–¿Y bien?, ¿Qué le parece Haughton, señor Alfonso? –le preguntó Graciela Chaves.
Estaba sentada frente a él, en uno de los sofás de la sala de estar, donde habían ido a tomar el café que Paula Chaves, con tanta aspereza, les había informado que estaría esperándoles allí. Él era el único que había tomado tarta de manzana, lo cual no lo había sorprendido, pero se alegraba de haberlo hecho. Estaba deliciosa: Muy ligera, y con un suave toque de canela y nuez moscada. No había duda de que quien la hubiera hecho sabía cocinar. ¿La habría preparado la hijastra? De ser así, a pesar de ser poco agraciada, podría conquistar a un hombre por el estómago. Sacudió mentalmente la cabeza. Ya estaba otra vez, pensando en Paula Chaves, y no comprendía por qué. Se centró en la pregunta que le había hecho su anfitriona. Era evidente que estaba sondeándole para averiguar si de verdad quería comprar la propiedad o no. ¿Por qué no darle ya las buenas noticias? Al fin y al cabo, ya lo tenía claro. Tal vez hubiese sido una decisión impulsiva, pero el impulso que lo había llevado a tomarla había sido muy fuerte, el impulso más fuerte que había sentido jamás, y estaba acostumbrado a tomar decisiones en el acto. Su instinto nunca le había fallado, y estaba seguro de que en esa ocasión tampoco iba a fallarle.
–Es un lugar encantador –respondió estirando las piernas, como si la casa ya fuera suya–. Creo… –añadió esbozando una sonrisa– que podremos llegar a un acuerdo en torno al precio que piden, que me parece ajustado, aunque, obviamente antes querría pedirle a mi agente que haga una tasación estructural de la propiedad y demás.
A Graciela Chaves se le iluminaron los ojos.
–¡Excelente! –exclamó.
–¡Maravilloso! –la secundó su hija.
La voz de ambas no solo denotaba entusiasmo, sino también alivio. Pedro dejó su taza vacía en la mesa.
–Antes de irme –les dijo poniéndose de pie–, les echaré un vistazo a los jardines y los edificios anexos de la parte de atrás de la casa. No, no se levante, por favor –le pidió a Paula Chaves cuando hizo ademán de incorporarse–. El calzado que llevo es más apropiado que el suyo para recorrer los senderos de tierra –le dijo con una sonrisa cortés, bajando la vista a sus zapatos de tacón.
Además, prefería ir a su ritmo y no tener que escuchar sus interminables panegíricos sobre los encantos de una propiedad que ya había decidido que iba a ser suya. Salió de la habitación, y al cerrar la puerta tras de sí oyó a las dos mujeres iniciar una animada conversación. Parecían… Alborozadas, igual que se sentía él. Una profunda satisfacción lo invadió cuando paseó la mirada por el vestíbulo, que pronto sería su vestíbulo. Una familia había vivido allí durante generaciones, y ahora se convertiría en su hogar, pensó emocionado, en su hogar… Y el de su familia, la familia que nunca había tenido. Sintió una punzada en el pecho. Si su pobre madre aún viviera le habría encantado poder llevarla allí, lejos de la dura vida que había llevado, rodeándola de todas las comodidades que ahora podría haberle proporcionado. «Pero lo haré con tus nietos, mamá. Les daré la infancia feliz que tú hubieras querido darme y no pudiste. Encontraré a una buena mujer y la traeré aquí, y formaremos una familia». No sabía quién sería esa mujer, pero sí que estaba ahí fuera, en alguna parte. Solo tenía que encontrarla.
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