Lo vió pasear la mirada de nuevo a su alrededor, antes de asentir con aprobación.
–La cocina es muy agradable –dijo–. Me alegra ver que no ha sufrido ninguna reforma, como otras partes de la casa.
Paula parpadeó confundida. Se le hacía raro estar de acuerdo con él después de que acabara de desafiarlo.
–Sí, mi madrastra no tenía interés en cambiarla –murmuró–. No la pisa demasiado.
Los ojos de Pedro Alfonso brillaron divertidos.
–Pues es una suerte que haya escapado a su afán reformador –comentó. Había una nota de conspiración en su voz que confundió aún más a Paula.
–¿Es que no le gusta ese estilo de decoración? –le preguntó perpleja–. Mi madrastra se la encargó a un interiorista muy famoso.
Pedro Alfonso sonrió.
–El gusto es algo subjetivo, y el gusto de su madrastra difiere bastante del mío. Yo prefiero un estilo menos… Artificioso.
–¡Como que hasta llamó a una revista de decoración para que hicieran un reportaje fotográfico! –exclamó ella con desdén. No se lo pudo aguantar.
–Sí, es muy de ese estilo –asintió él con humor–. Dígame: ¿Queda algo del mobiliario original?
Los ojos de Paula se llenaron de tristeza.
–Algunos se subieron al desván –dijo.
Las antigüedades y las obras de arte que a Graciela no le gustaban se habían vendido –como ese bodegón que faltaba en el comedor– para que Jimena y ella pudiesen permitirse los caros destinos de vacaciones que tanto les gustaban.
–Me alegra oír eso –respondió él, sonriéndole de nuevo–. Bueno, la dejo, señorita Chaves. Voy a ver lo que me queda por ver –añadió.
Mientras abandonaba la cocina, Paula lo siguió con la mirada. Una sensación de angustia le atenazaba el estómago cuando lo oyó salir, al poco rato, por la puerta de atrás. «¡Por favor, que no vuelva!», rogó para sus adentros. «¡Que se vaya y no vuelva más! Que se compre una casa en cualquier otro sitio y deje tranquilo mi hogar…». Pedro estaba de pie a la sombra de un haya cerca del lago, admirando la hermosa vista. Le gustaba todo de aquella propiedad. Les había echado un vistazo a los edificios anexos y, aunque necesitaban algunas reparaciones, estaban en buen estado. Ya había decidido que utilizaría una parte de las antiguas caballerizas como garaje, pero que la otra parte la mantendría para su uso original. Él no montaba a caballo, pero quizá a sus hijos, cuando llegaran, les gustaría tener ponis. Ese pensamiento lo hizo reír. Allí estaba, imaginándose ya con hijos, antes siquiera de haber encontrado a la mujer con la que los tendría. Y aun antes de eso tenía que comprar Haughton. Debería haber sido informado desde un principio del régimen de copropiedad, no que Paula Chaves le hubiera soltado de repente aquella bomba, pensó frunciendo el ceño. En fin, ya se ocuparía luego de ese problema. Ahora lo que quería hacer era acabar de explorar los terrenos que había más allá de los jardines que rodeaban la casa. Había un sendero que discurría a través del césped sin cortar, junto al bosque, a lo largo del perímetro del lago bordeado por juncos. Lo recorrería y le echaría un vistazo a lo que parecían unas falsas ruinas decorativas en el extremo más alejado.
«A mis hijos les encantaría jugar allí, y haríamos picnics en verano. O barbacoas por las tardes. Y quizá nadaríamos en el lago, aunque también construiría una piscina, probablemente cubierta, dado el clima de Inglaterra, con un techo de cristal». Iba pensando en esas cosas mientras caminaba cuando llegó al final del bosquecillo y divisó a lo lejos las falsas ruinas. Había una mujer vestida con un top deportivo y un pantalón corto de chándal haciendo estiramientos junto a una de las columnas. Pedro frunció el ceño. Si los vecinos se habían acostumbrado a hacer jogging por allí, cuando adquiriese Haughton tendría que dejarles claro que aquello era propiedad privada. Sin embargo, a medida que iba acercándose distinguió mejor las facciones de la deportista, y se quedó patidifuso. ¡Imposible! No podía ser aquella joven fachosa y con sobrepeso… No podía ser Paula Chaves. Era imposible… Y, sin embargo, era ella… Solo que no lo parecía. Llevaba el cabello suelto y tenía un cuerpo… Un cuerpo escultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario