martes, 21 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 15

 –Quería ver los rododendros en flor –respondió él con mucha calma–. Es verdad que se ponen preciosos –hizo una pausa y esbozó una sonrisa cortés–.¿No va a invitarme a pasar?


Paula Chaves lo miró furibunda a través de los cristales de sus gafas. Cuando fruncía el ceño así parecía cejijunta, pensó Pedro, y observó con desagrado que otra vez llevaba ese horrendo chándal que le quedaba grande y ocultaba su glorioso cuerpo. Si pudiera, encendería una hoguera y lo quemaría.


–¿Si le digo que no, se iría? –le espetó ella.


–No –respondió Pedro. Le aligeró la mitad del peso de la tambaleante torre de cuadernos que llevaba en los brazos–. Después de usted –le dijo, señalando con la cabeza hacia la casa, hacia la puerta de la cocina.


Ella lo fulminó con la mirada, negándose a darle las gracias por ayudarla, y entró como un vendaval antes de soltar los cuadernos sobre la mesa de la cocina. Él dejó el resto junto a su montón.


–Espero que no tenga que corregir todo esto para mañana –apuntó.


Pedro sacudió la cabeza.


–Para principios del trimestre siguiente –contestó brevemente.


–¿Ah, que ya han acabado las clases? –inquirió Pedro, haciéndose el sorprendido.


Sabía perfectamente que así era, porque había hecho que su secretaria averiguase el calendario escolar del colegio donde enseñaba, y por eso había elegido ese día para presentarse allí.


–Hoy –contestó ella–. Y ha hecho este viaje en vano –añadió con aspereza–. Mi madrastra y mi hermanastra no están; se fueron ayer a Marbella.


–¿Ah, sí? –respondió él con indiferencia–. Es igual; no he venido a verlas a ellas.


Paula lo miró irritada.


–Señor Alfonso, ¡Por favor, deje de insistir! ¿Es que no puede aceptar que no quiero vender Haughton?


–No he venido a hablar de eso. He venido para ayudarla con sus acampadas.


Ella se quedó tan perpleja que no dijo nada, y Pedro aprovechó para continuar.


–He pensado que podría aumentar los fondos de los que dispone, para que pueda organizar esas acampadas con más frecuencia. Una fundación benéfica con la que colaboro siempre está buscando nuevos proyectos que respaldar, y estoy seguro de que el suyo les encantaría.


Paula estaba empezando a mirarlo con una suspicacia extrema.


–¿Y por qué iba a hacer algo así? –quiso saber–. ¿Pretende comprarme con eso, cree que me hará cambiar de idea con respecto a vender Haughton?


–Por supuesto que no –se apresuró a asegurarle él apaciguadamente–. Lo único que me mueve es hacer felices a esos niños desfavorecidos; ¿A usted no? –le dijo, mirándola de un modo afable.


Pedro inspiró.


–Bueno, si puede proporcionarnos más fondos, no le diré que no –balbució aturdida.


–Estupendo –dijo Pedro–. El único problema es que tendrá que venir hoy a Londres conmigo para presentarles el proyecto personalmente. Disponemos de poco tiempo porque tienen que adjudicar los fondos antes de que acabe el mes.


No era verdad que hubiese tanta prisa, pero no quería darle una excusa para negarse.


–¿Qué? ¿Ahora? –exclamó ella, que se había puesto pálida–. ¡Imposible!


–Ah, no pasa nada, no es molestia –contestó Pedro, haciendo como que había malinterpretado la causa de su objeción. Miró su reloj–. Usted vaya a cambiarse y yo mientras daré una vuelta por los jardines… ¡Para disfrutar de esos rododendros! –le dijo con una sonrisa.


Paula abrió la boca para objetar algo más, pero él hizo como que no se había dado cuenta y añadió:


–Le doy veinte minutos.


Y, dándose media vuelta, salió fuera por la puerta de la cocina.

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