–¿El lacrosse no es algo violento? –inquirió Pedro frunciendo el ceño.
Ella sacudió la cabeza.
–No, está usted pensando en el lacrosse masculino. ¡Ese sí que puede ser muy violento! Pero aunque el juego sea más suave, el femenino es muy rápido e igual de emocionante. Me encanta; no hay un deporte mejor.
–¿Jugaba en el equipo del colegio cuando estudiaba? –le preguntó Pedro.
Se alegraba de oírla hablar sin esa nota de pánico que había notado en su voz cuando le había mencionado lo de la fiesta. Además, era una novedad agradable para él estar almorzando con una mujer y que no flirteara con él constantemente, pestañeando con coquetería o mirándolo con ojos de cachorrito perdido. Paula Chaves era cualquier cosa menos predecible; con ella no se aburría uno. Y era refrescante poder charlar con una mujer de deportes y ejercicio, dos cosas con las que él disfrutaba enormemente.
Paula asintió.
–Jugaba de alero –dijo–. Tienes que correr un montón.
–¿Y Jimena? –le preguntó él–. ¿También era deportista?
Estaba seguro de que no lo habría sido, pero quería oír qué diría Paula de la hermanastra con la que parecía tan resentida. ¿Hablaría de ella con desprecio por ser una remilgada? Paula se puso seria.
–No, los deportes no van con ella.
Pedro escogió sus siguientes palabras con cuidado.
–Debió de ser difícil para ella, volver a empezar en un colegio nuevo después de que su madre se casara con su padre. Me imagino que se apoyaría mucho en usted para que la ayudara a adaptarse.
Las facciones de Paula se endurecieron. ¿La había tocado en la fibra sensible?, se preguntó Pedro. Esperaba que sí. Lo único que pretendía era que se diese cuenta de que su resentimiento la mantenía atrapada, que estaba amargada y que debería dejar atrás el pasado y avanzar. Tenía que superar ese resentimiento hacia su madrastra y su hermanastra y dejar de utilizar su parte de la propiedad como un arma contra ellas. Y por eso estaba intentando sacarla de su caparazón, mostrarle lo amplio que era el mundo que había más allá de los estrechos confines entre los que se había encerrado, que disfrutase de la vida. ¿Y con qué podría disfrutar más que con una fiesta? Aunque le hubiese entrado el pánico cuando se lo había dicho, estaba seguro de que se lo pasaría muy bien. Solo tenía que darse a sí misma esa oportunidad. En cualquier caso, no quería presionarla. Por el momento solo quería que siguiese así, relajada, así que, en vez de esperar a que respondiera a su incisivo comentario sobre Jimena, volvió al tema del deporte.
–¿Y sigue algún programa de ejercicio? –le preguntó–. Me da la impresión de que hace pesas. ¿Me equivoco?
Para su sorpresa, Paula se sonrojó.
–Supongo que salta a la vista, ¿No? –murmuró–. Jimena dice que me hace parecer masculina, pero yo disfruto haciendo pesas.
¿Era su imaginación, o se había puesto a la defensiva? Su tono le habíasonado incluso algo desafiante.
–Alterno pesas y cardio, pero no me gusta la bicicleta; prefiero correr. Sobre todo porque tengo un sitio privilegiado por donde salir a correr y…
De pronto se quedó callada y su mirada se ensombreció, como si estuviese pensando que, si él adquiría Haughton, ya no podría salir a correr por allí por las mañanas.
–¿Y qué me dice del remo? –preguntó Pedro, interrumpiendo sus pensamientos–. Es una buena combinación unida a los ejercicios de cardio y de fuerza. La verdad es que a mí es lo que más me gusta; pero solo en una máquina de remo, no en el agua –le confesó con una sonrisa–. De los deportes acuáticos prefiero la natación, la vela o el windsurf.
Paula sonrió.
–Bueno, desde luego tienen el clima idóneo para eso en Grecia. Y debe de ser genial no tener que ponerse un traje de neopreno –comentó con envidia.
–En eso estamos de acuerdo –respondió Pedro con una sonrisa.
Se esforzó por mantener la conversación así, distendida, y le preguntó por su experiencia. Paula le explicó que únicamente había practicado windsurf en las excursiones con el colegio al estrecho de Solent… Donde por la fría temperatura del agua era imposible bañarse sin un traje de neopreno. Pedro, por su parte, le habló con entusiasmo de lo increíble que era practicar deportes acuáticos en climas más cálidos, y le recomendó varios sitios que conocía bien. Quería abrir su mente a la posibilidad de viajar y explorar el ancho mundo cuando se liberara de ese encierro que se había autoinfligido, cuando dejara de aferrarse a Haughton. Solo cuando hubieron terminado el postre, una extraordinaria tarta al limón, se dispuso a reconducir la conversación al motivo por el que la había llevado allí.
–Tenemos tiempo para un café –dijo mirando su reloj–, porque dentro de un rato llegarán las estilistas y tendré que dejarla con ellas –añadió con una sonrisa.
El tenedor de Paula cayó ruidosamente sobre el plato, y su expresión relajada se tornó al instante en una de pánico.
–Mire, señor Alfonso –comenzó a decirle con una voz tan tensa como sus facciones–, yo… Estoy segura de que su intención es buena, pero de verdad… de verdad que no quiero ir a esa fiesta. Para mí sería… –tragó saliva– horrible.
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