jueves, 13 de enero de 2022

Curaste Mi Corazón: Capítulo 41

Paula se sacó el móvil del bolsillo por decimonovena vez, pero seguía sin tener ningún mensaje. Hacía dos días que Pedro se había ido, y en ese tiempo ella le había mandado cinco mensajes. Miró a Rocky, que estaba echada en su cesta, en un rincón de la cocina, con el hocico entre las patas. Era evidente que ella también echaba de menos a Pedro.


–¿Tú crees que cinco mensajes son muchos, Rocky? ¿Le pareceré muy desesperada?


Se dejó caer en una silla y empezó a contar con los dedos de la mano:


–Uno preguntándole «¿Has llegado ya?». Dos, en el que le decía «Me acuerdo mucho de tí». Tres, en el que le puse «¿Qué tal por ahí? Por aquí todo bien». Cuatro, el mensaje en el que le decía: «Te echo de menos», y… ¡Ay, Rocky, sí que son muchos!


Dejó caer la mano en el regazo y suspiró. El último, que le había enviado el día anterior, había sido simplemente un mensaje de buenas noches antes de irse a dormir. No podía ser tan patética, se dijo levantándose.


–Venga, Rocky, vamos a dar un paseo.


El animal se levantó de mala gana y la siguió con la cabeza gacha.


–Anímate –le dijo Paula inclinándose para acariciarla–, Pedro volverá pronto, ya lo verás.


Apenas había abierto la puerta del vestíbulo cuando de repente Rocky se puso como loca, como si hubiera oído algo, y salió corriendo al porche y bajó las escaleras. ¿Qué diablos…?


–¡Rocky, espera! ¡Llevas un montón de cachorritos en la tripa! –la llamó Paula, yendo tras la perra–. ¡Tienes que tener cuidado!


Y entonces ella también lo oyó: El ruido de un motor, de un vehículo acercándose. El corazón le palpitó con fuerza. ¿Podía ser que hubiera vuelto Pedro? Sintió deseos de ir corriendo a su encuentro, como Rocky, pero no habría sido muy decoroso. Cuando salió fuera comprobó que Rocky no se había equivocado. Su todoterreno, con Pedro al volante, estaba deteniéndose frente a la casa. Se lo había prestado para el viaje porque habían pensado que así le resultaría más fácil pasar desapercibido ante los paparazzi. Estaba ansiosa por saber de qué posibles proyectos habían hablado Adrián y él. Era lo que  necesitaba: Llenar su futuro con esperanzas, planes y sueños, se dijo bajando las escaleras del porche. Sin embargo, cuando se bajó del vehículo, se quedó espantada al ver lo pálido que estaba y las ojeras que tenía. Cuando llegó junto a ella lo asió por el brazo, y le habría dado un abrazo, pero él la apartó.


–Ahora no, Paula.


Ella intentó no tomárselo como algo personal. Era evidente que las cosas no habían ido bien en Sídney.


–No tienes buen aspecto. ¿Quieres que llame a un médico?


Pedro sacudió la cabeza.


–Entonces, ¿Por qué no te tumbas en el sofá? Te prepararé un sándwich y te lo llevaré con una cerveza.


–Voy a darme una ducha.


Ni siquiera había acariciado a Rocky, pero al menos dejó que lo siguiera cuando entró en la casa. Tenía más suerte que ella. Aturdida, Paula se sentó en los escalones del porche. «Ten paciencia con él», se dijo. Le dejaría que se duchara y que descansara un poco sin molestarlo. Y luego le prepararía algo rico de comer. Tal vez para entonces ya estaría de mejor humor para hablar. Espaguetis con albóndigas, eso era lo que iba a cocinar. A ella siempre le levantaban el ánimo. Se puso de pie y entró en la casa.



Pedro apoyó los brazos en los azulejos y cerró los ojos mientras el chorro de la ducha caía sobre él, pero no podía borrar de su mente la imagen de Adrián. Había quedado grabada en ella para atormentarlo toda la eternidad. Después de seis meses aún tenía que llevar el traje de compresión, una prenda diseñada para las víctimas con quemaduras graves en la mayor parte de su cuerpo. Después de seis meses todavía tenía dolor. Y nada más verlo aparecer se había puesto muy alterado y le había gritado que se marchase. Por más meses y años que pasasen, nunca podría deshacer el daño que le había hecho. Y luego había aparecido su madre y había montado un escándalo tremendo. Había sido un completo error ir allí. Por lo menos el médico de Adrián había tenido la amabilidad de dedicarle unos minutos. Le había explicado que se estaba recuperando mejor de lo que habían esperado. De hecho, según parecía había tenido intención, hacía varias semanas, de mandarlo a casa. Sin embargo, Adrián no había querido. No se lo había dicho con esas palabras, pero se lo había dado a entender. Le había explicado que estaban haciéndole un «seguimiento psicológico», esas habían sido sus palabras exactas, lo cual, según le había dicho, no era un procedimiento inusual en sus circunstancias. Cerró el grifo y salió de la ducha, pero mientras se secaba no pudo dejar de seguir dándole vueltas al asunto. Por lo que veladamente le había dado a entender el médico, temían que Adrián estuviese pensando en suicidarse. No le extrañaba que su madre lo detestase. Se vistió, colgó la toalla y echó la ropa sucia en el cesto. No podía quedarse arriba eternamente; en algún momento tendría que bajar y hablar con Paula. Al llegar, cuando la había visto al pie de los escalones del porche, bañada por la luz del sol, se le había hecho un nudo en la garganta. No se la merecía. Hasta que Adrián no se hubiese recuperado por completo él no merecía ser feliz. Además, ella se merecía a alguien mejor que él.

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