jueves, 6 de enero de 2022

Curaste Mi Corazón: Capítulo 35

 –Toma, prueba tú ahora –le dijo Pedro, tendiéndole el cuenco y la varilla.


Paula intentó imitarlo y él no torció el gesto al ver su torpeza, pero sospechaba que estaba conteniéndose.


–Solo hace falta un poco de práctica –le aseguró.


Ojalá eso la consolara, pensó ella desanimada, mientras seguía batiendo.


–¡Por amor de Dios, Paula! –explotó Pedro al cabo de un rato–. Es una varilla lo que tienes en la mano, no un martillo.


Paula le tendió el bol y la varilla.


–Enséñame otra vez cómo lo haces tú.


Pedro apretó la mandíbula y tomó de nuevo el bol y la varilla.


–Fíjate bien, así es como tienes que hacerlo.


Se le veía tan profesional y tan seguro de sí mismo…, Pensó Paula. Podría pasarse el día viéndole batir claras.


–¿Por qué te criaron tu abuela y tu tía abuela? –le preguntó de repente, sin dejar de batir.


–Había una diferencia de edad de veinte años entre mi padre y mi madre. Cuando yo tenía cinco años, ella se fue de casa. Supongo que estaba cansada de pasarse el día con gente mucho mayor que ella. Cuando nos dejó, mi abuela y mi tía abuela Beatríz se vinieron a vivir con nosotros.


–¿Y sigues viendo a tu madre?


–De cuando en cuando. Vive en el Reino Unido. ¿Aún no están listas? – le preguntó, echándole un vistazo al bol.


–No; compruébalo tú misma –dijo tendiéndole la varilla mientras seguía sosteniendo el bol.


Paula movió la mezcla un poco con la varilla.


–¿Lo ves? Todavía no están lo bastante espumosas.


Paula le devolvió la varilla, y mientras él seguía batiendo, fue a echar el azúcar en el vaso medidor y lo colocó en la mesa, al alcance de Pedro.


–¿Y tu padre? –le preguntó él.


Paula arrugó la nariz.


–No estamos muy unidos. Un año después de que nos abandonara mi madre y mi abuela y mi tía abuela se mudasen con nosotros, él se fue también, a un piso de alquiler. Es geólogo. Yo me hice geóloga porque pensé que así tal vez tendríamos algo de lo que hablar. Pero me he dado cuenta de que lo de la geología no es lo mío. Y si mi padre tiene un problema con eso, ¡Que se aguante!


Pedro dejó de batir y se quedó mirándola.


–Las relaciones no son algo unilateral –le explicó Paula–. Si quiere que tengamos una verdadera relación padre-hija, él también debería hacer un esfuerzo.


Pedro asintió y le tendió la varilla de nuevo.


–Toma, comprueba la textura ahora.


Paula hizo lo que le decía.


–¿Notas cómo ahora tiene mucho más cuerpo?


Paula asintió, y al ver que parecía tener intención de marcharse, le devolvió la varilla para que siguiera batiendo.


–La verdad es que a mi padre lo he dado por perdido. Mi abuela y mi tía abuela Beatríz son quienes de verdad me criaron, me dieron su cariño, y quienes han estado a mi lado, aun estando enfrentadas.


–¿Y de verdad crees que hacer una pirámide de macarrones pondrá fin a ese enfrentamiento?


–Por probar no pierdo nada.


–No, supongo que no –Pedro le tendió el bol–. Ya lo tienes: unas claras a punto de nieve –dijo levantándose.


¡No!, ¡no podía irse! Paula se apresuró a tomar el vaso medidor con el azúcar, e hizo como si fuera a vaciarlo a las bravas sobre las perfectas claras de Pedro.


–¿Pero qué haces? –exclamó él, agarrándola por la muñeca para detenerla.


Parecía escandalizado. Paula se hizo la tonta y lo miró con los ojos muy abiertos.


–Iba a añadir el azúcar.


–Pues no se hace así; debes incorporarlo poco a poco –dijo Pedro, procediendo a mostrarle cómo se hacía.


Tal vez se había pasado un poco exagerando haciéndose la tonta, pero había merecido la pena; había conseguido que Pedro hiciera el siguiente paso de la receta.


–Ya está –dijo Pedro, devolviéndole el bol al acabar–. Te dejo –añadió levantándose.


Paula lo miró desesperada.


–No te vayas –le pidió–. Yo estoy ayudándote con lo del libro, ¿No? Lo menos que podrías hacer es quedarte aquí y darme indicaciones.


Pedro se cruzó de brazos y un brillo travieso relumbró en sus ojos.


–Lo haré… A cambio de algo.

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