martes, 18 de enero de 2022

Curaste Mi Corazón: Capítulo 45

Pedro acabó el libro de cocina en quince días en vez de en un mes, como había calculado que le llevaría sin la ayuda de Paula. Durante esas dos semanas, a pesar de que se obligaba a dar un paseo por la mañana y otro por la tarde, y a tomar tres comidas al día, le quedaba mucho tiempo libre, así que se había volcado en el trabajo. No había dormido demasiado, pero había terminado el libro. Le había enviado el texto al editor, y luego había limpiado la casa de arriba abajo. Después de haber descuidado la limpieza desde la marcha de Paula, le llevó dos días. Al tercer día tras haber acabado el libro ya no tenía nada con lo que ocuparse. Se había hecho una tortilla para desayunar, pero no tenía apetito. Irritado, tomó su café y salió al porche. ¿Cuándo tendría una respuesta del editor?, se preguntó exasperado, sentándose en los escalones. Se obligó a admirar la vista, y se dijo que debería sentirse afortunado por poder disfrutar de algo así, pero la belleza del océano no alivió ni un ápice el resquemor que había en su alma, ni la oscuridad que amenazaba con engullirlo por completo. Echaba de menos a Paula cada segundo del día, y también cada noche. Todo le recordaba a ella. Lo único bueno de que no pudiera dejar de pensar en ella era que pensaba menos en Adrián y en lo culpable que se sentía. Las últimas palabras de Paula resonaron en su mente: «¿Vas a rendirte? Si de verdad te importara Adrián, te esforzarías más». ¿Y qué más podía hacer? ¿Cómo iba a ayudarlo si no quería ni verlo? ¿Cómo podría sacarlo del estado depresivo y apático en el que se encontraba si…?


Pedro se quedó paralizado. Adrián no quería ni verlo, igual que le había ocurrido a él con Paula el día que había llegado. Y el único método que le había funcionado a ella con él había sido hacerle chantaje, amenazándole con contarle a Federico en qué estado lo había encontrado, y hacerlo sentirse culpable porque sabía que con eso preocuparía a su hermano. Ella lo había obligado a mirar fuera de sí. Le había recordado que necesitaba alimentarse y hacer ejercicio, además de la luz del sol y el aire fresco. Lo había obligado a reconocer que el dedicar parte de su tiempo a disfrutar de esas cosas no significaría desatender la tarea de escribir el libro. De hecho, le había hecho ver que necesitaba esas cosas para poder cumplir esa tarea. Había llegado allí y había puesto su mundo patas arriba. A él no le había gustado, y había intentado resistirse, pero le había hecho bien. Lo había devuelto a la vida. ¿A quién tenía Adrián que quisiese ayudarlo y estuviese dispuesto a ser duro con él si hacía falta? ¿Su madre? No, Diana Devlin tenía demasiado miedo por el futuro de su hijo y estaba condicionada por el rencor. Tamborileó con los dedos en el muslo antes de erguirse con decisión. Sacó el móvil del bolsillo del pantalón, y buscó en la agenda el número del médico de Adrián. 


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