martes, 14 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 5

 –Es igual; sírvelo tú, por favor –respondió la señora Chaves, ignorando la pulla de su hijastra.


–¿Leche y azúcar, señor Alfonso? –le preguntó Paula Chaves.


Su voz sonaba tirante, como si se encontrase incómoda con aquella situación. Observó, ahora que se le había pasado el sonrojo, que tenía un cutis bonito. De hecho, tenía buen color, como si pasase la mayor parte del tiempo al aire libre. La impresión contraria a la que daba su hermanastra, bastante más pálida, que le recordaba a una delicada flor de invernadero.


–Lo tomaré solo, gracias –respondió.


La verdad era que no tenía muchas ganas de café, ni tampoco de charlar, pero comprendía que era una formalidad por la que tenía que pasar antes de que le enseñaran la propiedad. Paula Chaves le sirvió el café y le tendió la taza. Él murmuró un «gracias», y apenas la hubo tomado, ella apartó la mano bruscamente, como si el roce de sus dedos le hubiera provocado una descarga eléctrica, y agachó la cabeza, prosiguiendo con su tarea. Le pasó una taza a su madrastra, otra a su hermanastra, y finalmente se sirvió la suya y se puso a remover el café con la cucharilla. Pedro se echó hacia atrás, cruzó una pierna sobre la otra, y tomó un sorbo de café.


–Bueno, ¿Y cómo es que quieren deshacerse de un lugar tan hermoso? –le preguntó a Graciela Chaves con una sonrisa cortés.


–Pues… ¡Es que esta casa alberga tantos recuerdos! –exclamó la viuda–. Y desde que mi marido murió me resulta demasiado doloroso seguir viviendo aquí. Sé que tengo que ser fuerte y empezar una nueva vida –suspiró con resignación–. Será muy duro, pero… –sacudió la cabeza, entristecida.


–Pobre mamá… –murmuró su hija, dándole unas palmadas en el brazo antes de volverse hacia él–. Hemos tenido un año horrible –le dijo.


–Lamento su pérdida –respondió Pedro–. Pero comprendo las razones por las que quieren vender la propiedad.


Paula Chaves plantó su taza en la mesita, y el brusco ruido hizo que girara la cabeza hacia ella. Tenía los labios apretados, y sus mejillas volvían a estar teñidas de rubor.


–Tengo que ir a ver cómo va la comida –dijo levantándose abruptamente.


Cuando se hubo marchado, su madrastra se inclinó hacia él y le confió en voz baja:


–La pobre Paula se tomó muy mal la muerte de su padre. Estaba muy unida a él. Quizá demasiado –dijo con un suspiro. Pero de pronto mudó su expresión sombría y esbozó una sonrisa–: Bueno, seguro que quiere ver el resto de la casa antes de almorzar. Jimena estará encantada de mostrársela – dijo riéndose.


Su hija se levantó y él hizo lo mismo. Sí que estaba impaciente por ver la casa; no quería escuchar más detalles sobre la vida personal de la familia Chaves, que no le interesaban en lo más mínimo.




Paula llegó a la cocina con el corazón desbocado. Bastante duro era que cualquier persona fuera a ver su casa –su hogar– con intención de comprarla, pero… ¡Ay, Dios!, ¡Que esa persona tuviera que ser un hombre tan apuesto como Pedro Alfonso! Notó que le ardían las mejillas, igual que en ese embarazoso momento en que casi lo había tirado al suelo cuando iba a salir a tirar la basura. Se había quedado mirándolo boquiabierta como una tonta. Claro que lo raro habría sido que no se hubiese quedado mirándolo: más de un metro ochenta, anchos hombros, atlético… Y encima era guapísimo: Con ese pelo y esos ojos oscuros, esa piel morena, esas facciones esculpidas… Apartó esa imagen de su mente. Tenía cosas más importantes en las que pensar que en lo apuesto que era aquel posible comprador. Tenía que conseguir, fuera como fuera, encontrar el momento para dejarle bien claro que no iba a permitir que se quedase con su hogar. Graciela le había soltado esa basura hipócrita y vomitiva de los recuerdos dolorosos, pero la verdad era que lo que querían era sacar el mayor beneficio posible con la venta de Haughton, el último bien que quedaba de la herencia de su padre. Pues no lo iba a permitir; lucharía contra ellas hasta las últimas consecuencias. «Si pretenden obligarme a vender, tendrá que ser porque lo dicte un juez. Me enfrentaré a ellas con uñas y dientes. Haré de esto la batalla legal más cara y más larga que se puedan imaginar». Sin duda lo que querría un hombre como Pedro Alfonso, que era inversor inmobiliario, era que la venta se cerrase rápidamente para poder revender él después la propiedad a un precio mayor y sacarse un jugoso beneficio. No querría los retrasos que podría implicar un pleito. Mientras ella insistiese en que no quería vender, a Alfonso no le quedaría otro remedio que esperar a que se resolviese la batalla legal con Graciela y Jimena. Y con un poco de suerte acabaría cansándose, encontraría otra propiedad que comprar y dejaría Haughton tranquilo. Esa era la única esperanza a la que podía aferrarse, pensó mientras le echaba un ojo al pollo que tenía en el horno y empezaba a cortar las verduras. «Jamás me convencerá de que le venda mi hogar. ¡Jamás!».

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