jueves, 30 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 28

Pedro, al verla sonrojarse, supo al instante en qué estaba pensando. Esa noche él mismo se había visto asediado por sueños en los que no se había apartado de ella después de besarla, sino que había hecho mucho más que eso. Pero no era el momento de pensar en eso. No cuando estaba sentado en su cama con ella a solo un metro y tapada únicamente con una sábana, a juzgar por sus hombros desnudos, con el cabello desparramado sensualmente sobre ellos. Se levantó y retrocedió un par de pasos. Mejor así, bien lejos de ella.


–He pedido que nos suban un brunch –le dijo–. Date una ducha; te espero en el salón.


Ella asintió, y esperó a que se hubiera ido antes de levantarse. ¡Qué extraño era todo!, pensó cuando se vió desnuda en el espejo del baño: recordar las palabras de Pedro, cómo la había mirado la noche anterior mientras bailaban, su brazo rodeándole la cintura… Una sensación de felicidad la invadió. Independientemente de sus preocupaciones y sus penas, siempre la acompañarían esos recuerdos. Y probablemente Pedro solo estuviese haciendo todo aquello para convencerla de que le vendiera Haughton, pero para ella significaba muchísimo que le hubiese devuelto la confianza en sí misma que Jimena le había arrebatado. Con una sonrisa soñadora y agradecida en los labios se recogió el pelo y se metió en la ducha. Ese brunch la llamaba… Igual que las ganas de volver a estar con él. Aunque solo fuera durante lo que quedaba de mañana, pensó con un suspiro mientras abría el grifo y levantaba la cabeza hacia el chorro de agua para acabar de despertarse por completo. De pronto la idea de volver a casa no le apetecía nada por primera vez en su vida. Pedro ya estaba sentado a la mesa cuando Paula salió de su habitación. El que los dos estuvieran envueltos en un albornoz resultaba extrañamente… íntimo, como si la situación fuera distinta de la que era. De pronto acudió a su mente el recuerdo de la noche anterior, cuando la había besado. Había estado un tanto achispada, pero no tanto como para no saber que no había soñado aquel ardiente momento. «¡Venga ya!, ¡fue solo un beso!», se reprendió irritada. «¡No te montes una película! ¡Fue solo un beso! No significaba nada… Fue solo su manera de darte las buenas noches». Y, sin embargo, aunque estaba intentando convencerse de eso, le ardían las mejillas. Se apresuró a agachar la cabeza y sentarse con la esperanza de que Pedro no se diera cuenta y de que, si había advertido su azoramiento, no supiese a qué se debía. Para él desde luego aquel beso sí que no habría significado nada. ¡Con la de mujeres que habría besado en su vida…! Lo cual no era de extrañar con lo guapo que era… Y más cuando una de esas mujeres, la última con la que había estado, era una estrella de cine. Pero para ella aquel beso había significado muchísimo. Para ella había significado la ruptura definitiva del maleficio de Jimena sobre ella. Nada más ver el suculento brunch que tenía ante sí se le abrió de inmediato el apetito.


–Ummm… huevos Benedict… Me encantan –murmuró antes de servirse y empezar a comer.


–¿No tienes resaca? –le preguntó Pedro, sirviéndose también.


Paula sacudió la cabeza, haciendo que su larga melena rizada se balanceara sobre sus hombros. Una sensación de satisfacción invadió a Pedro mientras la observaba. Esas estilistas habían hecho un trabajo de primera. Aun con la cara lavada, sin maquillaje, el cambio radical de ella era más que evidente. Sobre todo porque le habían depilado el entrecejo y ya no parecía que estuviese ceñuda todo el tiempo.


–No –respondió Paula–. Supongo que ese vaso de agua fría que me hiciste beber funcionó. ¡Un buen truco!


–Ya te dije que me darías las gracias por la mañana –contestó él con una sonrisa.


Paula dejó los cubiertos en el plato y le miró.


–Sí que te estoy agradecida –le dijo con solemnidad–. Te doy las gracias por… bueno, ¡Por todo!


Pedro volvió a sonreír y levantó su vaso de zumo de naranja para hacer unbrindis.


–Por la nueva Paula –dijo, y tomó un trago antes de volver a poner el vaso en la mesa–. Y ahora… –añadió en un tono distinto, como si fuesen a hablar de negocios– lo que tenemos que hacer es renovar tu vestuario. Aunque estabas increíble anoche con ese vestido eduardiano, no es algo para llevar a diario –le dijo con una sonrisa–. Así que, en cuanto terminemos de desayunar, nos vamos de compras.


El rostro de Paula se ensombreció.


–Gracias, pero… Tengo que volver a casa –murmuró.


Pedro enarcó las cejas.


–¿Por qué? Si ya han acabado las clases…


–Ya, pero… Bueno… Tengo que irme, en serio, no puedo…


Él la interrumpió agitando la mano en el aire. ¡No iba a permitir que volviese a enclaustrarse en Haughton! Además, aunque la noche anterior había tenido que reprimir la atracción que sentía hacia ella –lo contrario habría sido una falta de caballerosidad por su parte–, durante las largas horas casi sin pegar ojo que siguieron, había llegado a la conclusión de que no tenía por qué reprimirse, de que un poco de romanticismo en su vida era justo lo que Paula necesitaba. Así le demostraría las cosas maravillosas que estaba perdiéndose y que podría disfrutar si se decidía a abandonar para siempre su caparazón. Quería que, ahora que había descubierto lo hermosa que era, saboreara todo lo que la vida podía ofrecerle. Ahora que sabía que la envidia que le tenía a suhermanastra no tenía razón de ser, al fin podría desembarazarse de la carga del amargo resentimiento que había acarreado todos esos años. Y entonces ya no sentiría la necesidad de seguir boicoteando a su madrastra y a su hermanastra negándose a vender su parte de Haughton, ni de seguir castigando a Graciela por haberse casado con su padre, y a Jimena por haberse sentido inferior a ella todos esos años.


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