jueves, 13 de enero de 2022

Curaste Mi Corazón: Capítulo 44

 –El servicio de ambulancias de NSW empieza dentro de poco el proceso de preparación de nuevos técnicos, así que he pensado que debería apuntarme cuanto antes.


Pedro se levantó y fue junto a ella. Le puso una mano en la mejilla y le imploró que se quedara.


–Por favor; solo una semana más –le rogó con voz ronca.


Los ojos de Paula se humedecieron, pero parpadeó para contener las lágrimas.


–No pienso conformarme con ser la segunda en tu vida, Pedro. Sé que siempre antepondrás a Adrián –tragó saliva y añadió–. Creo que me merezco ser lo primero para el hombre con el que elija compartir mi vida.


Pedro retrocedió un paso. No podía negar que para él ahora Adrián era la prioridad, y que seguiría siéndolo hasta que se recobrase por completo, y no sabía cuánto tiempo llevaría eso. No podía culpar a Paula por no querer sentarse a esperarlo, tal vez años.


Paula fregó todo lo del desayuno y recogió la cocina mientras él permanecía a un lado, taciturno.


–¿Y qué pasa con Rocky? –le preguntó.


Paula se llevó una mano a la sien y se la masajeó con los dedos, como si le doliese la cabeza.


–Pensaba que querías quedártela.


Pedro sacudió la cabeza.


–Lo decía por los cachorros.


Paula se secó las manos con el paño y lo colgó en su sitio.


–Cuando estén destetados vendré a recogerlos. Y si tuvieras algún problema, ponte en contacto conmigo. Te he dejado una nota junto al teléfono del pasillo con mi número de móvil, mi dirección de correo electrónico y la dirección de la casa de mi abuela –contestó sin mirarlo a los ojos.


–¿Es ahí donde vas a alojarte? –inquirió Pedro.


–Al menos por una temporada –respondió ella aún sin mirarlo, mientras se colgaba el bolso del hombro.


De pronto a Pedro le costaba trabajo tragar saliva. Se quedó mirando el bolso de Paula. ¿De verdad iba a marcharse?


–Adiós, Pedro.


¡Aquello no podía terminar así! Se había hecho tantas ilusiones y… Paula alargó la mano, como si fuera a tocarlo, pero la dejó caer y murmuró:


–Te deseo lo mejor.


Parecía tan calmada, tan distante…, Como si no le importara, cuando a él estaba destrozándolo.


–¿De verdad es esto tan fácil para tí? –las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera contenerlas–. ¿No sientes la más mínima duda ni…?


–¿Fácil? –repitió ella, contrayendo el rostro–. ¿Fácil alejarme y dejar atrás los sueños que tú me hiciste creer que eran posibles? –le espetó con una mirada cargada de dolor.


Pedro habría querido abrazarla, disipar ese dolor y la desesperación que notaba en su voz, pero a la vez quería esconderse de sus ojos acusadores, de la angustia que veía en ellos… La angustia que él había causado.


–Lo siento, Paula. Yo…


De pronto ella lo agarró por el cuello de la camisa y apretó sus labios contra los de él. El mundo se tambaleó. Paula lo besó con pasión, como si le fuera la vida en ello, y Pedro respondió con idéntico fervor, pero de repente lo apartó.


–He intentado jugar limpio, Pedro, comportarme de un modo civilizado, pero tú no pones nada de tu parte. Espero que este beso te atormente cada noche mientras continúes aquí encerrado.


Lo atormentaría, de eso no había duda, igual que las lágrimas en sus ojos y la expresión de dolor en su rostro.


–Se ha terminado, Pedro. Lo nuestro se ha acabado.


Paula tomó las maletas y salió de la cocina. Cuando Pedro llegó fuera ya había metido las maletas en el todoterreno y estaba sentada al volante, colocándose el cinturón. Puso en marcha el motor y, sin volver la vista atrás, se alejó. Rocky, que lo había seguido fuera, gimió de un modo lastimero y aulló. Pedro se volvió hacia ella.


–Demasiado tarde, perra boba; deberías haberle demostrado que la querías cuando tuviste ocasión.


Tomó una piedra del suelo y la arrojó con todas sus fuerzas contra un poste de la valla, pero no lo liberó de la frustración que sentía. Se había acabado; Paula se había ido. Era culpa suya, y no podía hacer nada para solucionarlo.

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