martes, 21 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 13

Pedro la dejó marchar, pero, cuando hubo desaparecido a lo lejos, su mente era un enjambre de confusión. ¿Por qué estaba tan empeñada Paula Chaves en crearle complicaciones? Siguió caminando y cuando llegó a la casa fue en busca de su anfitriona. Seguía en la sala de estar con su hija, y las dos lo saludaron con efusividad y empezaron a bombardearlo a preguntas sobre qué le había parecido el resto de la propiedad, pero él fue directo al grano.


–¿Por qué no se me informó de que Haughton es una copropiedad? –les preguntó.


Había una nota en su voz que cualquiera que hubiese hecho negociaciones con él habría interpretado como una advertencia de que no intentar augársela.


–Su hijastra me ha puesto al corriente –añadió, con los ojos fijos en Graciela.


Jimena Chaves, que estaba sentada a su lado, gruñó irritada, pero su madre la silenció con una mirada antes de girar de nuevo la cabeza hacia él. Exhaló un pequeño suspiro.


–¿Qué le ha dicho esa pobre muchacha, señor Alfonso? –le preguntó con cierta aprensión.


–Que no quiere vender su parte. Y que tendrán que recurrir a medidas legales para obligarla, lo cual, como supongo que sabrán, sería un proceso costoso y muy largo.


Graciela Chaves se retorció las manos.


–No sabe cómo lo siento, señor Alfonso. Siento que se vea expuesto a este… bueno, a este desafortunado contratiempo. Tenía la esperanza de que pudiéramos llegar a un acuerdo entre nosotros y…


–No es ningún secreto que quiero comprar esta propiedad –la cortó él sentándose en el otro sofá–, pero no quiero problemas, ni retrasos.


–¡Y nosotras tampoco! –se apresuró a asegurarle Jimena–. Mamá, tenemos que pararle los pies a Paula; no podemos dejar que siga arruinándolo todo –le dijo a su madre.


Pedro miró a una y a otra.


–¿Saben por qué se muestra tan reacia a vender? –les preguntó.


Graciela suspiró.


–Creo que… es muy infeliz –comenzó a decir, muy despacio–. A la pobre Paula siempre le ha resultado muy… difícil aceptarnos como parte de la familia.


–Nos odió desde el primer día –intervino su hija–. Nunca ha hecho que nos sintamos bienvenidas.


Graciela volvió a suspirar.


–Por desgracia, es la verdad; estaba en una edad muy difícil cuando Miguel, su padre, se casó conmigo. Y me temo que, como hasta entonces él solo había estado pendiente de ella, a Paula le costó aceptar que su padre buscase la felicidad junto a otra mujer tras la muerte de su madre. Hice todo lo que pude por llevarme bien con ella, igual que mi Jimena, ¿Verdad, cariño? –dijo mirando a su hija–. Se esforzó por hacerse su amiga, y le hacía tanta ilusión tener una hermana, pero… En fin, no quiero hablar mal de Paula, pero nada, absolutamente nada de lo que hiciéramos la complacía. Parecíadecidida a odiarnos. A su pobre padre lo disgustaba enormemente, y ya tarde se dió cuenta de que la había consentido demasiado, de que había hecho de ella una niña posesiva y dependiente. Él podía controlar ese temperamento que tiene Paula, aunque no demasiado, pero ahora que ya no está… –se le escapó un sollozo–. Bueno, ya ha visto usted cómo es.


–¡Jamás sale a ninguna parte! –exclamó su hija–. Se pasa todo el año aquí encerrada.


Graciela asintió.


–Es una pena, pero así es. Tiene ese modesto trabajo de maestra en su antiguo colegio, que es muy digno, no digo que no, pero impide que amplíe sus horizontes. Y no tiene vida social; siempre rechaza todos mis intentos por… bueno, por hacer que se interese por otras cosas –miró a Pedro–. Solo quiero lo mejor para ella. Si para mí es difícil seguir viviendo aquí con todos los recuerdos que alberga esta casa, estoy segura de que para ella es mucho, mucho peor. Tenía una dependencia insana de su padre.


Pedro frunció el ceño.


–¿Puede ser que no quisiera que su padre las incluyera en su testamento? – le preguntó.


¿Sería esa la raíz del problema, que habría querido que no recibieran nada de su herencia?


–Me temo que sí –confirmó Graciela–. Mi pobre Miguel consideraba a Jimena como si también fuera hija suya… de hecho, le dió su apellido… y quizá eso despertó celos en Paula.


Aquello reavivó un recuerdo amargo en Pedro. Su padrastro, siendo él como era un bastardo, un hijo sin padre, no había querido darle su apellido.


–Pero no quiero que piense, señor Alfonso –continuó diciendo Graciela Chaves–, que Miguel fue injusto con Paula en su testamento. Fue tan bueno que, para asegurarse de que Jimena y yo tuviéramos nuestras necesidades cubiertas, nos incluyó como copropietarias de esta casa, pero a Paula le dejó también todo lo demás. Mi marido era un hombre muy rico, con una buena cartera de acciones y otros bienes –hizo una pausa–. Las dos terceras partes de esta propiedad es todo lo que mi hija y yo tenemos, así que estoy segura de que comprenderá por qué necesitamos venderla, aparte de los dolorosos recuerdos que alberga para nosotras. Y, por supuesto, Paula recibiría su parte de la venta.


Pedro la había escuchado atentamente, y le pareció que todo lo que Graciela Chaves le había dicho encajaba perfectamente con el brusco comportamiento del que había hecho gala su hijastra durante el almuerzo. Se levantó de su asiento. Por el momento no había nada más que pudiera hacer.


–Bueno, me marcho –les dijo–. Vean qué pueden hacer para conseguir que Paula cambie de opinión y de actitud.


Diez minutos después se alejaba de Haughton en su coche. Haría lo que tuviera que hacer para convencer a Paula Chaves de que abandonara su empecinamiento. Con o sin su colaboración.

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