jueves, 27 de enero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 5

 —Tienes que irte de vacaciones —sentenció Aldana—. Tienes que encontrar algo que te recargue las pilas, que te inspire.


Lo que Pedro necesitaba era un reto que nunca se terminara, que no lo dejara vacío, que necesitara de su atención permanente.


—La inspiración no llega estando tirado en una playa, pero sí que me voy a ir a Lake Spa —concluyó.


Sí, un par de semanas en el lugar más recóndito de su imperio le sentarían de maravilla.





Paula resistió la tentación de meter el dedo en el bote de crema de chocolate.


—Voy a ser buena —dijo en voz alta a su reflejo—. Sincera.


Se fue a su estudio y encendió el ordenador. Trabajar en casa tenía muchas ventajas. Para empezar, que no tenía que arreglarse e ir todo el día maquillada. No tener que ir constantemente a la peluquería tampoco estaba mal y, además, no había hombres inútiles alrededor distrayéndola. Pero, y siempre había un pero, no le iba nada bien para adelgazar. Dejar a Damián y su puesto de tutora en el Departamento de Arte de la Universidad de Manchester no le había ayudado tampoco. Su trabajo como autónoma había aumentado ahora que tenía todo el tiempo del mundo y ningún alumno para distraerla, pero también había aumentado su ansia por la comida basura. Al no tener que salir de casa para casi nada, su trasero estaba peor que nunca. La boda de Isabella podía ser la excusa perfecta para empezar una nueva vida con un nuevo cuerpo. Tenía un buen aliciente: Marcos Gray. Y, por supuesto, demostrarle a Damián el error tan grande que había cometido.


Lake Spa era un lugar perfecto con varios edificios bajos en el que todos los huéspedes tenían un embarcadero privado en el lago. Era un emplazamiento tranquilo y sereno con patos y cisnes. Paula estacionó su destartalado coche, completamente fuera de lugar allí, junto a los lujosos modelos que había en el estacionamiento. Se acercó a un pequeño embarcadero y oteó el horizonte en busca de inspiración para su parte del trato. Estuvo un buen rato tomando fotografías del hotel, del salón de conferencias y del club de salud. Lo que quería era retrasar todo lo posible el temido momento de tener que entrar y ver a todos aquellos seres perfectos y felices rodeados de amables y bronceados empleados. Se paró en mitad de la recepción. No podía hacerlo. Aquello había sido un gran error. Ella no pertenecía a aquel lugar. Decidió irse antes de que apareciera Nadia y la encadenara a alguna horrible máquina. Su madre había encontrado tiempo en su apretada agenda para llevarle personalmente la dieta milagrosa junto con cinco litros de sopa de col para que fuera empezando y se había encargado de repetirle mil veces lo importante que aquello era para Isabella y lo buena que había sido eligiéndola a ella cuando podría haber escogido a cualquiera como madrina. Y por cualquiera, Paula entendía que su madre se refería a otra mujer igual de alta, delgada y guapa que ella. No tenía más remedio que hacer el régimen. Debía empezar por tirar la enorme bolsa de caramelos que tenía en el cajón de la mesa de trabajo. Podría hacerlo. Tenía fuerza de voluntad. Sí, claro que la tenía, pero no la encontraba… Mientras se le enredaban los pies con las tiras de una bolsa de deporte de alguien que se había parado a atarse las zapatillas, pensó que le daba igual adelgazar, impresionar a Marcos Gray o dar envidia a Damián. Sí, le daba igual porque tenía un problema más inmediato. No caerse. Sacudió los brazos de forma desesperada, pero era imposible. Cuando ya iba de bruces al suelo, sintió unas enormes manos que la sujetaron. El propietario de la bolsa de diseño la recogió, la limpió, miró a Paula y se alejó sin mediar palabra.


—Perdone —le dijo—. Espero que no haberle estropeado la bolsa. Imbécil —añadió cuando la puerta se cerró tras él.


—Desde luego —dijo el que la había salvado de una caída segura dejándola en el suelo como sino pesara nada—. Pero, de todas formas, usted debería mirar por dónde va…


Estupendo, lo que le faltaba. Una conferencia sobre los derechos y deberes del peatón.


—Tiene razón —dijo con ironía—. Menos mal que no voy a pedir la admisión como miembro del club. Me la denegarían por ser un peligro para las bolsas de diseño —dijo girándose hacia él, recordando sus buenos modales—. Gracias.


—De nada —contestó él sonriendo levemente.

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