martes, 25 de enero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 2

 —¿El padrino? —repitió Paula disimulando, como si no fuera aquella la razón por la que el corazón amenazaba con salírsele del pecho—. Marcos Gray —anunció agarrándose al respaldo de la silla.


Aquellas emociones a la hora del desayuno no podían ser sanas.


—¿Marcos Gray? —dijo Jimena anonadada—. ¿El dios del sexo? ¿El hombre que toda mujer que se precie sueña encontrar bajo el árbol de Navidad con una sonrisa y un preservativo?


—Sí, ese —suspiró Paula—. Será perfecto. Un día de encantamiento sin ningún tipo de realidad posterior que estropee el efecto.


—¿Te vas a convertir en la Cenicienta a las doce en punto o qué?


—Exactamente, pero a mí no se me va a caer ningún zapato por el camino. ¿Te crees que se puede ser feliz con un hombre obsesionado por tus pies? ¡Por favor!


—No lo había pensado —admitió Jimena—. Y supongo que tanto interés en que agite mi varita mágica y te convierta en una princesa para ese día no será para que Damián te vea en Celebrity y se muera de la envidia por no estar a tu lado codeándose con los ricos y famosos, ¿Verdad?


Recordarle a Damián no tuvo en Paula el efecto que su amiga buscaba. En lugar de reírse, recordó lo indeseable que era. Se miró, vestida con sus mallas y una camiseta ancha, y gruñó.


—Soy tonta, ¿Verdad? Es imposible conseguirlo. Voy a ser la más fea del lugar. Es imposible competir con todas esas súper mujeres con cuerpos esculturales.


—No digas tonterías —dijo Jimena, que era directora del club de salud de un balneario—. No te rindas tan pronto. Eres tan guapa como tu hermana. Para que lo sepas, aun a riesgo de sonar envidiosa, te diré que ella está un poco demasiado… Delgada.


—A la cámara le gusta la delgadez.


—Ya, pero tú no eres actriz y, además, tienes una sonrisa radiante que ilumina la habitación en la que estás —la animó.


Paula sabía que Jimena estaba intentando ser amable, pero aquella era precisamente la reacción que había temido. Las comparaciones con su increíblemente guapa, famosa y delgada hermana eran constantes. Todos acababan diciéndole, para consolarla, que ella tenía una sonrisa preciosa. Aquella vez no era suficiente.


—Sí, tengo una sonrisa muy bonita, pero la de Gray es mucho mejor, así que no creo que nadie se fije en mí. Voy a ser la gordita sonriente —se quejó abriendo la nevera.


—De eso nada, Paula.


—Sí, sí lo voy a ser… si mi mejor amiga no me ayuda a librarme de mí misma. Te necesito porque me conoces de toda la vida y sabes mis puntos débiles. ¿Quién si no tú sabe dónde guardo el chocolate o esas galletas para los momentos bajos o mi adicción al queso camembert derretido sobre…


—¡Para ahora mismo!


—No tengo remedio. Tú, cuando te encuentras mal, sales a correr, pero yo me tiro a la comida. Cuando mi madre menciona «dieta milagrosa, que es a menudo, me pongo a temblar. Te suplico que te vengas a vivir a mi casa estas semanas, por favor.


—Sabes que haría cualquier cosa por tí, Pau, pero…


—No, no me digas pero, Jime, no puedo soportarlo… —la interrumpió Paula presa del pánico.


—Pero —insistió Jimena— nuestra amistad siempre se ha basado en el principio de vive y deja vivir. He tolerado la relación de amor-odio que tienes con los regímenes y tú has sabido tolerar la adicción que tengo al ejercicio. Nuestra amistad funciona porque no nos metemos en las adicciones de la otra y creo que debería seguir siendo así. Además, aunque quisiera, no podría ir. Te iba a llamar para preguntarte si querías algo de Los Ángeles.


—¿Los Ángeles?


—Sí, me voy hoy mismo a Estados Unidos. La empresa quiere que haga un estudio de mercado sobre las últimas tendencias.


—¿De verdad? —dijo Paula olvidando sus problemas por un momento y alegrándose sinceramente por su amiga—. Es genial.

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