jueves, 23 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 17

Poco después se incorporaron a la autopista. Pedro iba pensando, complacido, en que parecía que Paula Chaves estaba dejando a un lado la permanente inseguridad que la había dominado hasta ese momento. Probablemente también ayudaba el hecho de que, como él iba conduciendo y tenía que estar pendiente de la carretera, podían hablar sin tener que mirarse. Parecía que eso la hacía sentir menos presión. Pero había algo más, lo presentía. Cuando él había mencionado a su madre, y le había preguntado por la suya, había habido una especie de sintonía entre ellos, un momento de sinceridad por parte de ambos, durante el que se habían mostrado tal como eran. Apartó de su mente esos pensamientos y, aprovechando que estaban pasando junto al castillo de Windsor, aprovechó para sacar un tema más ligero de conversación, preguntándole algo acerca de la familia real británica. Ella le respondió de inmediato, y él siguió concatenando preguntas para hacer que siguiese hablando. Empezaba a darse cuenta de que en realidad no era tímida en absoluto. Lejos de su madrastra y su hermanastra se mostraba considerablemente más locuaz. De hecho, era evidente que cuando no estaba en la compañía de Graciela y Jimena estaba mucho más relajada. Sus facciones se volvían más animadas, sus ojos más vivaces, y eso casi lo hacía olvidarse de su poblado entrecejo. Lo que no entendía era por qué descuidaba de ese modo su aspecto personal. ¿Por qué se abandonaba de esa manera, cuando era evidente que arreglándose un poco podría tener mucho mejor aspecto? Esa pregunta siguió rondando su mente mientras se adentraban en Londres y se dirigían al West End. Cuando detuvo el coche frente a su hotel, en Piccadilly, Paula se giró hacia él sorprendida.


–Creía que íbamos a las oficinas de la fundación –le dijo–… para que les presentara mi proyecto.


Pedro le sonrió misterioso.


–No exactamente –respondió, y se bajó del coche.


El portero del hotel abrió la puerta de Paula, y cuando se bajó vió a Pedro dándole las llaves al estacionamiento. De pronto, ante la fachada de aquel lujoso hotel se sintió avergonzada de su descuidado aspecto. No se sentía digna de entrar en un lugar así, y mucho menos en compañía de un hombre tan elegante como Pedro Alfonso.


–Por aquí –le dijo él, ajeno a sus tribulaciones.


Entraron por la puerta giratoria del hotel, y cruzaron el enorme vestíbulo hasta llegar a los ascensores. Se subieron en uno de ellos, y cuando las puertas se abrieron observó, con el ceño fruncido, que estaban en el ático, y que Pedro la conducía a una de las suites. Al entrar, miró a su alrededor confundida, fijándose en la lujosa decoración de la amplia antesala, con un ventanal que iba del suelo al techo y se asomaba al parque Saint James.


–Me temo que no me expliqué bien cuando le dije lo de presentarle su proyecto a la fundación –le dijo Pedro–. Verá, en realidad no va a presentárselo ahora mismo, sino esta noche –le aclaró con una sonrisa–; en la fiesta.


Paula se quedó mirándolo aturdida.


–¿En la fiesta?, ¿Qué fiesta? –inquirió sin comprender.


–Es una fiesta benéfica que organiza cada año la fundación en este hotel para recaudar fondos. Se sentará conmigo. En nuestra mesa se sienta también el director de la fundación, así que podrá charlar con él, hablarle de sus acampadas y de los fondos que necesitarían para poder ampliar el proyecto.


Paula se sintió como si el suelo desapareciese bajo sus pies.


–¡Yo no puedo ir a una fiesta! –exclamó.


Aquel hombre estaba loco, ¡completamente loco!


–Pues tengo que decirle –murmuró Pedro con una voz aterciopelada y una sonrisa tentadora– que en eso está muy, pero que muy equivocada.

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