jueves, 29 de julio de 2021

Conectados: Capítulo 12

Había esperado que algún día sus padres dejaran de decirle lo afortunada que era de poder ir al internado privado en el que la habían inscrito cuando eran tan ricos que les sobraba el dinero, pero que luego se había convertido en una losa para su bolsillo cada mes. Y entonces había esperado que sus compañeras del colegio se diesen cuenta de que seguía siendo la misma, aunque sin dinero. Sofía y otras chicas le habían demostrado que eran sus amigas de verdad, pero otras, como Marcela, le habían dado la espalda al cabo de una semana. Y había esperado a que Iván diera el primer paso y le pidiese que empezasen a salir en serio. Pero una y otra vez le había dicho que estaba demasiado ocupado con el proyecto en el que estaba trabajando y en el que ella le estaba ayudando. La presentación de los planes de promoción ante el comité tenía que salir perfecta, le había dicho, pero luego podrían irse a pasar juntos un fin de semana fuera, para relajarse, y le dirían a los demás en la oficina que eran pareja. Lo único que le pedía era que esperase unas semanas más. Hasta entonces la relación entre ambos sería su pequeño secreto. Sí, un sórdido secreto. Ella no había sido más que un peón en sus tejemanejes, del que se había deshecho cuando ya no le había hecho falta, para volver con la chica con la que estaba viviendo. No, el pasado era el pasado, y ella ya había esperado bastante. Conocer a Pedro le había hecho ver todo lo que había estado perdiéndose, y le dolía no haber sido capaz de relajarse y disfrutar de su compañía como si hubiese sido una cita de verdad. Pero no lo había sido, y era eso lo que tenía que recordar, por bonita que fuera su sonrisa, y por increíble que hubiese sido la sensación de sus labios sobre los suyos. 


Se quitó la gabardina y comenzó a subir lentamente las escaleras, arrastrando los pies. Los botines le pesaban como si llevase dentro de ellos plantillas de plomo. Los escalones de la vieja escalera de madera chirriaban, y el eco hacía resonar sus pasos, pero ya se había acostumbrado. Cuando Sofía le había preguntado si quería ir a vivir allí con ella porque en una casa tan grande se sentía muy sola, Paula no se lo había pensado dos veces. Pero eso había sido hacía dos años, antes de que Sofía se fuera a París. Se detuvo en mitad de la escalera y alzó la vista hacia la vidriera de colores del rellano. En los días de verano la casa se llenaba de luz, y parecía un lugar mágico, vibrante, lleno de vida, pero en ese momento la casa estaba en penumbra, y la lluvia y el viento azotaban los cristales. De pronto fue como si todos sus problemas se agolpasen en su alma, y se deslizó contra la pared hasta quedar sentada en el escalón. Echó la cabeza hacia atrás y prorrumpió en suaves sollozos. No estaba llorando porque la casa estuviese en silencio, ni por la oscuridad. Estaba llorando porque se sentía tan sola que de repente había sentido también lástima por sí misma. No tenía a nadie con quien hablar de sus cosas y de sus problemas; no había nadie que la comprendiera, o a quien le importara. Bueno, tenía a Sofía, pero a esa hora estarían sirviendo la cena en el restaurante de París en el que estaba trabajando, y no podría hablar con ella hasta por la mañana. Para ella, más que una amiga, era como una hermana, y la admiraba muchísimo. Podría haberse hecho abogado, como querían sus padres, pero no era eso a lo que ella aspiraba. Había empezado por abajo, lavando platos, y había acabado con un diploma en catering y una oportunidad de demostrar, en un reputado restaurante de París, de lo que era capaz.


Nadie estaba más orgullosa de Sofía que ella. No solo había sido su mejor amiga en el internado; había permanecido a su lado incluso cuando la bolsa se había desplomado y con ella el negocio de su padre. Y le había salvado la vida al proponerle que se fuera con ella y compartieran los gastos del alquiler hasta que encontrara un sitio propio donde vivir. Era una situación en la que las dos partes habían salido ganando, como diría Iván. Iván… Paula se llevó una mano a la boca y se enjugó las lágrimas de las mejillas. ¡Qué estúpida había sido! Había tomado la decisión correcta al presentar su dimisión al descubrir que le había ocultado que ya tenía una novia. Y una novia con dinero, además: La hija del jefe. Sí, era algo de lo que jamás se arrepentiría, aunque hubiese significado dejar un trabajo a jornada completa que estaba bien pagado. Era solo que… Bueno, algunas veces tenía la sensación de que en aquella casa vacía, donde además de un hogar tenía su estudio, el silencio se convertía en algo casi tangible. Su estudio… Una pequeña sonrisa arqueó sus labios y se secó las mejillas con el dorso de la mano. Sí, tenía su estudio, donde podía dibujar y pintar, y no quería nada más.

Conectados: Capítulo 11

Federico era brillante, y llevaba muy bien el negocio, pero en lo que se refería a las mujeres era un caso perdido. Su hermano parecía atraer principalmente a chicas que veían en él a alguien de quién podían conseguir ropa deportiva gratis, o a mujeres de negocios que lo utilizaban para que las ayudara a darle un empujoncito a su empresa en cuestiones informáticas y tecnológicas, y luego le daban la patada al descubrir que no iba a hacerlo porque estaba tan ocupado que no tenía tiempo. Y luego estaban las peores: Las cazafortunas que se dedicaban a perseguir millonarios. Pedro conocía muy bien a esa clase de mujeres, pero en los tres años que había estado con Lori nunca se le había pasado por la cabeza que estuviese valiéndose de su estatus para llegar a donde quería llegar. Tras el accidente había dejado de serle útil, y lo había dejado por otro deportista de élite que sí podía darle el caché que buscaba. El haber conseguido su propio programa de televisión era una de las ventajas de haberse arrimado a ese tipo, y también que la hubieran invitado a la entrega de premios del mundo de los deportes, los Sports Personality Awards, la semana siguiente. Por eso era esencial que él fuera a ese evento por su propio pie, con otra mujer del brazo, y con una sonrisa en los labios. Pero tenía que ser la mujer adecuada, no otra modelo de ropa interior como Lorena. Necesitaba una acompañante vivaz, con chispa, independiente, que lo ayudase a dar ante los medios de comunicación la imagen de un hombre que no iba a dejar que un accidente de coche le impidiera hacer lo que quería. Quejarse a Federico de que no quería ir solo a aquel evento había sido un error. Lo último que había esperado de su hermano era que le diera de alta en una página de contactos. Aunque, bien mirado, podría ser que tuviera que darle las gracias después de todo. Andy era interesante, divertida… Lo único que tenía que hacer era poner a trabajar su encanto personal y convencerla de que lo acompañara a ese evento. Pan comido.


De pronto Paula apareció junto a él, y en vez de volver a sentarse tomó su gabardina, se la puso sin decir palabra, y se colgó el bolso del hombro. Estaba a punto de decirle algo cuando ella se volvió hacia él, y al verle la cara se quedó callado. Estaba blanca como el papel, y por como le temblaba el labio inferior era evidente que estaba disgustada por algo.


–Ha sido estupendo conocerte –le dijo atropelladamente–, pero tengo que irme. Es un asunto urgente. Muchas gracias por el café y…Bueno, espero que tengas más suerte en la próxima cita –le deseó, y se alejó hacia la salida.


–¡Eh, espera un momento! –la llamó Pedro.


Pero, o no lo oyó, o hizo como que no lo había oído, y salió de la cafetería a toda prisa. Pedro se levantó para ir tras ella, pero le dió un calambre en la pierna, y el dolor era tan fuerte que tuvo que volver a sentarse y masajear el músculo hasta que remitió un poco. El día estaba mejorando por momentos, pensó con ironía. Acababa de ahuyentar a la única chica con la que había accedido a quedar a través de la página de contactos. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en algo morado que había apoyado contra la pared, junto a la silla que Pau había dejado vacía: Un paraguas.




La casa de Sofía estaba completamente a oscuras cuando Paula abrió la puerta. La lluvia se había convertido en aguanieve, y al entrar al calorcito de la casa cerrada respiró aliviada y se apresuró a cerrar tras de sí. Ya estaba a medio camino calle abajo cuando se dió cuenta de que se había dejado el paraguas en la cafetería, y después de esperar y esperar en la parada del autobús, se había hartado al ver que no llegaba optó por volver andando aunque se mojara. Lo de esperar era para los perdedores, se había dicho. Y es que, durante el tiempo que había estado esperando en la parada, con la fría lluvia corriéndole por el cuello y colándosele en los botines, había llegado a una conclusión importante: tras sus veintiocho años de vida ya había esperado bastante. De niña había esperado y esperado a que sus padres hicieran un hueco en sus ajetreadas vidas para prestarle un poco de atención. Había esperado que le explicaran por qué habían tenido que mudarse de repente, dejando su casa para irse a vivir a un pequeño departamento. 

Conectados: Capítulo 10

Pedro siguió con la mirada a Pau, mientras se alejaba hacia los servicios, antes de bajar la vista a su móvil. Tampoco tenía nada de malo que tuviese debilidad por las piernas de las mujeres, ¿No? Esos botines resaltaban a la perfección las piernas torneadas de Pau, y aunque el traje gris de falda y chaqueta que llevaba no dejaba entrever sus curvas, estaba seguro de que estaría increíble en bañador.


¿De qué nombre sería diminutivo Pau?, ¿De Paulina? Quizá tuviera ocasión de averiguarlo… Si ella se lo permitía, porque tenía la sospecha de que podía ser que aquella cafetería tuviese una puerta trasera, y que tal vez lo de que tenía que ir al servicio solo había sido una excusa para escabullirse. Si lo hubiera hecho lo entendería, porque era lo que él había estado a punto de hacer cuando le había confesado la verdad. Al saber que su jefa le había pagado para que escribiera aquellos mensajes, y que le había dado plantón sin pensar siquiera en disculparse, su primera reacción había sido el impulso de abandonar la cafetería y no mirar atrás. Natural, después de lo de Lorena, pero luego se había parado a pensar que la chica sentada frente a él era quien había escrito esos mensajes, quien había hecho casi tolerables las visitas al fisioterapeuta esa semana. Federico ya le había advertido que tal vez aquella @chicadeciudad no fuese lo que esperaba, y no se había equivocado: Era mucho más.


Hacían falta agallas para presentarse allí, como había hecho, y disculparse en persona. Agallas… Y buen corazón, porque no había querido dejarlo allí esperando a alguien que no iba a aparecer. ¿Podría ser que fuese eso lo que había visto en aquellos mensajes, que se preocupaba por los demás y no solo por ella? Además, parecía sentir curiosidad por él. Tanta como él por ella. Lo que no alcanzaba a imaginar era cómo podía haber accedido a escribir esos mensajes en nombre de su jefa. Tenía muchas cosas que contar. Giró la cabeza un momento hacia los servicios. Casi daba la impresión de que hubiese salido huyendo después de que la besara. ¿Quizá besarla había sido un error? Ella, desde luego, no le había parado los pies. Tal vez hubiese ido al servicio a esconderse de él y tuviese miedo de salir, por si era un maníaco sexual que se citaba en cafeterías con chicas con la intención de seducirlas. Si lo había fastidiado todo, Federico se pondría furioso. Miró la bandeja de entrada de su correo electrónico y abrió uno de los últimos mensajes de su hermano. Contenía un enlace a un artículo de una revista londinense con una lista de los solteros millonarios más inteligentes de la ciudad. Y allí estaba él, Federico Alfonso, de Cory Sports, su hermano gemelo. La fotografía debía de haber sido tomada en sus oficinas de Londres, porque iba vestido de ejecutivo, con pantalón negro y camisa a juego, y en los puños lucía sus gemelos de diamantes en forma de tabla de surf. Pensó en todas las veces que se habían hecho pasar el uno por el otro, para gastarle bromas a sus profesores y amigos. Y en una ocasión Federico se había presentado por él en un examen al que no había podido llegar a tiempo porque se había llevado a una chica a dar una vuelta en lancha y se habían quedado sin gasolina en medio de ninguna parte. Gracias a él, había sacado la nota más alta.


Sí, Federico siempre había sido un cerebrito, mientras que él, a quien se le daban mejor los deportes que los estudios, se había dedicado a participar en competiciones de surf y había estado a punto de ser campeón mundial. Un escalofrío recorrió a Pedro, que inspiró lentamente y echó los hombros hacia atrás. El accidente lo había cambiado todo, y ahora había ido a Londres para fingir ante el mundo del deporte que Cory Sports seguía funcionando al cien por cien. ¡Si eso fuera cierto! Estaba al tanto de lo que los periodistas estaban preguntándole a su hermano. Sí, sabían que él, Federico, seguía al timón, pero… ¿Y su hermano? ¿Qué funciones estaba desempeñando en el negocio? ¿Y qué futuro le esperaba ahora que no podía competir? Buena pregunta; lástima que no tuviera una respuesta. No la tenía aún, pero la tendría. Tenía que salir de aquel bache. Pedro decidió centrarse en algo que pudiera controlar, y tras reírse del pomposo artículo que le había enviado su hermano, le contestó picándolo con que seguro que con ese corte de pelo de empollón se llevaría a las damas de calle… Cuando encontrase tiempo para conocer a alguna. 

Conectados: Capítulo 9

 –Ya veo –dijo Pedro–. Espero que el que te hayan visto aquí conmigo no vaya a causarte ningún problema –añadió, mirándola preocupado.


Ella esbozó una sonrisa y sacudió la cabeza.


–No pasa nada; ya no tienen nada que ver con mi vida.


Pedro apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia delante.


–No es asunto mío –le dijo en voz baja–, pero, a mi modo de ver, hay dos maneras de lidiar con los chismosos: ignorarlos y quitarle importancia a lo que puedan decir de tí, o…


De pronto tomó su mano y se puso a juguetear con sus dedos.


–¿Qué haces? –lo increpó Paula. Intentó apartar su mano, pero él no se lo permitió–. ¡Están mirando hacia aquí y haciendo fotos con sus móviles! –gimió con voz ahogada, pensando que las cosas no podían ponerse peor.


–Estupendo –contestó él muy calmado–. Entonces probemos la otra opción: Darles algo de lo que hablar.


Había algo en su voz que debería haberla alertado de que las cosas sí iban a ponerse peor, pero estaba demasiado absorta mirándolo a él, que estaba humedeciéndose los labios con la lengua. Y fue justo entonces cuando, de repente, Pedro se levantó e, inclinándose hacia ella, le pasó una mano por la nuca y la besó. Y no fue un beso en la mejilla; no, no. Sus labios, cálidos, sensuales y húmedos, acariciaron los suyos de un modo tan tierno que la conmovió, y cuando los labios de él se apartaron, echó la cabeza hacia atrás para que la besara de nuevo. Y lo hizo, solo que esa vez fue un apasionado beso con lengua que la dejó temblorosa, muda y sin aliento. Cuando abrió los ojos se encontró con que él también estaba jadeante, y no pudo resistir la tentación de quedarse mirando su boca, aún húmeda por el beso. No sabía si apartarlo de un empujón por haberse tomado esas libertades con ella o echarle los brazos al cuello y besarlo de nuevo.


–¿Pau? –la llamó él, sacándola de su aturdimiento.


–¿Sí? –respondió ella, alzando la vista hacia sus ojos.


–¿Crees que con eso bastará para contentar a esas chismosas? –le preguntó con voz ronca en un susurro. 


–Yo diría que sí –contestó ella, y al mirar hacia donde estaban sentadas y verlas con la cabeza agachada, tecleando afanosamente en sus móviles, añadió–: Ya lo creo que sí –empujó la silla hacia atrás, agarró su bolso y se levantó–. Ahora vuelvo; demasiada cafeína – mintió, y se alejó hacia los servicios.


Al llegar a la puerta se giró un momento para observarlo. Se había puesto a mirar algo en su móvil, y estaba moviendo el dedo por la pantalla con una delicadeza que le hizo pensar que seguro que era increíble en la cama. Se volvió con un suspiro y entró en los servicios. Solo al entrar en uno de los cubículos y cerrar la puerta tras de sí, cayó en la cuenta de que Pedro la había llamado por su nombre después de besarla. ¡Estupendo, ahora sabía cómo se llamaba! Se sentó en la taza del inodoro con los codos apoyados en las rodillas, y se mordió la uña del meñique, intentando dilucidar qué debía hacer. Podría ir a despedirse de él y darle las gracias por lo comprensivo que se había mostrado a pesar del engaño y del plantón de Marcela. Y ya de paso por el beso, que había estado bien. No, mejor que bien. También podría marcharse sin despedirse y salir de la cafetería a hurtadillas, sin que la vieran aquellas dos cotillas. ¿O quizá debería despedirse de Pedro y pasar por delante de ellas con la cabeza bien alta? Después de todo, Iván no le llegaba ni a la suela de los zapatos al guapísimo hombre que había dejado en la mesa. Y otra opción era despedirse de Pedro como si el beso no la hubiese afectado en absoluto, marcharse y tratar de no pensar en que era el hombre más atractivo que había conocido en mucho tiempo, y que seguramente se pasaría días reviviendo aquella «Cita». En fin, una cosa estaba clara: No iba a solucionar nada quedándose allí sentada, dándole vueltas al tema. Se levantó, abrió la puerta y fue hasta los lavabos. Se miró en el espejo y contrajo el rostro. Había entrado en la cafetería repitiéndose que solo estaría allí diez minutos. ¿Cómo podía ser que se hubiese quedado casi una hora y que él la hubiese besado? Era evidente que Pedro era un seductor, con ese aspecto de dios griego, y acostumbrado a que las mujeres cayesen rendidas a sus pies. Tenía que salir de allí cuanto antes si no quería que las cosas se complicasen aún más.

martes, 27 de julio de 2021

Conectados: Capítulo 8

 –Yo también tengo una confesión que hacerte –le susurró, inclinándose hacia ella–: Fue mi hermano Federico quien me dió de alta en la página de contactos, y quien rellenó mi perfil. Dice que estaba tan harto de que no hiciera más que quejarme de lo difícil que me es conseguir una cita cuando vengo a Londres –levantó su taza de café y, cuando la miró a los ojos, ella fue incapaz de apartar la vista–. Por las primeras citas –murmuró, y bebió un largo trago antes de esbozar una sonrisa lobuna.


¿Por las primeras citas? Ese brindis resultaba irónico viniendo de un hombre al que no solía faltarle, según él, la compañía femenina. La sonrisa de Pedro había hecho que una ola de calor aflorase en su estómago, y Paula se sintió como si estuviese a punto de escapársele una risita. Pero ella no era de esas bobas que se deshacían en risitas. Ni aunque tuviese enfrente a un hombre guapísimo, bebiendo café y mirándola fijamente, esperando su reacción. ¿Estaría poniéndola a prueba?


–No es que es no quiera unirme a tu brindis –contestó, esbozando una media sonrisa–, pero hay algo que me tiene intrigada.


–¿El qué?


–Pues qué planeabas hacer con esas galletas con avellana.


Él se echó a reír con ganas, y ella, por primera vez en mucho tiempo, se encontró también riendo; riendo de verdad, hasta que las lágrimas le rodaron por las mejillas y le faltó el aliento. Se rieron tanto que las personas que estaban sentadas cerca de ellos empezaron a lanzarles miradas furtivas. Habría abochornado a Iván, su ex novio, si estando con él en público se hubiese puesto a reírse de esa manera. Al cruzar de pronto ese pensamiento por su mente, Paula se sintió como si le hubiesen echado un cubo de agua helada por la cabeza, y de inmediato se sentó derecha y trató de recobrar la compostura. Se estaba comportando como una idiota. No había ido allí a flirtear y a reírse con él. No estaba preparada para eso. Aquello era un error, un terrible error; era Marcela quien debería estar sentada allí con Pedro, no ella. Ya iba siendo hora de que pusiera fin a aquella charada y pusiera pies en polvorosa. Justo cuando iba a darle una excusa para marcharse, apareció a su lado una compañera de trabajo de Iván, que tenía fama de ser de las más cotillas de la oficina, y se quedó mirándola con descaro y mala intención. Paula dió un respingo, horrorizada. Seis semanas atrás se había marchado de allí hecha un mar de lágrimas, y era la primera vez que se encontraba con alguien de la empresa. No, era aún peor, porque aquella chismosa no estaba sola; justo en ese momento apareció tras ella otra compañera que no le iba a la zaga, y miró a Pedro como una perra en celo, y luego a ella, muda de asombro.


–¡Vaya, hola, Pau! –exclamó la primera–. ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!


–Pues sí, ya ven –contestó Paula en un tono despreocupado, negándose a darles ningún tipo de explicación–. ¿Y ustedes?, ¿Qué hacen por aquí?


–Se nos ocurrió que podíamos ir al cine después del trabajo y paramos aquí a tomar algo –contestó la otra. Y con una sonrisa maliciosa añadió–: ¡Qué casualidades tiene la vida!


–¿Verdad? Bueno, pues que les guste la película, y a ver si nos vemos otro día –dijo Paula, forzando una sonrisa también.


Las dos chismosas, aunque visiblemente chafadas por que les hubiese despachado sin presentarles al misterioso y atractivo hombre que estaba con ella, se alejaron hacia la única mesa vacía que quedaba en el local. Esta estaba bastante apartada de la suya, pero por las miradas que les lanzaban y el cuchicheo entre ellas era evidente que les había alegrado la tarde. ¿Quién necesitaba ir al cine cuando acababan de descubrir a Paula Chaves con un guaperas en una cafetería? «¡Fíjate!», se estarían diciendo la una a la otra. «¿Quién lo iba a decir?, con lo mal que se quedó al descubrir que Iván se había estado riendo de ella…». Y al día siguiente lo contarían en la oficina y sería de dominio público en cuestión de minutos. De hecho, probablemente en ese momento estarían enviándoles mensajes de texto con el móvil a otros compañeros.


–¿Amigas tuyas? –le preguntó Pedro.


–Compañeras de la empresa en la que trabajaba antes. Y no, desde luego que no son amigas mías. Las detesto; son unas chismosas de la peor calaña.


¿Por qué había dicho eso? No era culpa de ellas que se hubiese creído todas las mentiras de Iván, ni que ella hubiese aceptado ayudarle en sus propuestas de negocios a cambio de nada, noche tras noche, para descubrir al final que durante todo ese tiempo había estado viviendo con la hija del jefe y llevándose el mérito de su trabajo. Ella era la única que no se había enterado de nada, mientras que el resto de la oficina había estado riéndose a sus espaldas durante semanas, esperando a que Iván la plantase en cuanto consiguiese el ascenso… Como ocurrió. Y delante de todo el mundo. La humillación y la amarga decepción que había sentido entonces volvió a embargarla, y se estremeció.


Conectados: Capítulo 7

Como ya se había manchado, aunque volviera a mancharse, ya daba igual. Él parpadeó varias veces antes de echarse hacia atrás.


–Pues sí, sobre todo el queso –asintió.


¿El queso? ¿Qué queso? Muy digna, Paula se limpió los labios dándose unos toquecitos con la servilleta, y descubrió mortificada, al apartarla, que en ella había un hilo de queso fundido, que parecía más plástico que queso, y que debía de habérsele quedado pegado al darle el mordisco al panini. ¡Y ella que quería parecer sofisticada y elegante…!


–Mucho mejor –dijo él con una sonrisa divertida–. Por cierto, me llamo Pedro. Y ahora… ¿Dónde estábamos? Ah, sí, estabas diciéndome que tu jefa me ha dado plantón.


Paula carraspeó, y se preguntó si debería decirle su nombre también, pero decidió que sería mejor no hacerlo. Eso sería pasar a un nivel demasiado personal.


–Sí, bueno, es que, sé lo que se siente cuando te dejan tirado, y detestaba pensar en hacérselo a otra persona. Y podría haberte mandado un mensaje, pero me parece que cuando uno se disculpa debe hacerlo en persona. Puede que sea una anticuada, pero yo soy así.


–¿Y dices que tu jefa no sabe que has venido a la cita en su lugar?


Paula sacudió la cabeza.


–De hecho, ha cambiado de opinión en cuanto a lo de buscar pareja por Internet. Ahora ya no le parece que sea una buena idea –le explicó–. Espero que no estés muy enfadado, o decepcionado.


Él se encogió de hombros.


–Sobreviviré –bromeó–. Aunque hay algo por lo que siento curiosidad: ¿Tiene por costumbre tu jefa pedirte que le hagas de celestina?


Paula, que estaba tomando un sorbo de café, casi se atragantó. ¿De celestina?


–No, es la primera vez –le respondió entre toses–. Y la última. Fuimos compañeras de colegio, así que supongo que se fía de mí y que confiaba en que no la defraudaría –le echó una mirada a Pedro–. Aunque no sé qué tal lo estoy haciendo.


Los labios de él volvieron a curvarse lentamente en otra sonrisa divertida.


–No sé si puedo juzgarlo yo; es la primera vez que me cito con alguien por Internet –le confesó, hincando los codos en la mesa para apoyar la barbilla en sus manos entrelazadas.


Paula, que estaba llevándose de nuevo la taza a los labios, se quedó quieta y parpadeó.


–¿En serio?


Él asintió.


–Y aunque no está siendo lo que había esperado, tengo que decir que se está poniendo mejor por momentos.


Paula se sonrojó ligeramente, sin saber muy bien por qué, y dejó la taza en la mesa.


–Disfruté leyendo lo que me contabas en tus mensajes sobre todos esos sitios maravillosos que visitas por trabajo. Supongo que el tener que viajar tanto supondrá un problema para tu… eh… tu vida amorosa.


«¿Quieres callarte ya y dejar de decir tonterías?», se reprendió de inmediato, arrepintiéndose de haberle preguntado eso.


–En realidad mi vida amorosa va perfectamente; no es ese el problema. De hecho, es más bien lo opuesto. Por mi trabajo, me paso el día rodeado de chicas en traje de baño… Y algunos son bastante escuetos –le explicó él con una sonrisa–. ¿Mencioné que estamos especializados en ropa de deportes acuáticos? Nuestros biquinis se venden muy bien. No, compañía femenina no me falta –añadió riéndose entre dientes–. Pero no tengo la oportunidad de conocer a otro tipo de mujeres, y ahora que estoy de vuelta en Londres pensé que sería interesante conocer a chicas que no hablen solo de olas y surf. Además, me gusta conocer a gente nueva.


Ella se inclinó hacia delante y miró a un lado y a otro, como si fuese a contarle un secreto.


–¿Sabes?, tengo un defecto horrible.


Él enarcó las cejas, pero no le preguntó cuál era.


–Soy muy curiosa –le confesó ella–. El caso es que… Bueno, no acabo de imaginar qué te hizo aceptar una cita con una desconocida que ni siquiera te había mandado una foto.


De pronto, sin previo aviso y sin pedirle permiso, él tomó su mano y le besó los nudillos.


–Quería conocer a la chica que escribió esos mensajes –dijo soltándole la mano–, la chica a la que tengo delante ahora mismo.


A Paula la habían sorprendido tanto aquel beso tierno y delicado y la calidez de sus labios, que se quedó allí sentada quieta y en silencio durante un buen rato, mientras él le sonreía.

Conectados: Capítulo 6

Cortó la tortilla en cuatro trozos, y luego en ocho, antes de pinchar uno, junto con la ensalada de guarnición, y se llevó el tenedor a la boca. Cuando Paula vió sus sensuales labios cerrarse en torno al tenedor, y como lo sacaba luego lentamente de ella, sintió que una ola de calor la invadía, y tuvo que dejar en el plato la mitad del panini que había tomado para aflojarse el pañuelo. Decididamente debía de tener algún problema, porque no acaba de explicarse que un hombre tan sexy estuviese soltero y buscando citas por Internet. Había oído hablar de hombres casados o comprometidos que se inscribían en páginas de contactos para tener aventuras con pobres chicas desprevenidas. ¿Sería uno de esos? ¿Y si fuera un periodista que estaba haciendo un documental sobre las tristes chicas desesperadas que se citaban con hombres por Internet? «Céntrate, Paula; no te dejes llevar por tu imaginación». Inspiró, y le soltó de sopetón:


–Tengo que decirte algo: no soy la ejecutiva que crees que soy. @chicadeciudad es mi jefa, pero tuvo que marcharse fuera por un asunto de negocios urgente, y era demasiado tarde para cancelar esta cita, así que he venido yo en su lugar para disculparme. Lo siento.


Y, dicho eso, se echó hacia atrás, dejó caer las manos al regazo y se preparó para el chaparrón que se temía que le iba a caer.


Él siguió masticando un momento antes de dejar los cubiertos en el plato, cruzarse de brazos y erguirse en el asiento. Cuando se quedó mirándola con los ojos ligeramente entornados, el ceño fruncido,  Paula tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir el impulso de morderse las uñas. Si lo que pretendía era intimidarla, lo estaba consiguiendo.


–A ver si lo entiendo: No eres la chica con la que se supone que había quedado esta tarde.


Ella apretó los labios y se encogió tímidamente de hombros, a modo de disculpa.


–¿Y tampoco eres una ejecutiva?


Ella sacudió la cabeza.


–Ya veo –murmuró él, como decepcionado–. Entonces, ¿Cómo puedo conocer a la chica que escribió esos mensajes? ¿O es que se ha echado atrás?


Paula parpadeó un par de veces antes de contestar.


–Fui yo quien los escribió. Mi jefa me pagó para que lo hiciera por ella, pero la verdad es que disfruté charlando contigo y aprendiendo cosas de tí y…


–¿Que te pagó para que los escribieras? –la cortó él enfadado–. Entonces, ¿Quién diablos eres y por qué has venido aquí? –le espetó, apoyando los brazos en la mesa inclinándose hacia ella.


Paula se echó hacia atrás. Tenía que confesarle toda la verdad… Si le dejaba meter baza, pensó cuando volvió a increparla.


–¿De qué va esto? ¿Es una especie de juego que se traen tu jefa y tú? ¿Se divierten jugando con los hombres con los que contactan por Internet? De hecho, puede que estés fingiendo que eres tu secretaria porque no soy como esperabas, o que sí seas la secretaria y hayas estado utilizando la cuenta de tu jefa para conocer a alguien por encima de tu estatus social. ¿Cuál es la verdad?


Paula se quedó mirándolo horrorizada.


–¿Un juego? No es ningún juego. Marcela, mi jefa, ni siquiera sabe que estoy aquí. Y jamás utilizaría su cuenta para conocer gente. Esa es una acusación horrible.


–Muy bien, pues ¿De qué va esto entonces? ¿Por qué estás aquí?


–Porque mi jefa me dijo hace menos de una hora que no iba a poder acudir a la cita, y me sabía mal dejarte aquí, esperando, cuando te habían dado plantón. Eso es todo. ¿Satisfecho? –le espetó Paula. 


Y antes de que él pudiera contestar, tomó el panini con las dos manos y le dió un gran bocado. Lo cual fue un error, porque en el instante en que le hincó el diente al pan tostado, un chorretón de tomate le saltó a la blusa blanca, su blusa favorita, y la más cara. Tragó e intentó limpiar la mancha con la servilleta de papel, pero fue peor el remedio que la enfermedad. Dejó la servilleta en la mesa y miró a @deportista, que estaba observándola anonadado.


–Con la comida rápida sí que te arriesgas –masculló Paula–. El bocadillo de ternera que estaba comiendo ese señor no es el único peligro que esconde el menú –suspiró y le dió otro bocado al panini. 

Conectados: Capítulo 5

Un mechón de cabello castaño cayó sobre la frente de @deportista, que lo echó hacia atrás con las puntas de los dedos, como un modelo, pero sin perder ese aire viril y rudo. En sus labios se dibujó una sonrisa, entre sugerente y descarada, tan contagiosa que Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír también. Según su perfil de la página de contactos, dirigía con su hermano una compañía de ropa deportiva, dentro de la cual él promocionaba la línea de deportes marítimos, entre ellos el surf, que además practicaba. Por su aspecto daba la impresión de ser otro emprendedor guapo y arrogante que había tenido suerte en los negocios, y que aprovechaba cualquier oportunidad para alardear de su dinero a la más mínima oportunidad. No le extrañaba que esperase que todo el mundo saltase solo con que chasquease los dedos. «Dile la verdad y acaba con esto; lo soportará», se dijo. Inspiró para reunir el valor suficiente y se irguió en la silla. Estaba a punto de decirle quién era y por qué estaba allí, cuando llegó la camarera con lo que él había pedido, y la distrajo el delicioso aroma del panini con jamón y queso recién tostado y de las galletas con trocitos de avellana.


–Las damas primero –le dijo @deportista, señalándole el panini, que acababa de cortar en dos. Aunque se le había hecho la boca agua al ver el queso derretido, Paula iba a declinar su ofrecimiento cuando le sonó el estómago.


–Gracias –murmuró sonrojándose–, pero hay algo que tengo que decirte, y es importante. Es que… No soy quien crees que soy. Cuando te envié esos mensajes, yo…


De pronto se oyó un batacazo. El hombre mayor de la mesa de al lado se había levantado, dejando caer la silla, y jadeaba mientras se aferraba con las manos al borde de la mesa. Parecía presa del pánico. Se le salían los ojos de las órbitas, y estaba cada vez más rojo. Paula se levantó como un resorte.


–¡Dios mío, se está ahogando! –exclamó–. ¡Necesita ayuda!


Y aunque la gente al oírla empezó a levantarse para ver qué pasaba, no esperó a que acudiera nadie en su rescate, sino que ella se adelantó. Le dió un fuerte golpe entre los omóplatos con la base de la mano, pero no tuvo efecto alguno. Paula iba a repetirlo cuando @deportista apareció a su lado, rodeó el tronco del hombre con los brazos por detrás y tiró con fuerza hacia atrás. De la garganta del hombre salió volando un trozo de bocadillo de ternera, con el que se había atragantado, y sus hombros se distendieron de alivio. Cuando se hubo recobrado del susto, le tendió la mano a @deportista, que se la estrechó y le dio una palmada en el brazo antes de volver a su mesa, aparentemente ajeno a los vítores y los aplausos de los otros clientes y las camareras.


–¿Te ocurre algo? –le preguntó Paula al verlo contraer el rostro, como dolorido, cuando se sentó.


–No es nada; solo un calambre –respondió él, masajeándose el muslo–. Es que no estoy acostumbrado a estar sentado mucho rato.


–Lo que has hecho ha sido impresionante –dijo Paula.


Él se encogió de hombros, como si no tuviese importancia.


–El primer empleo que tuve fue de socorrista en Cornualles; nos dieron un cursillo de primeros auxilios. Me alegra haber podido ayudar, aunque tú, para ser una chica de ciudad, no has estado mal. Solo que, si me permites un consejo, golpea con más fuerza la próxima vez.


–¿La próxima vez? Espero no volver a verme en una situación así –murmuró Paula–. ¿Cómo consigues mantenerte tan calmado? Yo estoy hecha un manojo de nervios –añadió mostrándole su mano, que estaba temblando, y se le había puesto helada.


Él, por toda respuesta, sonrió y la tomó entre las suyas para masajeársela y darle calor. A pesar de los callos que tenía en los dedos y en las palmas, sus manos eran sorprendentemente suaves. Paula sentía debilidad por las manos; era una de las primeras cosas en las que solía fijarse al conocer a una persona, y las de aquel hombre eran espectaculares. Tenía los dedos largos y esbeltos, con las uñas limpias y cortas, pero en los nudillos se observaban algunas cicatrices. Tal vez se había equivocado al etiquetarlo como el típico directivo arrogante. Aquellas no eran las manos de alguien que se pasaba el día encerrado en un despacho. ¿Podría ser que no le hubiese mentido en sus mensajes cuando le había dicho que hacía surf?


–Simplemente sabía lo que había que hacer y lo he hecho – contestó finalmente–. ¿Estás más tranquila? –ella asintió–. Estupendo, pues vamos a comer –dijo apartando sus manos, para decepción de Paula.

jueves, 22 de julio de 2021

Conectados: Capítulo 4

Paula se apresuró a guardar el lápiz y el cuaderno y se irguió en su silla mientras @deportista avanzaba sin prisa hacia ella. Cuando se detuvo frente a su mesa, alzó la vista hacia sus ojos. Eran tan oscuros como el chocolate negro y tan profundos que podría mirarlos durante horas y perderse en ellos.


–Soy un tipo deportista –le dijo–. ¿Es a mí a quien esperas, chica de ciudad?


Se quedó allí de pie, aguardando pacientemente su respuesta con esa sonrisa de modelo de revista en los labios. Tenía una voz profunda y aterciopelada, como la de esos locutores de radio que ponían baladas románticas de madrugada. Suerte que estaba sentada, se dijo Paula, porque al oírla le flaquearon as rodillas. Y, a juzgar por las miradas de las mujeres que estaban en las mesas más próximas, parecía que el poder de atracción de @deportista tenía un radio de al menos tres metros. ¿Qué necesidad tenía un hombre así de citarse con mujeres por Internet?, se preguntó tragando saliva.


–Yo diría que sí –levantó un extremo del pañuelo lila de seda que tenía liado al cuello.


Era la prenda que le había dicho que llevaría para que la reconociera.


–Perdona que llegue tarde –se disculpó él con otra sonrisa. Se quitó la cazadora y la arrojó al suelo, junto a su paraguas–. Tenía que llevar a alguien al aeropuerto y el tráfico estaba horrible. Gracias por esperar.


–No pasa nada. Me alegra que por fin nos conozcamos – contestó ella tendiéndole la mano.


Él dió un paso adelante para estrechársela, y en el momento en que sus largos y fuertes dedos se cerraron en torno a los suyos, Paula se encontró teniendo pensamientos de lo más inapropiados sobre el efecto que provocarían esos mismos dedos en otras partes de su cuerpo. Cuando por fin le soltó la mano y tomó asiento frente a ella, respiró aliviada.


–Lo mismo digo. Así que… Publicidad para empresas, ¿No? Un sector complejo el de la publicidad.


No podía soltarle la verdad así, de sopetón. Le daría cinco minutos para que pidiera un café y luego se lo diría con suavidad.  Tomó un sorbo de su taza para darse tiempo a pensar en algo inteligente que contestar.


–Bueno, sí, a veces lo es. Pero para tener éxito un emprendedor tiene que correr riesgos, ¿No?


Los labios de él se curvaron en una nueva sonrisa.


–Yo diría que esa es la mejor parte. Desafiar los límites, a pesar de los riesgos. ¿Me dejas que te pida otro café? –le preguntó.


Y, sin esperar una respuesta, giró la cabeza hacia la barra. Una de las camareras apareció solícita al otro lado de la nada, como el genio de la lámpara.


–Tráiganos dos cafés como el que está tomando la señorita. Y también una tortilla de tres huevos con jamón, champiñones y muchas especias; pero nada de cebolla. Ah, y también un panini y un par de galletas. Gracias.


La camarera asintió con una sonrisa. Increíble. Atónita, Paula se quedó mirando la barra, tras la cual las dos camareras se afanaban para preparar lo que @deportista había pedido. Se volvió hacia él y le preguntó, señalando la barra con la cabeza:


–¿Siempre haces eso?


Él parpadeó, y le contestó con otra deslumbrante sonrisa:


–¿El qué?, ¿Pedir café? Pues sí, de vez en cuando. Sobre todo cuando estoy en una cafetería.


–Me refería a que si siempre pides desde la mesa en la que estás sentado en vez de ir a la barra, como todo el mundo. ¿Y por qué has pensado que me apetecía otro café? A lo mejor habría preferido un té. O uno de esos emparedados de ternera.


Él apoyó los antebrazos en la mesa y se inclinó hacia delante. Llevaba desabrochados los dos primeros botones de la camisa, y Paula no pudo evitar que sus ojos se desviaran hacia el trozo de torso bronceado que se entreveía. Inspiró, tratando de no pensar en lo que estaba pensando, pero el corazón le palpitó con fuerza cuando él le respondió en un susurro:


–Decidí arriesgarme, chica de ciudad.


Y luego se echó hacia atrás, y le guiñó un ojo. 


¿Arriesgarse? ¿Que había decidido arriesgarse? Hablaba como si fuera James Bond, y estaba segura de que lo hacía con toda la intención, que sabía perfectamente el efecto que tenían en las mujeres esa clase de frases. De pronto saltó en su interior una señal de alarma. ¿Qué necesidad tenía un hombre tan atractivo y seguro de sí mismo de recurrir a una página de contactos para conseguir una cita?, se preguntó, mirándole recelosa.


Conectados: Capítulo 3

Paula se mordió el labio. Quizá ir allí no hubiera sido tan buena idea. Como había dicho Sofía, @deportista tenía todo el derecho a enfadarse con ella, y con Marcela, por haberlo engañado. Pero tenía que hacer lo correcto; tenía que decirle la verdad a la cara y disculparse. Se lo debía, y a sí misma también. Además, aunque resultase ser guapísimo, y tan simpático como en sus mensajes, ella tampoco andaba en busca de una relación. Había aprendido la lección con su ex novio, Iván. No más mentiras; no más media verdades; no más autoengaños. Y sí, por el momento, no más novios. Estaba muy feliz soltera y sin compromiso. Miró su reloj. Solo serían diez minutos, se repitió. Y luego podría dedicar las pocas horas libres que le quedasen para dedicarse a lo que más le gustaba: Dibujar. Reprimiendo una sonrisa, sacó de su enorme bolso un lápiz y su cuaderno de bocetos. El museo en el que trabajaba los fines de semana había llegado a un acuerdo con ella: les presentaría cinco diseños de tarjetas navideñas dibujadas por ella, y si eran de su agrado las venderían en la tienda. Casi estaban terminados. Aquella era su oportunidad para persuadirles de que le permitiesen también exponer algunas de sus obras. Tan enfrascada estaba retocando uno de los bocetos, que cuando se abrió la puerta de la cafetería, dejando pasar una ráfaga de aire frío y húmedo, volvió de golpe al presente con un escalofrío y alzó la vista sorprendida. Acababa de entrar un hombre alto, de rostro bronceado y pelo castaño, algo largo, despeinado y mojado por la lluvia. Justo en ese momento estaba bajándose lentamente la cremallera de la cazadora impermeable que llevaba, como si fuese un stripper. Umm… Si lo fuera, ella estaría sentada en primera fila, diciéndole que no se diese prisa.


Cuando fue a quitarse la cazadora, Paula contuvo el aliento. No había duda, era él; debajo llevaba una camisa hawaiana de color azul con flores blancas. Su mandíbula cuadrada parecía esculpida, pero sus labios eran carnosos y muy sensuales. En la foto de su perfil solo se veía, de hombros para arriba, a un tipo con el pelo corto con chaqueta y corbata que parecía un clon de tantos otros ejecutivos. Pero en carne y hueso era muy distinto; aquella fotografía no le hacía justicia en absoluto. Los vaqueros, que le sentaban como un guante, insinuaban los fuertes músculos de sus piernas, y por un momento se quedó allí de pie, con las manos en los bolsillos, paseando la vista de mesa en mesa. De pronto era como si el local hubiese encogido con su presencia, como si lo dominase todo. ¿Cómo había hecho eso? ¿Cómo, si acababa de entrar, parecía de repente que fuese el amo y señor del lugar? El nombre de usuario que utilizaba en la página de contactos le iba como anillo al dedo. Más que el dueño de una empresa de ropa deportiva, parecía la imagen de la misma. No le costaba nada imaginárselo al timón de un yate de regatas. Era una lástima que estuviese en periodo de celibato autoimpuesto, porque era el hombre más guapo que había visto en mucho tiempo.


En ese momento sus ojos se posaron en ella, y se quedó mirándola unos segundos antes de que sus labios se curvaran en una sonrisa relajada, cuya calidez hizo que el corazón le diera un brinco en el pecho a Paula y que una ola de calor le subiera por el cuello y encendiera sus mejillas. Por un instante se sintió como si fuera la persona más importante y hermosa en el local, y a pesar de la agitación que se había apoderado de ella, en vez de moverse nerviosa en su asiento, o esconderse debajo de la mesa, alzó la barbilla. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho y su mente era un torbellino de pensamientos. De pronto sentía deseos de atusarse el cabello, erguirse en su silla y sacar pecho. Era como si la hubiesen rociado con unos polvos mágicos que hubiesen disparado su libido. 

Conectados: Capítulo 2

Paula Chaves se bajó del autobús rojo de dos pisos, y corrió a ponerse a cubierto bajo la marquesina de la tienda más próxima. La lluvia de noviembre caía incesante sobre la ciudad de Londres. Sus ojos se posaron en el letrero de la cafetería al otro lado de la calle. Inspiró profundamente, tiró un poco del bolso, cruzado sobre el pecho, y abrió su paraguas morado. Luego dejó caer los hombros y se metió la mano libre en el bolsillo de su gabardina, de color azul marino con ribetes blancos. Aunque esas gabardinas estaban a la última, la había comprado en una tienda de ropa de segunda mano. ¡Las cosas que hacía por ahorrar dinero para su vocación artística! Claro que, mientras se atuviera al plan, tampoco tenía que preocuparse por lo que llevaba puesto ni dónde lo había comprado. Lo único que tenía que hacer era entrar en la cafetería, esperar a que llegara @deportista, disculparse educadamente en nombre de Marcela y marcharse. En diez minutos habría terminado. Aunque la @chicadeciudad a la que estaba esperando era la sofisticada y eficiente directora de la mayor agencia de publicidad de Inglaterra. De hecho, Marcela había insistido en que en su perfil de la página de contactos escribiera que aspiraba a convertirse en «una gurú del marketing a nivel internacional».


Paula puso los ojos en blanco. En fin, todo eso daba igual. Despacharía a @deportista en diez minutos, se subiría de nuevo al autobús y volvería a ser la Paula Chaves de siempre: Secretaria por las mañanas, proyecto de ilustradora por las tardes e historiadora de arte los fines de semana, cuya única aspiración, de momento, era pagar sus facturas. Enarbolando su paraguas, se lanzó a cruzar la calle, zigzagueando entre los coches parados por el típico atasco de la hora punta. Casi había llegado a la otra acera cuando, al esquivar a un mensajero en bicicleta, plantó sin querer el pie derecho en un charco. El agua, fría y sucia, le salpicó la pantorrilla y se le coló por dentro del chic botín de tacón, haciéndola estremecer. Maldiciendo entre dientes, subió a la acera, cerró el paraguas, que con el viento que hacía no le había servido de mucho, y entró en la cafetería. El delicioso aroma a café recién molido y el runrún de las conversaciones la envolvieron de inmediato. Paseó la vista por el local, pero no había ningún hombre ataviado con una camisa hawaiana, lo que @deportista le había dicho que iba a llevar. Y sería difícil que escapase a su mirada alguien con esa clase de atuendo en una tarde de noviembre en el centro de Londres. Fue al mostrador a pedir un café, y cuando se lo sirvieron fue a sentarse en una mesita libre en el rincón, de espaldas a la pared. Apoyó en ella el paraguas, se quitó la gabardina y la colgó en el respaldo de la silla antes de alisarse con las manos la falda gris de su traje preferido. 


Sintió un cosquilleo nervioso en el estómago. Aquello era ridículo. No era una cita de verdad; no tenía por qué estar nerviosa. Había ido allí para disculparse en nombre de Marcela; eso era todo. Además, ¿Y qué si había intentado imaginar cómo sería @deportista en persona? En la pequeña fotografía de su perfil no se le veía demasiado bien, y las fotografías podían ser engañosas. Era normal que sintiese curiosidad, ¿No? Sobre todo cuando @deportista le había hablado de su intensa vida social, de que hacía surf en lugares como Hawái o California, y la había hecho reír con sus historias. Tenía sentido del humor y eso, al principio, le había parecido un punto a su favor, puesto que cualquiera que pretendiese salir con Marcela lo necesitaría.

Conectados: Capítulo 1

 De: Pau_Chaves@constellationofficeservices.com


Para: Sofi@sofionthechef.net


Asunto: Esa «Querida» compañera de colegio, y las citas por Internet.


"Hola, Sofi: Lo sé, lo sé… Debería haberte escuchado cuando intentaste advertirme de que no era una buena idea aceptar ese trabajo de media jornada como secretaria de Marcela. ¿Recuerdas que te conté que se había apuntado a una exclusiva agencia de contactos por Internet para jóvenes ejecutivos? Bueno, pues ahora resulta que está demasiado ocupada para escribir mensajes a los hombres que puedan interesarle, y se le ha ocurrido que sea yo quien se los escriba. Me dijo que solo serían unos cuantos mensajes, lo justo para «Echar la pelota a rodar». En fin, ¿Para qué están las secretarias si no, verdad? Estuve a punto de decirle que lo dejaba, y que se buscase a otra tonta, pero me ofreció un extra, con el que tendría bastante para pagarme ese curso de ilustración profesional que me muero por hacer. Con esa formación podría conseguir que me tomasen en serio como artista. Como ves, las cosas no han cambiado mucho desde el colegio; estoy segura de que Marcela sabía que sería incapaz de rehusar. Así que llevo toda la semana mensajes van, mensajes vienen, «Cortejando» a varios posibles candidatos a llevar del brazo a nuestra «querida» Marcela a la fiesta de Navidad de la empresa. Bueno, pues las cosas acaban de ponerse aún peor. Hace diez minutos me mandó un mensaje al móvil para decirme que tenía que marcharse a Brasil por un negocio urgente y, espera a oír esto, que había cambiado de opinión respecto a lo de las citas por Internet. Ahora dice que le parece algo demasiado sórdido y arriesgado que podría estropear su reputación. ¿Te lo puedes creer? Creo que no se ha leído ni un solo mensaje de los que envié a través de la página, ni las encantadoras respuestas que recibí de esos hombres, que habían reorganizado su agenda para tomar un café con ella esta semana. Pero el problema es que la primera cita era esta tarde… Dentro de una hora, y es demasiado tarde como para cancelarla. El nombre de usuario del tipo en cuestión es @deportista, y parece muy simpático. Me sabe fatal pensar en ese pobre hombre sentado en la cafetería esperando a @chicadeciudad, y que Marcela no se presente. Sé lo que es que te dejen tirado, y no se lo desearía a nadie. Además, en cierto modo me siento responsable. ¿Crees que debería ir a esa cita y explicarle lo ocurrido? ¡Dios!, ¡Esto es una locura! Espero que ese chef que tienes por jefe no te esté matando a trabajar. ¡Deséame suerte! Paula"


De: Sofi@sofionthechef.net


Para: Pau_Chaves@constellationofficeservices.com


Asunto: Re: Esa «Querida» compañera de colegio, y las citas por Internet.


"Paula Chaves, ¡Me vas a volver loca! No puedo creerme que hayas aceptado fingir que eres Marcela en esa página de contactos. ¿Hablamos de la misma Marcela van der Kamp, la mujer con las habilidades sociales de una piraña y el doble de rastrera que uno de esos bichos?¡Por Dios! No me sorprende nada que escogiera a alguien amigable como tú para que escribiera esos mensajes por ella. Si no, no le habría respondido ni un solo hombre. En cuanto a lo de ir a esa cita en su lugar… Entiendo que te sentirás mejor si vas a disculparte en persona, pero ten cuidado. ¿Un ejecutivo al que le han dado plantón y le han mentido? Podría enfadarse y pagarlo contigo, así que haz uso de tu encanto personal y llévate unos lápices bien afilados, por si acaso. Besos, Sofi, la esclava de la cocina".

Conectados: Sinopsis

 ¿Acudir a una cita ajena?


A Paula Chaves le había pedido su jefa que le organizara una cita a través de una página de contactos. Había escogido al que le parecía el mejor candidato, pero, justo antes de la primera cita, ella le dijo que la cancelara. Paula, que sabía lo humillante que era que a una la dejasen tirada, decidió ir a disculparse con él en persona. Para su sorpresa, sin embargo, Pedro Alfonso la deslumbró, dejándola aturdida por la increíble conexión que sentía con él. Y aunque se había jurado olvidarse de los hombres por una temporada, aceptó una segunda cita... Solo una. Pero esa clase de atracción irresistible a primera vista solía acabar complicándose.

martes, 20 de julio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 50

Kulk, muy preocupado, la llevó a Hoek, la acompañó al transbordador y volvió a casa sintiéndose muy incómodo.


A la una de la madrugada, Paula estaba sobre un mar revuelto y se sentía mareada. A esa misma hora Pedro volvió a casa. No le había gustado el tono de voz de Paula y, como ya estaba seguro de la recuperación de su paciente, había decidido marcharse. En cuanto la viera, iban a hablar todo lo que ella quisiera y luego la besaría... Al entrar en la casa, Kulk salió a recibirlo.


-Mijnheer, ha vuelto. Gracias a Dios...


-¿Mevrouw? ¿Está enferma? ¿Ha habido un accidente?


-No, no.


Kulk le explicó todo lo que había sucedido y después añadió:


-No me parecía bien que se marchara tan rápidamente, pero insistió. Acabo de volver hace tan solo media hora.


Pedro se dirigió a la sala para ver si Paula le había dejado alguna nota. Sobre el escritorio se encontró con un sobre. Se sentó a leerlo y, cuando acabó, estaba sonriendo. Ese era un enredo fácil de desenredar. Sus ojos se fijaron en el montón de papeles de la papelera. Los sacó y los estuvo leyendo. Ella había escrito con mucha precipitación, pero el significado estaba claro. Después encontró el papel con el corazón. Estaba muy cansado, pero la sonrisa tan amplia que se le dibujó en el rostro borró las líneas de cansancio de su atractiva cara. Kulk entró en la sala con un café y unos sandwiches.


-Vete a la cama, Kulk. Mañana te voy a necesitar por la mañana para que me lleves a Schipol. Desde allí volaré directamente a Plymouth para traerme de vuelta a mevrouw.



Cuando Paula pisó tierra firme, empezó a sentirse mejor. Estaba deseando llegar al chalet, pero aún le quedaba un viaje muy largo. Pensó que quizá había actuado de manera precipitada y tal vez se había equivocado; pero ya no había tiempo para arrepentimientos. Primero tomó un tren a Londres. Una vez allí, tuvo que esperar una hora el tren a Totnes. Le dió tiempo a comer algo y a maquillarse, compró una revista y, finalmente, se subió al tren. Este salió con retraso y fue parando en todos los pueblos por los que atravesaba. Cuando por fin llegó, llamó un taxi para recorrer los últimos veinte kilómetros que la separaban de su casa. Cuando llegó, ya había empezado a oscurecer. Lo único en lo que podía pensar era en tomarse un té y quitarse los zapatos. El taxi la dejó en la puerta y ella caminó hacia la casa con la llave en la mano. Al encender la luz, se quedó sin respiración. Sentado cómodamente en un sillón estaba Pedro.


-¡Por fin has llegado, cariño! Debes haber tenido un viaje horrible.


Paula rompió a llorar y él la tomó en sus brazos.


-No tendrías que estar aquí -le dijo entre sollozos-. ¿No entiendes que te he dejado?


-Cada cosa a su tiempo -dijo él con calma-. Estoy aquí porque te quiero y tú estás aquí porque me quieres. ¿No es así?


-Pero tú no me quieres. Tú quieres a es Verónica...


Él suspiró.


-Hace diez años pensé que la quería; pero ella se marchó y yo no he vuelto a pensar en ella desde entonces.


-Pero la viste el año pasado.


-Sí, por casualidad; pero nunca pienso en ella. Igual que tú no piensas en Diego.


-Ella me colgó...


-No era ella. Era la secretaria de alguien que conozco en Washington que quiere que vaya a dar unas conferencias.


Paula se limpió la cara con el pañuelo que él le estaba ofreciendo.


-¿De verdad me quieres?


Él la miró fijamente.


-Sí, cariño. De verdad te quiero. Me enamoré de tí la primera vez que te ví, en la panadería.


-¿En serio? No me he dado cuenta hasta hace poco, pero yo también me enamoré de tí en la panadería, cuando te compraste aquel bizcocho.


-Eso me recuerda que tenemos sandwiches para cenar.


-Estoy hambrienta. ¿Puede alguien estar muy enamorado y tener hambre al mismo tiempo? 


-Por supuesto que sí -le dijo él ayudándola a quitarse el abrigo-. También he comprado champán.


Más tarde, Paula le preguntó que cuándo iban a volver.


-Mañana tomaremos un avión a casa.


-¡Hum! A casa -repitió Paula con tanta felicidad que él no pudo evitar volver a tomarla en sus brazos.


Ella lo miró a la cara. Era muy guapo, aunque estaba tan cansado que parecía mayor de lo que era, pero se le veía feliz...


-Soy tan feliz... -le dijo Paula, y le dió un beso. 






FIN

Quédate Conmigo: Capítulo 49

 -Seguro que tiene razón. A mí no me gustan mucho, pero Pedro me ha dicho que salga para conocer a gente. Ahora tengo que marcharme - añadió mirando el reloj-. Espero no haberla molestado.


-En absoluto. Siempre estoy encantada de verte. ¿Irán a Wassenaar para Navidad?


-Sí. Toda la familia estará allí.


En la puerta, la mujer le puso una mano sobre el brazo.


-No te preocupes por nada -le dijo.


Pero el consejo no le resultó de mucha utilidad porque, cuando llegó a casa, había otra carta de Estados Unidos en el correo de Pedro. Por si eso fuera poco, por la noche recibió una llamada. Alguien había llamado a la consulta desde Washington y, como siempre que el doctor no estaba allí, le pasaron la llamada a casa.


-Tiene una llamada de Washington, mevrouw. Se la paso.


La voz femenina que escuchó al otro lado la sorprendió. Además, estaba hablando en holandés y Paula no entendía nada.


-Lo siento -dijo cuando la mujer se calló un instante-. El doctor  Alfonso no está en casa y yo no hablo holandés. ¿Quiere dejar algún recado? Él volverá dentro de unos días.


La voz al otro lado de la línea parecía molesta.


-No -respondió secamente, y colgó.


Quizá volviera a llamar, pensó Paula.


Se puso el abrigo y salió al jardín con los perros. Dos cartas de Estados Unidos y una llamada en solo un par de días eran demasiadas coincidencias. Paula, que normalmente era una persona sensata y racional, dejó que su imaginación volara, desbocada. Si al menos Pedro la llamara... Esa noche recibió la llamada que tanto deseaba. Su voz sonaba como siempre: Tranquila y amable. Le preguntó qué tal estaba y qué había hecho todo el día. Ella se lo contó y después añadió:


-Ha llegado otra carta de Estado Unidos y esta tarde ha llamado una mujer desde Washington. No sé quién era porque hablaba en holandés. No me dió su nombre y no quiso dejar ningún recado.


La voz de él sonó indiferente. 


-Ah, sí. Estaba esperando una llamada. Ya se lo diré a Smitty. Paula, no puedo volver hasta dentro de unos días. Espero que cuando regrese tengamos la oportunidad de hablar. No estoy dispuesto a que continuemos así.


-Yo tampoco. Buenas noches, Pedro.


Paula sabía lo que iba a hacer. Se fue a la salita y se puso a escribir una carta. En el primer intento no obtuvo buenos resultados, ni tampoco en el segundo. La tercera carta le salió breve y muy fría. Se volvía a Salcombe, le explicaba en una carta más larga. Se daba cuenta de que su matrimonio había sido un error. Le habría gustado que fuera él mismo el que le hubiera contado lo de Verónica. Entendía que ahora que ella era libre, él quisiera estar junto a su verdadero amor. Sería fácil. Les diría a todos que había vuelto para arreglar unos asuntos familiares. Después de algún tiempo, les podría decir la verdad. No se paró a considerar qué quizá él no quisiera irse con la otra. Firmó la carta como una amiga y la dejó sobre el escritorio. Se quedó un rato pensando, garabateando sobre un papel, escribiendo su nombre de varias formas. Dibujó un corazón con una flecha y después escribió «Te quiero» varias veces.


-Soy una idiota -le dijo Paula a los perros, que la miraban con ansiedad, y tiró el papel a la papelera.


Subió a su habitación y preparó una maleta. Contó el dinero que tenía y buscó su pasaporte; después volvió a la sala y descolgó el teléfono. Era demasiado tarde para tomar un vuelo, pero el transbordador de Hoek no salía hasta las doce de la noche. Si Kulk la llevara en el Rolls, tendría tiempo de sobra. A continuación fue a buscar a Kulk. Le dijo que había recibido un mensaje urgente de Inglaterra y que tenía que partir lo antes posible.


-Tengo un billete para del transbordador de Hoek. Si me pudiera acercar allí... Estaré lista dentro de media hora.


-El doctor, mevrouw, ¿Ya lo sabe?


Paula, decidida a seguir con su plan, siguió mintiendo.


-No he podido hablar con él, pero le he dejado un mensaje y lo llamaré en cuanto llegue a Inglaterra.


Se sintió un poco enferma por el lío que estaba montando, pero quería salir de allí lo antes posible. Aparte de esa idea, no tenía ningún otro plan. El futuro, por el momento, no le importaba. 

Quédate Conmigo: Capítulo 48

Paula se fue a dar un paseo con los perros y por la tarde les escribió a Mariana y a la señorita Johnson. Después de tomar el té, subió a su habitación, examinó su ropa y se dió cuenta que no le apetecía ponerse nada. Lo mismo le daría llevar una falda vieja, porque no había nadie para apreciar las cosas tan bonitas que se había comprado. Cuando bajó, Pedro estaba en la salita, estirado cómodamente en un sillón. Estaba dormido, con la cara relajada. Se quedó mirándolo y lo entendió todo: Estaba enamorada de él. Entonces desapareció el mal humor, la inseguridad y la autocompasión. ¿Cómo no se habría dado cuenta antes? Siempre lo había amado, desde el primer día que lo había visto, en la panadería. Ahora sí que estaban en un apuro. Verónica en Estados Unidos, libre para casarse con él y él atado a una mujer a la que se había unido sin amor. Había sentido pena por ella misma cuando en realidad tenía que haberla sentido por él. Lo conocía bastante bien y sabía que él no haría nada al respecto; aunque estuviera enamorado de aquella otra mujer. Así que ella tendría que hacer algo, porque lo que más le importaba era que él fuera feliz. En ese momento, él abrió los ojos.


-Hola, he llegado antes de lo previsto. ¿Has tenido un buen día?


Ella le contó lo que había hecho y le ofreció un café.


-La cena se servirá dentro de una o dos horas.


-Tengo el tiempo justo de ir a ver al dominee. Quiero preguntarle cómo va el asunto de los árboles de Navidad.


Así que Paula se volvió a quedar sola y, aunque hubiera querido hablar con él, no tuvo oportunidad de hacerlo. Durante la cena hablaron, por supuesto, pero solo de trivialidades y ella no encontró la oportunidad de decir lo que quería. Después de la cena, él le dijo que tenía que trabajar y se marchó a su estudio. Allí seguía cuando ella abrió la puerta y le deseó buenas noches. Quizá ese habría sido un buen momento, pero a él se lo veía muy ocupado, con papeles por todo el escritorio. Quizá mañana, pensó Paula antes de quedarse dormida.


Al día siguiente, Pedro llegó a casa temprano y la acompañó al pueblo. Ella se dió cuenta de que él hablaba con todo el mundo. Escuchaba atentamente a los más ancianos, que habían ido a echar un vistazo, se reía con los más jóvenes y jugaba con los niños. Se notaba que disfrutaba con la gente a la que había conocido durante toda su vida y que ellos lo aceptaban como uno más. Igual que la aceptaban a ella, pensó con placer.  Cuando llegaron a casa, todavía faltaba una hora para la cena. Paula fue a la salita y Pedro la siguió. Cerró la puerta detrás de él y le dijo:


-Paula, tenemos que hablar...


-Sí, pero antes de que empieces... ¿Sabías que Verónica estaba libre antes de casarte conmigo?


Él no había esperado esa pregunta y contestó sin pensárselo.


-No, Paula.


Ella se sentó y Polo se subió a su regazo.


-Es importante porque...


-No tiene la menor importancia -la interrumpió él.


En ese momento, sonó el teléfono y él contestó.


-Sí. Llevaré el coche a Schipol. Dame una hora.


Al colgar el teléfono, le explicó que tenía que irse a Viena.


-No sé cuánto tiempo estaré fuera. Dile a Kulk que me prepare una bolsa -le pidió, y se dirigió hacia su estudio.


Ella fue a buscar a Kulk. Quince minutos más tarde, Pedro ya se había marchado.


Al día siguiente, tenía que ir a un desayuno que organizaba la esposa del director. No le apetecía mucho, pero sabía que no podía negarse. Allí se encontró con caras que le resultaban familiares. Algunas sabían que él se había marchado a Viena.


-Una urgencia -le dijo una de las mujeres-. A un político importante le han dado un tiro en el tórax y esa parte es la especialidad de Pedro -le dijo con una sonrisa-. Pero eso ya lo debes saber muy bien. ¿Has tenido noticias suyas?


-No, se marchó precipitadamente. Me llamará en cuanto tenga un minuto libre.


Su compañera le puso una mano sobre el brazo.


-Sé lo nerviosa que te debes sentir, cariño. Incluso, ahora, después de muchos años casada con un médico, todavía me molesta que tenga que salir corriendo a algún sitio. A todas nos gusta Pedro. Es todavía muy joven, pero es muy brillante. Nos alivió tanto cuando esa mujer, Verónica... Ya sabrás ¿No?


Paula asintió con la cabeza. 


-Todas nos alegramos cuando se marchó. Era una mujer muy hermosa, pero tenía un corazón frío y calculador. Era egoísta y ambiciosa.


-Pedro me ha dicho que se ha divorciado...


-Menos mal que te encontró a tí. Todas pensamos que eres la mujer más apropiada para él.


Ella pensaba lo mismo, pero ¿lo sabría él? Ella había encajado muy bien en su vida, pero había otras cosas aparte de eso. Había quedado con Kulk para que la recogiera en la consulta. Al pasar por la casa de Julia Smith, sintió el impulso de llamar a la puerta. Cuando la mujer la vió, su expresión severa mostró una agradable sonrisa.


-¡Paula! ¡Qué sorpresa! Pasa, por favor. No tengo que volver a la consulta hasta las dos. ¿Quieres tomar un café? Lo acabo de hacer.


Paula ya se había tomado muchos cafés aquella mañana, pero no podía negarse.


-Sí, gracias.


Se sentaron junto a una vieja estufa y charlaron un rato del tiempo, del precio de las cosas y de cosas así. Pero Paula no quería hablar de esos temas.


-¿Puedo hacerle una pregunta? En los últimos días estoy oyendo hablar mucho de una tal Verónica. Sé que él me va a hablar de ella, pero cada vez que lo va a hacer, se tiene que marchar corriendo a alguna parte. Si supiera un poco más de esa mujer, me resultaría más fácil contestar a la gente que me la nombra -le dijo mirando con esperanza a la cara severa de su acompañante.


La mujer no cambió la expresión y Paula se sintió bastante triste.


-Espero que me entienda. Todo el mundo me habla como si la conociera y yo no sé qué decir...


-Siempre hay cotilleos y quizá te hayan dado una impresión equivocada sobre el tema. No es asunto mío hablar contigo de este tema. Solo te diré que se fue hace mucho tiempo y, si el doctor quiere hablarte de ella, ya encontrará el momento. Siempre hay rumores en esas reuniones sociales, algunos infundados.


Ella suspiró decepcionada. 

Quédate Conmigo: Capítulo 47

Se lo puso en el dedo junto al anillo de casada.


-Quedan muy bien juntos.


Paula levantó la mano para admirarlo.


-Es precioso. Y me queda bien.


-Recordé la talla de tu anillo de boda e hice que te lo arreglaran.


Pedro actuaba de una manera tan razonable que todo parecía una mera formalidad. «No tengo ningún motivo para sentirme mal», pensó Paula. «Me ha dado un anillo precioso y debo considerarme afortunada».


La fiesta fue fantástica. Había camareros y camareras impecablemente uniformados que ofrecían champán y canapés en bandejas de plata. Paula no duró mucho tiempo junto a Pedro. Enseguida llegó la mujer del director y se la llevó por la sala. Todos fueron muy amables con ella. Los hombres jóvenes se mostraron muy aduladores y las jóvenes la bombardearon con preguntas sobre la boda. Le habría gustado que hubiera estado con ella, pero él estaba en el otro extremo del salón, hablando con un grupo de hombres. Así que se las arregló para dar algunas respuestas insustanciales. Pedro era una persona reservada y seguro que no quería que todo el mundo conociera las circunstancias de su boda. A mitad de la velada, se encontró junto a una señora mayor.


-Así que tú eres la mujer de Pedro. Me ha sorprendido que por fin se haya casado, y con una chica inglesa. Les deseo que sean muy felices. Debes encontrarlo todo muy extraño, ¿Verdad?


-Bueno, no mucho -respondió Paula con amabilidad, pero deseando que la mujer se marchara-. La vida aquí es muy parecida a la vida en Inglaterra.


-Todos pensábamos que ya se quedaría soltero. Después de todo, adoraba a Verónica. Él cambió por completo cuando ella se marchó a Estados Unidos. Pero claro, ahora necesita una esposa, alguien que se ocupe de su casa. Para un hombre con su profesión es necesario. Seguro que contigo ha hecho una buena elección.


La mujer era bastante malévola, pensó Paula.


-Me imagino que es natural que la gente sienta curiosidad por nuestro matrimonio. Pero todos han sido muy amables conmigo, y muy simpáticos. Me siento como en casa. Y nunca escucho los cotilleos... 


La aparición de uno de los médicos jóvenes la salvó de decir nada más.


-¿Van a venir al baile del hospital? Ahora que Pedro te tiene de pareja, no le queda ninguna excusa. Él siempre viene, baila una pieza con la mujer del director y se vuelve a marchar. Pero ahora puede bailar toda la noche contigo. Aunque no tendrá muchas posibilidades, porque todos queremos bailar contigo.


-¿Cuándo es el baile?


La mujer fue la que contestó.


-Es un baile anual. A Pedro no le gusta asistir desde que Verónica se fue a América.


-Me parece que eso tendrá que cambiar -respondió ella alegremente, y suspiró aliviada cuando el joven le sugirió que lo acompañara a la mesa a servirse algún canapé.


-Mevrouw Weesp es un poco... ¿Cómo diría?... Ácida. Es la viuda del antiguo director y creo que ahora se siente sola y no muy bien recibida.


-Pobre mujer -pensó Paula, pero se olvidó de ella inmediatamente cuando vió a Pedro.


-¿Te lo estás pasando bien? -le preguntó mientras le llenaba un plato con salmón y tartaletas de queso.


Algunos de sus amigos se unieron a ellos y ya no tuvo oportunidad de hablar con él en toda la velada.


-Una noche muy agradable -observó él más tarde-. El baile es el próximo acontecimiento social al que tendremos que asistir.


-El joven con el que estaba hablando me dijo que no solías quedarte.


Se fueron a la salita, donde Teresa les había dejado café y unos sandwiches.


-Alguien llamada Mevrouw Weesp estuvo hablando conmigo. Pedro, ¿Quién es Verónica?


Ella notó que se le tensaba la cara.


-Una chica que conocí hace tiempo. ¿Por qué lo preguntas?


-¿Por qué iba a preguntarte? -respondió ella enfadada-. Soy tu mujer y no debemos tener secretos.


-Ya que me lo preguntas, te lo contaré. Ella era, y todavía lo es, una mujer muy hermosa y yo me enamoré. De eso hace diez años. Se fue a Estados Unidos y se casó allí. El año pasado, me la volví a encontrar en un seminario y un tiempo después me enteré que se había divorciado. 


-Así que, como no se quiso casar contigo te tuviste que conformar conmigo.


-Creo que será mejor que hablemos del asunto cuando no estés tan enfadada.


-¿Yo? ¿Enfadada? -preguntó con una voz que no parecía la suya-. Por supuesto que no lo estoy, solo te he hecho una pregunta civilizada sobre un asunto del que me tendrías que haber hablado hace siglos.


-¿Por qué? No es lo mismo que si estuvieras enamorada de mí. Mi pasado no debe interesarte igual que a mí no me interesa el asunto de Diego.


Paula explotó.


-¿El asunto de Diego? Sabes muy bien que no podía soportarlo.


-¿Tanto te importa, Paula?


-No me importa en absoluto -dijo dando media vuelta-. Me voy a la cama.


Una vez en su habitación, tiró la ropa sobre una silla, se metió en la cama y estuvo llorando hasta que se quedó dormida. A pesar de todo, aún no se había dado cuenta de que estaba enamorada de su marido. Pero él sí lo sabía. También sabía que debía manejar la situación con mucha cautela y no decirle nada hasta un día o dos más tarde, hasta que ella misma se diera cuenta. Había sido muy paciente y ahora tenía que seguir siéndolo.


A la mañana siguiente, Paula bajó a desayunar esperando que Pedro se hubiera marchado. Pero él seguía allí. Le deseó buenos días con su estilo tranquilo y amable y le alcanzó una tostada.


-Voy a pasar la mayor parte del día en el hospital, pero mañana estaré libre para acompañarte a la fiesta del colegio. ¿Ya tienen todo lo que quieren para los niños?


Paula le respondió con brevedad, preguntándose si tendrían que olvidarse de lo que había pasado la noche anterior. «Quizá él se olvide, pero yo no», pensó. Todavía estaba disgustada. Él tomó el correo para echarle un vistazo y ella se dió cuenta de que la carta de arriba tenía un sello de Estados Unidos. Al marcharse, él le puso una mano sobre el hombro, pero no le dió el beso que solía darle. 

Quédate Conmigo: Capítulo 46

Tenía que tener el mejor aspecto posible, pensó Paula mientras se arreglaba para el cóctel de esa noche. Se cepilló el pelo hasta que este tuvo un aspecto sedoso y, después, se maquilló con esmero. Luego se puso el vestido de terciopelo verde. Incluso para su ojo crítico, el resultado era perfecto. Y la mirada de admiración de Pedro se lo confirmó. Aunque ya estaba acostumbrada a los eventos sociales, éste le hacía sentirse nerviosa. El director del hospital era una persona muy importante y ella quería causarle buena impresión para no decepcionar a su marido. Cuando lo conoció, se dió cuenta de que no tendría que haberse preocupado. Su anfitrión era un señor de mediana edad muy simpático y su esposa, una mujer imponente con un peinado estirado, era la amabilidad en persona. Tomó a Paula bajo su tutela y se la presentó a algunos de los invitados. Al volver a casa, ella preguntó nerviosa.


-¿Qué tal he estado? Me gustaría poder hablar holandés, pero al nivel que tú lo hablas, no solo balbucir algunas palabras.


-Has sido todo un éxito, Paula. Todos los hombres de la fiesta me tenían envidia y las mujeres me han felicitado. Si quisieras, tendrías una espléndida y ajetreada vida social.


-Bueno... -dijo Paula-. Me gusta conocer a gente, ir al teatro y cosas así, pero no muy a menudo. Y solo si tú vienes también.


-Haré todo lo que pueda por acompañarte, pero tendrás que ir sola a muchos desayunos por las mañanas.


-Mañana voy a uno en el pueblo. Los niños lo han organizado para recaudar fondos para la fiesta de Navidad del colegio y el dominee me ha invitado. Creo que será divertido y, además, podré practicar mi holandés con los niños. Le pedí a Teresa que preparara algunas galletas para llevar algo. Espero que no te importe.


-Paula, por supuesto que no me importa. Esta es tu casa y puedes hacer lo que quieras. Mi madre solía ayudar mucho al dominee y él estará encantado al ver que tú estás interesada.


La visita al pueblo fue un éxito; los niños se sorprendieron al escuchar lo mal que hablaba Paula, pero ninguno se rió de ella. Tampoco se rieron las mujeres de los colegas de Róele cuando asistió a varios desayunos con ellas. Además, todas se dirigían a ella en inglés. Eran personas muy amables y escondían muy bien su curiosidad. Se aseguraron de que iba a las tiendas apropiadas, le dieron pistas sobre qué llevar a las diferentes reuniones... Paula tomó buena nota de todo y apreció que ellas quisieran ser sus amigas. Pero no iba a permitir que la vida social la absorbiera. Con la ayuda de Teresa, estaba empezando a entender el funcionamiento de la casa: La organización de las comidas, la rutina diaria, la revisión y cuidado de las antigüedades por si algo necesitaba la atención de un experto... Y todo lo tenía que hacer sin molestar a Pedro. Además estaba el pueblo. Al menos una vez por semana se daba un paseo con los perros y tomaba café en casa del dominee. También se unió al comité de organización de las fiestas de Navidad. Sus días estaban completos y se sentía feliz. Aunque no totalmente, porque veía a Pedro muy poco. A veces, incluso le parecía que la estaba evitando. Asistieron a unas cuantas cenas y una vez la llevó a una obra de teatro. Ella no entendió ni una palabra, pero le encantó estar una hora sentada a su lado.


Un día, Pedro le informó de que en el hospital se iba a celebrar una fiesta para los médicos a la que también asistirían las autoridades de la ciudad.


-Ponte el vestido azul. Yo tengo que ir de esmoquin. También estarán allí mis padres y otras personas que ya conoces.


La noche de la fiesta, bajó a la salita y se encontró con que Pedro ya estaba allí. Llevaba un esmoquin impecable y estaba de pie en la puerta del jardín mirando a los perros. Cuando ella entró, él llamó a los animales y cerró la puerta.


-Preciosa -le dijo caminado hacia ella-. Paula, ya es hora de que nos comprometamos.


-Pero si ya estamos casados -respondió ella.


-Ya sé; pero a mí siempre me han gustado los compromisos tradicionales, con el anillo y todo eso.


Paula se rió.


-No seas absurdo, Pedro. Todo eso se hace antes de la boda.


-Pero nosotros no tuvimos tiempo. Así que tenemos que hacerlo ahora. No te he comprado un anillo, pero, quizá te guste llevar éste. 


En su mano tenía un gran zafiro azul rodeado de diamantes. Se trataba de una joya que había pertenecido a la familia durante varias generaciones y ahora quería regalársela a ella.

Quédate Conmigo: Capítulo 45

Paula bajó a desayunar bastante contrariada. Llevaba una de las faldas nuevas y un jersey de cachemir, y el pelo lo llevaba recogido en un moño informal. Cuando el doctor la vió, pensó que estaba adorable, pero por la expresión de su rostro, estimó que no era el momento de decírselo.


-¿A qué hora llegarás?


-Por la tarde.


-¿Puedes llamarme cuando llegues?


-Te llamaré desde el aeropuerto.


Cuando él se marchó, Paula se fue con los perros a dar una vuelta. Ya estaba empezando a conocer la zona. Dió una larga caminata sin encontrarse con nadie y se sintió sola. Pedro llamó después de comer.


-Espero que tu paciente no esté muy enferma -dijo Paula- así tendrás algún tiempo para visitar Roma.


Durante los días que Pedro estuvo fuera, hizo un montón de cosas para mantenerse ocupada. El dominee llamó para invitarla a que fuera a Ámsterdam con ellos a comprarles a los niños los regalos de Navidad. Cuando él llamó, ella le contó todo lo que había hecho. No quiso alargarse mucho para no entretenerlo, pero él no dejaba de hacerle preguntas sobre los perros, sus paseos...  Ella deseaba preguntarle que cuándo volvería, pero seguro que él se lo decía. Estaba a punto de despedirse cuando le dijo:


-Volveré mañana.


Antes de poder contenerse, le contestó entusiasmada:


-¡Qué bien! Te he echado mucho de menos...


Cuando colgó se dió cuenta de que no le había dicho a qué hora llegaba para poder ir a buscarlo al aeropuerto. Probablemente, no quería que fuera. Por primera vez desde se casaron, Paula se preguntó si no habría cometido un terrible error. De alguna manera, la amistad que había sentido en Salcombe se estaba diluyendo. Quizá lo había decepcionado, aunque ella había hecho lo que había podido para representar el papel que él quería. Le dió muchas vueltas a esos pensamientos, pero la tarde que llegaba Róele, estaba preparada para recibirlo alegremente. Se puso uno de los vestidos que le había comprado, se pasó un buen rato maquillándose y se recogió el pelo en una trenza. Bajó al salón a esperarlo con Prince y Polo, y abrió un libro para no parecer muy ansiosa. No leyó ni una palabra. Estaba atenta a cualquier ruido que proviniera del vestíbulo. Por eso, cuando Pedro entró por otra puerta, la pilló desprevenida.


-Hola, Paula -dijo desde la puerta del jardín.


Ella soltó el libro y corrió para saludarlo. Se olvidó de que había planeado recibirlo de una manera fría y amistosa y corrió hacia él. Él, al verla llegar, abrió los brazos para recibirla.


-¡Vaya! Qué bienvenida tan calurosa -dijo sonriéndole, y la apartó un poco para mirarla-. Y qué guapa estás, espero que sea en mi honor.


-No, por supuesto que no. Bueno, sí... ¿Qué tal el viaje? ¿Has tenido éxito?


-Espero que sí. Tenía un problema en el tórax que podía haber acabado con su carrera de cantante.


Kulk entró con una bandeja con té y ellos se sentaron en la mesa. Paula se sentía muy feliz. Al día siguiente, le dijo que el director del hospital los había invitado a un cóctel en su casa.


-Te advierto que este es el comienzo de una ronda de compromisos sociales que no puedo eludir. Así podrás conocer a todos: Mis colegas, viejos amigos de la familia...


-Mi holandés... -empezó a decir ella.


-No tienes por qué preocuparte. Todos hablan inglés. Tengo que confiar en tí para que te encargues de las invitaciones, porque como es lógico, para corresponder nosotros tendremos que invitar a todo el mundo. ¿Ves ahora por qué necesito una mujer?


Por algún motivo, ese último comentario la deprimió. 

jueves, 15 de julio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 44

Paula se decidió por el conjunto de dos piezas para la visita del sábado. Era muy sencillo, pero el color verde le favorecía. Envuelta en su nuevo abrigo de cachemir, se montó en el coche al lado de Pedro, intentando convencerse a sí misma de que no estaba nerviosa.


-¿Estas inquieta? -le preguntó él al notar la tensión-. No te preocupes por nada. Seguro que les encantas. Son un par de jardineros entusiastas, adoran el teatro y los conciertos, y todavía viajan. A Luciana ya la conoces; pero tengo otra hermana. También está casada y con hijos, y vive en Limburg.


La información que le había proporcionado en tan poco tiempo mantuvo su mente ocupada durante todo el trayecto. Pronto llegaron a un pueblo costero del Mar del Norte. Qué bonito, pensó Paula al salir del coche y echar un vistazo alrededor. La casa era de ladrillos rojos, las ventanas tenían postigos y, sobre la puerta, colgaba un balcón de hierro forjado. El jardín, a pesar de ser invierno, invitaba a quedarse. Pedro la agarró del brazo y la llevó hacia la puerta que una mujer de aspecto fornido estaba sujetando. Saludó a la mujer en holandés y le dijo algo que la hizo reír.


-Clara cuida de mis padres -le dijo-. Lleva con nosotros incluso más tiempo que los Kulk.


Clara estrechó su mano con una sonrisa radiante y los condujo por el pasillo hacia la habitación del fondo. Era un lugar amplio con ventanas que daban al jardín. Había muchos sillones de aspecto cómodo, varias mesas y una estufa vieja. Era un lugar cálido, acogedor y un poco anticuado. A los niños, pensó Paula, les encantaría. Se le escapó un suspiro de alivio cuando las dos personas que había en el cuarto se acercaron a saludarlos con una sonrisa.


-Padre, madre, esta es Paula.


Los dos la recibieron como si la conocieran de toda la vida. Ella se tragó unas inesperadas lágrimas mientras la abrazaban y la besaban. Mevrouw Alfonso la invitó a sentarse en un sillón al lado del suyo.


-Pobre niña -dijo la mujer con una voz amable-. Lo has pasado muy mal durante el último año. Pero ahora Pedro te volverá a hacer feliz. Estamos encantados de que te haya encontrado. Estaba tardando demasiado en encontrar una esposa a la que amar y que lo amara.


Luego Paula se encontró sentada al lado del caballero.


-Pedro nos ha hablado tanto de tí que parece que ya te conocemos. No lo vemos tanto como nos gustaría porque es un hombre muy ocupado. Aunque eso ya lo sabrás... Pero tú debes venir a vernos lasveces que quieras. Dile que te compre un coche para que puedas tener un poco de independencia.


Paula murmuró algo; en realidad, no estaba muy segura de que quisiera ser independiente. La compañía de Pedro no solo era muy placentera sino que, además, dudaba de que pudiera ser feliz sin ella. No quería ser una de esas mujeres que tenían tantos intereses fuera del hogar que rara vez estaban dentro. En ese instante, su mirada coincidió con la de Pedro y tuvo lasensación de que él sabía lo que estaba pensando. Eso la hizo enrojecer. La comida fue un placentera. Estuvieron hablando alegremente de todo y después se fue a dar un paseo por el jardín con su suegro. Como era un experto en plantas lo pasaron muy bien juntos. Más tarde éste le dijo a su mujer Pedro se había casado con una chica espléndida.


-Conoce los nombres científicos de casi todas las plantas del jardín, pero no presume de ello. Pedro ha encontrado su pareja ideal.


Su esposa sabía lo que quería decir.


-Sí, cariño. Y creo que también ha encontrado a su amor.



Era tarde cuando volvieron a casa después de cenar. La casa estaba tranquila porque los Kulk ya se habían ido a acostar. Se dirigieron a la cocina y se encontraron con un chocolate caliente listo para tomar.


-Un día muy agradable -dijo ella adormilada y contenta.


Pero ese estado le duró poco, Pedro le dijo que se iba a Roma a la mañana siguiente. Paula se tragó un bostezo.


-¿A Roma? ¿Para qué tienes que ir a Roma? ¿Cuánto tiempo vas a estar allí?


Debido a su desmayo no se dió cuenta del brillo en los ojos de su marido. En la cara de Paula había visto algo más que sorpresa: Lo iba a echar de menos.


-Me han pedido que vaya a visitar a una paciente que vive allí. Estaré fuera cuatro o cinco días, quizá más tiempo. Depende de su estado.


-¿Es una mujer? -preguntó Paula, y él ocultó una sonrisa.


-Sí, muy famosa.


-Qué interesante -dijo ella sin mucha convicción-. ¿Te veré mañana antes de que te vayas? 


-Me marcharé a las nueve. ¿Quieres que desayunemos a las ocho?


Ella asintió.


-Dejaré una nota para Teresa.


Paula se dirigió hacia la puerta y él se adelantó para abrírsela, inclinándose para darle un beso en la mejilla cuando pasó por su lado.


-Buenas noches, Paula. Que descanses.


«Pues no voy a descansar», pensó ella enfadada. Tenía toda la intención de permanecer despierta y sentir lástima de sí misma: Dejarla sola en un país extrañó mientras él se marchaba a Italia... ¿Y quién era aquella mujer? Sin lugar a dudas, alguna estrella de cine rabiosamente hermosa que lo iba a recibir acostada sobre almohadones de plumas con un camisón transparente. Paula dió rienda suelta a su imaginación y se quedó dormida llorando.


Quédate Conmigo: Capítulo 43

 -Pedro, gracias por un día estupendo... -comenzó a decir Paula, pero él la interrumpió.


-Lo hemos pasado bien, ¿Verdad? No me quedaré para cenar y no me esperes levantada, llegaré tarde. Me alegro de que hayas disfrutado del día, tenemos que repetirlo en alguna otra ocasión -cruzó el salón y se inclinó para darle un beso en la mejilla-. Que descanses.


Ella le dedicó una sonrisa y lo miró mientras se marchaba. Su fantástico día se estaba haciendo añicos. Probablemente, él lo había pasado fatal y estaba deseando marcharse, pero sus exquisitos modales le impedían demostrarlo. ¿Adonde iría? Y, lo que era todavía más preocupante, ¿Con quién? Sintió un repentino ataque de resentimiento. Inmediatamente, se avergonzó por ello. Él había sido muy paciente con ella y había gastado mucho dinero. Se fue a buscar a Mevrouw Kulk para preguntarle si podía cenar un poco más temprano de lo habitual, con el fin de poder dedicar el resto de la noche a organizar su nuevo vestuario y volvérselo a probar todo antes de meterse en la cama. Kulk le dijo que era una pena que el doctor se hubiera tenido que marchar.


-Pero así es su trabajo, mevrouw.


¿Qué derecho tenía ella a sentirse molesta?, se preguntó. Debía tener cuidado, se estaba convirtiendo en una egoísta y una irresponsable. Después de la cena, se despidió del matrimonio y les dijo que no iba a necesitar nada más por esa noche. Una vez en su habitación, abrió todos los paquetes y empezó a probarse la ropa. Cuando terminó, se sorprendió de que ya fuera medianoche. Se dió un baño y se puso un camisón nuevo. Después, siguiendo un extraño impulso, bajó a la cocina. El reloj del vestíbulo dio la una. Pensó que Pedro podía estar en su despacho o en la cocina, pero no estaba en ninguno de los dos sitios. Solo los perros levantaron la cabeza cuando entró en la cocina. Sobre la mesa había café y un par de sandwiches que Kulk había dejado listos para cuando él regresara. Tomó uno y se sentó a comérselo. Llevaba un camisón de seda rosa y la bata a juego que se acababa de comprar. No estaba segura de por qué había bajado, pero allí se estaba muy bien y quizá a Pedro le apeteciera su compañía cuando regresara.  Dió otro mordisco al sandwich y se volvió al escuchar un ruido a su espalda. Él estaba de pie en la puerta. Parecía cansado, pero estaba sonriendo.


-Qué agradable sorpresa encontrarte aquí, Paula. ¿Te estás comiendo mis sandwiches?


-¿No te importa? No sé por qué he venido a la cocina. Bueno, me imagino que ha sido porque pensé que quizá querías hablar con alguien. Pero me volveré a la cama si no quieres compañía.


-Paula, estoy encantado de tener compañía. Pero, ¿No estás cansada?


Ella le sirvió café y puso el otro sandwich a su alcance.


-Ni pizca. Has sido tan amable al pasarte un día entero de compras conmigo... Lo he pasado muy bien, pero seguro que tú estabas preocupado por tu trabajo. Quiero darte las gracias por todo, Pedro. Por toda la ropa bonita, por llevarme de tiendas, por la comida y el té...


Él sintió la tentación de decirle que el día también había sido fantástico para él, que comprarle toda la ropa que quería había sido para él un verdadero placer y que si fuera posible, le gustaría comprarle las joyas más fantásticas que pudiera encontrar. Pero era demasiado pronto. Ella se sentía cómoda con él, confiaba en él, pero eso era todo. Era un situación extraña, cortejar a Paula cuando ya estaban casados, pero no tenía ninguna duda de que con paciencia podría conquistar su amor. Él se recostó en la silla y le habló sobre el paciente que había ido a visitar esa noche. Era una persona muy conocida cuya enfermedad tenía que mantenerse en secreto. El más leve rumor al respecto ocasionaría un caos en el mercado de valores.


-¿Se va a recuperar?


-Espero que sí. Qué agradable es llegar a casa y tener a alguien con quien hablar.


Paula llevó los platos y las tazas al fregadero.


-Por eso nos hemos casado, para ser buenos amigos.


Él también se levantó.


-Sí, Paula. ¿Eso que llevas es nuevo? Es muy bonito -dijo, y le dió un beso en la mejilla-. Gracias por estar aquí. Ahora vete a dormir. Nos veremos en el desayuno. 


Ella le sonrió soñolienta, consciente de que algo había pasado entre ellos, pero sin saber qué era. En la cama, intentó reflexionar sobre el tema, pero estaba demasiado cansada para pensar con claridad. Solo sabía que al recordar la hora que había pasado con él en la cocina, un calor la recorría por dentro. Por la mañana, se puso un jersey de cachemir y una falda nueva y bajó a desayunar. Le agradó que él hiciera un comentario sobre su ropa.


-¿Vendrás a tomar el té? -le preguntó.


-Haré lo que pueda. Esta tarde tengo que ir al hospital, pero seguro que llego para cenar. El sábado y el domingo estoy libre, así que podremos ir a visitar a mis padres. Están deseando conocerte. Querían que nos quedáramos a pasar la noche, pero pensé que podíamos tener el domingo para nosotros solos -recogió las cartas que había sobre la mesa y se acercó hasta donde ella estaba para darle un beso-. ¿Tienes algún plan para hoy?


-Voy a dar un paseo con los perros.


-Si te pierdes, solo tienes que decirle a alguien quién eres y te acompañarán de vuelta a casa.



Aunque Ámsterdam estaba a pocos kilómetros, en el campo que rodeaba el pueblo se respiraba paz y tranquilidad. Envuelta en su nuevo abrigo, paseó con los perros por los caminos. Se encontraron con poca gente, pero aquellos con los que se cruzó la saludaron alegremente. Llegado un punto, llegó a un canal y paseó por el borde durante un rato. El terreno era muy llano y podía ver los campanarios de varias iglesias. Después de un rato, decidió volver a casa. El paseo le había abierto el apetito. Después de comer, se fue a su salita a tomar el café y leer el periódico. Mientras leía en el diván, se quedó dormida. Así fue como Pedro se la encontró. Con el pelo alborotado, los zapatos en el suelo y la boca ligeramente abierta. Se quedó mirándola un rato hasta que ella se despertó y se estiró.


-¡Vaya! Me he dormido. ¿Llevas ahí mucho tiempo? -preguntó buscando su zapatos-. Esta mañana me dí un buen paseo y después comí mucho. Voy a arreglarme un poco y le diré a Kulk que sirva el té.


-Así estás muy bien y Kulk vendrá en un instante. ¿Hasta dónde llegaste? ¿Hasta el canal? 

Quédate Conmigo: Capítulo 42

Hacia el final de la semana, Pedro le dijo durante una cena:


-Mañana tengo unas horas libres. ¿Quieres que vayamos de compras?


Paula asintió con entusiasmo.


-Vas a necesitar un abrigo nuevo y una buena gabardina. Cómprate todo lo que quieras para el invierno, algunos vestidos para salir por las noches y todo lo que necesites.


-Gracias, pero ¿Cuánto puedo gastar?


-Puedes utilizar las cuentas que tengo abiertas en algunas tiendas de moda, pero en la tiendas pequeñas pagaré la factura al acabar la compra. Tan pronto como pueda, te facilitaré una asignación; mientras tanto, yo me encargaré de todo.


Esa noche, en la cama, Paula pensó que necesitaba muchas cosas. Quizá Pedro no se había dado cuenta de lo caro que le iba a resultar comprarle un guardarropa básico. Ella había permanecido despierta mucho tiempo pensando en el tema. Por la mañana él la llevó a Ámsterdam a una zona de tiendas. Las boutiques eran de esas con solo una o dos prendas en el escaparate y sin precios a la vista.


-Mis hermanas vienen aquí -le dijo mientras le abría la puerta de una tienda.


La elegante mujer que salió a recibirlos se fijó en el traje y los zapatos de Paula. Todo era de buena calidad pero pasado de moda y la mujer sonrió al reconocer un buen cliente.


-Doctor Alfonso... Hace algún tiempo estuvo aquí con su hermana.


-Sí. Esta es mi esposa y necesita algunos vestidos. Vamos a recibir a gente en casa y necesitará trajes de fiesta.


-Aquí tenemos de todo para mevrouw, con tanta fortuna que acaba de llegar un envío justo esta semana. Si mevrouw me acompaña...


Paula siguió a la mujer tras unas cortinas y esta empezó a sacarle vestidos. Se probó uno de terciopelo verde y salió para que se lo viera Pedro que estaba sentado en una silla leyendo un periódico.


-Muy bonito, quédatelo -le dijo al verla. 


-Pero esto debe ser carísimo -le susurró entre dientes.


-Es muy apropiado para salir por la noche; cómprate otro azul.


La vendedora tenía un espléndido oído y, cuando Paula volvió a entrar en los probadores, la estaba esperando con un vestido de crepé azul sin mangas. Pedro asintió satisfecho.


-Me gusta, quédatelo. Y dile que te saque un par de vestidos de abrigo.


Paula, como flotando en una nube, se dejó probar un vestido de cachemir marrón y un conjunto de dos piezas de punto verde. Como Pedro les dió el visto bueno a los dos, los añadió a los otros. Él pagó por todo y dejó la dirección de la consulta para que se los enviaran allí.


-Los recogeremos antes de volver a casa. Ahora vamos a buscar algo de firma...


Después de una breve pausa para tomar café, Paula adquirió una gabardina, dos faldas de lana que le encantaron, un par de jerséis de cachemir y un puñado de blusas de seda. Cuando acabaron, ya era la hora de comer. Tomaron langosta en un restaurante de moda y ella le comentó que ya tenía un fondo de armario estupendo y que podían volver a casa.


-Todavía no hemos acabado -señaló él-. Necesitas zapatos, un par de trajes de noche, algo de abrigo para por la noche, un abrigo y camisones.


Paula dejó de preocuparse por el precio de las cosas porque era obvio que a Pedro no le preocupaba el dinero. Se compró zapatos, botas y zapatillas y un abrigo de lana. En lo referente a la los camisones, la dejó sola con la dependienta y luego volvió para pagar la factura. La llevó a un pequeño café para tomar el té y después condujo lentamente hacia la consulta, metieron todas las compras en el maletero y partieron hacia casa. Ella iba sentada junto a él ensayando un discurso de agradecimiento. Había sido un día maravilloso, pensó, y parecía que Pedro había disfrutado tanto como ella. «Ojalá haya más días como este», rezó en silencio. Paula dejó que Kulk subiera los paquetes. Mientras, Pedro se detuvo a hojear la correspondencia.


-Bajo dentro de un minuto -le dijo, y voló escaleras arriba para quitarse el abrigo y arreglarse el pelo. 


En menos de cinco minutos, ya estaba de vuelta y él seguía en el vestíbulo con el abrigo puesto.