jueves, 9 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 1

Pedro Alfonso se sentó en el sillón de cuero tras su escritorio, se echó hacia atrás y estiró las piernas.


–Bien, ¿Qué me trae? –le preguntó a su agente inmobiliario del Reino Unido.


Éste le tendió un taco de folletos en color.


–Creo que aquí hay unas cuantas propiedades que le interesarán, señor Alfonso –le dijo con aire esperanzado.


De entre todos sus clientes, Pedro Alfonso era uno de los más exigentes.


Pedro ojeó brevemente la portada de todos los folletos, pero sus ojos oscuros se detuvieron en una en particular. Era una casa en la campiña inglesa, construida en piedra caliza de un cálido color miel, con glicinias violetas colgando sobre el porche. Estaba rodeada por verdes jardines y bosque, y se vislumbraba a lo lejos un lago. Bañado por el sol, todo el lugar tenía un atractivo especial que le hizo desear ir a inspeccionarlo en persona. Levantó el folleto para mostrárselo a su agente y le dijo con decisión:


–Ésta; quiero saber más sobre esta propiedad.






Paula se detuvo en lo alto de la escalera. Desde el piso inferior le llegaba la aguda voz de su madrastra, Graciela.


–¡Esto es justo lo que había estado esperando! –estaba diciendo–. Y no permitiré que esa condenada muchacha intente echarlo a perder otra vez.


–¡Lo que tenemos que hacer es darnos prisa y vender la casa!


Esa segunda voz, petulante y ofuscada, era de su hermanastra, Jimena.


Paula apretó los labios. Por desgracia, sabía demasiado bien de qué estaban hablando. Desde el día en que Graciela se había casado con su padre viudo, su hija y ella no habían tenido el menor reparo en gastar su dinero a manos llenas para vivir, como les gustaba, con toda clase de lujos. Ahora, después de años tirando alegremente el dinero, lo único que les quedaba era la casa, que las tres habían heredado conjuntamente a la muerte de su padre por un infarto el año anterior, y su madrastra y su hermanastraestaban impacientes por venderla. Que fuera su hogar y que hubiese pertenecido a su familia durante generaciones no les importaba lo más mínimo. Claro que su hostilidad hacia ella no era nada nuevo. Desde el día en que habían invadido su vida la habían tratado con el más absoluto desprecio. ¿Cómo podría ella, alta y desgarbada, compararse siquiera con su hermanastra, la esbelta, delicada y encantadora Jimena? Siempre andaban mofándose de ella, llamándola «Elefante», porque decían que caminaba como ellos. Bajó las escaleras dando zapatazos para fastidiarlas y ahogar sus voces. Por lo que había oído de su conversación, parecía que su madrastra había encontrado a alguien interesado en adquirir Haughton. Llevaba meses hostigándola para que se doblegara, para que cejara en su negativa a vender. Sabía que tendría que emprender acciones legales contra ella para obligarla a hacerlo, pero estaba segura de que eso no le importaba. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a ceder. Su corazón se había endurecido el invierno pasado, cuando su madrastra y Jimena, con la muerte de su padre aún reciente, se habían gastado una fortuna en un viaje al Caribe. Les iba a poner lo más difícil posible vender su amado hogar, donde había sido feliz hasta el funesto día en que su madre había perdido la vida en un accidente de coche. Su muerte había sumido a su padre en una tristeza tan grande que lo había hecho tremendamente vulnerable y había caído en las redes de la ambiciosa Graciela. Cuando entró en la sala de estar, los gélidos ojos azules de su madrastra y su hermanastra se clavaron en ella en actitud abiertamente hostil.


–¿Por qué has tardado tanto? –quiso saber Graciela–. Jimena te mandó un mensaje hace una hora para decirte que teníamos que hablar contigo.


–Estaba en un entrenamiento de lacrosse –contestó Paula, esforzándose por mantener la calma mientras se dejaba caer en un sillón.


–Tienes barro en la cara –le informó su hermanastra.


Su expresión denotaba un profundo desdén, y no era de extrañar. Jimena lucía uno de sus innumerables modelos de alta costura –unos pantalones de corte impecable y un suéter de cachemira–, llevaba las uñas pintadas, el rubio cabello elegantemente arreglado, e iba maquillada como una estrella de cine.

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