martes, 11 de enero de 2022

Curaste Mi Corazón: Capítulo 40

 –Me gustas, Paula; me gustas mucho. Y sí, te deseo, pero te mereces mucho más que una relación pasajera.


Sí, claro. Bla, bla, bla.


–Yo quiero más que eso.


Paula frunció el ceño. Eso no solía ser parte del discurso. ¿Dónde quería ir a parar?


Pedro golpeó su hombro suavemente contra el de ella y le dijo:


–Quiero más que eso contigo, Paula.


Ella parpadeó.


–¿Es que no vas a mirarme?


Finalmente Paula giró la cabeza hacia él y vió una expresión sincera y vulnerable en sus ojos azules. Tuvo que tragar saliva antes de hablar.


–¿Estás diciéndome…? ¿Estás diciéndome que quieres una relación seria conmigo?


–Sí.


El corazón de Paula empezó a elevarse, como si tuviera alas.


–Pero…


El corazón de ella se detuvo por un instante. Apartó de nuevo la vista de él.


–¡Por amor de Dios, Paula! –exclamó Pedro–. No te estoy rechazando ni nada de eso. Lo que estoy intentando decirte es cómo querría que fuesen las cosas a partir de este punto. Yo… Entiendo que puede que no haya sitio para mí en tu futuro. Sé que el que quiera una relación contigo no implica que tú quieras lo mismo.


Paula giró la cabeza hacia él, anonadada, y vió que tenía la cabeza gacha y los puños apretados. Estaba… Estaba tenso por lo que ella le fuera a responder. Tragó saliva.


–Tú sabes que yo también te deseo –le dijo.


Pedro alzó la vista hacia ella.


–Y sospecho que también sabes que me gustas, ¿No? –añadió Paula.


Pedro asintió vacilante.


–Pues entonces sigue hablando, porque soy toda oídos.


Pedro se irguió, sonrió, y tomó su mano entre las suyas.


–Hay algunas cosas que debo poner en orden para poder ser libre de seguir lo que me dice el corazón.


–¿Te refieres a Adrián?


–Sí, tengo que asegurarme de que está bien, como tú dijiste. Debo ir a verle.


Paula estaba impresionada del cambio de actitud que estaba produciéndose en él.


–He pensado salir mañana. No sé cuánto tiempo estaré fuera –Pedro le apretó la mano–. No estoy seguro de si…


–¿De qué no estás seguro? –lo instó ella, al verlo vacilar.


–Pues de si estarías dispuesta a esperar –murmuró él, bajando la vista a sus manos entrelazadas–. Y no me refiero solo a esperar a que vuelva de Sídney; me refiero a que no sé si querrás ser paciente conmigo y darme tiempo: Mi vida todavía está patas arriba. Antes del accidente habría podido ofrecerte la luna, pero ahora… Ahora no tengo nada sólido que ofrecerte.


–Por supuesto que esperaré a que vuelvas –le dijo Paula, y añadió con una sonrisa–: Alguien tiene que vigilar a Rocky. Y después iremos paso a paso; ya sabes que yo tampoco tengo claro qué quiero hacer con mi vida. La incertidumbre no me asusta.


Pedro se llevó su mano a los labios y le besó la palma con ternura.


–Gracias, Paula.


–¿Qué has pensado decirle a Adrián?


–Lo que me comentaste de proponerle algún tipo de proyecto conmigo cuando esté repuesto. Creo que es buena idea. Me mudaré a la ciudad para que no tenga que desplazarse. Y así podré verte. Como me dijiste que quieres vivir en la ciudad…


–Será estupendo –dijo Paula apretándole la mano.


Pedro se la besó y murmuró mirándola a los ojos:


–¡Bendito el día en que viniste aquí, Paula! Me has abierto los ojos a posibilidades que ni siquiera había considerado –se inclinó y la besó con dulzura–. Y aunque sé que no acabas de creértelo, eres preciosa.


Paula no lo contradijo, sino que respondió:


–Tú haces que me sienta preciosa.


Pedro sonrió de oreja a oreja, se puso de pie, y la hizo levantarse a ella también.


–Vamos, es hora de cocinar.


–¿Qué vamos a hacer?


–Macarrones. Conozco una receta mejor que esa que sacaste de Internet. Además, necesitas practicar.


Paula se rió y lo siguió hasta la cocina, casi flotando. 

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