jueves, 30 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 26

Y se echó un poco hacia atrás para deleitarse con su estrecha cintura, las curvas de sus caderas, el modo en que el escote realzaba sus pechos… «¡No!», se reprendió a sí mismo con dureza, apartando la vista. No debía mirarla así; se suponía que la intención de esa velada era liberar a Paula de las cadenas que la lastraban, que la hacían querer recluirse en su caparazón en vez de salir al mundo… Solo así conseguiría hacer suyo Haughton. «Pero a ella también podrías hacerla tuya…», le susurró su vocecita interior seductora, insinuante. Resultaba muy difícil ignorarla cuando tenía el brazo en torno a la cintura de Paula y ella estaba tan cerca de él, sonriéndole con esos labios de rubí, tan tentadora… Se sintió aliviado cuando el vals terminó. La condujo de regreso a su mesa, e inmediatamente el director de la fundación se levantó para pedirle el siguiente baile. Paula aceptó, y Pedro la observó mientras se alejaban. ¿Era cosa suya, o había parecido reacia a aceptar la invitación del director? No lo sabía. Lo único que sabía era que de repente era como si algo le estuviese royendo las entrañas, algo que le hizo alcanzar la botella de coñac y servirse una copa. Las otras personas que seguían sentadas a la mesa estaban charlando y una de ellas le pidió su opinión sobre el tema que estaban discutiendo. Se unió a la conversación por cortesía, pero no podía evitar buscar con la mirada de cuando en cuando a Paula mientras hablaban. «Sabes que la deseas…», insistió su vocecita interior. Apretó la mandíbula. No había nada de malo en que la deseara, pero satisfacer ese deseo podría acarrearle complicaciones. La cuestión era… ¿Acaso importaba? Porque en ese momento, viendo bailar con otro hombre a la mujer a la que había liberado, cuya belleza natural había sacado a la luz, y sintiendo que ese fiero deseo se apoderaba de él, se dió cuenta de que no le importaban en absoluto qué consecuencias pudieran tener sus actos…



Paula se sentía como si estuviera flotando, y se encontró balanceándose y tarareando un vals, como si aún estuviese bailando. La fiesta había terminado, era más de medianoche, y estaban de nuevo en la suite de Pedro. Había sido una velada maravillosa. Lo miró, que estaba sacando un botellín de agua del mueble bar, con mariposas en el estómago. Estaba tan guapo con su traje eduardiano… ¡Cómo le gustaría pasarse la noche entera entre sus brazos, bailando!


–Bébete esto. Y bébetelo entero –le dijo Pedro, tendiéndole un vaso de agua–. Mañana por la mañana me lo agradecerás, te lo aseguro.


–Estoy bien –le traquilizó ella–. En serio, estoy perfectamente.


Aun así se bebió el agua, sin apartar los ojos de él, y cuando hubo apurado el vaso se le escapó un bostezo, un bostezo enorme. No podía negar que estaba exhausta.


–Y ahora a la cama –añadió Pedro.


Aunque no, por desgracia, con él, se dijo este. No sería caballeroso dejarse llevar por lo que le pedía el cuerpo con las copas de champán, vino y licor que Paula había tomado durante la cena y a lo largo de la fiesta. No estaba borracha, pero sí algo achispada. Por mucho que la desease, iba a llevarla a la habitación de invitados, y luego él se iría a la suya y se daría una ducha bien fría.


–Antes vas a tener que ayudarme con el vestido –le dijo Paula–. No creo que pueda quitármelo yo sola.

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