jueves, 27 de enero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 7

Sin embargo, le gustaría que en alguna ocasión alguien le dijera a Isabella: «Vaya, ¿Es usted la hermana de Paula Chaves?» Imposible. Tal vez en otra vida.


—Si es usted tan amable de rellenar el formulario, por favor —dijo la recepcionista preguntándose cómo dos hermanas podían ser tan diferentes—. Voy a buscar a Nadia.




Pedro colgó el teléfono, anotó algo y se sentó para masajearse la rodilla, que se había golpeado al agarrar a aquella loca. Loca, pero guapa al estilo Rubens. Frunció el ceño. Le sonaba de algo, pero no recordaba conocerla. Sonrió. No era una mujer fácil de olvidar.


—Ah, Pedro. Creí que estabas en el gimnasio.


—Iba para allá, pero estaba sonando el teléfono y lo he contestado —explicó mirando a la recepcionista que parecía nerviosa—. ¿Te puedo ayudar en algo, Laura?


—No, estaba buscando a Nadia. ¿La has visto? Jimena quería que se ocupase de una clienta especial…


—Precisamente la persona que ha llamado era su marido. Nadia está en el hospital con apendicitis. Mándale unas flores, ¿De acuerdo?


—Muy bien —contestó Laura—. ¿Y qué hago con sus clases? ¿Y con la señorita Chaves?


—Tú ocúpate de las clases y yo me ocuparé de la señorita Chaves, ¿De acuerdo?


Paula miró a la recepcionista, que le indicó que pasara a un despacho donde la estaba esperando un tal Pedro.


—¿Pedro? ¿Quién es Pedro? ¿Y Nadia?


—Está enferma.


—¿En un club de salud? ¿Está permitido?


—Por aquí —dijo la recepcionista.


Paula la siguió masajeándose la muñeca. Aquello de ponerse en forma no iba a resultarle nada divertido, así que decidió no malgastar su sentido del humor para ver si le aguantaba todo el período.


—Pedro, esta es la señorita Chaves, la amiga de Jimena.


La recepcionista le cedió el paso y cerró la puerta al salir. Y la dejó con el increíble hombre cuyas enormes manos le parecía tener aún marcadas en la piel. Menudo día.


—Hola otra vez.


Él levantó la vista de unos papeles que tenía en la mesa y se quedó mirándola durante los cinco segundos más largos de la vida de Paula.


—Pase, señorita Chaves —la invitó señalándole una silla.


—Paula —contestó ella sin moverse.


La gente solo la llamaba señorita Chaves cuando le iba a decir algo desagradable.


—Paula. ¿Eres amiga de Jimena?


—Nos gustaba el mismo esmalte de uñas en la guardería. Yo seguí con la pintura y ella descubrió los gimnasios. El resto, como se suele decir, es historia. ¿Y tú quién eres?


—Pedro Alfonso. ¿No quieres sentarte mientras leo las notas que Jimena le había dejado a Nadia?


—¿No se pierden más calorías estando de pie? No tengo mucho tiempo para adelgazar.


—No creo que la diferencia vaya a ser espectacular. ¿Quieres un café?


—¿Café? —dijo encantada yendo hacia la silla—. ¿Se puede tomar café?


—No está muy recomendado, pero…


—No crees que la diferencia vaya a ser espectacular —apuntó paula haciéndolo sonreír levemente—. No, gracias —añadió. Ya se había tomado una buena dosis de cafeína antes de salir de casa—. No sabía que trabajaras aquí —concluyó con la sonrisa más grande del mundo para enseñarle cómo se sonreía de verdad.


A Paula le pareció que Pedro iba a decir algo, pero que se lo había pensado mejor y no lo había dicho.

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