–Y mi auténtico regalo para tí hoy, abuela, es poner fin a esta ridícula disputa de ustedes –dijo Paula. Alargó el brazo y tomó el collar de perlas–. Me lo quedo yo. No tengo ninguna prima, y es lo que la bisabuela habría querido. Además… –dijo poniéndose el collar–, van muy bien con mi vestido.
Las dos hermanas se quedaron boquiabiertas.
–Los macarrones que he puesto en las dos pirámides son de sus sabores favoritos, y la combinación es perfecta; mucho mejor que si fueran de un sabor o de otro, igual que ustedes dos juntas son perfectas.
A las dos mujeres se les habían humedecido los ojos.
–Las quiero. Y sé que las dos me quieren. Y también sé que se quieren la una a la otra, aunque les cueste decirlo con palabras. Tía Betty, creo que ya va siendo hora de que vuelvas a casa. Tu sitio está aquí, y aquí es donde te queremos.
Su abuela, que había sacado el pañuelo, se sonó ruidosamente la nariz.
–Tiene razón, Betty.
Su tía abuela Betty carraspeó; dos veces.
–Lucre, no te imaginas cuánto me alegra oír eso.
–Excelente –interrumpió Pedro–, porque ahora que ya han arreglado sus diferencias, voy a robarles a Paula un momento –y antes de que nadie pudiera decir nada, levantó una mano y añadió tomándola del brazo–: No le entusiasman los macarrones, y le he hecho un postre especial.
–¿Pau? –la llamaron al unísono su abuela y su tía abuela.
–No pasa nada. Si necesito que me rescaten, daré una voz –les dijo Paula.
Y dejó que Pedro la llevase a la cocina. Cuando estuvieron a solas, él se volvió hacia ella con una sonrisa que hizo que el corazón le palpitara con fuerza.
–Me has dejado impresionado.
–No he estado mal, ¿Eh? –bromeó ella, sintiéndose poderosa–. ¿Es verdad que has hecho un postre solo para mí?
Pedro sacó un plato del armarito, y de un cajón un tenedor y una paleta de postre. Luego fue a la nevera, de donde sacó una pequeña fuente que colocó sobre la mesa.
–Es una tarta de piña de mi invención –le explicó mientras le servía una porción–; en tu vida has probado nada igual, ya lo verás –dijo tendiéndole el plato.
Paula lo probó y cerró los ojos extasiada. Cuando los volvió a abrir, Pedro estaba mirándola con una expresión descarnada de deseo que no trató de disimular, y aquello la hizo sentirse todavía más poderosa, más segura de sí misma, y más audaz. Alzó la barbilla y le dijo:
–Bueno, ¿Y cuándo vas a decirme que me quieres?
–¡Pero si llevo toda la tarde diciéndotelo!
Era verdad.
Justo en ese momento entraron su abuela y su tía abuela en la cocina.
–Cariño –le dijo su abuela–, no está bien levantarse de la mesa y desaparecer.
–Cierto, escucha a tu abuela. Nosotras no te hemos educado así – asintió su tía abuela.
–Lo sé, pero es que… Hemos dejado solos a los cachorros –se inventó Paula–. Tenemos que ir a ver cómo están. A menos, claro, que quieran ocuparse ustedes de ellos.
–¿Cachorros? ¿Qué cachorros? –inquirió su tía abuela contrariada.
–¡Ay, unos cachorros preciosos! –exclamó su abuela–. Ven, te los enseñaré. Pedro me ha regalado uno y… –miró a Paula–. Y el otro es para tí, Betty.
¡Su abuela acababa de regalarle su cachorro a su hermana!
–No te preocupes –le dijo Pedro en un tono confidencial cuando se hubieron ido–. Rocky tuvo más cachorros.
Paula se rió, y antes de que pudieran volver su abuela y su tía abuela tomó a Pedro de la mano y lo llevó fuera, al jardín, para que pudieran hablar. Ella, que se había llevado el plato consigo, lo condujo hasta un viejo columpio y se sentó a comerse lo que quedaba de tarta. Pedro se apoyó en el tronco del árbol que había al lado y la miró con adoración. Se moría por besarla, pero sabía que Paula tenía preguntas que quería hacerle, y era justo que se las contestara.
–¿Qué hace Adrián en la casa de la playa? –le preguntó ella, sin andarse por las ramas.
Pedro se metió las manos en los bolsillos.
–Tenías razón en todo lo que me dijiste la noche antes de irte.
Paula escrutó su rostro en silencio.
–Cuéntame qué pasó después de que me fuera –le pidió.
–Me volqué de lleno en el libro, y conseguí acabarlo en un tiempo récord.
–Enhorabuena.
–Y luego, como no tenía nada que hacer, me encontré con un montón de tiempo para pensar –explicó Pedro–. Algunas de las cosas que me dijiste me atormentaban, como lo de que tenía que esforzarme más para ayudar a Adrián, así que empecé a preguntarme qué más podría hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario