jueves, 27 de enero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 6

Aquel hombre no solo la había salvado de unos buenos moratones sino que era realmente guapo. Alto, fuerte e interesante. Debía de andar por los treinta y tantos y todo en él estaba imbuido de una serena madurez. Además, llevaba una camiseta normal y corriente, no un traje de Armani como todos los cretinos que había por allí. Los ojos azules tampoco estaban nada mal.


—¿Es la primera vez que viene? —le preguntó él interrumpiendo sus pensamientos—. No deje que esta mala experiencia la confunda. No todos somos así. ¿Necesita ayuda? ¿Quiere que alguien le enseñe las instalaciones?


—Eh, no —contestó Paula—. Bueno…


—¿Sí?


—No, nada, olvídelo. Es que estoy nerviosa. No estoy acostumbrada a hacer este tipo de cosas —confesó mirando a dos preciosidades rubias que iban hacia la piscina.


Craso error.


Ella llevaba el pelo sujeto con una horquilla de un tigre que le había parecido una monada en el supermercado, pero que en aquellos momentos se le antojaba de lo más infantil. No se había puesto en la cara más que crema hidratante. ¿Maquillarse para hacer deporte? De locos, ¿No? Sin embargo, al ver cómo miraba aquel hombre a aquellas chicas, comprendió que su dejadez estaba fuera de lugar en aquel sitio. Las estaba mirando como a ella le gustaría que la mirara Marcos Gray. Con interés. Aquello le hizo decidir que había ido al lugar indicado. Si quería ser como las rubias, estaba en el sitio perfecto.


—Le voy a decir a la recepcionista que he llegado.


—Muy bien, la dejo entonces —contestó él—. Relájese. Está aquí para pasárselo bien.


—¿De verdad?


—De verdad —asintió él, volviéndose para irse.


Al verlo por detrás, Paula vió que se alejaba cojeando.


—¡Oh!


—¿Sí? —dijo girándose hacia ella.


—¿Le he hecho daño al caer sobre usted? Perdóneme…


—No, es una lesión de hace tiempo —contestó el hombre apretando los dientes—. Nada que ver con usted.


—¡Menos mal! —exclamó Paula.


Para cuando se dió cuenta de lo inoportuno de su comentario, él ya había desaparecido en dirección a las oficinas.


—Porras —susurró Paula cuando la puerta se cerró. 


Estaba claro que a aquel hombre no le gustaba hablar de su cojera y que ella tenía la boca tan grande como el cuerpo. Se sintió la mar de culpable por haberlo herido, tomó aire y fue hacia el área de admisión.


—Hola, soy Paula Chaves. Jimena me dijo que viniera hoy para que me dieran un cuerpo nuevo. Le pedí uno dos tallas más pequeño y un par de centímetros más alto. Tal vez me lo haya dejado en su despacho.


—¿Perdón?


Vaya, se iba a tener que poner seria.


—Nada, lo siento. Empezaré otra vez. Hola, soy Paula Chaves. Jimena me ha organizado un programa de régimen y deporte con una entrenadora personal que se llama Nadia.


—¿Es usted la hermana de Isabella Chaves? —preguntó la chica sorprendida.


Paula no estaba nada sorprendida, sin embargo, ante su desconcierto. Llevaba viendo esa mirada de incredulidad desde que su hermana pequeña terminara sus estudios de danza, voz y teatro y se hiciera famosa.


—Sí, soy su hermana —contestó Paula.


Más bajita, más gordita y más vieja. Lo único que tenían igual era el pelo e Ivana se había hecho un tratamiento, carísimo claro, para que le brillara como el sol. Nadie parecía reparar en que ella era una premiada diseñadora de telas, pintora, profesora y ser humano. No envidiaba a su hermana. De hecho, odiaría llevar su vida. Todo el día actuando, sin poder ir a la tienda a por un paquete de galletas sin maquillarse por miedo a que en las portadas del día siguiente se la acusara de dejadez. ¿Y qué tal que la pillaran en topless en una playa desierta con un súper objetivo?

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