martes, 28 de septiembre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 24

 –Perfecto –le dijo Pedro satisfecho al joyero–. Póngale el resto del conjunto para que veamos cómo le queda.


Aquella extraña expresión volvió a dibujarse en las facciones de Paula, pero extendió el brazo obedientemente para que el joyero le abrochara la pulsera. Luego el hombre le tendió los pendientes, para que ella misma se los pusiera, pero cuando ya solo faltaba el anillo le miró las manos y vaciló, como si se temiera que fuera a quedarle pequeño.


–Me quedará bien, no se preocupe –le dijo ella.


Parecía muy segura. Tomó el anillo y lo deslizó con cuidado en su dedo. Y le quedaba bien, tal y como había predicho. Se quedó mirándolo un momento, como si estuviera en trance, y luego de repente se irguió y a Pedro le pareció que un sutil cambio se había producido en ella. Parecía más resuelta, y hasta daba la impresión de que tuviera más confianza en sí misma.


–Estupendo –dijo Pedro–. Ha llegado el momento –añadió con un brillo travieso en la mirada, ofreciéndole su brazo–: vamos a esa fiesta.


Al entrar en el salón de baile del hotel, Paula apretó el brazo de Pedro, se irguió y avanzó junto a él con la barbilla bien alta. Debería estar nerviosa, pero no lo estaba. Probablemente ayudaba la copa de champán que se había tomado, y aunque no sabía qué era, estaba segura de que el alcohol no era lo que hacía que se sintiese tan resuelta. Se dió cuenta de que la gente la miraba; por primera vez en su vida la miraban, y sintió un cosquilleo de emoción. Claro que no la miraban solo a ella, sino también a Pedro, que estaba guapísimo. «Es que hacemos tan buena pareja…». Aquel pensamiento había acudido a su mente de improviso, y aunque en un primer momento se reprendió por haber pensado algo así… era la verdad: Hacían buena pareja; al mirarse en el espejo había visto lo bien que les quedaban a los dos sus disfraces. Pero no eran pareja, solo era su acompañante; eso era lo que tenía que recordarse. Eso, y otra cosa más importante: Que Pedro Alfonso solo estaba haciendo aquello para ablandarla, para persuadirla de vender Haughton. Y, sin embargo, aunque lo sabía, no le importaba. ¿Cómo iba a importarle cuando la había liberado del maleficio que Jimena había lanzado sobre ella años atrás? Solo ahora se daba cuenta de hasta qué punto las pullas de su hermanastra habían nublado su mente, de cómo habían distorsionado la imagen que tenía de sí misma, de lo maltrecha que habían dejado su autoestima. Se le hacía extraño pensar en lo desafiante que se había mostrado siempre con Graciela y su hija, y cómo, en cambio, habían mantenido subyugado su subconsciente todo ese tiempo. Pero eso se había acabado. Una sensación de poder, de confianza en sí misma, la inundó, y se llevó la mano al collar y acarició los rubíes con emoción contenida. Alzó la vista hacia Pedro y le sonrió. Él sonrió también, como si comprendiera los sentimientos que la embargaban, y le dijo:


–Disfrute este momento.


¡Vaya si iba a disfrutarlo! Era su momento.


Como Pedro le había dicho, tenía sentado a su izquierda, en la mesa que les correspondía, al director de la fundación benéfica, que la escuchó atentamente mientras le hablaba de los campamentos que organizaba, y le dijo que estarían encantados de ayudarla a financiarlos. Cuando terminaron de hablar y el director se puso a charlar con la persona sentada a su izquierda, Paula se volvió hacia Pedro.


–¡Gracias! –le siseó emocionada.


Y no le estaba dando solo las gracias por haberla ayudado con su proyecto, ni por el cheque que le había dado, sino también por haberla librado del maleficio de Jimena. Él la miró de un modo extraño, como si estuviese pensando en algo pero no se atreviese a decirlo.


–¿Podemos tutearnos? –le preguntó.


–Claro.


Pedro levantó su copa de vino.


–Pues brindo por que tengas un futuro mejor –dijo esbozando una sonrisa.


Paula no entendía muy bien qué quería decir, pero le devolvió la sonrisa y levantó también su copa.


–Gracias –le dijo, y brindaron.


Mientras bebían, Pedro mantuvo sus ojos fijos en los suyos. Era una mirada tan intensa que se le subieron los colores a la cara y el corazón le palpitó con fuerza.


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