminaba la llamada y se acercaba a ella. Se le aceleró el corazón y se le hizo un nudo en el estómago. Había sido todo un caballero desde que habían salido del restaurante. Demasiado. Atento, amable… Lo vió detenerse en la puerta, con el primer botón de la camisa desabrochado y sintió deseo por él, pero no intentó contenerlo. Aquella batalla ya estaba perdida.


–Lo siento –se disculpó Pedro, acercándose y agarrándola por la cintura.


Le dió otro beso en los labios y después se apartó y sonrió, como había hecho en varias ocasiones durante la última hora.


–Espero que no te importe, y que no vuelvan a molestarme hasta mañana por la mañana.


–Supongo que un banquero nunca descansa. Siempre tiene que ocuparse de algo. La gente rica debe ser difícil de mantener.


–Tienes razón. No es precisamente lo que más me gusta de mi trabajo. En verano estaré casi todos los fines de semana en la Riviera francesa, organizamos una regata allí y vienen muchas personas importantes. Suena muy bien, pero yo estoy hasta arriba. Es agotador.


–Ya me he dado cuenta esta noche.


–Pero tú podrías ser un buen antídoto –le dijo Pedro, inclinándose a darle otro beso–. Jamás habría pensado que diría que me he divertido en el ballet, pero es verdad.


La acercó a él y empezó a darle besos en el cuello.


–Gracias a tí…


Ella volvió a sentir que se derretía entre sus manos. Se giró entre sus brazos, ansiosa porque la besase en los labios, porque la acariciase, pero cuando parecía que se la iba a llevar a la cama, Pedro paraba, como un director de orquesta, estableciendo el ritmo de su pasión. Era la primera vez que Paula se sentía así. Él se acercó hasta donde estaba enfriándose el champán, tomó la botella llenó una copa y se la ofreció. Después hizo lo mismo con la suya. No habían probado los pequeños pasteles ni las fresas. Ella le dió un sorbo a su copa, pero lo cierto era que en esos momentos lo único que quería era a Pedro. 

Paternidad Inesperada: Capítulo 14

En ocasiones, el dinero le provocaba náuseas. Había personas que se volvían demasiado codiciosas, como Carlos, que siempre había sido un hombre rico, pero quería más. Vió que Paula apoyaba la espalda en el respaldo de la silla y sonreía con satisfacción.


–¿Estás mejor?


–Sí, gracias. Estaba todo delicioso.


–Pues eran solo los entrantes. Espero que todavía te quede espacio.


Los camareros se llevaron los platos y trajeron otros con pasta, pescado y ensalada.


–Un poco –respondió ella–. Aunque no suelo comer mucho. Bueno, eso no es verdad, sí que como mucho, pero últimamente he comido menos, desde que he dejado de bailar.


–¿No te pagan? –le preguntó él–. ¿No te ven como una inversión?


–Por supuesto que cuidan de mí, pero… Si no puedo bailar, no puedo bailar. Y la verdad es que últimamente he tenido que ajustar mi presupuesto. En otras circunstancias, en otra cita, insistiría en pagar la mitad de la cena, pero ahora mismo estoy sin blanca.


–¿Piensas que esto es una cita, Paula?


Ella dejó el tenedor que había estado a punto de llevarse a la boca.


–No… No lo creo.


–Ya ha quedado claro que hay algo interesante entre nosotros, ¿No?


–¿Es así como suele seducir a las mujeres? –le preguntó ella–. Pensé quesería un poco más sutil.


Volvió a tomar el tenedor y se comió un bocado de pasta mientras arqueaba las cejas.


–No me parecía que fuese necesario ser sutil. A mí me ha quedado bastante claro que te resulto sexualmente atractivo.


Ella se llevó una mano al pecho, sobre los pequeños pechos. Y él pensó que era exquisita. De hecho, se permitió imaginarse aquellos pechos desnudos y a él pasando la lengua por sus pezones rosados.


–¿Qué? ¿Te sorprende que te hable así?


–Me sorprende que diga eso cuando ha sido usted el que has estado tanteando el terreno toda la noche.


–¡Ja! ¿Eso piensas?


–Por supuesto. Cada vez que le hablaba, invadía mi espacio personal. En cuanto me apartaba un centímetro, volvía a estar pegado a mí, tocándome.


–¿Tocándote? –repitió él, haciendo un esfuerzo por contener una carcajada– . En ese caso, acepta mis disculpas. No me he dado cuenta de que intentabas apartarte ni de que quisieses que dejase de invadir tu espacio personal. De hecho, he tenido la sensación de que tú invadías también el mío. Casi diría que te has frotado contra mí. Tal vez, como bailarina, eso te parezca normal, pero para el resto de los mortales… Yo diría que ha sido una provocación.


Mientras hablaba observó su rostro. Se le habían dilatado las pupilas y le costaba tragar.


–¡Pero si ha sido usted el que me ha provocado a mí!


–Tienes unas orejas y un cuello muy sensibles.


Añadió él, viendo cómo se ruborizaba Paula.


–No eras capaz de quedarte recta cuando te hacía una pregunta, era acercar los labios a tu oreja y sentir que te derretías.


Ella puso los ojos en blanco, pero también sonrió y se ruborizó todavía más.


–Solo he hecho mi trabajo –le respondió–. No es culpa mía que lo haya interpretado así.


–Por supuesto –le respondió Pedro, que conocía muy bien a las mujeres y sabía lo que era real y lo que no–. Lo voy a pensar durante el postre. Si estoy equivocado, me disculparé, si no…


–Ya veremos –le dijo ella, encogiéndose de hombros.


Paual se inclinó hacia delante y tomó su mano. Ella no la apartó. Él trazó las delgadas venas con el dedo pulgar y ella contuvo un suspiro.


–Sí, ya veremos.


Le acarició el antebrazo y ella cerró los ojos.


–Me he quedado sin ir al casino esta noche, pero apuesto a que, antes del amanecer, habré descubierto todas tus zonas erógenas.


–Le advierto que el sexo no es lo mío –le dijo ella sonriendo.


Él se inclinó hacia delante y la miró a los ojos, y entonces vio cautela y a la niña que Paula debía de haber sido, pero esta cerró enseguida los ojos, presa del deseo. Él inclinó la boca y le dió un beso lento y suave en los labios. Después se apartó muy lentamente.


–Estoy dispuesto a arriesgarme. 


Ella sonrió y abrió los ojos.


-De acuerdo. 

Paternidad Inesperada: Capítulo 13

 –¿Va todo bien?


Pedro miró a Paula.


–Claro, cielo. 


Si había algo que iba a ayudarlo a sobrevivir durante las siguientes veinticuatro horas, sería aquella mujer. Iba a ser una noche memorable para ambos.


–Es solo trabajo. Nada de lo que tengamos que preocuparnos.


–¿Está seguro?.


–Sí –le respondió él–. Tengo que tener el teléfono cerca, pero no creo que nos molesten más. Ya estamos…


El coche se detuvo delante de Luigi’s, uno de sus restaurantes favoritos en el que la comida era deliciosa y el servicio rápido y agradable. Pedro bajó del coche e hizo girar sus hombros porque estaba muy tenso. Respiró hondo y aspiró el olor a jazmín de las plantas que había a ambos lados de la puerta del restaurante. Paula salió del coche y él pensó que solo mirarla era como un sorbo de vino en verano. Se sintió mejor. Solo quedaba un detalle para asegurarse de que podía relajarse completamente con ella… Unos minutos después estaban sentados en un rincón del restaurante, donde las sombras jugaban con el delicado cuello de Paula y sus largos y delgados brazos. Pedro no podía desear más alargar la mano y tomar la de ella por encima del mantel, pasar un dedo por su escote y absorber la suavidad de su piel. Pero el autocontrol lo era todo.


–Has estado increíble esta noche –le dijo–. No habría podido tener una asistente mejor. Conoces muy bien tu mundo y no te han hecho falta las notas. Estoy impresionado.


–Es fácil cuando es algo que te importa.


–No se trata solo de la danza, ¿Verdad? También te importa la compañía.


Pensó en el gesto de admiración y orgullo con el que le había presentado a sus compañeros, cómo se habían abrazado los unos a los otros.


–Son mi familia desde hace años. He tenido mucha suerte.


–Supongo que hablas en sentido figurado, ¿No?


–He estado con el British Ballet desde los once años, así que es realmente mi familia. Mi madre y su marido se mudaron a la costa sur cuando yo tenía doce, pero tuve la suerte de poder quedarme aquí.


Pedro se dió cuenta de que la alegría con la que le contaba aquello era fingida.


–Estoy seguro de que te va a ir bien, Paula –le dijo–. Aunque no puedas bailar, seguro que puedes hacer otras cosas en la compañía, siempre y cuando quieras quedarte ahí. ¿No te apetecería ver mundo? ¿No hay trabajo en otras compañías?


–Por supuesto, pero todavía no quiero hacer planes. Todo depende de lo que el médico me diga el mes que viene.


–¿Y si estás bien, estarías dispuesta a cambiar? ¿Hay algo o alguien que te ate aquí?


–No tengo a nadie especial en mi vida, si es a eso a lo que se refiere.


–Es exactamente a eso a lo que me refería.


Ella hizo una mueca.


–No tengo un gran historial de novios. Nunca me ha gustado demasiado socializar y la lesión me ha dejado completamente agotada. Así que no, no tengo a nadie especial.


–Mi historial con las mujeres tampoco es mi punto fuerte.


Ella sonrió.


–Pero por motivos muy distintos.


–Eso ha dicho la prensa –comentó él, agradecido por la llegada de los camareros.


No tenía ganas de hablar de sus relaciones anteriores con ella. Ni quería saber las suyas. Hablar de aquel tema habría sido mandarle a Paula señales equivocadas, hacerle entender que podían tener un futuro. Se quedaron en silencio mientras les llevaban los platos con queso y carne, olivas y alcachofas, melón con jamón, y les servían vino. Ella lo observó todo con los ojos muy abiertos. Por fin se marcharon los camareros.


–Ataca –le dijo Pedro, observándola mientras cortaba el melón con jamón muy despacio y lo tragaba con delicadeza, para después empezar a devorar.


Nunca había visto comer a una mujer con tanto apetito y eso le gustó. Paula era como un soplo de aire fresco, era diferente y no le importaba lo que pensasen los demás. No había mostrado ningún interés por su avión ni por su coche, ni había intentado fotografiarse con él. Solo había querido transmitirle su pasión por la danza. Él conocía aquella sensación de sus tiempos del rugby. Pero aquello formaba parte del pasado, en esos momentos tenía que atender a una madre viuda y tenía que salvar un banco. 

martes, 26 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 12

 -¿No puede esperar, David? Estoy ocupado.


Pedro hizo un gesto al conductor para que arrancase y agarró la mano de Paula. De no haber sido por aquella llamada, se la habría llevado a los labios.


–Por supuesto. Puedo esperar a mañana por la mañana para decirte que Carlos se ha puesto en contacto con Augusto Arturo para ofrecerle una fusión, si lo prefieres así.


–No es nuevo, ya lo sabía, pero no tiene nada que hacer.


Puso el brazo alrededor de los hombros de Paula y la acercó más a él, enterró los dedos en su pelo sedoso mientras el coche avanzaba entre el tráfico.


–Al parecer, ha habido algún cambio. Los han visto comiendo juntos en Cannes.


A Pedro se le hizo un nudo en el estómago. Se inclinó hacia delante. Si habían comido juntos era porque estaban enfocando el tema de manera informal. Y eso no era una buena noticia.


–¿Qué? ¿Estás seguro? ¿Cómo te has enterado?


–Carlos lo ha puesto en sus redes sociales. ¿Quieres que te lo lea?: "Deseando ponerme al día con viejos y nuevos amigos en la Riviera francesa este verano. La regata Cordon d’Or es una cita obligatoria y, después, un fin de semana en la Toscana con el imparable Augusto Arturo".


–Tiene que ser una broma. ¿A qué está jugando? ¿Cómo que va a ir a la regata? Es la última persona a la que quiero ver allí. ¿Y por qué menciona a Augusto? Eso no prueba nada.


–Prueba que sabe cómo fastidiarte.


Pedro sintió que se le aceleraba el corazón, pero decidió no reaccionar de manera exagerada ante aquello. Conocía a Carlos y sabía cómo funcionaba.


–Tienes razón. Carlos sabe lo importante que es esto para nosotros. Le da igual conseguir a Arturo o no, no necesita esos clientes. ¿Qué piensas que es lo que trama en realidad?


–En mi opinión, solo está intentando provocarte. Habrá visto que se ha hablado públicamente de tí y querrá que reacciones a esto también. Como bien has dicho, si se presenta en Cordon d’Or será porque habrá cambiado de táctica. Pondré seguridad, solo por si acaso.


–No lo he visto venir. Pensé que tendría asuntos más importantes que atender.


Pedro también estaba enfadado consigo mismo por haber sido tan ingenuo en lo relativo a Carlos Calvaneo.


–Es posible. Lo único que sabemos es que, para Arturo, Banca Casa di Alfonso es mejor apuesta que Calvaneo Capital.


–Pero Carlos está intentando fastidiarme y es posible que quiera proponer una fusión a Arturo. En cualquier caso, ahora mismo no hay nada que podamos hacer al respecto.


–Espero no haberte estropeado la velada, pero he pensado que debías saberlo… Por si acaso.


«Por si acaso». Pedro sabía lo que significaba aquello. Tal vez en el pasado habría hecho una tontería con tal de acabar con Carlos, por conseguir que este confesase sus crímenes, que se hiciese justicia. Pero no iba a actuar. Conocía sus fortalezas y sus debilidades. Sabía que podía tumbar a Carlos de un puñetazo, pero que con eso solo conseguiría acabar en la cárcel, el mayor miedo de su madre. Y, muy a su pesar, tenía que admitir que era una posibilidad. Por eso hacía años que mantenía las distancias. Tenía que controlarse y pensar.


–Gracias, David. Te lo agradezco. Lo consultaré con la almohada y lo hablaremos mañana.


Apoyó la espalda en el asiento y sintió que se le aceleraba la mente, como ocurría siempre que Carlos volvía a aparecer en su vida, pero se dijo que no podría hacer nada hasta que se reuniese con Augusto Arturo.


Paternidad Inesperada: Capítulo 11

 –¿Qué le parece? –le preguntó en un susurro.


–Me parece que estoy enganchado, que he descubierto una nueva pasión.


Su gesto era indescifrable, pero sus palabras hicieron que Paula sintiese todavía más calor. Observó la escena final como aturdida. Y, por fin, terminó. El público aplaudió, vitoreó y golpeó el suelo con los pies. Y ella se quedó allí sentada, a su lado.


–Ahora tengo entendido que tengo que ir a conocer a los bailarines –le dijo él–. Y después…


Y le dedicó una mirada que la sacudió por dentro.


Paula se giró hacia el escenario y aplaudió. Él se puso de pie a su lado mientras los bailarines miraban hacia el palco real. Les sonrió, los saludó y aplaudió una vez más. Paula se levantó también. Le temblaban las piernas. Las luces se encendieron y el público empezó a salir. Ella siguió a Pedro, que se dirigía a la parte trasera del escenario. Vió los ojos brillantes de sus compañeros, los cuerpos sudorosos, y la adrenalina que había en el ambiente después de la actuación. Se sintió casi tan emocionada como ellos mientras se los presentaba a Pedro. Vió cejas arqueadas y sonrisas amplias. Supo que la estaban observando y que comentarían que la rarita de Paula, que nunca se salía del guion, estaba coqueteando con el patrocinador. No le importó. No iba a defraudar a nadie, ni a ella misma. Lo tenía muy claro. Había varias mesas con bebida y comida. Sintió que alguien le ponía la mano en la espalda y la guiaba hacia ellas, su cuerpo se puso tenso, se derritió. Pedro. Él la miró y sonrió con indulgencia, como queriendo decirle que aquello iba a durar un poco más. Y Paula no tuvo sed de champán. Le costó concentrarse mientras intentaba resistirse a la atracción física que sentía por él. Cuando éste inclinaba la oreja sobre el hombro derecho, para indicarle que quería más información acerca de alguien o de algo, ella se ponía de puntillas con gusto e intentaba alargar el momento para disfrutar de la sensación. Él apoyaba la mano en su cintura, la acercaba más a su cuerpo, y ella dejaba que sus labios le rozasen la mejilla. Pedro tenía la piel suave y su olor era increíblemente sutil al tiempo que magnético e irresistible.


–Repíteme eso –le pidió cuando Paula le dijo un nombre.


Entonces se acercó un camarero con una bandeja llena de canapés y Pedro se apartó para dejarle pasar y pegó a Paula contra su cuerpo. Ella se quedó inmóvil, presa del deseo. Supo que debía apartarse, pero no pudo. El camarero volvió a pasar y, por fin, se apartaron.


–¿Quién es esa mujer de verde, que viene hacia aquí con el director?


Paula miró hacia donde estaba mirando Pedro y se sintió culpable. El director había confiado en ella porque era la más sensata del grupo y no podía defraudarlo.


–Diana Cicely Bartlett –le respondió, centrándose–. Actriz convertida en política. Al parecer va a hablar de la falta de financiación a las artes…


–Estoy impresionado. Lo sabes todo de tu mundo. Con o sin las notas – comentó Pedro, acercándose otra vez–. ¿Estás bien? De repente, te has puesto pálida.


Tomó su mano, le frotó el interior de la muñeca con los dedos y ella se quedó sin habla. Intentó mantener la mente fría, pero estaba ciega de deseo, se sentía más débil con cada momento que pasaba. Tenía que poner fin a aquello antes de que se le fuese de las manos.


–Si no le importa, necesito sentarme. Creo que he tomado demasiado champán.


Él la acompañó hasta una silla.


–Lo siento. No sé en qué estaba pensando. En cuanto termine de hablar con Diana Cicely podremos irnos a cenar.


¿A cenar? Seguro que Pedro no quería cenar, sino acostarse con ella. La idea le aceleró el corazón. No podía continuar con aquello. ¿A quién estaba intentando engañar? Acabaría en su casa y entonces empezarían a besarse. Y a tocarse. Entonces ella se daría cuenta de lo que estaba haciendo y querría marcharse de allí. Él se sorprendería y se preguntaría el motivo. Y ella llamaría un taxi y se marcharía. Siempre terminaba así. Y después no pasaba nada más porque no volvía a verlos, pero Pedro Alfonso era su patrocinador y no podía hacer el ridículo con él.


–No pienso que eso sea buena idea.


–¿Qué ocurre? –le preguntó él, acercándose de nuevo.


Ella pensó que tal vez aquella vez fuese diferente. Tenía la sensación de que aquello era diferente.


–Paula, es muy buena idea –le dijo Pedro en voz baja.


–No, sinceramente, no. Estoy cansada. Debería marcharme a casa.


Él la estudió con la mirada y la miró a los ojos como si pudiese ver en su interior.


–No estás cansada. Estás nerviosa. Te preocupa que los demás te puedan juzgar. 


Pedro miró por encima de su hombro y frunció el ceño.


–Espera aquí. No te muevas.


Se alejó y ella se quedó sola entre la multitud. Sintió como si la noche se hubiese cernido sobre ella sin luna y deseó que volviese Pedro y la iluminase con su luz.


–Bien. El banco se ha comprometido a apoyar el programa de estudios de danza y tu director está encantado. Me ha pedido que te lo diga. Así que mi trabajo aquí ya ha terminado. Vamos a ir a cenar y no voy a aceptar un no por respuesta.


Sus palabras la animaron, aplastaron la poca fuerza de voluntad que le quedaba.


–Está bien –respondió–. Será estupendo ir a cenar.


Él tomó su mano y ella no se apartó. Unos minutos después estaban saliendo del teatro. Varias personas se acercaron sonrientes a despedirse de Pedro, que les dijo adiós, les dió la mano y sonrió, o les dio una palmadita en el hombro y siguió avanzando. La inevitabilidad de lo que iba a ocurrir después tenía a Paula completamente aturdida. Salieron a la calle y llegaron hasta donde los esperaba el coche. Entonces Pedro se giró y le sonrió de manera encantadora.


–¿Preparada? –le preguntó.


–Más que nunca –susurró ella.


La puerta se abrió y ella entró. 

Paternidad Inesperada: Capítulo 10

Así que  no era tan malo como lo pintaban. Podía haberse enfadado con ella por haberse olvidado las notas, pero había sido bastante amable. Y tampoco era un banquero aburrido. Era inteligente. Y guapo a pesar de la nariz rota y la oreja llena de cicatrices. Paula miró sus muslos y sus bíceps, enfundados en el esmoquin mientras esperaban en la parte trasera de la limusina a que les tocase atravesar la alfombra roja, y pensó que se había equivocado al imaginar que no tenía el encanto de su madre. Tampoco era inofensivo, como había dicho esta. La había interrogado nada más conocerla, pero en esos momentos entendía el motivo. Quería proteger a su madre. Ella habría hecho lo mismo en su lugar. Aunque la última persona que necesitaba que la defendiesen era su madre… Salvo de ella misma. Abrieron la puerta del coche. Había llegado el momento de salir. Pedro se giró a guiñarle el ojo y sonreír y después salió y anduvo hacia la entrada con la gracia de un felino. Ella se dijo que era como estar en el escenario, pero sin bailar. Se le hizo un nudo en el estómago. Respiró hondo, se obligó a sonreír y lo siguió. Se detuvo detrás de él mientras Pedro charlaba con alguien en el hall de entrada. Cuando faltaban muy poco para que se levantase el telón, entraron en la sala, que bullía de excitación. Todo el mundo se giró a mirar hacia el palco real mientras ellos se instalaban. Paula mantuvo la mirada al frente, no le gustaba tanta atención. Fue a sentarse detrás de él, pero Pedro le indicó con una sonrisa y un gesto que se instalase a su lado. Cuando las luces se apagaron, se acercó a ella.


–¿Estás segura de que va a ser tan bueno como me has dicho?


–Si no lo es, puede pedir que le devuelvan el dinero.


Empezó a sonar la música y se oyó la penetrante y bonita voz de una mujer india. El público contuvo la respiración. Pedro le mantuvo la mirada y ella sintió un escalofrío.


–Tal vez pueda ser compensado de otra manera –respondió.


Recorrió con la mirada sus ojos desnudos, su escote, y después subió a los labios y a los ojos. Sonrió a modo de promesa. Y ella sintió cómo aumentaba la atracción entre ambos, notó cómo su cuerpo reaccionaba como si lo acabasen de encender. No eran imaginaciones suyas. Apoyó la espalda en el respaldo y miró hacia el escenario sin ver. Sabía que estaban bailando, pero solo era consciente de su propio cuerpo.


–¿Te estás divirtiendo? –le preguntó Pedro en un susurro.


«Sí», deseó responder ella en voz alta. Por primera vez en meses, tenía la sensación de estar viva otra vez.


–Preferiría estar sobre el escenario –respondió, pensando que, por primera vez en su vida, dudaba de que aquello fuese verdad.


–Me encantaría verte bailar.


Pedro se había acercado más.


–Debes de ser una bailarina increíble. Tal vez algún día…


Por un instante Paula pensó que iba a tocarla, pero Pedro alargó la mano y después volvió a apoyarla en su propia pierna. Ella la miró y después levantó la vista a su perfil. Pedro tenía la cabeza girada hacia el escenario, pero había una extraña energía entre los dos que hacía que ella fuese muy consciente de su cuerpo. Estaba acostumbrada a utilizar su cuerpo para expresarse y a interpretar el lenguaje corporal de los demás. El lenguaje que estaba hablando el cuerpo de él era el de los amantes. Y eso a ella le excitó. Se inclinó hacia delante y observó la obra, sintió cómo sus compañeros expresaban con sus cuerpos el amor. Y se imaginó a sí misma con él agarrándola por la cintura. Había bailado y sentido muchas manos en su cuerpo, como todos los bailarines, pero nunca antes se había sentido así. Solo con mirar. Con esperar. La sensación era electrificante. ¿La estaría sintiendo él también? 

Paternidad Inesperada: Capítulo 9

Alargó una mano, pero Paula se disculpó en un susurro y se alejó. Él observó casi hipnotizado cómo se movía su cuerpo dentro del vestido. Y entonces el avión pasó por una turbulencia. Y ella se tambaleó. Se agarró del sillón más cercano durante dos largos segundos. Pedro supo que estaba sintiendo dolor, pero no emitió quejido alguno. Corrió hacia ella. 


–¿Estás bien?


–Perfectamente, gracias –respondió ella, con la mirada clavada al frente y una sonrisa automática.


–¿Te has hecho daño? Sé que estás lesionada y que por eso no bailas. ¿Seguro que estás bien?


Ella arqueó las cejas con desdén.


–Estoy bien, gracias. Voy a sentarme un poco, si no le importa.


–Paula, agárrate.


La vió sentarse con cuidado, con la espalda muy recta, y vió otra vez aquella sonrisa, la reconoció, era una sonrisa de dolor. Todo el mundo tenía una careta. Se sentó enfrente de ella, que echó las rodillas hacia la izquierda, como apartándose de él.


–¿Qué es lo que te duele? ¿La cadera? ¿La rodilla?


–No pasa nada, está casi curada.


–¿Qué ocurrió?


–Una caída. Nada más.


–Debió de ser una buena caída, para tardar casi seis meses en curarse.


Ella siguió sonriendo.


–Yo también he tenido muchas lesiones –le contó Pedro–. Jugué al rugby durante años, en la universidad. Supongo que ya te lo habrás imaginado.


Inclinó la cabeza para enseñarle las cicatrices que tenía en la oreja. Por suerte, aquello y lo de la nariz era lo único que se veía a simple vista, aunque había perdido la cuenta de las fracturas que había sufrido y de las lágrimas que había derramado.


–Me iban a fichar para jugar en la selección inglesa.


–¿De verdad?


Él asintió.


–¿Y qué ocurrió?


–Es una historia muy larga. Cuéntame, ¿Qué te ha ocurrido a tí?


–Es complicado.


–Estoy seguro de que seré capaz de entenderlo. He practicado muchos deportes de un modo u otro, y sé lo mucho que sufre el cuerpo. El ballet es duro. Tal vez no sea lo mismo, pero respeto lo que haces.


Ella había dejado de sonreír y lo estaba observando con cautela, pero su cuerpo seguía muy tenso. 


–No siempre he sido un banquero aburrido –continuó Pedro–. Ni nací vistiendo traje.


–¿Y qué le pasó? –le preguntó ella–. ¿Por qué no intentó alcanzar su sueño?


–Antes cuéntame lo de tu lesión –le pidió él.


–Rotura de ligamento cruzado –respondió ella.


–¿Anterior? ¿Posterior?


–Anterior. Me han tenido que operar. Dos veces.


–Es doloroso –comentó él–. Deberías tener cuidado. Podría ser el final de una bonita carrera.


–Soy consciente de ello.


–Ya me lo imagino. Supongo que no piensas en otra cosa. Uno de mis compañeros de universidad tuvo que dejar el rugby por eso. Una pena. Tenía por delante un brillante futuro. No tengo ni idea de lo que estará haciendo ahora. No creo que tuviese un plan B…


Entonces vió que a Paula se le caía la careta y le temblaban los labios.


–Lo siento –le dijo–. Sé que no es lo que necesitas oír en estos momentos. La danza es tu vida, ¿Verdad? Te entiendo perfectamente.


–¿Cómo me va a entender si no le ha pasado?


Paula sacudió la cabeza y se giró para alejarse más de él y mirar por la ventana.


–Lo entiendo porque el rugby era mi vida. El banco era el trabajo de mi padre, pero entonces murió y todo se tambaleó bajo mis pies. Y aquí estoy ahora.


Miró a su alrededor, estaba rodeado de lujo. Solo le faltaba cerrar el acuerdo con Arturo. A juzgar por la expresión del rostro de Paula, ella estaba pensando lo mismo.


–No es igual –le dijo–. Usted tenía un plan B. Yo no tengo nada más. Solo esto. Llevo toda la vida preparándome para ser bailarina principal. No sé hacer nada más, casi ni puedo con esto.


Se tocó la falda del vestido y lo miró a los ojos como implorándole piedad, y él pensó que sería muy sencillo enamorarse de una mujer así. Fuerte, pero vulnerable. No obstante, él iba a mantener las distancias con ella y con cualquier otra, en especial con una mujer así porque sabía que al final querría de él más de lo que le podía dar. Tomó su barbilla con un dedo para que lo mirase.


–Lo estás haciendo bien. No tienes de qué preocuparte –le dijo, recordando a su padre cuando intentaba animarlo.


Pero ella negó con la cabeza.


–No. Soy un desastre. Me he dejado las notas que tomé en casa, encima de la mesa de la cocina. Y pasé horas escribiéndolas. No se me quedan las cosas en la cabeza, salvo los pasos de ballet, y hace meses que no bailo. Me aterra la idea de haber olvidado eso también.


–Bueno, vamos poco a poco. Hasta el momento lo has hecho muy bien. Yo no tenía ni idea de que iba a ver un ballet basado en un poema de Rumi.


–¿No le importa que haya sido un desastre hasta ahora? No quiero estropearle la velada.


–Va a ser una velada diferente.


–El ballet le va a encantar, eso se lo puedo asegurar.


Paula sonrió de oreja a oreja y él se preguntó si aquella sería su arma más letal. Decía que no se le daba bien nada más que bailar, pero él estaba seguro de que era capaz de conquistar a cualquiera, hombre o mujer, con aquella sonrisa. El avión tocó tierra y avanzó por la pista. La velada pintaba bien. Tal vez la disfrutase. Era evidente que el juego había empezado. 

jueves, 21 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 8

Hasta la noche en que le habían dado la noticia de la muerte de su padre. Aquella noche había perdido toda la fuerza y la confianza en sí mismo. Había sentido que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Había pensado que su padre era un hombre fuerte y seguro. Siempre había tenido todas las respuestas. Había sido un hombre inteligente y honrado, había querido a su madre… y Carlos había sido su mejor amigo. Habían sido casi inseparables, más que hermanos. Lo único que se había interpuesto entre sus padres había sido la sofocante presencia de Carlos en sus vidas, hasta que había ocurrido algo y todo había cambiado. Pedro había tenido la sospecha de que Carlos había intentado acercarse a su madre y su padre se había enterado. Tenía que haber sido algo así. Su padre había luchado para salvar el banco. Había trabajado incansablemente durante semanas, pero había sido muy difícil. Las personas con mucho dinero querían todavía más, mucho más. Y Carlos les había ofrecido un dividendo que no habían podido rechazar. Pero había sido la muerte de su padre lo que lo había destrozado, más que las pérdidas del banco. La pena de su madre había sido inconsolable y él se había quedado a su lado, la había cuidado y había tomado las riendas del banco a sabiendas de que habría sido lo que habría querido su padre. Y había pasado por todo aquello sabiendo que no podía ir a peor. Sabiendo que Macarena estaba a su lado. Por eso había decidido tomar un avión aquella noche, sabiendo que su cuerpo caliente lo estaría esperando, y después un taxi que dos horas más tarde lo dejaría en St Andrew’s en aquella mañana lluviosa y fría. Pensando en meterse a su lado en la cama, sentir su abrazo y enterrarse en ella para aliviar su dolor… ¿Cuántas veces reviviría aquellos momentos? El ruido de la gravilla, su aliento helado. El frío de la llave al meterla en la cerradura, las luces encendidas en el pasillo, la televisión, las gafas encima de la mesa. Había andado como un autómata en dirección al ruido del agua de la ducha al caer. Y entonces había visto a su preciosa Sophia, desnuda y mojada, abrazando con las piernas a otro hombre. Al entrenador del equipo nacional de rugby, que había ido hasta Escocia para pedirle a él que jugase para su país. ¿Cómo no iba a estar emocionalmente atrofiado? Lo estaría durante elresto de su vida.


–La mayoría de las personas no se creen todo lo que leen. Yo no lo hago. No sé si te sirve de consuelo.


Él miró a Paula, con su rostro de ángel, con esos enormes ojos marrones y esos labios rojos. Tan dulce. Y pensó que, si se estaba preocupando por él, estaba perdiendo el tiempo.


–No te preocupes por mí, por favor –le dijo, abrochándose el último botón de la chaqueta–. Soy un chico grande.


Le guiñó un ojo y sonrió. Apoyó una mano en su hombro, un hombro delicado y suave como la seda. Se acercó un paso más a ella y vio cómo se le dilatan las pupilas, era lo que solía ocurrir siempre que se acercaba a dar su primer beso a una mujer… ¿Acaso no sería perfecto empezar la velada dándole un beso a Paula? Se había sentido tentado nada más verla, y ella parecía corresponderlo. Al fin y al cabo, aquella podía terminar siendo la noche perfecta. Su erección se lo corroboró. Solo quedaba una cosa por hacer.


–Pero a su madre debe de dolerle leer esas cosas –dijo ella, girando elrostro.


Él se quedó inmóvil, se dió cuenta de que acababan de rechazarlo.


–Lo que sienta mi madre no es asunto tuyo ni de nadie más –se oyó decir–. Ojalá todo el mundo se ocupase solo de sus problemas.


Ella se ruborizó y Pedro se arrepintió inmediatamente de haber utilizado un tono tan duro. Paula no parecía dada a hablar de los demás. Solo había querido ser amable. Y lo peor de todo era que tenía razón. Él sabía que a su madre le dolía leer esas noticias en la prensa, y la culpa era solo suya.


Paternidad Inesperada: Capítulo 7

Pedro Alfonso iba a dejar el boxeo y el casino por ir al ballet? ¿De verdad? Se imaginó a sus amigos gritando y levantando las copas para brindar. Mientras sacaba el esmoquin y lo dejaba encima de la cama pensó que al menos a ellos les parecería gracioso. Había tenido muchas ganas de salir esa noche. Era una oportunidad para relajarse después del circo mediático que había tenido que soportar con Tamara. Y la noticia de que iba a poder hacerse con Arturo Finance era la guinda del pastel. Tenía la sensación de estar casi en la recta final. Pero todo tendría que esperar mientras él iba al ballet. Se secó los hombros y se echó a reír al pensar que la idea ya no le disgustaba tanto como media hora antes. Y todo gracias a Paula. No tenía la sensación de que esta quisiese sacar nada de su madre. Era como un soplo de aire fresco y él tenía ganas de novedad y, dado que estaba obligado a pasar las siguientes horas con ella, iba a disfrutarlo todo lo posible. Se estaba poniendo los pantalones cuando llamaron a la puerta. Se quedó escuchando y volvió a oír dos golpes muy suaves. Suaves, pero decididos. Se dijo que Paula quería tratar un tema de trabajo y eso lo decepcionó ligeramente. Se puso la camisa y abrió la puerta.


–Hola, ¿Va todo bien?


A juzgar por la expresión de Paula, no todo iba bien.


–Siento molestarle –le dijo esta, bajando la mirada–, pero tengo que darle esto para que se lo ponga.


Le tendió un paquete pequeño.


–De su madre.


Él continuó abrochándose la camisa y miró el paquete.


–¿Lo puedes abrir tú? –le preguntó mientras iba hacia la mesa en la que había dejado los gemelos.


Ella levantó la vista y la volvió a bajar, pero después de haberlo recorrido con la mirada. Él sonrió. El juego había empezado. Paula abrió el paquete y le tendió una pajarita roja y un pañuelo para lachaqueta.


–¿Va todo bien?


–¿Qué? Sí, por supuesto. Solo me preguntaba por qué se molesta con estascosas.


–¿Qué cosas?


–Los gemelos. ¿Para qué sirven? No lo entiendo.


–¿No te han dicho nunca que eres demasiado directa? –le preguntó él mientras se los abrochaba.


–Suelo decir lo que se me pasa por la cabeza. No pretendo ofender, pero es la primera vez que veo a alguien usándolos.


Él terminó y tiró de las mangas para comprobar que estaban perfectamente rectas. Ella lo observó y eso lo fue calentando cada vez más.


–Hacen que los puños de la camisa queden mejor. Me gustan. Una camisa bonita merece unos gemelos bonitos. Y, dado que veo que la respuesta no te convence del todo, añadiré que me los regaló una ex novia. Después de que rompiéramos.


Sonrió y después añadió:


–No soy tan malo como me pintan.


–Bueno… Por supuesto –comentó ella con poco convencimiento.


Él arqueó una ceja y se ató la pajarita.


¿Qué había esperado? Se giró a tomar la chaqueta mientras pensaba en las fotografías que sus amigos le habían enviado junto a comentarios relativos a su atrofia emocional. No se había molestado en leerlos en profundidad. Quien lo conociese bien sabía la verdad. Y quien lo conociese bien sabía que sus emociones se habían atrofiado con Macarena. Lo único de lo que él estaba convencido era que no podría encontrar a otra Macarena… Habían sido pareja durante toda la universidad. Ella, con su larga melena rubia y él, una prometedora estrella del rugby. Había sido la época más feliz de su vida. Había tenido la sensación de tener el mundo a sus pies. 

Paternidad Inesperada: Capítulo 6

 –¿Te han dicho que vengas? –le preguntó Pedro.


–Alguien tenía que hacerlo.


Él apoyó la espalda en el respaldo, los codos en los brazos del sillón de cuero color crema y dejó las manos delante de su pecho. Sus dedos estaban cubiertos de un fino vello oscuro. Ella mantuvo la mirada allí, se concentró en los fuertes huesos de sus muñecas para no mirarlo a la cara.


–¿Sacaste la paja más corta? –volvió a preguntar él, levantando su vaso de agua.


Ella se fijó en los gemelos de plata. Era la primera vez que veía a alguien con gemelos, de hecho, casi no conocía a nadie que llevase camisa.


–¿Preferirías estar en cualquier otro lugar? –insistió Pedro en voz baja yen tono burlón.


Paula levantó la vista. Se estaba burlando de ella, estaba sonriendo. Significaba eso que no creía que quisiese aprovecharse de su madre. Tal vez. Cambió de postura en el sillón y respondió:


–Preferiría estar actuando. Para mí es lo más importante.


–Lo entiendo –le dijo él en voz baja–. Lo entiendo muy bien.


Ella se miró las manos, que tenía unidas sobre el regazo, y esperó a que él volviese a hablar. No lo hizo. Se cruzó de piernas y Paula clavó la vista allí. Tenía las piernas largas y fuertes, casi más fuertes que las de un bailarín. Pedro apoyó las manos en los brazos del sillón y ella levantó la vista.


–Lo siento. Yo… Será mejor que nos centremos –dijo Paula, aclarándose la garganta–. Con respecto a la función, ¿Quiere que le cuente ahora los detalles?


–Por favor.


Ella frunció el ceño. Se sabía todos los pasos, pero no era eso lo que necesitaba saber, sino nombres, fechas, datos. Y lo tenía todo en sus notas, que debían de estar en la mesa de la cocina.


–Two Loves está basada en un poema.


–¿En un poema? ¿Me puedes contar algo más?


Sí, había mucho más que contar. Ella lo había anotado todo, lo había memorizado, pero en esos momentos le costaba encontrar la información en su cerebro. Aquello le recordó, una vez más, que lo único que sabía hacer era bailar, era un desastre en todo lo demás. 


–Es… Muy antiguo –balbució.


–¿Cómo de antiguo?


–Mucho, de hace como dos mil años. Y de origen persa. Ya me acuerdo. De un poeta persa llamado Rumi, famoso por sus poemas de amor.


–Ah, sí, Rumi. Los amantes no se encuentran en ningún lugar. Se encuentran el uno al otro todo el tiempo…Y toda esa basura.


–Bueno, pues con parte de esa basura se ha montado la obra de esta noche –le explicó ella, más animada al ver que se acordaba de algo.


–De acuerdo, pero dado que no creo que vaya a saludar al tal Rumi esta noche, ¿Sabes algo de los vivos? Suele haber una lista de las personas a las que tengo que darles las gracias.


–Sí –le respondió ella–. Lo tengo todo en mis notas.


–Bien –dijo él, mirándose el reloj–. Aterrizaremos dentro de media hora. Busca tus notas mientras yo me doy una ducha y me pongo el esmoquin. Los dos estamos de acuerdo en que cuanto antes terminemos con esto, mejor. 

Paternidad Inesperada: Capítulo 5

 –¿Está todo bien? –le preguntó él, estudiándola con la mirada.


–Sí. Iba a ponerle algo más de beber y algo de comer y…


–No necesito nada, gracias, pero al parecer ha habido un cambio de planes y voy a tener que ir al ballet en cuanto nos bajemos del avión.


–Sí. A ver el estreno de Two Loves. Estamos muy emocionados. Es una producción increíble.


Lo era, y ella habría dado cualquier cosa por poder participar, pero estaba lesionada. Así que tenía que ocupar sus días dando clases a jóvenes y en el fisioterapeuta. Y atendiendo a aquel hombre…


–Y tú eres el rostro del British Ballet. Qué bien –comentó él, mirándola fijamente y asintiendo–. Imagino que habrás hecho los deberes. Necesito saber los nombres y las biografías de todas las personas a las que vamos a ver.


Pedro echó a andar por la cabina y ella se quedó donde estaba, sin saber si debía seguirlo, tranquilizarlo, o desaparecer de la faz de la tierra. Lo vió mirar una pantalla con muchos números y después, poner un partido de rugby, deporte que la horrorizaba.


–¡Vamos! –gruñó Pedro.


Era evidente que a Pedro Alfonso le gustaba. Paula esperó y… Miró la pantalla, pero tuvo la sensación de que se había convertido en parte del mobiliario. Y pensó que era guapo, pero que no tenía el encanto de su madre. Entonces lo vió girarse hacia ella y fruncir el ceño. Apagó la pantalla conel mando a distancia y lo dejó caer sobre un sillón.


–Tengo planes para después, así que me gustaría acabar con esto a las diez. ¿Empezamos?


Le hizo un gesto con la cabeza para que se sentase en la pequeña sala de estar en la que había cuatro sillones y una mesita de café. Él se puso cómodo mientras que Paula se sentaba con la espalda recta, las rodillas juntas y una sonrisa clavada en el rostro.


–De acuerdo, vamos a empezar por lo básico. Eres bailarina de esta compañía, pero te has presentado voluntaria para ser mi asistente solo por esta noche.


–Más o menos –le respondió ella.


–¿Y cuál es tu historia? ¿Por qué tú? –inquirió él.


–No hay mucho que contar. Llevo con el BB desde que tenía once años –le explicó ella, dándose cuenta de que la estaban entrevistando para un trabajo que ni siquiera quería–. Esta noche no voy a bailar, así que supongo que era la opción más obvia.


–¿El BB es el British Ballet?


Ella sonrió al escuchar una pregunta tan tonta.


–Sí. La compañía tiene cincuenta años. Yo empecé en la escuela, después pasé al cuerpo y más tarde me convertí en solista. Algún día espero ser bailarina principal. Así que sé todo lo que hay que saber.


–¿También sabes todo lo que hay que saber acerca de los temas políticos que se van a tocar esta noche?


Ella lo miró y recordó sus notas. Se preguntó dónde las había puesto. Las había escrito en la cocina, las había numerado y… ¿Qué había hecho con ellas después?


–¿Estás preparada, verdad? Porque si hay algo que debes saber de mí es que no me gusta improvisar.


«A mí tampoco», quiso responderle Paula. Por eso había pasado tanto tiempo tomando notas acerca de temas que no le resultaban en absoluto interesantes, pero no podía darle una mala contestación a su patrocinador. Sobre todo, teniendo en cuenta que ella misma había conseguido una beca gracias a la generosidad de personas como Ana Alfonso, tal y como le había recordado el director de la compañía.


–No le defraudaré. La señora Alfonso confía en mí.


–Por supuesto –le contestó él.


¿Pero dónde tenía las notas? ¿En el bolso? ¿O en algún bolsillo? ¿Se las habría olvidado en el metro? Él echó la cabeza hacia atrás y la estudió con una ceja arqueada.


–Por cierto, ¿Desde cuándo conoces a mi madre? Al parecer, está encantada contigo.


–¿De verdad?


Pensó que había tenido las notas justo antes de subirse al coche…


–Sí. Y no serías la primera que quiere hacerse amiga de mi bondadosa e increíblemente generosa madre.


¿Por qué le estaba diciendo aquello? ¿Pensaba que quería ser amiga de su madre? ¿O que quería estar allí, haciendo aquello?


–No he venido a hacer amigos. Estoy aquí porque me han dicho que venga.


Él se puso más serio. Era evidente que había ido demasiado lejos. 

martes, 19 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 4

El vuelo era a las seis, aterrizaba a las siete y media y tenían media hora para llegar al teatro. Sería un milagro si todo salía bien. Paula se detuvo en el centro de la cabina y miró hacia la puerta del dormitorio en el que estaba Pedro Alfonso. Sacudió la cabeza y se miró los brazos, donde estaban empezando a aparecerle manchas y ronchas, señal de que estaba fuera de su zona de confort. Llevaba meses sin poder bailar, esperando a que se le curase el ligamento, y en esos momentos iba en dirección a Londres, al estreno de Two Loves, donde tendría la función de convencer a su patrocinador de que merecía la pena seguir invirtiendo en el British Ballet. Era demasiada responsabilidad y ella no era la mejor persona para aquel trabajo. Si hubiese tenido que estar con Ana Alfonso no habría tenido ningún problema. Era la Gran Dama de la Danza y llevaba años apoyando a la compañía, pero en aquella ocasión iba a tener que estar con su segundo. El director la había mirado sonriendo al darle la nota que Ana Alfonso había escrito para ella: "¡Me encantó volver a verte ayer! Me he dado cuenta de repente de que serías la persona ideal para acompañar a mi hijo Pedro en la función benéfica del viernes. No es precisamente un aficionado al ballet, pero estoy segura de que tú lo vas a cautivar. Me he tomado la libertad de mandar algo de ropa para Pedro y para tí. No te disgustes si se enfada, en realidad es inofensivo. ¡Hasta pronto! Ana" Ella se había quedado mirando la nota con el corazón acelerado y después había abierto las bolsas y cajas de ropa. Había visto un vestido rojo, un chal, unos zapatos beis y un bolso de fiesta a juego. Después había encontrado una corbata roja y un pañuelo para Pedro, y un sobre con un cheque de mil libras dentro. ¡Mil libras! Eso había hecho todavía más imposible decirle que no. Nadie podía permitirse rechazar semejante cantidad. El director había sido muy directo al respecto.


–Confío en tí. Tal vez otra se habría dejado llevar, pero tú tienes la cabeza sobre los hombros. No nos defraudarás. Ni te defraudarás a tí misma.


En eso tenía razón. Llevaba en el British Ballet más tiempo que nadie, desde los once años, y no quería irse a ninguna otra parte. Se sentía segura allí. Era lo único que conocía y lo único que quería conocer. Otros llegaban, hacían amigos, amantes, y se marchaban. Tenían una vida fuera, iban a fiestas y hablaban de sus familias. Y sabían que a ella no le podían preguntar. Paula era consciente de que sentían curiosidad, pero respetaban su silencio. Y a ella no le apetecía hablar de aquel padre que no dejaba de viajar ni de la madre adolescente que no había sido capaz de aceptar el toque de queda impuesto por una recién nacida. Por suerte, tenía la danza.


–Hola, soy Pedro. Encantado de conocerte.


Se sobresaltó al oír su voz y dejó caer la bolsa de cacahuetes que había estado a punto de abrir. «Respira hondo, sonríe y gírate», se dijo.


–Hola, yo soy Paula –le respondió, recogiendo la bolsa y tendiéndole la mano.


Tenía que admitir que de cerca era muy guapo, y muy alto. Se había aflojado la corbata, tenía los hombros anchos, la mandíbula firme y unos labios generosos. La nariz era ancha y larga, y se la debía de haber roto en algún momento, y los ojos, marrones. Tenía el ceño fruncido. Pedro le dió la mano con firmeza y después la apartó. Y ella clavó la vista en su media sonrisa, se fijó en su pelo un poco largo y pensó que parecía más un poeta atrapado en un cuerpo de boxeador que un aburrido banquero. 

Paternidad Inesperada: Capítulo 3

Oyó suspirar a su madre y no le gustó.


–Lo siento, mamá, pero no puedo dar marcha atrás en el tiempo.


La mujer de rojo estaba guardando algo en el armario superior, sus brazos eran esbeltos y pálidos como unos lirios de tallo largo, y sus movimientos, elegantes. Llevaba el pelo recogido en una coleta morena, larga y brillante. Se giró a mirarlo, había inseguridad en sus ojos oscuros. Pedro conocía aquella mirada, sabía adónde podía llevar…


–Espera –fue hasta el dormitorio, que estaba al otro lado del avión, y cerró la puerta–. ¿Sabes algo de David? No está aquí y hay una mujer en su lugar. No suele mandar a nadie así, sin avisar…


–Ah, supongo que te refieres a Paula. ¿Qué te parece? ¿Verdad que es encantadora?


–No se trata de eso –le respondió él.


–No te disgustes, Pedro. Yo tengo mucho trabajo, así que le he pedido a David que termine el desarrollo de la marca con la nueva agencia de publicidad. No hay nadie que conozca nuestro negocio como él.


–¿Y me has dejado a mí con la nueva?


–Conozco a Paula –le dijo ella–, y a mí me impresionó. Aprende muy deprisa y creo que os llevaréis bien. Y te devolveré a David el lunes.


Él tuvo la sensación de que su madre le ocultaba algo.


–¿Y por qué va vestida así? Lleva un vestido muy bonito, pero no es lo más adecuado para venir a trabajar. ¿No se te estará olvidando contarmealgo?


Como el mes anterior, que se le había olvidado decirle que tenía que dar un discurso después de una cena. O cuando había tenido que presentar un premio en una guardería a la que financiaban. Su madre se estaba acostumbrando a pedirle favores de última hora relacionados con sus labores benéficas.


–Ah. Ahora que lo dices…


Ahí estaba.


–Me temo que yo todavía estoy en Senegal y hay un acto que habría que cubrir esta noche. De todos modos, vas a estar en Londres, y no está lejos de tu casa. Y, ¿quién sabe? ¡Tal vez consigas que la prensa diga algo bueno de tí! Eso sería estupendo, ¿No, Pedro? ¿Sigues ahí?


Pedro supo que debía ir olvidándose del boxeo.


–Es una obra benéfica, cariño, para los menos afortunados.


Por supuesto que sí. A eso se dedicaba su madre mientras él se ocupaba del banco. Se le daba muy bien conseguir que los ricos y famosos se involucrasen y a él le parecía bien, siempre y cuando lo avisase con antelación.


–Está bien. Iré –le respondió suspirando–. ¿De qué se trata?


–Es una función benéfica en el King’s.


–Siempre y cuando no sea ballet. No soporto a los hombres en leotardos


–Pues sí, y se trata de mi compañía favorita. No te preocupes, cariño, solo tienes que dejar que te fotografíen en la alfombra roja y saludar a algunas personas después. Le he pedido a Paula que se ocupe de todo. Ella tiene el itinerario y sabe mucho de danza, de hecho, es una de las solistas de la compañía, pero se está recuperando de una lesión. La pobre ha tenido un año horrible.


Él abrió la puerta y vió aparecer a Paula. Así que no la habían mandado de una agencia, sino que era bailarina. Lo cierto era que su postura era perfecta, su cuerpo era perfecto, pero ¿Por qué le estaba sirviendo agua fría otra vez? De repente, lo entendió. Volvió a cerrar la puerta del dormitorio.


–Es decir, que has vuelto a encontrarte a alguien con una historia dura y la has puesto bajo tu protección.


–Sé lo que estás pensando y no te voy a mentir. Paula lo ha pasado mal, pero no es una víctima. Esto no va solo en una dirección, relájate.


–Entonces…


Su madre era dada a sentir pena por muchas personas y no todas tenían buenas intenciones.


–Pedro, tú no te preocupes. Paula no va a intentar robarme. Está completamente volcada con la compañía, pero como está lesionada no puede bailar, así que esta es la manera de que esté ocupada. No obstante, si prefieres a uno de esos hombres en leotardos, seguro que lo puedo solucionar.


Él sacudió la cabeza con incredulidad. Su madre había vuelto a darle la vuelta a la tortilla. Y, después de todo lo que había hecho por él, no podía llevarle la contraria. Estaban muy unidos. Lo habían estado desde la muerte de su padre y lo estarían siempre. Era así de sencillo.Y si en algún momento le entraban las dudas, oía la voz de su padre, su conciencia, que le susurraba al oído que respetase los deseos de su madre.


–De acuerdo, siempre y cuando no se equivoque.


–Eso depende de tí, Pedro.


Él entendió lo que quería decirle. Su madre lo conocía bien y sabía que el hecho de que no quisiese una relación estable no significaba que quisiese pasar las noches solo.


–Está bien, mamá.


–Lo siento, cariño, pero es que sé que podrías ser feliz si sentases la cabeza con alguien. Al fin y al cabo, soy tu madre y solo quiero lo mejor para tí.


–Y lo que es mejor para mí es mejor para el banco, que es lo único que me interesa. No quiero sentar la cabeza con una mujer, al menos, por el momento.


Lo había dejado claro. No había lugar a interpretaciones erróneas. Solo quería cumplir el sueño de su padre, que en esos momentos era el suyo propio, nada más.

Paternidad Inesperada: Capítulo 2

Habían tenido que ir paso a paso para intentar salvar Banca Casa di Alfonso, el banco privado de los italianos ricos.


–Lo único que va a ocurrir es que vamos a volver a levantar el banco. Aunque no consigamos todos los clientes de Arturo, superaremos a Carlos. Eso es lo que importa, ¿No?


El avión llegó a una zona de turbulencias y Pedro vió por la ventanilla cómo una espesa nube gris cubría el paisaje. Ni siquiera una tormenta iba a conseguir desanimarlo. No con aquel arco iris en el horizonte. Hacía años que soñaba con aquello.


–¿Y el nombre? Tal vez habría que cambiar el nombre del banco. ¿Has pensado en ello?


–Por supuesto. BAA. Banca Arturo Alfonso. ¿Qué te parece?


–Oh, Pedro…


Él se sentía tan ilusionado como su madre. El banco había estado en su familia durante varias generaciones. Era una cuestión de vida o muerte.


–No es lo que quiero, pero si es el único modo… ¿De verdad tenemos una oportunidad, hijo?


Él levantó la vista cuando la mujer del vestido pasó por su lado. Volvió a mirar sus piernas. Muy bonitas. Y el modo en que la falda se ajustaba a sus elegantes pantorrillas despertó en él una sensación indeseada.


–¿Pedro?


–Sí, tenemos una oportunidad –respondió él, intentando centrarse–. No hay otro banco que huela tanto a dinero y valores antiguos. Carlos ha convertido el suyo en otra centralita orientada a las ventas. No es seguro, ni sólido, ni honesto. Nosotros somos únicos. Estamos detrás de Arturo en cuanto a estatura.


–Lo sé. Esperemos que sea estatura y honestidad lo que él está buscando.


–Lo más importante va a ser la química. Y el hecho de no haber salido todavía a Bolsa. En eso estamos por delante de Carlos, independientemente de la oferta que le haga. Estoy seguro. De hecho, estoy tan seguro que te apuesto a que me invitan a casa de Arturo durante la regata Cordon D’Or. Vamos a ir poco a poco, pero allí es donde pretendo empezar.


Se giró al oír que servían agua. Le dejaron delante un vaso. Vio unos dedos largos y elegantes, seguidos de unos brazos también largos y elegantes, desnudos, porque el vestido no tenía mangas. Y a un ángel con hoyuelos en las mejillas que le sonreía. Estaba demasiado ocupado como para distraerse. Volvió a preguntarse dónde estaría David.


–Eso será el comienzo, pero va a hacer falta algo más que hospitalidad durante el Cordon D’Or para ganárselo. Es el último de la vieja guardia. Será mejor que tengas tu perfil en las redes sociales bien limpio. Si intuye algún escándalo retirará el puente levadizo antes de que te hayas acercado a él.


–No te preocupes, no habrá más escándalos.


Lamentaba que los hubiese habido en el pasado. Golpeó la ventana con los dedos y siguió con ellos las gotas que iban resbalando por el cristal. Nunca había tenido problemas con su imagen hasta que había llegado su última ex, lady Tamara, que le había vendido la historia de su ruptura a la prensa y había dicho que Pedro era capaz de destrozar la vida de cualquier mujer, prometiéndole que se casaría con ella para después dejarla. Pero aquella no era la verdad. Él nunca prometía nada. A lo largo de los años había ido desarrollando una fobia al compromiso. Estaba casado con su trabajo y no volvería a comprometerse con ninguna otra mujer como lo había hecho con su primera novia, Macarena. Había perdido a su padre, había perdido el rumbo en la vida y, después, a ella. Y jamás volvería a ser tan vulnerable.


–Tenías que haber dejado que David se ocupase de eso. Al menos, el daño habría sido menor.


–No es mi estilo. Me niego a jugar los juegos de los medios. Y no voy a meterme en una discusión acerca de un tema que solo es asunto mío. Tamara estaba enferma. Es la única explicación. Ella creía en algo que no era real y, cuando no ocurrió, decidió ir a la prensa, pero si yo me hubiese metido habría sido peor. Solo habría conseguido prolongar esa triste situación.


–Lo sé, pero como te negaste a hacer ninguna declaración, la gente piensa que eres un paria. No soporto que piensen mal de tí, sabiendo cómo eres en realidad. Me disgusta mucho leer esas cosas.


–Pues haz como yo y no las leas. 

Paternidad Inesperada: Capítulo 1

Era viernes por la tarde. El mejor momento del mundo. La semana laboral había terminado y la fiesta estaba a punto de empezar porque, a juzgar por lo que Pedro Alfonso había oído, iba a haber una buena fiesta. Salió del coche, se aflojó la corbata y, para terminar el día, se dirigió a su avión privado, que lo llevaría de Roma a Londres, y se dispuso a llamar a la Directora General, la signora Alfonso, su madre. Atravesó la cabina y se sentó frente a su escritorio dispuesto a beberse la cerveza de los viernes, salvo que no se la habían servido. Dejó su maletín en el asiento vacío y miró a su alrededor. Tampoco estaba su asistente, David, y eso era muy extraño. Siempre hacían lo mismo: la cerveza, la llamada, algo de agua, algo de prensa, una ducha y cambio de ropa, el coche preparado en Londres, en ocasiones una mujer, otras, no. Esa noche no. Iba a ir a ver un combate de boxeo, a apostar y a estar con los amigos, pero antes tenía que hablar con su madre y darle la noticia. Se sentó y marcó el número. Volvió a mirar a su alrededor. ¿Dónde estaba David? Oyó que abrían una botella de cerveza y se giró justo en el momento en el que empezaba a dar tono la llamada. Primero se fijó en las piernas, después, en el vestido rojo. Aquel no era David. Frunció el ceño y vio cómo le dejaban la botella delante. Alguien tendría que darle una explicación.


–Hola, mamá, soy yo.


–¡Pedro! Precisamente iba a llamarte.


–Pues ya está hecho. Tengo algo que contarte.


–De acuerdo, tú primero.


A él se le aceleró el corazón. 


–Augusto Arturo ha decidido vender por fin.


–¿De verdad? ¿Después de tanto tiempo? Es una noticia increíble.


Pedro agarró la botella, estaba de acuerdo con su madre.


–¿Y cómo te has enterado?


–Ha sido sencillo. Oí unos rumores e indagué. Dicen que está harto, que quiere marcharse y que nosotros somos los únicos interesados…


Se interrumpió, a pesar de los miles de kilómetros que los separaban, Pedro pudo imaginar la expresión de su madre, de dolor y anhelo.


–¿Estás completamente seguro?


Él hizo una pausa. No merecía la pena fingir.


–Somos los únicos realmente interesados. He oído que Carlos va a darse por vencido, pero ya sabes lo malo que es. Su reputación ha llegado hasta Suiza y te garantizo que no tendrá ninguna posibilidad.


–Pedro, no quiero que te metas tú.


–Ya sabes que es el momento, mamá. Carlos se marchó con la mitad de nuestros clientes y los voy a recuperar. Si nos fusionamos con Arturo seremos imparables. Puedo hacerlo, te lo prometo.


–No quiero promesas, Pedro. No quiero que te vuelvas loco como tu padre. No merece la pena.


Él suspiró y soltó la botella. Ya había sabido lo que iba a decirle su madre y la comprendía, pero no tendrían otra oportunidad como aquella.


–No puedo dejarlo pasar, ya lo sabes –le dijo él en voz baja–. Venga, mamá. Por papá. No podemos permitir que Carlos vuelva a ganar.


Esperó a que su madre respondiera, pero el avión despegó en silencio. Él se la imaginó con el ceño fruncido por la preocupación, angustiada. Pero era Ana Alfonso y él, su hijo…


–Tienes razón. Eso no puede ocurrir –le dijo esta por fin–. No podemos quedarnos sentados esperando a que vuelva a quitárnoslo todo.


–Exacto.


–Pero tienes que prometerme que, si intenta algo, lo dejarás, Pedro. Prométemelo. No puedo perder a mi marido y a mi hijo.


Él recordó a su padre volando sobre el salpicadero del coche y apretó la mandíbula con fuerza. Algún día Carlos pagaría por ello.


–No tienes de qué preocuparte, mamá.


–Por supuesto que sí. No soportaría que te ocurriese nada.


Pedro oyó cómo se le quebraba la voz y aquello lo mató. Tenía más fuerza y resiliencia que nadie en el mundo. El hecho de ser capaces de mencionar el nombre de Carlos en una conversación era una muestra de lo lejos que habían llegado. Había sido como de la familia, el mejor amigo de su padre, su abogado de confianza y, después, su socio, y los había traicionado. Lo había vendido todo y se había marchado. Y les había destrozado la vida. 

Paternidad Inesperada: Sinopsis

Estaba embarazada del multimillonario… ¿Se convertiría también en su esposa?


Lo único que le importaba al magnate italiano Pedro Alfonso era restablecer el legado de su familia. Hasta que la encantadora bailarina Paula Chaves lo tentó a dejarlo todo por una noche de pasión. No obstante, cuando esta le confesó que estaba embarazada, Pedro se comprometió a ocuparse de su hijo. ¿Sería capaz de ignorar la fuerte atracción que todavía había entre ambos? 

jueves, 14 de julio de 2022

Atracción: Capítulo 48

Paula salió del recinto número cinco con la correa de Pipo en una mano y un premio en la otra. Hacía un sol de justicia, pero al beagle no parecía importarle. Estaba deseando quitarse la chaqueta del traje. Betty estaba esperándola, con las manos entrelazadas y una sonrisa en los labios. Le entregó el galardón del premio.


–Con uno más, ya será un gran campeón.


–Estoy muy orgullosa de los dos –dijo la anciana.


–Gracias –la palabra sonó vacía, pero no podía evitarlo.


A lo mejor no le venía mal un poco de cafeína. Llevaba semanas sobreviviendo a base de café.


–Vamos a ver qué hacen tus padres en el puesto.


Betty había contratado a los padres de Paula para que se ocuparan del punto de venta.


–También quiero enseñarles el galardón que ha ganado Pipo...


-Tus padres tienen compañía en el puesto –dijo Betty.


–Es bueno que haya clientes.


–Bueno, me parece que éste en particular no está interesado en los productos.


Paula miró y se detuvo en seco. El corazón le dió un vuelco. No podía respirar.


–¿Qué está haciendo aquí? –le preguntó a Betty. La voz le temblaba.


–Vamos a verlo.


–No. Ve tú, Betty, por favor.


La anciana la agarró del brazo.


–Vamos. No eres ninguna cobarde.


–Sí que lo soy.


–Venga. Pon un pie delante del otro, chica.


Paula no tuvo más remedio que echar a andar.


–No puedo...


–Sí que puedes. Un paso y después otro.


–Pedro –dijo Betty.


Él se volvió. Sonrió.


–Hola –le dijo, como si su presencia fuera de lo más normal. 


Paula abrió la boca para decir algo, pero no pudo.


–Te he echado de menos –dijo él, mirándola con unos ojos diáfanos, sinceros.


Paula sintió que el corazón se le salía del pecho. La rabia creció repentinamente.


–¿Qué es esto? ¿Una broma?


–No es ninguna broma –Pedro señaló el puesto de venta–. Parece que los productos se están vendiendo muy bien gracias a tí.


Los padres de Becca sonrieron.


–Me echaste de tu vida como si fuera basura. Heriste mis sentimientos mucho más que ningún otro, lo cual es mucho decir. Y ahora te presentas aquí como si nada hubiera pasado. Es increíble.


La tensión aumentaba por momentos. La gente empezaba a mirar.


–Tienes razón. Siempre has tenido razón... Y estoy aquí. No te culpo si no quieres hablar conmigo, pero por lo menos escúchame.


Pasó un segundo. Y después otro.


–Cinco minutos.


La hizo echarse a un lado y miró el reloj.


–Me estaba acercando mucho a tí. Me distraía en el trabajo. Estaba más feliz contigo que cuando estaba con mi familia. Eso me asustaba. Tú me asustabas. Tenía demasiado miedo de asumir riesgos, demasiado miedo de que pudieras hacerme daño, así que jugué sobre seguro. Y perdí a la persona que más necesito en mi vida, la persona que me entiende, que me hace más fuerte. Me cuidaste como nadie más me ha cuidado, y lo echo de menos. Te echo de menos.


El aire se escapó de los pulmones de Paula. Tenía los ojos llenos de lágrimas. No podía hablar.


–Eres increíble, única. Eres todo lo que no me atrevía a admitir que quería hasta que entraste en mi vida, y entonces te dejé marchar, como un estúpido. Siento haberte tratado como lo hice. Hice lo mismo que el idiota de Nicolás. Pero te pido disculpas, por haber accedido a participar en el programa y en el concurso, por no decirte nada y por romper contigo como lo hice. No te culpo por no quererme después de todo lo que he hecho, pero yo sí que te quiero. Y, si hay alguna forma de que me perdones, te compensaré por todo lo que te he hecho. Quiero pasar el resto de mi vida compensándote por ello.


–¿Has venido por eso?


–Iba a volverme loco si pasaba otro día más sin verte... Creo que todavía me quedan dos minutos más. A lo mejor tres –su voz sonaba sincera–. ¿Tengo alguna oportunidad?


Paula quería decir que no. Quería que se fuera, seguir adelante sin él. Pero su sonrisa casi era una caricia.


–Llevo toda la vida intentando demostrar algo, tratando de ponerme a prueba –le dijo–. Si hacía algo, entonces me aceptaban – respiró profundamente–. Pero Betty me animó. Y después tú. Me dí cuenta de que no tenía que hacer nada especial, sino aceptarme como soy. Y el resto vendría solo.


–Está pasando.


–Te perdono. Estoy preparada para intentarlo, pero quiero al hombre que se esconde debajo de los trajes de ejecutivo, el chico que creció soñando con ser un SEAL.


–Es tuyo –Pedro le dió un beso en la frente.


Se apoyó en una rodilla y la agarró de la mano. Paula contuvo el aliento.


–¿Quieres casarte conmigo, Paula? ¿Quieres ser mi esposa, compañera y encantadora de perros?


Simba trotó hasta Paula. Llevaba una cinta blanca sujeta al collar y de ella colgaba... Un anillo.


–Estás hablando en serio.


–Le he pedido permiso a tu padre.


Alejandra y Miguel les observaban con una sonrisa en la cara.


–¿Qué me dices?


–Vengo con equipaje.


–Y también con tus cepillos para quitar el pelo. A eso lo llamo yo un trato justo.


–Sí –dijo Paula, llena de una felicidad repentina–. Sí. Me casarécontigo.


Pedro quitó el anillo del collar del perro. La banda estaba cubierta de diamantes diminutos y los del centro, más grandes, hacían la forma de la pata de un perrito.


–Pensé que un diamante grande te estorbaría un poco en tu trabajo. Pero si prefieres...


–Este es perfecto. No sabes cuánto.


Él le colocó el anillo.


–Te quiero.


–Te quiero.


Se dieron un beso en los labios, pero el ladrido de Simba les interrumpió. 


–¿Crees que está celoso?


Paula contempló el rutilante anillo y entonces le miró a él.


–No. Ese ladrido es de aprobación.


–Entonces vamos a darle muchos motivos para ladrar.


La besó con pasión. Una ola de alegría bañó a Paula por dentro. El Soltero del Año estaba fuera del mercado y ya no volvería a presentarse al concurso. Pero ese beso definitivamente se merecía un premio, el primero de muchos.






FIN

Atracción: Capítulo 47

 –Yo no quiero ser responsabilidad tuya. Me las arreglo muy bien yo sola.


–No estoy preparado para un compromiso emocional. No puedo permitirme tener una relación.


Paula sintió que algo se encendía en su interior.


–¿Permitirte una relación?


–A lo mejor no he usado la palabra más adecuada... Tengo que centrarme en la empresa, y en nada más, ni siquiera en los productos para animales.


Paula tragó en seco, pero no dijo nada. Él quiso tocarla, pero retiró la mano de inmediato.


–Mira, podría haber hecho esto de otra forma, pero no lo he hecho. Lo hemos pasado bien juntos. No dejemos que las cosas se conviertan en algo horrible.


–Esa es la primera cosa que dices con la que estoy de acuerdo – le miró a los ojos–. Gracias por haberme abierto los ojos y por haberme hecho ver la verdad.


–¿La verdad?


–No me mereces.


–Paula...


–Te comportas como alguien responsable y práctico, pero en realidad no lo eres. Creo que saliste conmigo para complacer a Betty y para tenerla contenta. Así te asegurabas de que no iba a timarla y lo pasabas bien al mismo tiempo.


–No. Salí contigo porque quería estar contigo. No hay ninguna otra razón.


–Pero cuando las cosas empezaron a ir un poco en serio y te diste cuenta de que tendrías que empezar a asumir riesgos, decidiste que se había acabado. Podrías haber hablado, pero eso te daba demasiado miedo, así que seguiste el guion de otra persona, tal y como has hecho durante toda tu vida.


–Eso no es cierto.


–Sí que lo es. Y yo lo sé porque he estado ahí. Pero ya me he cansado de vivir en el pasado, en parte gracias a tí. Pero tú sigues allí, por culpa de tu madre, de tu padre, de Antonella. Y no creo que vayas a salir de ese lugar. Nunca pensé que diría esto, Pedro Alfonso, pero me das pena.


Dió media vuelta y fue hacia la puerta. Pedro se puso en pie. Su corazón latía a toda velocidad.


–No tienes ni idea de lo que estás diciendo. 




Las semanas pasaron una tras otra. Pedro trataba de concentrarse en el trabajo, pero no hacía otra cosa que pensar en Paula. Esa noche tenía la cita de ensueño con la ganadora del concurso y no podía evitar preguntarse si había hecho lo correcto. Un sudor frío le corría por la nuca. Las cámaras despedían mucho calor y estaba muy nervioso. Había un camarógrafo junto a la mesa, filmando toda la conversación que mantenía con una preciosa rubia llamada Brenda Stevens.La joven miró hacia la cámara.


–No tenía ni idea de que íbamos a ser un trío –dijo.


–Nadie nos dijo que tendríamos chaperona y que todo iba a ser filmado –añadió Pedro.


–Bueno, creo que estamos experimentando lo que se siente cuando estás en un reality show –dijo ella.


–Me da igual.


–A mí también. A lo mejor podemos librarnos de él y buscar un sitio donde podamos... Hablar.


Su tono de voz sugería otra cosa, pero Pedro solo quería irse a casa. La única persona que ocupaba sus pensamientos se llamaba Paula Chaves. Agarró su vaso de agua y bebió un poco, pero no sirvió de nada. Bebió un poco más. Un extraño sentimiento le atenazaba por dentro. ¿Qué había hecho? Se había equivocado completamente. Al día siguiente iría a buscarla. Se disculparía. Le pediría una segunda oportunidad. Lo único que tenía que hacer era sobrevivir a esa cita de ensueño...


A la mañana siguiente, Pedro llegó a la casa de su abuela y llamó al timbre. Quien abrió fue la señora Harrison.


–Tu abuela está en su habitación.


–¿Qué pasa con Paula?


–Creo que va de camino a un concurso.


Al entrar en el dormitorio de su abuela, se la encontró haciendo la maleta. 


–¿Adónde vas?


–A Enumclaw, Washington –dobló una camiseta rosa–. Hay un concurso muy importante. Tenemos un puesto para vender los productos.


–¿Y Paula va a estar allí?


–Se fue ayer en la caravana con los perros y con sus padres. Me voy a encontrar con ella hoy –Betty dejó de meter ropa en la maleta un momento–. ¿Qué tal te fue tu cita de anoche? ¿Encontraste a la mujer perfecta?


El sarcasmo era evidente en su voz.


–No voy a volver a pedirle otra cita a la ganadora, si es eso lo que me estás preguntando.


–Por lo menos aún te queda alguna neurona –Betty continuó guardando cosas–. Antes de que se me olvide, tengo que pedirte que me reserves una semana de vacaciones. Le daré unas cuantas fechas a tu secretaria antes de irme.


–¿Por qué?


–Para tu regalo de cumpleaños.


–Pero si no es hasta enero.


–Pero con tu agenda, tengo que planificarlo todo con tiempo.


–¿Adónde voy?


–A un campo de entrenamiento de los Navy SEAL.


–¿Pero cómo...? –Pedro no daba crédito. 


Siempre había querido visitar uno de esos campos de entrenamiento, pero nunca había podido por falta de tiempo. Además, nunca le había dicho nada a nadie, ni siquiera a Leandro.


–Siempre te doy tu regalo en verano, porque tu cumpleaños casi coincide con las Navidades. Así me aseguro de que sea algo diferente, especial.


–¿Un campo de entrenamiento de los SEAL?


–Paula. Fue idea suya. Yo no las tenía todas conmigo.


–Es el regalo perfecto.


–Eso me dijo Paula.


Paula... ¿Quién si no? Ella le conocía de verdad. Era la mujer que necesitaba. Se había comportado como un idiota, pero la amaba. Quería recuperarla.


–Abuela...


Betty le acarició la mejilla.


–Estás tan pálido que pareces un fantasma.


–He cometido un gran error. 


–¿Con Paula?


Pedro asintió.


–Bueno, ¿Cómo piensas arreglarlo?


Atracción: Capítulo 46

El martes por la mañana, en el plató de televisión, Pedro sudaba a chorros bajo los focos. La luz roja de las dos cámaras le recordaba que el programa estaba siendo emitido en directo. De repente Ramiro, el compañero de Nadia, se echó a reír. Era evidente que no le había prestado atención suficiente.


–La gran pregunta que se hacen todas nuestras espectadoras es...


–Espectadoras solteras... –dijo Nadia, interrumpiéndole–. Aunque a lo mejor algunas casadas también.


Ramiro rió, mostrando esos dientes de luz cegadora.


–¿Hay alguna mujer especial en tu vida, Pedro?


Pedro respiró profundamente.


–No hay nadie especial, y es una pena.


–¿Y por qué? –le preguntó Ramiro.


–Porque quiero tener una familia.


Nadia y Ramiro intercambiaron miradas cómplices.


–¿El Soltero del Año de Boise quiere tener familia? –dijeron ambos a la vez.


Pedro tragó el nudo que tenía en la garganta y ahuyentó los recuerdos de Paula. Tenía que seguir el guion.


–Sí. Quiero tener familia. Tener una familia es importante para mí.


Nadia le tocó el brazo. Por alguna extraña razón, esas uñas rojas que llevaba le recordaron a una araña venenosa, de esas que se comían a los machos.


–¿Y qué busca un empresario de éxito como tú en una mujer?


–Busco una mujer educada, con sentido del humor y estilo, que esté en buena forma, sofisticada, con don de gentes, que le guste viajar, que tenga buen oído para la música... Y con buen gusto culinario.


Eran palabras vacías. Esa mujer era igual que él, pero Paula era mucho más que eso. Era divertida, vital. Le alimentaba el alma.


–Puede que haya unas cuantas mujeres en Boise que cumplan esos requisitos –dijo Nadia.


–Eso espero... Quisiera poder usar con mis propios hijos los nuevos productos para niños de Fair Face.


Nadia suspiró junto con el público.


–A lo mejor podemos ayudarte a encontrar a esa mujer –dijo Ramiro.


–Vamos a celebrar un concurso en la página web para encontrar a la mujer perfecta para nuestro Soltero del Año –dijo Nadia, asintiendo con entusiasmo.


–Podría encontrarse entre el público en este momento –dijo Ramiro–. Conectense a nuestra página web y averiguen si tienen las cualidades para ser la mujer perfecta para Pedro. El premio es una cita de ensueño con nuestro Soltero del Año. ¿Y quién sabe? ¡La cita podría convertirse en algo más!


–Gracias –dijo Pedro–. Me vendrá bien tener un poco de ayuda para encontrarla. 




Paula se quedó inmóvil, mirando la televisión, pero sin ver nada. Apolo y Pipo estaban junto a ella, uno a cada lado. La garganta le ardía. Los ojos le escocían. «No llores. No llores. No llores». Encendió el DVD para grabar la entrevista. Tenía ganas de vomitar. Estaba claro que no era la mujer perfecta para él. «Buen gusto culinario...». Los perritos calientes no entraban en ese perfil de mujer. Los perros empezaron a moverse. Los dejó marchar. ¿Por qué se había dejado llevar por Betty y su entusiasmo? En una ocasión le había dicho a Pedro que no iba a fingir ser otra persona, no después de todo lo ocurrido con Nicolás. Pero, si no era lo que él quería, ¿Era esa su forma de romper con ella? No podía contestar a la pregunta por sí sola, pero tenía intención de encontrar la respuesta. 




De no haber sido por la hora, el champán hubiera corrido por los pasillos de Fair Face. El interés en los nuevos productos infantiles se había disparado tras la entrevista televisiva. Había sido una estrategia brillante, un golpe maestro. Todas las dudas se habían disipado rápidamente. Solo quedaba un cabo suelto que atar... Paula.


–La señorita Chaves está aquí –le dijo su secretaria de repente.


Pedro se sorprendió. Jamás hubiera esperado que fuera a buscarle.


–Hazla pasar.


Paula entró en el despacho. Su rostro hablaba por sí solo. Al verla entrar, los demás se marcharon.


–Te veo en la cafetería –dijo Martín.


Pedro asintió con la cabeza.


–Enseguida bajo.


La puerta se cerró. Pedro rodeó el escritorio y se apoyó en él.


–¿Viste la entrevista?


–Sí. Estoy segura de que los servidores del programa se van a colapsar con todas esas mujeres que quieren tener una cita de ensueño contigo –le dijo en un tono sarcástico.


–Solo es un concurso. Publicidad.


–¿Publicidad? Describiste a una mujer que no puedo ser yo.


–El departamento de relaciones públicas me dio la lista de características. No fue cosa mía. Además, tampoco es que estemos saliendo en serio.


–Vaya –Paula le miró como si no le conociera de nada–. Por lo menos ahora tengo moratones en las dos mejillas.


–No quería hacerte daño –dijo Pedro, consciente de que ya no podía retirar lo que había dicho.


–¿Y qué pasa ahora?


–No me encuentro en situación de tener una relación seria.


–Ya me he dado cuenta yo sola de eso.


–Tú también estás muy ocupada con los productos caninos y con tu carrera como adiestradora.


–No me eches la culpa a mí.


–Muy bien. De acuerdo. Soy yo.


–Sí. Eres tú. Quiero saber por qué saliste conmigo.


–Porque era divertido.


–Divertido. Pensaba que había algo más serio.


–No. No puede haberlo. Lo siento. Me he dejado distraer. Tengo que volver al trabajo.


–¿Entonces se trata de Fair Face?


–Después de la muerte de mi padre, todas las expectativas y sueños de mis abuelos recayeron sobre mí. Me he pasado la vida intentando hacer todo aquello que no hizo mi padre, por mi familia y por Fair Face. No puedo cargar con nada más.


–Te refieres a mí.


–Sí. 

Atracción: Capítulo 45

 –Gracias por invitarme a cenar. No me lo esperaba.


Estaban en un café italiano en Boise.


–Me alegro de que no tuvieras otros planes –dijo Pedro.


Paula no podía imaginar manera mejor de pasar un viernes por la tarde.


–Bueno, tengo que admitir que fue una elección difícil. O salía a cenar contigo o me preparaba para el concurso de mañana.


Pedro levantó la vista del menú.


–Me siento halagado de que me hayas escogido.


–Quería que supieras que Carolina está trabajando en las etiquetas para los productos caninos. Se le da muy bien el diseño. Ya verás cuando esté terminado.


–Pedro...


–De acuerdo. Igual me excedí un poco –la miró por encima del menú con ojos pícaros–. Pero te alegrará saber que Caro rotará por distintos departamentos cada semana para ver qué trabajos están disponibles en Fair Face.


–Eso es estupendo.


–Ya veremos cómo sale.


–Ten fe.


Pedro guardó silencio.


–¿Un día duro?


–Lo mismo de siempre.


Esa respuesta tan escueta no era propia de él.


–¿Ya sabes qué vas a pedir?


–El salmón tiene que estar muy bueno. ¿Y tú?


–El especial de fletán tiene que estar riquísimo.


–Sí.


–¿Pasa algo?


–Yo no lo diría así precisamente.


–¿Qué pasa? –Paula bebió un poco de agua para deshacer el nudo que tenía en la garganta.


–Me han nombrado Soltero del Año de Boise.


Paula se atragantó, pero logró tragarse el líquido.


–Vaya. Debes de estar... Muy emocionado.


–Yo no diría tanto. 


–¿Entonces no es para tanto?


–Todo el mundo en Fair Face insiste en que va a ser un bombazo publicitario.


–¿Un bombazo?


–Me van a entrevistar en Good Day Boise la semana que viene.


–Vaya. Una entrevista en la televisión. Eso es algo grande.


–Ya me han hecho entrevistas antes.


Paula levantó su copa.


–Enhorabuena.


–¿No te importa?


–¿Y por qué iba a importarme? No veo que tengas un anillo en el dedo.


Pedro guardó silencio. Paula bebió un sorbo de agua.


–Gracias por entenderlo.


–¿Y por qué no iba a entenderlo? Es todo un honor.


–Eres genial. Lo sabes, ¿No?


–Gracias. Aunque no me cabe duda de que las mujeres van a arrojarse a tus pies para conquistar el corazón del Soltero del Año.


Pedro le devolvió la sonrisa.


–Pueden intentarlo si quieren, pero no lo van a conseguir.


–Me alegra saberlo.


–No te preocupes por nada de esto. Solo va a ser una estrategia publicitaria para promocionar los nuevos productos infantiles.


–Soltero y bebés. No es una combinación usual.


–Así es como se hacen los negocios hoy en día.


Negocios... Le había oído decir cosas similares muchas veces, pero esa vez había algo que la inquietaba, algo que no era capaz de explicar con palabras. Era un sentimiento extraño, una voz de alarma.


–Pareces contenta –le dijo él.


–Lo estoy.


–Me has puesto de muy buen humor.


–Estar contigo me hace feliz –dijo ella.


–Quiero que seas feliz.


El corazón de Paula revoloteó. Sabía que era cierto. «Te quiero». Era tan fácil decirlo. Las palabras colgaban de sus labios.

martes, 12 de julio de 2022

Atracción: Capítulo 44

 –¡Espera!


Adrián y Martín asintieron compulsivamente.


–Pensaba que estaban deseando marcharse.


–Hay otra cosa –dijo Soledad, abriendo la puerta.


Una luz brillante iluminó la sala de juntas.


–¿Pero qué...?


Una atractiva mujer, vestida con un traje marrón, entró en la sala. Llevaba un micrófono en una mano y una botella de champán en la otra. Sus dientes blanqueados resultaban tan cegadores como la luz de la cámara que tenía detrás.


–Soy Nadia Martin, de Good Day Boise. Enhorabuena, Pedro Alfonso, ha sido nombrado Soltero del Año de Boise.


Con un movimiento inesperado, le dió la botella de champán y le puso el micro delante de la cara.


–Emocionante, ¿Verdad?


Pedro sintió que el estómago le daba un vuelco. La reportera tenía el brillo de los depredadores en la mirada, como si estuviera dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir su historia. Sin saber qué decir, se puso en pie.


–Gracias –la palabra salió de su boca más rápido de lo que esperaba–. Es... Todo un honor.


–Desde luego –Nadia batió las pestañas–. Recibió varias nominaciones.


¿Pero quién podía haberle nominado para Soltero del Año? No era el estilo de la abuela, pero Carolina sí tenía un extraño sentido del humor.


–Esto es de lo más inesperado. Estoy... Sorprendido.


–Pues yo no –Nadia le dedicó su mejor mirada seductora–. Chicas, aquí tenemos a un soltero que merece la pena conocer a fondo, porque es una joya.


Pedro no sabía qué decir, así que se limitó a sonreír. Los músculos de la cara le dolían.


–Soy Nadia Martin y me encuentro con Pedro Alfonso, director de Fair Face. ¡El Soltero del Año de Boise!


Las luces se apagaron. El objetivo de la cámara apuntó al suelo. Por fin podía ver de nuevo. Y respirar.


–Te veo el martes –dijo la reportera de repente.


–¿Martes?


–En el estudio.


–Te van a entrevistar en Good Day Boise –dijo Soledad, más solícita que nunca–. Tengo todos los detalles.


Pedro no daba crédito a lo que estaba oyendo.


–Nos vemos el martes entonces –trató de mantener un tono de voz calmo.


Nadia abandonó la sala.


–Sientense.


Los tres empleados tomaron asiento. La sonrisa de Pedro se borró de inmediato.


–¿Qué demonios es esto?


Martín y Soledad miraron a Adrián. Éste último movía el bolígrafo entre los dedos, haciéndolo girar cada vez más rápido.


–Adrián –dijo Pedro, lanzándole una mirada fulminante.


–Mi esposa me habló del concurso. Pensé que sería buena publicidad para Fair Face.


–Y yo estuve de acuerdo –dijo Martín.


–Yo también –dijo Soledad–. Es una oportunidad muy buena.


–¿Soltero del Año de Boise? –Pedro agarró el bolígrafo y golpeó la mesa–. ¿Se han vuelto locos?


–Es muy sencillo –dijo Martín–. Estamos recibiendo muy buenas críticas por la línea de productos infantiles. Las madres no dejan de llamar, pidiendo muestras. Es el momento perfecto para esto.


–Esta clase de publicidad no tiene precio –dijo Adrián–. Es por eso que te hemos nominado.


–¿Los tres?


Soledad abrió una carpeta.


–Hazte el soltero de oro. Dí que quieres sentar la cabeza.


–¿Qué? ¿Sentar la cabeza?


–Y tener familia –añadió Soledad–. El hecho de mencionar que quieres tener familia preparará el terreno para los nuevos productos infantiles.


–¿Cuál es el premio?


–Una cita contigo –dijo Adrián, sonriendo.


–Por favor, dime que se trata de una broma.


–No es una cita cualquiera. Es una cita de ensueño. Un paseo en limusina, una cena romántica en Pacifica, una discoteca para bailar... –añadió Soledad.


Pedro se revolvió en la silla. A Paula no le iba a gustar todoaquello.


–Pondremos un cartel publicitario enorme para promocionar el concurso, en algún lugar muy visible, donde pueda verlo todo el mundo –dijo Martín–. Lo podremos en la página de Facebook. Incluso podemos promocionarlo a nivel nacional. Podemos ofrecer billete de avión y hotel si la ganadora no es de Boise.


–Esto tiene que ser una broma.


–¿Te parece que estoy de broma? –dijo Adrián, como si el futuro de Fair Face dependiera de ello–. Tus requisitos para la mujer perfecta aparecerán en la web del programa. Las chicas podrán rellenar un formulario y ver si son compatibles.


Pedro tiró el bolígrafo.


–Eso es...


–Una estrategia de marketing brillante –dijo Martín–. Si terminas saliendo con la ganadora...


–Imagina si te casas con ella... –dijo Soledad.


–Estoy viendo a alguien.


–¿Estás viendo a alguien? ¿O saliendo con alguien? –preguntó Adrián.


Pedro titubeó.


–No es algo tan serio.


–Entonces no debería ser un problema –dijo Adrián.


–Ponte en mis zapatos.


–Bueno, un nuevo par de zapatos arregla muchas cosas, a veces hasta el corazón –dijo Soledad.


–No es nada personal. Es una decisión de negocios –dijo Martín–. Cuando terminemos con la campaña, dos de cada cinco madres usarán nuestros productos.


Pedro guardó silencio. Pensó en la exposición mediática, en los beneficios...


–Muy bien. Hagámoslo.