Paula fue al piso de arriba, se dió una ducha rápida y se puso el vestido que había comprado especialmente para la ocasión junto con unos zapatos de tacón. Con ellos estaría prácticamente a la altura de Pedro. Cuando bajó al salón su abuela le estaba dando unas instrucciones de último minuto a él y su tía abuela Beatríz según parecía acababa de llegar. Al verla aparecer, los tres se quedaron mirándola asombrados. Paula hizo un giro para que pudieran verla bien.
–Ahora sí que estoy guapa –le dijo a Pedro, con una sonrisa traviesa.
Era un vestido sencillo pero con un toque muy chic y un singular patrón geométrico en tres colores: Naranja, morado y negro. Le quedaba un par de centímetros por encima de las rodillas. Nunca se había puesto un vestido tan corto, y menos con tacones. También era la primera vez que se alegraba de tener unas piernas interminables, pensó al ver el fuego en los ojos de Pedro. Una ola de calor afloró en su vientre en respuesta a esa mirada ardiente.
–Ya lo creo –dijo él con voz ronca.
–¡Por amor de Dios, Paula! ¿Pero qué te has puesto? –la increpó su tía abuela–. Ese vestido es demasiado corto para una chica de tu estatura.
–Pues la dependienta de la tienda me dijo que era perfecto para una chica de mi estatura –replicó Paula.
–Estás muy bonita, cariño –dijo su abuela.
Su tía abuela le lanzó una mirada asesina.
–Sí, ¿Pero te parece que va vestida de un modo decoroso?
Paula miró a Pedro, que no podía apartar la vista de sus piernas, y ronroneó de satisfacción para sus adentros.
–No, de hecho creo que es bastante indecoroso, tía Beatríz –le dijo–, pero esa es la idea.
Antes de que su tía pudiese continuar sermoneándola sonó el timbre y Paula fue a abrir, contoneándose un poco para atormentar a Pedro. «Mira lo que te has perdido y sufre», pensó. Las invitadas a la cena eran cinco viejas amigas de su abuela y su tía abuela, y cuando les abrió la puerta todas la miraron como si no la reconocieran. Paula iba a servir las bebidas, pero él se le adelantó y mientras las mujeres charlaban se paseó por el salón con una bandeja, repartiendo copas de vino.
–¿Quién es ese joven? –le preguntó su tía abuela a su abuela.
–Es Pedro Alfonso, el famoso chef –le informó Paula–. Estuve trabajando para él como empleada del hogar hace algo más de un mes.
–Hum… Ya me acuerdo. No puedo creer que, con tus estudios, malgastaras tu tiempo con un trabajo tan poco digno.
–¿Qué tiene de malo? –intervino su abuela–. Si ella estaba contenta, eso es lo único que importa.
¿Contenta? Paula dejó caer los hombros.
–Y todavía no puedo creer que le dieras la espalda a la posibilidad de un ascenso en la empresa en la que estabas y que dejaras ese trabajo. Por no mencionar que era un trabajo estable, y que es una locura que quieras cambiar el rumbo de tu carrera a tu edad.
¿A su edad? Paula, que estaba tomando un sorbo de vino, casi se atragantó. Pedro, que estaba cerca, tendiendo una copa a una de las invitadas, reprimió a duras penas una sonrisa divertida. Su tía abuela, que lo vió, entornó los ojos y le preguntó a Paula:
–Exactamente… ¿Cómo conoces de bien a ese Pedro?
Paula esbozó una amplia sonrisa.
–Le conozco muy bien, tía.
Su tía abuela se puso muy tiesa.
–Lo que me gustaría saber es…
–Me temo que no es asunto tuyo –la cortó Paula.
–¡Paula! –la reprendió su abuela.
–Ni tampoco tuyo, abuela.
Las dos hermanas se miraron, visiblemente perplejas. Pedro se aclaró la garganta.
–Si tienen la amabilidad de pasar al comedor, señoras, serviré el primer plato.
Paula lo bendijo en silencio y entraron todas en el comedor. Su abuela ocupó una cabecera de la mesa y su tía abuela la otra, mientras que las aliadas de la primera se colocaban en el lado derecho de la mesa, donde se había sentado, y las de la segunda a la izquierda. Igual que en un campo de batalla, como si aquello fuera una guerra. Y entonces la lucha comenzó de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario