martes, 25 de enero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 3

 —Sí, la verdad es que yo también me siento como la heroína de un cuento de hadas, ¿Sabes? Primero me dieron carta blanca en el balneario para que contratara al equipo que quisiera para el club de salud, y ahora esto. Por fin mi licenciatura en dirección de empresas y lo que más me gusta en el mundo, el deporte, se unen.


—Los Ángeles, ¿Eh? Cuánto me alegro por tí, Jime, pero, ¿No podrías retrasarlo un par de meses?


—No, cariño, ni siquiera por tí, pero te voy a dar un buen consejo. Ni caso a tu madre y a sus dietas instantáneas porque eso no existe.


—Pero…


—Te lo digo en serio. Lo único que puedes hacer es dejar de comer eso que tú y yo sabemos y hacer deporte —dijo Jimena—. En cuanto a mí, lo único que puedo hacer es recomendarte un buen entrenador personal para que te ponga un programa de ejercicio y se asegure de que lo cumples.


¿Alguien que no conociera todas sus pequeñas debilidades?


—Pero, Jime, necesito atención constante. Si no, me salgo del buen camino. Ahora mismo, por ejemplo, estoy sacando una tableta de chocolate de la nevera —la amenazó— y me la voy a tomar con una tostada bien grande —concluyó mordiendo el pan—. De pan blanco, por supuesto.


—Buen intento —rió Jimena—, pero no es suficiente para que no me suba en ese avión. ¿Por qué no te olvidas del régimen y te lo pasas bien en la boda? Ponte un vestido bonito y ya está. Seguro que Marcos Gray está harto de mujeres en los huesos, de verdad.


—¿Cómo me dices eso cuando trabajas en un sitio cuyo único objetivo es que las mujeres se queden en los huesos?


—No, mi trabajo es ponerlas en forma, que es muy diferente. Seguro que le encanta bailar con una mujer que tiene donde agarrar.


—No me tomes el pelo, Jime.


Jimena suspiró.


—Damián Jackson no te engañó porque te sobren unos kilos, Pau, sino porque es el mayor…


Paula mordió un trozo más de tostada para no oír la última palabra. Sabía perfectamente lo que era Damián, pero eso no la ayudaba a asimilar lo que había hecho con una chica tan delgada como un palo.


—Me sobran muchos kilos y lo sabes.


—¿Qué quieres, Pau?


—Quiero estar delgada y guapa, quiero que la gente me mire por la calle —contestó Paula pensando en su hermana.


—Muy bien —dijo Jimena al cabo de unos instantes en silencio—. Lo primero es centrarse en el peso. Si consigues adelgazar, lo demás llegará rodado.


—Ya sé por qué eres mi mejor amiga.


—Yo también te quiero, pero te advierto que esto no va a ser fácil. Lo primero que tienes que hacer es volver a meter el chocolate en la caja en la que guardas todas las demás chucherías a las que eres adicta.


—Si fuera tan fácil, no tendrías negocio —le advirtió Paula.


—Ya, ya. No te pongas nerviosa. La Cenicienta va a ir al baile. Te voy a buscar a alguien que te ayude. Nadia será perfecta para tí. Te controlará y podrás hablar con ella por teléfono siempre que quieras; como por ejemplo si tienes la tentación de tomarte una hamburguesa triple con patatas.


—Por teléfono no me va a servir de nada. Tendría que estar a mi lado para quitármela de las manos.


—Nadia tiene marido e hijos. No puede irse a vivir contigo.


—No, claro que no. Perdón, me estoy comportando de manera completamente irracional.


—No pasa nada, estás preocupada y te entiendo. Te aseguro que con Nadia te irá tan bien como conmigo…


—Eres un ángel, Jime.


—Vas a sudar y a llorar, pero, si quieres que te miren por la calle, vas a tener que hacer deporte. No va a ser suficiente con dejar de comer mal.

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