martes, 14 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 8

 –En el colegio en el que doy clases –contestó ella–. Montamos las tiendas de campaña en el campo de lacrosse. Y podemos usar el pabellón de deportes para actividades a cubierto, y los niños pueden usar las duchas y la piscina.


Mientras hablaba, Pedro vió por primera vez que se le iluminaban los ojos, y que cambiaba su expresión. Se la veía entusiasmada, y observó sorprendido que sus facciones se habían transformado por completo: Las líneas de su rostro parecían más suaves, más amables. Pero entonces, como si se hubiese dado cuenta de que estaba animándose demasiado, Paula Chaves se quedó callada y volvió a ponerse seria, destruyendo aquella milagrosa transformación. Por algún motivo aquello lo irritó, y abrió la boca para hacerle otra pregunta, para intentar sacarla de nuevo de su caparazón, pero su anfitriona se le adelantó.


–Me imagino que después del almuerzo querrá ver los jardines –le dijo Graciela Chaves–. Solo estamos a comienzos de primavera, pero dentro de una semana o dos los rododendros empezarán a florecer –añadió sonriente–. Es un auténtico estallido de color.


–Rododendros… –murmuró Pedro–. «Árbol de las rosas»… esa es la traducción literal del griego.


–¡Vaya, eso es fascinante! –exclamó Jimena Chaves–. Entonces, ¿Proceden de Grecia?


–No, proceden del Himalaya –le aclaró al punto su hermanastra–. Se introdujeron en Inglaterra en la época victoriana, y por desgracia han proliferado en algunas zonas, relegando a especies autóctonas. Son como una plaga.


Jimena Chaves la ignoró por completo.


–Y luego, un poco después, a principios de verano florecen las azaleas. En mayo están espectaculares. ¡Montones y montones de ellas! Mamá hizo que los jardineros abrieran un sendero que discurre entre ellas. Es tan agradable pasear por él en…


–No, no fue ella –la interrumpió su hermanastra, soltando bruscamente sus cubiertos en el plato–. El sendero de las azaleas lleva ahí mucho más tiempo: ¡Fue idea de mi madre! –se quedó mirándola furibunda un instante y se levantó–. Si han acabado, me llevaré los platos –dijo, y empezó a recogerlos.


Los puso en la bandeja que había dejado en la mesita auxiliar y abandonó con ella el comedor. Graciela Chaves suspiró con resignación.


–Le pido disculpas por el comportamiento de Paula –le dijo a Pedro, y miró a su hija, que tomó el relevo.


–Es que a veces Paula es demasiado… sensible –murmuró con tristeza–. Tendría que haber cuidado más mis palabras –añadió con un suspiro.


–Intentamos tener con ella toda la paciencia que podemos –intervino su madre con otro suspiro–, pero… En fin… –concluyó, dejando la frase sin terminar y sacudiendo la cabeza.


Sí que debía de ser difícil para ellas tratar con una persona tan difícil, pero sus problemas familiares no le incumbían, así que Pedro cambió de tema, preguntándoles a qué distancia estaba Haughton de la costa. Jimena Chaves estaba explicándole que no estaba muy lejos y que, si le gustaba navegar, Haughton era el campamento base perfecto para que tomara parte en la regata de Cowes Week, cuando su hermanastra volvió a entrar con la bandeja, esa vez cargada con una tarta de manzana y platos de postre. Distribuyó los platos y dejó la tarta en la mesa con los utensilios para cortarla y servirla, pero no volvió a ocupar su asiento.


–Que aproveche –les dijo–; serviré el café en la sala de estar.


Y volvió a marcharse por la puerta de servicio.

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