jueves, 30 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 27

Pedro tragó saliva e inspiró, preparándose para lo que sin duda iba a ser un calvario que pondría a prueba su capacidad de autocontrol. Asió por los hombros a Paula para hacerla girarse, y fue un error, porque el tacto de su piel desnuda hizo que un cosquilleo eléctrico lo recorriese. Apartó las manos como si se hubiese quemado, y las bajó al cierre del vestido, que no podía ser más complicado. Mientras desabrochaba corchetes y aflojaba las cintas del corsé, intentó no pensar en lo hermosa que era la espalda que iba asomando. Ella había agachado la cabeza, dejando al descubierto su blanca nuca, acariciada por mechones que habían escapado de su recogido. Sería tan fácil inclinarse sobre ella y rozar con sus labios esa piel delicada… Resultaba tan tentador… No, no iba a hacer nada de eso… Tragó saliva y dejó caer las manos.


–¡Listo!


Paula se volvió, ajena al difícil ejercicio de autocontrol que estaba haciendo, sujetándose el vestido al pecho con las manos, y un suspiro de alivio escapó de sus labios.


–Gracias, este condenado corsé era un suplicio –le dijo riéndose. Y luego, con los labios entreabiertos y los ojos brillantes, alzó el rostro hacia él–. Esta ha sido la noche más maravillosa de toda mi vida –añadió suavemente.


No parecía consciente de la tentación que suponía para él verla ahí, frente a él, a medio desvestir, tan tentadora… Y ya no pudo más. La asió por los brazos para atraerla hacia sí, y tomó sus labios, incapaz de resistir ni un segundo más. El beso empezó siendo algo vacilante. Acarició los labios aterciopelados de Paula con los suyos, antes de deslizar la lengua entre ellos, y saboreó su boca como quien paladea un vino afrutado, con cuerpo, delicioso. Ella respondió con igual fruición. Pedro sentía sus voluptuosos pechos apretados contra la camisa, y al notar que se le endurecían los pezones a él empezó a ponérsele tirante la entrepierna del pantalón. El deseo estaba apoderándose de él y supo que, si no le ponía freno a aquello en ese mismo instante, ya no podría pararlo. Con un gruñido de frustración despegó sus labios de los de ella, dejó caer las manos y se apartó. Paula se quedó mirándolo, aturdida, con las pupilas dilatadas aún por el deseo. Pedro sacudió la cabeza y dió otro paso atrás.


–Buenas noches –le dijo.


Su voz había sonado agitada, y se sentía ardiendo por dentro, pero tenía que reprimir el deseo que lo consumía, subyugarlo. Ella siguió mirándolo confundida un instante, pero luego, como el sol saliendo de detrás de una nube, su rostro se iluminó con una sonrisa.


–Sí, buenas noches –murmuró.


Cuando llegó a la puerta y se volvió para cerrarla, ella se quitó una mano del vestido, que estaba sujetándose, y con otra sonrisa encantadora le lanzó un beso.


–¡Gracias! –le susurró.


Y Pedro tuvo que apresurarse a salir y cerrar la puerta antes de que se quebrara su fuerza de voluntad, volviera dentro y la tomara de nuevo entre sus brazos.




Paula, que estaba dormida, notó que una mano la zarandeaba suavemente por el hombro. La apartó con un movimiento y se acurrucó contra la almohada, pero la mano volvió a posarse en su hombro y a zarandearla. Oyó una voz susurrándole algo incomprensible. Sonaba a alguna lengua extranjera. ¿Griego? ¡Griego! Se incorporó como impulsada por un resorte tapándose con la sábana y miró con unos ojos como platos a Pedro, que estaba sentado al borde de la cama. A juzgar por su pelo húmedo y el albornoz que llevaba, y que acentuaba el bronceado de su piel, acababa de ducharse.


–¿Cómo te encuentras, no te duele la cabeza? –le preguntó en un tono entre amable y divertido.


Con sus ojos oscuros escrutándola y esa sonrisilla en los labios, Paual no pudo sino sonrojarse, azorada, al pensar en el aspecto que debía de tener, con el cabello revuelto y la cara de acabar de despertarse.


–Eh… no, estoy bien, gracias –balbució.


Los recuerdos de la noche anterior acudieron en tropel a su mente, como una serie de instantáneas: La increíble fiesta, la agradable cena, charlando con las personas con que los habían sentado, todas las veces que había bailado con Pedro, el beso que le había dado antes de… Enrojeció como una amapola al rememorar ese recuerdo tan vívido.

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