martes, 21 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 16

Boquiabierta, Paula lo siguió con la mirada. Una tremenda desazón se había apoderado de ella, y tardó un rato en recobrar la compostura. ¿De verdad creía que iba a ir con él a Londres así, de sopetón, para presentar su proyecto en una fundación? «Bueno, conseguir más fondos nos vendría muy bien. Podríamos llevar a más niños a las acampadas; compraríamos más tiendas de campaña y más sacos de dormir. Y podríamos organizar otra acampada de una semana en las vacaciones de verano…». El problema era, pensó dejándose caer en una silla, que para conseguir esos fondos tendría que ir hasta Londres con Pedro Alfonso, y la idea de hacer ese trayecto a solas con él dentro de un coche la ponía nerviosa… ¿Seguro que no intentaría aprovechar para convencerla de vender Haughton? Bueno, si empezaba otra vez con la misma cantinela, ella le repetiría las veces que hicieran falta que no iba a cambiar de opinión. Sí, eso haría. Subió a ponerse algo más apropiado, y después de dudar un poco se decidió por el conjunto gris oscuro de chaqueta y falda con la blusa blanca y los zapatos de cordones que se ponía para las reuniones con los padres y las ceremonias del colegio. Luego se hizo un recogido rápido, volvió a bajar y salió al patio. Pedro Alfonso ya la esperaba al volante de su deportivo. Se inclinó hacia la derecha para abrirle la puerta, y ella se subió al vehículo. Vergonzosa, se puso el cinturón de seguridad. Era extraño estar allí sentada, junto a él, en aquel espacio cerrado. Cuando se pusieron en marcha, tragó saliva y sus dedos apretaron el bolso en su regazo.


–Bueno, cuénteme algo más de esas acampadas que organiza –la instó Pedro mientras salían a la carretera comarcal.


Paula le explicó que era algo que habían empezado ella y otra profesora dos años atrás.


–¿Y cómo responden los niños? –le preguntó él.


–Normalmente muy bien –contestó ella–. Todos tienen que hacer una serie de tareas, pero las comparten y la mayoría descubren que tienen un valor, una fortaleza interior que desconocían, una fuerte determinación para lograr los objetivos que esperamos que les llevará a luchar por su futuro, a hacer algo útil con su vida a pesar de que provienen de familias con pocos recursos o de que han crecido en ambientes conflictivos.


Se dió cuenta de que Pedro estaba mirándola con una expresión extraña.


–Eso me recuerda a mí –le dijo–. Cuando murió mi madre tuve que abrirme camino por mí mismo, y desde luego tuve que echarle valor y determinación. Partía de cero, y conseguí lo que tengo hoy en día con mucho esfuerzo.


Paula lo miró con curiosidad.


–Entonces… ¿No nació con todo esto? –inquirió, señalando el lujoso interior del coche con un ademán.


Él soltó una risa seca.


–No. Trabajé cinco años en la construcción para comprar una granja ruinosa que me pasé dos años reformando con mis propias manos y que luego vendí. Con los beneficios que obtuve compré otra propiedad y así una y otra vez, hasta llegar a donde estoy –le explicó–. ¿Mejora eso en algo la opiniónque tiene de mí? –inquirió con una sonrisa mordaz.


Paula tragó saliva.


–Lo respeto por todo lo que ha tenido que trabajar para convertirse en el hombre rico que es ahora –respondió–. Mi única objeción hacia usted, señor Alfonso, es que quiere comprar Haughton, y yo no quiero vendérselo.


Solo entonces cayó en la cuenta de que había vuelto al asunto del que no quería hablar, de venderle su hogar, pero, paera alivio suyo, él cambió de tema.


–Dígame, ¿Qué edad tenía cuando su madre murió?


Ella se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos. ¿A qué venía una pregunta tan personal, tan indiscreta?, se dijo contrariada. Pero entonces recordó algo que él había dicho: «Cuando murió mi madre…».


–Quince años –contestó–. Murió en un accidente de coche.


–Yo tenía nueve cuando la mía murió –dijo él. Su voz había sonado neutral, pero era evidente que aquello lo había marcado–. Murió de cáncer de pulmón –se quedó callado un instante–. No es una edad fácil para perder a uno de tus padres.


–A ninguna edad lo es –le espetó ella en un tono quedo.


Era extraño que aquel hombre que pertenecía a un mundo tan distinto hubiera pasado por una tragedia similar a la suya, que, a pesar de ser tan diferentes, tuvieran eso en común.


–Es verdad –murmuró él.


Y durante un buen rato permaneció callado, con la mirada fija en la carretera.

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