martes, 5 de octubre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 29

 –Está decidido –le dijo–. No hay ninguna prisa por que vuelvas a casa, así que nos vamos de compras.


Paula quería decirle que aunque no tuviese un motivo para marcharse ya, en ese momento no podía permitirse gastar dinero en ropa. Su sueldo se le iba en pagar las facturas junto con el caro estilo de vida al que estaban acostumbradas Graciela y Jimena. Y, sin embargo, nada más pensar eso sintió que algo en su interior clamaba en rebeldía. Si ellas vendían cuadros de su familia para seguir dándose los caprichos que les venían en gana, ¿no se merecía ella darse alguno también por una vez en su vida? Aunque finalmente había accedido a ir de compras con Pedro, cuando entraron en la primera boutique se le puso cara de pánico y miró de reojo a las otras clientas, que parecían clones de Jimena, todas delgadas como palillos. De pronto la estaban asaltando las dudas. Como no había podido ir a casa a cambiarse, llevaba puesta la misma ropa del día anterior –el anticuado conjunto de falda y chaqueta que reservaba para las reuniones con los padres y las ceremonias del colegio–, y rodeada de tanta elegancia sintió que flaqueaba su frágil autoestima. «Están todas mirándome y preguntándose qué está haciendo aquí un espantajo como yo», pensó angustiada. «Seguro que a sus ojos soy una ofensa al buen gusto y están deseando que me marche…». La dolorosa y humillante inseguridad que tanto tiempo la había acompañado estaba apoderándose de nuevo de ella, doblegándola. Estaba a punto de sucumbir al impulso de salir corriendo de allí y volver a Haughton en busca de refugio, de la soledad, lejos de esas miradas desaprobadoras.


–Dudo que aquí vaya a encontrar nada de mi talla –le dijo nerviosa a Pedro.


–Tonterías –replicó él–. Esto seguro que te quedará bien –dijo con decisión, tomando una percha con un vestido corto de color caramelo–. Y esto y esto también –añadió descolgando también un vestido azul y una chaqueta entallada.


Se lo plantó todo en los brazos y empezó a mirar los pantalones para finalmente sacar unos negros y otros marrones. No contento con eso, escogió también un par de jerseys de cachemira. Llamó a una de las dependientas que estaba cerca, y le dijo:


–Vamos a necesitar mucha más ropa para la señorita: Blusas, faldas, zapatos… Y complementos.


La mujer miró a Paula de arriba abajo, visiblemente espantada por lo que llevaba puesto.


–Ya lo creo… –murmuró para sí, y luego, con una sonrisa profesional, le respondió a Pedro–: Enseguida, señor.


Pedro condujo a Paula a uno de los probadores y le tendió el resto de la ropa.


–Adentro –la instó, dándole un empujoncito.


No iba a dejar que las dudas y los miedos empezasen a apoderarse de ella de nuevo, se dijo, y Paula, aunque reacia, obedeció. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios de Pedro, y se sentó a esperarla en un sillón mientras hojeaba una revista.

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