jueves, 28 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 24

 -Quizá sí sea un poco cierto. A veces, me comporto como si fuera tu madre y no debería ser así. Intentaré no volver a hacerlo.


-Yo intentaré comportarme como una adulta para que no tengas que hacerlo. Nos vendrá bien a las dos.


-Sí, bueno, ¿Y qué hacemos con el compromiso con el príncipe? - retomó Paula.


-Solo hay una solución. Sacarte de Carramer. 


-¿Qué se te ocurre?


-¿No puedes montarte en un avión y volver a casa? 


-No, el príncipe hace que me vigilen. No me lo ha dicho, pero estoy segura de que tienen órdenes de no dejar que me vaya.


-Paula Chaves no está prometida con él. Si le dices quién eres, no tendrá excusa para no dejarte marchar -concluyó Carla. Se dió cuenta de que su hermana vacilaba-. Te gusta, ¿Verdad? Por eso no quieres confesarle la verdad.


-Confesar no impediría que Pedro hiciera cumplir el compromiso.


-Tendría que secuestrarme para hacer que dejara a Ariel. No llegaría a eso, ¿Verdad?


-Espero que no. Está acostumbrado a que todo el mundo le obedezca, pero no creo que pudiera saltarse las leyes internacionales.


-No me apetece descubrirlo, así que decirle la verdad no es la solución. Es mejor que siga creyendo que tú eres yo. Tienes que irte de ahí. Si no puedes hacerlo como cualquier otra persona, lo harás de otra manera. He recibido una postal de aquel matrimonio de Australia, ¿Te acuerdas? El doctor Sloane y su mujer, Mónica.


-Sí, los biólogos americanos, pero ¿Qué tienen que ver en todo esto?


-En la postal decían que seguían viviendo en su barco.


-¿El Sargasso? -Paula recordó el viaje que habían realizado con ellos y su padre de Darwin a Cabo York. Había sido maravilloso.


-Exacto. ¿Sabes qué? El Sargasso está fondeado en su observatorio de la Isla de los Ángeles, a  un kilómetro de donde tú estás. Estoy segura de que, si se lo pides, los Sloane te llevarán con ellos.


-No quiero que tengan problemas. Estarán aquí con permiso de Pedro.


-Mónica decía que van a dejar de navegar. No piensan volver a Carramer. Se van a quedar trabajando en su centro de investigación de Florida.


-Aun así, no quiero que nadie tenga problemas por mi culpa.


-Admite que no quieres alejarte de Pedro -apuntó Carla con un suspiro de exasperación-. ¿Por qué no te prometería papá a tí en vez de a mí? Así no habría ningún problema.


-Creo que sigue enamorado de la madre de su hijo -concluyó Paula tras contarle la idea de matrimonio que tenía Pedro.


-¿Tiene un hijo? 


-Tiene un bebé de nueve meses que se llama Nicolás y es adorable. Su madre murió poco después del parto. Pedro lo está criando solo. Creo que se montó un pequeño revuelo en el país cuando admitió que era suyo, pero no le importó. Me parece que una parte de su corazón murió con aquella mujer.


-Quizás eso explique por qué tiene tanto interés en retenerte. Es perfecto. Una esposa, como manda el protocolo, y una madre para su hijo que no pida nada a cambio.


-Así dicho, suena inhumano.


-¿Me quieres decir qué saca la mujer que se case con él?


-Lo que tú dijiste en una entrevista que pretendías sacar del matrimonio.


-¿Me estás diciendo que yo le dí la idea a Pedro?


-Sí. Como leyó que eso era lo que tú querías, pensó que le venías a las mil maravillas. Por eso, no entiende que yo, es decir tú, no esté de acuerdo.


-Pues es muy fácil. Cuando hice aquellas declaraciones no conocía a Ariel. No sabía lo que era querer a alguien con el corazón. Si Ariel no tuviera un céntimo, me daría igual, seguiría queriendo compartir mi vida con él.


-Parece ser que los Sloane van a ser la única salida.


-Tienes que pedirles que te lleven con ellos.


-Sí, en cuanto encuentre la forma de ponerme en contacto con ellos sin que Pedro sospeche nada. 


Tras pasar una mala noche, Paula se encontró con que Pedro había tenido que ir a toda prisa a atender un acto oficial, así que no pudo hablar con él. Recordó la conversación con su hermana y deseó que alguien la quisiera como Ariel quería a Carla. ¿Pedro? No. Se enfadó consigo misma por pensarlo. No podía ser. Él quería esposa e hijos, pero no ataduras. Pensó que debía de haber querido mucho a la madre de Nicolás para pensar así sobre el matrimonio. Engañarle solo iba a servir para afianzarle en sus convicciones. Se alegró de tener clase con Isabel. Así podría distraerse.


Juego De Gemelas: Capítulo 23

Cuando se estaba quedando dormida, sonó el teléfono. Paula contestó y oyó la voz de su hermana. 


-Carla, ¿Dónde te has metido?


-Cuando terminé el desfile, Ariel y yo nos fuimos unos días al Gran Cañón. Hemos llegado a casa esta mañana y he oído tus mensajes. Sabías que nos íbamos a ir unos días de vacaciones.


-Lo sé, pero tenemos que hablar -dijo Paula dándose cuenta del tono de reproche de su hermana-. ¿Te ha pedido Ariel ya que te cases con él?


-Dicho así, no suena nada romántico -contestó Carla un poco molesta-. Se me declaró a la luz de la luna, en el Gran Cañón, con champán. Brindamos por nuestro futuro juntos, volvimos al hotel y estuvimos bailando durante horas. Fue la noche más maravillosa de mi vida. Llevo el anillo. Me gustaría que vieras el tamaño del diamante.


Paula sintió un poco de envidia.


-Me alegro mucho por los dos, pero me alegraré mucho más si se casan cuanto antes.


-No hay prisas. Al final, no estoy embarazada. ¿Había creído estarlo? Claro, por eso no quería correr el riesgo de que Pedro fastidiara su boda con Ariel.


-Me lo tenías que haber dicho. ¿Por qué has aguantado la preocupación tú sola?


-Bien está lo que bien acaba. Incluso la madre de Ariel está empezando a hacer acercamientos. Ayer, él la llamó para decirle lo del compromiso y ella se puso al teléfono y me dio la bienvenida a la familia. Todo va a salir bien, Paula. Lo sé. Lo quiero tanto...


-Claro que va a salir bien, pero escucha. El príncipe Pedro sigue creyendo que soy tú y no quiere dejarme salir de Carramer hasta que nos hayamos casado.


-No puede hacer eso.


-No olvides el gran poder que tiene aquí la familia real. Puede hacer lo que quiera. 


-Tú eres ciudadana estadounidense.


-Sí, pero, como estoy comprometida legalmente con un ciudadano de Carramer y estoy aquí, sus leyes tienen preferencia.


-Ya -dijo Carla dándose cuenta de la importancia del asunto.


-Por eso deben casarse cuanto antes. Es la única manera de que te libres de las leyes de Carramer.


-Lo que creo es que tú quieres que me case cuanto antes para librarte de mí.


-¿Qué estás diciendo? -dijo Paula furiosa.


-Te mueres de ganas de que te deje en paz, ¿Verdad?


-Eso no es verdad y lo sabes.


-¿Ah no? Tú te erigiste en nuestra madre hace años y me has dado consejos te los haya pedido o no durante toda mi vida. Esta vez no va a ser así. La madre de Ariel ha empezado por fin a aceptarme. Si nos escapamos y nos casamos, no me lo perdonará. No me volvería a hablar.


Paula se preguntó si habría sido esa madre metomentodo de la que hablaba su hermana. Ella creía que lo había hecho para ayudar, pero vio que su hermana no creía lo mismo.


-Siento haberme metido en tu vida -dijo Paula.


-No, perdona. No debería haberte dicho eso. Sé que te preocupas por mí, pero lo que debo hacer es casarme con Ariel como Dios manda. Quiero llevar un traje de novia con una cola de varios metros de seda, llegar al altar tras recorrer el pasillo, tener una boda tradicional.


-Tienes toda la razón del mundo.


-Gracias por entenderme. Siento mucho haberte dicho lo que te he dicho. No era verdad.

Juego De Gemelas: Capítulo 22

 -No le mentiré si me pregunta y no te llamaré Carla en su presencia, pero no es asunto mío decirle que se ha equivocado.


-Eso es más de lo que me atrevería a pedirte, Vava Rosa. Gracias - contestó Paula sintiendo ganas de abrazarla.


-Tú no me lo has pedido, ha sido decisión mía. Siempre he sentido un gran afecto por ti, desde el día en que me hiciste aquella guirnalda de flores cuando tenías diez años.


-No tenía ni idea de que eso se le daba a una mujer virgen tras su primera noche con un hombre.


-Si hubiera creído que lo sabías, te hubiera estrangulado con la guirnalda -rió Isabel.


Paula se levantó impulsivamente y la abrazó.


-Siento que las cosas entre papá y tú no funcionaran.


-Tal vez habrías cambiado de opinión si me hubiera convertido en tu madre.


-No creo. Nos habrías hecho mucho bien a todos.


Isabel no solía mostrar sus sentimientos abiertamente, así que controló su turbación.


-Bien, ahora ma amounou, dímelo en carramer.




«¿Cuándo se ha empezado a complicar tanto mi vida?», se preguntó Pedro mientras se dirigía a la habitación de su hijo. Ya no tenía tan claro que el matrimonio que había planeado fuera una buena idea. Aceptó que el primer problema era lo que su prometida despertaba en él. No había planeado enamorarse de ella. Sabía que se iba encontrar con una mujer guapa y sensual, pero no con una criatura dulce y adorable capaz de despertar en él necesidades que no quería admitir. No sabía si se trataba de un engaño o de un hechizo, pero allí' había algo que no encajaba. El recelo se mezcló con el placer cuando pensó en la reacción de Carla ante la sorpresa que él le había preparado. Había contratado a Isabel porque recordaba el gran amor que las unía y estaba convencido de que había sido una buena idea. Sin embargo, le preocupaba la poca alegría que había mostrado Carla durante la cena. Estaba claro que sabía que él quería que la enseñara al tiempo que la vigilaba. Se preguntó si estaría haciendo lo correcto obligándola a quedarse.  Pensó por un momento en darle la libertad de decidir si quería irse o no. No. No se iba a arriesgar a que se fuera. Quería tenerla con él. Ella no había aceptado su idea del matrimonio, pero lo haría con el tiempo. Abrió la puerta de la habitación y se encontró a Nadia dándole a Nicolás el biberón. Aquello le turbó. De repente, se le vino a la cabeza la imagen de una mujer dando de mamar a su bebé y tuvo que parpadear para quitárselo de la mente. ¿Qué le estaba ocurriendo? Había deseado que fuera real. Había deseado el amor de esa escena. Estaba loco. ¿Es que acaso no había aprendido nada de la experiencia de su hermano? El amor era una trampa y el castigo por equivocarse, la cadena perpetua. Era mucho mejor casarse sin amor, así nadie saldría mal parado cuando el amor se acabara, algo que sucedía tarde o temprano. Tomó a Nicolás en brazos y disfrutó del calor que desprendía su pequeño cuerpecito. Las necesidades de su hijo eran tan simples y fáciles de satisfacer... Deseó que las suyas fueran iguales. 

Juego De Gemelas: Capítulo 21

Pedro estaba observando con atención y esperando una respuesta.


-Vendrá en cuanto su trabajo se lo permita -contestó siendo todo lo fiel a la verdad que pudo.


-¿Sigue llevando el mayati que le regalé?


-Sí, como yo. No se lo suele quitar nunca. En Estados Unidos, me suelen preguntar qué significa.


-¿Y lo dices? -preguntó Pedro desafiante.


Le entraron ganas de abofetearlo. No iba a permitir que avergonzara a su profesora, que seguro que no sabía el significado al que se refería él.


-Hacía años que no comía guayaba -dijo cuando le pusieron el postre delante librándose así de contestar.


-Dicen que es la fruta de los amantes porque es agridulce -comentó Pedro secamente apartando su cuenco-. Perdón, voy a ver a Nicolás y estaré aquí para tomar el café. Terminen ustedes de cenar. Seguro que tienen muchas cosas que contarse.


Una vez a solas con Isabel, Paula apartó su postre.


-¿Por qué te estás haciendo pasar por tu hermana? -preguntó Isabel.


-¿Cómo lo has sabido?


-¿Así que es cierto?


-Sí.


Isabel suspiró.


-En cuanto ví que llevabas el mayati en forma de pájaro lo supe porque el de tu hermana era una tortuga.


No se le había ocurrido cambiárselo y ya era demasiado tarde.


-Por eso tuve que venir yo -dijo terminando de contarle todo a Isabel.


-Imagino que no tienes intención de contarle al príncipe la verdad.


-Carla teme que la busque y arruine sus planes de boda con su novio.


-Eso explica los motivos de Carla, pero no los tuyos. ¿Por qué has ido tan lejos?


-Para ayudar a mi hermana.


-¿Y a tí misma? 


-No te entiendo.


-¿No estás enamorada del príncipe Pedro ni siquiera un poquito?


-Claro que no.


-Sé perfectamente cuándo mientes, a pesar de que ya no seas una cría.


-¿A tí?


-No, a tí misma. Aceptaste por eso, ¿Verdad?


-Quería ayudar a Carla, pero también quería volver a ver a Pedro.


-Entonces, ¿Cuál es el problema?


-Que Pedro no quiere casarse por amor, por eso ha recurrido al compromiso -dijo pensando que, en realidad, seguramente seguía enamorado de la madre de Nicolás. Prefirió no decirlo porque no sabía hasta qué punto aquella relación era conocida.


-¿Y tú qué quieres?


-¿Yo? Yo quiero... -no quería admitirse a sí misma que estaba enamorada de él. De todas formas, a él le daría igual, no querría su amor. Lo que él quería era un matrimonio sin ataduras que le permitiera seguir siendo un príncipe ligón-. ¿Eso qué importa? Cuando se entere de todo, no querrá nada de mí.


-Entonces, no tienes nada que perder contándole la verdad.


-Tienes razón y lo haré en cuanto Carla esté a salvo, casada con Ariel -sonrió amargamente Paula.


-¿Cuándo se casan?


-Pronto, espero -Isola la miró confusa-. Están en Las Vegas y, hasta que no me llame, no sabré nada porque no tengo dónde localizarla.


-Eso sí que es un problema. A no ser que tu hermana haya cambiado mucho, no creo que tenga ninguna prisa por echarte una mano.


Paula se sorprendió de lo bien que Isabel las conocía. Ella pensaba lo mismo, pero no quería admitirlo. Estaba sola.


-¿Tú qué harías? -le preguntó a Isabel.


-Yo voy a hacer lo que el príncipe me ha pedido, es decir, enseñarte todo sobre la cultura y el idioma de Carramer.


-¿No le vas a decir nada? 

martes, 26 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 20

 -Ves, con Isabel no te sentirás sola ni echarás de menos tu casa -dijo Pedro con ironía.


Paula se dió cuenta de que no le había sucedido desde su llegada. Sentía que las islas eran su hogar.


-Me encantará aprender contigo -aseguró Paula a Isabel-. Carramer se me ha olvidado bastante, pero con tu ayuda, seguro que no tardo en recordarlo.


-Será que ahora eres más lista que cuando estabas en el colegio - contestó Isabel ásperamente-. A la que se le daban bien los idiomas era a tu hermana Paula. Bueno, haremos lo que podamos.


Pedro parecía contento. Paula se enfadó al ver que se lo estaba pasando bien con aquello. Había elegido su perro guardián con cuidado. Sabía que ella nunca haría nada en contra de Isabel. No le perdonaba que, sabiendo el gran cariño que sentía por aquella mujer, no dudara en manipularla para salirse con la suya. Se volvió a alegrar de que no fuera su hermana la qué estuviera en semejante trampa, pero se dió cuenta de que no tenía escapatoria. Se preguntó qué ocurriría cuando descubriera la verdad. Hasta el momento, los castigos de Pedro habían consistido en besarla sin sentimiento. Se le disparó el corazón al recordarlo. No creía que su castigo fuera a ser tan placentero aquella vez. Sus besos eran la más dulce de las torturas. Ningún hombre le había hecho sentirse como él. Se sentía como en el filo de una navaja, entre el placer y la desesperación, lo deseaba tanto que aquello la asustaba. Se le vino a la cabeza una de las frases de su padre. «Deja que el honor te guíe y serás bienvenido en cualquier lugar». No podía decir que se estuviera comportando honorablemente con él. Su padre no lo aprobaría.  Por otra parte, Pedro tampoco era ningún santo. No quería dejarla ir hasta que no se hubiera cumplido el compromiso, así que debería alegrarse del engaño, pero se sintió más sola que nunca. Intentó hacer caso a Isabel. ¿Cuánto tiempo tardaría en darse cuenta de que no era Carla? A su hermana nunca se le habían dado bien los idiomas, al contrario que a ella. Ya había ido demasiado lejos. Tenía que hablar con su hermana cuanto antes. Pegó un respingo cuando vió el siguiente plato ante ella. Era un plato de marisco típico del país compuesto por cangrejo y langosta en salsa de coco con plátano y tapioca. Todo ello iba envuelto en hojas de plátano, que se abrían como flores en el plato para dejar al descubierto la maravillosa comida. Pedro vió su cara de asombro.


-¿No te gusta? Haré que te traigan otra cosa.


-No, es uno de mis platos favoritos, de verdad. Lo que pasa es que estaba distraída. No me acabo de acostumbrar a que me sirvan -dijo poniéndole una mano en el brazo.


Craso error. Sintió un latigazo desde los dedos hasta el cerebro. Respiró y retiró la mano lentamente para disimular la reacción. Intentó ignorar los músculos que tocaba, pero no pudo. Pedro dejó escapar un pequeño suspiro cuando ella apartó la mano. Paula no sabía si había sentido la misma energía que ella o había sido un gesto de desaprobación. Deseo o desaprobación, la cosa era que no eran para ella sino para Carla. Intentó concentrarse en la comida y en la conversación para no darle demasiadas vueltas a aquello porque sentía una inmensa pena.


-Intenté ponerme en contacto contigo cuando me fui, pero me dijeron que te habías cambiado de casa -le dijo a Isabel a Paula.


-No tenías que haber esperado hasta ahora. Me hubiera gustado recibir una carta de vez en cuando. Yo os escribí.


-Lo sé, pero vivíamos en sitios tan remotos que el correo tardaba meses en llegar o ni llegaba -contestó omitiendo que escribirla le hacía sufrir pensando lo que podía haber sido su vida y no fue.


-Te hubiera gustado quedarte, ¿Verdad, ma amounou?


«Hija mía, si ...».


Paula hizo una pausa.


-De todos los lugares en los que vivimos, Carramer era el que sentía como mi hogar.


-¿Y tu hermana?


-Ella, también -respondió Paula controlándose a tiempo para no decir que Carla prefería la ciudad.


-Pero no lo suficiente como para venir contigo, ¿No?


Isabel lo sabía. Seguro. Paula decidió no dejarse llevar por el pánico.

Juego De Gemelas: Capítulo 19

A Paula se le paró el corazón y le faltó el aliento. Isabel siempre había sido rápida. De niña, creía que tenía ojos en la nuca. ¿Cómo la había descubierto tan pronto?


-Me parece que te equivocas, Isabel. Es Carla, no Paula -dijo Pedro divertido.


Isabel frunció el ceño.


-Claro, siempre han sido tan parecidas que no hay quién las diferencie.


-Sí, son iguales físicamente, pero tienen una personalidad muy diferente, ¿Verdad Carla?


Paula asintió sabiendo que aquello no había sido un cumplido.


-Yo soy modelo y Paula es diseñadora de arreglos florales.


-No han cambiado tanto, majestad. De pequeñas, a Carla le gustaba pavonearse y Paula prefería hacerme preciosos ramos.


Pasaron a un comedor pequeño e informal, en el que había dispuesta una mesa redonda, con tres servicios. Los candelabros eran de plata y los cubiertos tenían el mango de jade. La vajilla era de una porcelana tan fina que parecía translúcida, con el escudo real. Paula se sentía como una condenada a muerte. Mucha gente seguía confundiéndola con su gemela. No podía ser que Isabel la hubiera reconocido. Aquella preocupación le impidió disfrutar del primer plato: finas lonchas de salmón marinadas en jugo de piña. Isabel no volvió a mencionar nada sobre el tema y Paula pudo empezar a disfrutar del encuentro.


-No puedo creer que seas tú -le dijo mientras les retiraban los platos.


-Creételo, preciosa. Solo hay una Isabel en Carramer y muchos piensan que es suficiente -le dijo acariciándole la mano.


-Serán antiguos alumnos que nunca llegaran a conocerte de verdad - admitió Paula riendo.


Isabel había sido una profesora muy dura, pero fuera de clase era una mujer maravillosa. Tenerla allí hacía que Paula recordara tiempos muy felices.


-Tardaste lo suyo en admitir que tenía ese lado. Cuando llegaron eran lo más indisciplinado que he visto en mi vida. Supongo que por haberlas criado en lugares salvajes con un padre más interesado en culturas muertas que en hijas vivas. ¿Cómo está Miguel, por cierto?


Paula vió que, a pesar de la crítica, Isola hablaba de su padre con cariño. Habría sido maravilloso que lo suyo hubiera salido bien, pero no había sido entonces y ya no podía ser.


-Lleva un tiempo viviendo en la Amazonia y no sabemos nada de él. Está estudiando los restos de una civilización que adoraba a las serpientes. Conociéndole, estará en la gloria.


-Típico de él. Si algún día vuelve al mundo civilizado, me gustaría hablar con él de vez en cuando.


-Se lo diré... cuando le vea -prometió Paula-. ¿Y tú qué? ¿Te casaste? ¿Sigues teniendo tu escuela?


-La respuesta es no a ambas preguntas. Después de tu padre no hubo nadie más y el colegio sigue existiendo, pero lo llevan personas más jóvenes. Cuando el príncipe Pedro se enteró de que me jubilaba, me pidió que me convirtiera en asesora de cultura de la corte.


Paula miró al príncipe, que hasta el momento se había mantenido fuera de la conversación.


-Isabel es la mejor para darnos a conocer culturas extranjeras y para que los extranjeros aprendan la nuestra -dijo alzando su copa.


-Por eso estoy aquí. El príncipe me ha dicho que necesitas un curso para refrescar nuestro idioma, historia y tradiciones antes de la boda.


Recordó la promesa de Pedro de que alguien la vigilaría cuando él no pudiera. Aun así, se alegraba de ver a Isabel. Estaba segura de que ella no sabía las intenciones de él.


-Su Alteza ha pensado en todo, como siempre -dijo Isabel mirándolo fríamente.


-De nada, querida -dijo Pedro alzando la copa.


-Para que lo domines para la boda, de ahora en adelante, solo hablaremos en Carramer -continuó Isabel bruscamente sin hacer caso de la tensión que reinaba en el ambiente-. Empezaremos cuando le parezca bien, Alteza. 

Juego De Gemelas: Capítulo 18

 -Tú has dejado tus condiciones claras. Si hay algo que aprendí de mi padre es que no se puede desear la luna -respondió Paula con desdén.


Pedro se quedó estupefacto. Él había creído que los dos querían el mismo tipo de matrimonio. Sin ataduras. Lo mejor de los dos mundos, como ella lo había descrito. ¿Es que él quería la luna acaso? ¿Podría casarse y no quererla? No le parecía tan fácil.


-Estamos de acuerdo en que un matrimonio por amor es querer la luna. Un acuerdo pragmático es mucho más duradero, no se muere con el paso del tiempo.


-El amor no tiene por qué morirse tampoco -le espetó derrotada-. Una de las dos partes acaba con él por crueldad o desatención.


-Nunca seré cruel contigo cuando sea tu marido ni te tendré desatendida. Te daré todo lo que esté en mi mano -le dijo para consolarla.


Paula sabía que Pedro no era cruel. Nunca lo había sido. Tampoco dejaba a los que le rodeaban desatendidos. La prueba era que, desde que había llegado, la había acompañado a todas partes. Aun así, le había oído decir que no le daría su amor. Tocó su amuleto y deseó que en vez de placer, tuviera el poder de darle amor. El primero no valía nada sin el segundo. Se dió cuenta horrorizada de dónde le estaban llevando sus pensamientos. Nunca se iba a casar con Pedro, así que poco importaba el asunto del amor. Era una impostora. En cuanto todo se descubriera, la metería en el primer avión que saliera de Carramer y no volvería a verlo más.


-¿Es eso lo que le vas a enseñar a Nicolás cuando crezca?


-Nico aprenderá que el ser príncipe tiene su precio.


-Un precio que tú tienes que pagar casándote por interés y no por amor.


-Esta conversación no nos lleva a ninguna parte, Carla. Hay un dicho en mi país que dice «Si tiene que ser, será». No sirve de nada desear que las cosas cambien cuando no puede ser. Eso es querer la luna, como tú has dicho.


-Si un príncipe no puede tener lo que quiere, ¿Qué será de los demás? - dijo encogiéndose de hombros.


-El Príncipe sí tiene lo que quiere, aunque a tí te parezca que no es como debería quererlo.


Era la primera vez que admitía que la deseaba. Se quedó sin respiración y tembló al imaginarse juntos. Ya había probado sus besos. Quería más.  Tuvo que sentarse porque las piernas no la sostenían. Tomó un poco más de champán. Si él se acercaba, estaría perdida. Pero él no se acercó, se controló. Debía de haber disimulado muy bien porque él parecía no haberse dado cuenta de que apenas podía sostener la copa. Apareció un criado y le dijo algo a Pedro al oído.


-Me temo que tenemos que dejar esta conversación. Ha llegado nuestro invitado.


-¿Quién es? -preguntó Paula entre aliviada y contrariada.


No le apetecía nada compartir mesa con una tercera persona. Aquello cambió cuando vió de quién se trataba.


-Vava Rose -exclamó sorprendida mirando a Paula, que se mostró orgulloso-. ¿Cómo... dónde?


-Llámame Isabel. Vava estaba bien cuando eras pequeña y yo era tu profesora, pero ahora ya no hay necesidad. Me alegro tanto de verte, ma amounou -dijo la mujer sonriendo.


Aquella palabra de Carramer, que indicaba la especial relación entre madre e hija, fue suficiente para que Paula se olvidara de todos los años que habían pasado y corriera con un nudo en la garganta a los brazos de la que podía haber sido su madrastra. Isabel había aceptado a las gemelas en su escuela privada como si hubieran sido de Carramer, las había tratado exactamente que a las demás alumnas. Aquello había hecho que Paula se hubiera sentido como en casa. No paraba de hablar de su profesora y su padre sintió deseos de conocerla. Algo surgió entre ellos, comenzaron a verse a menudo, siempre que Miguel tenía tiempo, hasta que un día le pidió que se casara con él. Paula recordó con pena cómo ella había tenido que decir que no, porque no quería irse de Carramer y Miguel estaba demasiado cansado como para quedarse.


-Te recordaba más alta -le dijo Paula abrazándola con fuerza.


-Yo te recordaba más bajita -rió Isabel-. Deja que te mire -dijo apartándola de sí y observándola-. Te has convertido en una mujer muy guapa, Paula.

Juego De Gemelas: Capítulo 17

 -No te atreverás -murmuró sin saber muy bien si era una protesta o una petición.


-No te equivoques. Lo haría si creyera que con eso te domaría. Por algo tengo reputación de príncipe ligón -advirtió-. No lo haré porque eso es exactamente lo que quieres que haga. Todo este despliegue, incluso el mayati, es para que caiga a tus pies, ¿Verdad? Sí, reconocí el amuleto en cuanto te ví. Sé que dicen que aporta placer sexual. ¿Esperabas que su magia funcionara conmigo y que me convirtiera en tu esclavo amante?


-Claro que no. Me he enterado hoy de que tiene ese poder.


-Es como si quisieras que te creyera. Me recuerdas a Sandra -dijo enarcando una ceja y apartándose de ella. Se dirigió a la mesa y agarró su copa-. ¿No me vas a preguntar quién es Sandra?


-Una de tus amantes, supongo.


-Era la primera mujer de mi hermano, una extranjera, como tú, que creía que el mundo giraba en tomo a ella. 



-¿Qué pasó? -preguntó dolida porque la comparara con una mujer así. 


-Creyó que estar casada con mi hermano le daba derecho a hacer lo que quería, a disfrutar de los privilegios de pertenecer a la familia real sin cumplir con ninguna responsabilidad. Iba por una carretera a toda velocidad, le habíamos dicho que era peligroso, perdió el control y se mató.


-El hecho de que tu hermano tuviera un matrimonio desgraciado, no te da derecho a condenar a tu mujer de antemano -contestó Paula defendiendo el honor de su hermana y plenamente convencida de que aquel matrimonio no debía celebrarse nunca.


-No conviertas nuestro matrimonio en una lucha sin cuartel. Yo te ofrezco una vida fácil y cómoda. Tendrás todo lo que quieras.


-Excepto a tí.


-Excepto a mí -repitió-. ¿No es un buen trato? Una vida de privilegios a cambio de un matrimonio que no nos ate.


Dicho así, incluso sonaba civilizado. Si Carla no hubiera conocido a Ariel, seguramente lo habría aceptado. Ella nunca se casaría con él, así que ¿Por qué sentía aquel dolor en el corazón?


-Me parece que sería mejor que nos olvidáramos de este compromiso antes de que alguno saliera malparado.


-No es tan fácil. Según las leyes de Carramer, la promesa que hicieron nuestros padres tiene vigor.


-Pues haz que no lo tenga. Tú eres la ley, rescinde el contrato. No quieres, ¿Verdad? Te viene como anillo al dedo. Eso lo dirás por tí.


-No estés tan segura. Tu reacción cuando te besé y cuando te he abrazado, me dice que no necesitas un mayati para sentir placer en mi presencia.


-Eso también lo dirás por tí -le dijo sorprendida. Si la deseaba tanto como ella a él lo disimulaba muy bien.


Pedro apretó los dientes. Poner distancia emocional entre ellos le había parecido una buena idea, no había imaginado que ella se mostraría dolida. Seguramente sería su orgullo lo que había resultado herido. Acostumbrada a tener a los hombres rendidos ante su belleza y sensualidad, no debía de saber qué hacer con un hombre al que no podía manipular. Bien. No quería herirla, pero debía entender que lo que ella quería era exactamente lo que él no estaba dispuesto a darle. 


No iba a permitir que ninguna mujer le controlara. Aquello llevaba a la locura. Lo había visto en su hermano cuando lo controlaba Sandra. Su hermano, que había sido educado para reinar, que había sido siempre una persona fuerte. A Pedro le había dolido mucho verlo a merced de su mujer. Si aquel accidente no hubiera ocurrido... Recordó que su hermano le había dicho que era el hombre más feliz de la tierra con su segunda mujer. Tal vez debería ir más a menudo a comprobarlo con sus propios ojos. Se dijo que no podía ser, que nada había cambiado en palacio. Carla sí había cambiado. Había visto y experimentado suficiente como para saber que era capaz de dejarse llevar por la pasión y la ternura. Si decidía quererla, podría hacer que aquellas cualidades salieran a relucir, podría convencerla para que se quitara esa careta, que él empezaba a sospechar que llevaba para defenderse de la vida, y dejara a la luz su dulzura. No. Gonzalo había cometido el mismo error con Sandra. Hechizado por ella, creyó que cambiaría tras la boda, pero no había sido así. Pedro decidió que era mejor mantenerse en guardia.


-Nunca he dicho que te quisiera -dijo irritado por lo mucho que le estaba costando mantener la voz neutra-. Nuestro matrimonio no implica que nos queramos, solo que cumplamos con un contrato de mutuo acuerdo.


-Que me la envuelvan para regalo, por favor -dijo Paula con amargura-. Lo dices como si se tratara de una compra.


Su dolor conmovió a Pedro, que sintió ganas de abrazarla. No lo hizo.


-Los matrimonios reales suelen ser -así -dijo con cautela-. Mientras ambas partes salgan ganando, no veo ningún problema.


-Claro. Tu imagen sale ganando teniendo una mujer y unos hijos mientras tú tienes todas las aventuras que quieras. Tienes lo mejor de ambos mundos -acusó Paula.


-¿No es eso lo que tú quieres? -preguntó sintiéndose provocado-. ¿Acaso va a resultar que eres una romántica? ¿Sueñas con convencerme para que tengamos una vida casera feliz? 

jueves, 21 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 16

No, no era de piedra. Paula vió que entrecerraba los ojos y le latía una vena en el cuello cuando la vió aparecer para tomar una copa antes de la cena. La reacción había sido casi inapreciable, pero ella se había dado cuenta. Se sintió orgullosa de sí misma. Lo había conseguido. Él también estaba guapísimo, con su chaqueta de gala blanca que le quedaba como un guante y realzaba sus maravillosos hombros. Le miró a los ojos, que parecían decirle «más tarde me ocuparé de ti». Tragó saliva y se preguntó si no se habría pasado.


-¿Qué quieres beber?


-Champán, por favor -contestó aunque nunca le había gustado el alcohol.


El príncipe hizo un gesto a un criado, este le sirvió y se retiró.


-Debe de estar bien no tener que mover nunca un dedo -apuntó Paula deseando que el criado se hubiera quedado para oírlo. 


Se preguntó si no habría elegido la noche equivocada para mostrarse provocativa. Todavía sentía el beso de Pedro en los labios y él parecía recordarlo también pues no le quitaba ojo a su boca. ¿Sería completamente cierta su indiferencia hacia ella? Recordó que tras un primer momento de pasión, le había mirado a los ojos y no había visto nada. Ni deseo ni nada.


-Estás preciosa. Mucho más que antes -brindó Pedro.


-No sé si te entiendo -contestó dando un traguito.


-Ha habido momentos desde que llegaste en los que he tenido la impresión de que estabas fingiendo.


-Sigo sin comprenderte -dijo histérica al pensar que la había descubierto.


-No te hagas la inocente. Has estado a punto de convencerme de que habías cambiado.


-Me pregunto cuándo te has dado cuenta -dijo Paula. No había nada que hacer, solo confesar.


-No fue difícil. Intenté convencerme de que la niña egocéntrica se había convertido en una mujer dulce y buena, además de guapa. Era mentira, ¿No? ¿Qué pretendías lograr haciéndome creer que habías cambiado?


-Nada -contestó aliviada porque no hubiera descubierto la verdad. Tener que enfrentarse a sus burlas no era fácil. 


-Nada salvo la satisfacción de tenerme comiendo en la palma de tu mano. ¿Es eso lo que quiere tu ego, Carla, que los hombres caigan a tus pies?


-Contigo, sería perder el tiempo -contestó pensando en su respuesta ante el beso.


Él se acercó y le puso un dedo bajo la barbilla. Sus ojos se encontraron.


-Si has aceptado eso, quiere decir que hemos hecho progresos. Me parece que, de todas formas, todavía no estás convencida del todo, no estás dispuesta a abandonar tu juego de poder.


Paula intentó reírse, pero no le salió; intentó respirar, pero no le llegaba el aire. Deseó ser Carla para no sentirse aterrada por su cercanía.


-¿Qué tienes en mente? -preguntó intentando emular a su hermana.


-Me entran tentaciones de decirte que quiero llevarte a mi habitación y hacerte el amor hasta que las estrellas dejen de brillar -rió Pedro.


Ella gimió cuando el príncipe se acercó y sintió su pecho. Al sentir su mano en la espalda, fiera, Paula sintió una oleada de deseo puro y salvaje. Se odió a sí misma por sentir aquello cuando él solo sentía desprecio por el tipo de mujer que él creía que era.


Juego De Gemelas: Capítulo 15

Los mayat habían sido los primeros habitantes de Carramer. Habían llegado desde Filipinas e Indonesia hacía dos mil años y todavía había restos enterrados de sus trabajos en jade. Los amuletos, llamados mayati, se intercambiaban en señal de respeto en nacimientos, bodas, funerales y otras ceremonias. Eran muy apreciados porque eran un trabajo artesanal y porque se creía que tenían poderes.


-Viví en Solano cuando era pequeña y una de mis profesoras me lo dio cuando me fui para que me diera buena suerte. Mi hermana tiene uno igual en forma de tortuga.


-La tortuga quiere decir que tendrá muchos hijos.


Paula se preguntó qué pensaría Carla de aquello.


-El pájaro da salud, larga vida y algunos creen que felicidad con un hombre.


-¿Quieres decir que mi matrimonio será feliz?


-Bueno, no tiene por qué ser el matrimonio. Es... -Nadia buscó la palabra exacta-... placer. 


Paula se sonrojó. Nunca se lo había quitado porque le recordaba aquel lugar que tanto amaba, pero nunca se había preguntado qué significaría ni creía que su profesora lo hubiera sabido.Pensó en la reacción que Pedro provocaba en ella y acarició el amuleto pensativa. Se dió cuenta y dejó de hacerlo. Después de la demostración de la mañana, lo último que quería era asociar el placer con él porque obviamente él no lo sentía. Durante la comida, Pedro se había mostrado frío y distante. ¿Se habría arrepentido de besarla? Paula miró a Nicolás. ¿Dónde encajaba el bebé en los planes de Pedro? Obviamente, se ocupaba de él. Pasaba tiempo con él todos los días y le leía cuentos por las noches, incluso si tenía que faltar a una cena oficial para hacerlo. El problema no era la paternidad sino el matrimonio.


-¿Por qué no hay divorcio en Carramer? -preguntó impulsivamente-. ¿Es que aquí todos los matrimonios son felices?


-No. Aquí también se cometen errores, sobre todo los jóvenes. Como la ley no permite que nos separemos, procuramos estar muy seguros de lo que hacemos. Así, tenemos muchos menos matrimonios infelices que otros países.


-¿Y los matrimonios de los miembros de la realeza?


-Se supone que tienen que dar ejemplo.


-Me han dicho que el príncipe Gonzalo tuvo un matrimonio muy infeliz. ¿No podía cambiar la ley o algo?


Nadia parecía inquieta.


-Nuestro soberano es un hombre muy justo. Él nunca cambiaría una ley porque le viniera bien.  Aunque decían que no era feliz, él fue fiel a su mujer hasta que ella murió en un accidente de coche. Ahora está casado con la maravillosa princesa Candela.


Paula pensó que el destino no podía haber sido más oportuno. Entendió la postura de Pedro ante el matrimonio. No quería pasar por lo mismo que su hermano. La actitud abierta de Carla ante el matrimonio hubiera sido perfecta. Aquello le recordó que tenía que hablar con ella. Al volver a su habitación, no había ningún mensaje de su hermana, pero sí del príncipe recordándole que tenía que cenar con él y un invitado. No le decía quién era, pero supuso que se trataría de algún funcionario de Carramer porque el día anterior había sido el ministro de Justicia. Recordó con desagrado a aquel hombre, agresivo y con ganas de discutir a quien ella hubiera contestado con gusto. Sin embargo, se había tenido que callar ante la mirada de advertencia de Pedro. Si su hermana hubiera estado allí, no se habría callado. Se dejó llevar por la rebelión, le dijo a la doncella que se fuera y se dio un buen baño, se recogió el pelo como le había visto hacer a Carla y se maquilló un .poco más que de costumbre, sobre todos los ojos. El resultado era maravilloso, no tan sofisticada como su hermana, pero glamurosa. Se quedó sorprendida. Ella siempre había sido la natural, la más sosa. No aquella noche. Se puso un vestido de fiesta de Carla con un enorme escote. No se quitó el amuleto y se preguntó si Pedro sabría su significado más oculto. Placer. Pedro se había mostrado indiferente y había herido su orgullo. Había llegado la hora de hacer lo mismo. Se había arreglado para que se interesara por ella y poder rechazarlo. Dudó, se miró en el espejo y se dijo que, si se quedaba indiferente ante ella así, es que era de piedra. 

Juego De Gemelas: Capítulo 14

Paula se desesperó al oír la voz de su hermana en el contestador por tercera vez. Le había dejado varios mensajes, tenía que dar con Carla. No sabía dónde estaba en Las Vegas, así que solo podía dejar mensajes en el contestador de casa y esperar que Eleanor los escuchara desde donde estuviera. Pensó en llamar a todos los hoteles de Las Vegas, pero eran demasiados. Podía contactar con alguna oficina de información que tal vez supiera dónde se iba a celebrar el desfile, pero solo iba a durar cuatro días. Lo más probable es que Carla y Ariel estuvieran de vacaciones. No sabía por dónde empezar a buscar. Había vuelto de comer con Pedro. No podía engañarle mucho más. Sus besos podían hacer que perdiera el control en cualquier momento. Eran como una fruta prohibida. Ya de niños la había conquistado, pero había creído que como una adulta que era podría controlar sus emociones. No había sido así. Pasaba de la pasión a la desesperación continuamente. Le alegraba que Pedro creyera que era Carla, pero le dolía que pareciera que no le gustaba lo que tenía ante sí. Su hermana no era una santa, pero tenía que ser egocéntrica y ambiciosa si quería triunfar en su profesión. Solo pedía una llamada, no era demasiado. El teléfono seguía sin sonar. Se dió cuenta de que su gemela estaba evitando hablar con ella por miedo a tener que ir a Carramer. Eso era lo último que quería. Si Carla pusiera un pie en Carramer, tendría que someterse a los dictados de Pedro, estaría obligada a casarse con él. La única solución era que se casara con Ariel.  Cuando Pedro se enterara del engaño, no querría volver a verla. Le había dolido bastante ver que al besarla, él no sentía nada, pero ver cómo su indiferencia se convertía en rechazo iba a ser algo difícil de olvidar. Suspiró. Ni la infidelidad de Rafael había menguado su autoestima tanto como la impasibilidad del beso de Pedro. Su orgullo estaba herido, le dolía no poder hacerle sentir a él lo que sentía ella. Tal vez, había querido demostrarle que el matrimonio sin amor existía. A Paula aquello le parecía la mejor receta para ser infeliz toda la vida. Ella no era capaz, aunque hubiera sido su verdadera prometida, de actuar de esa manera, de ser su esposa sabiendo que no la quería. Tal vez Carla lo habría hecho si no hubiera estado enamorada de Ariel. Durante años, a le había preocupado mucho la idea de que su hermana se casara por dinero y se arrepintiera. Ya no tenía que preocuparse por ello. Sus pensamientos quedaron interrumpidos por el llanto de un bebé. Salió al jardín y vió a Nadia, que llevaba a Nicolás en su carrito.


-Vamos a dar de comer a los cisnes. ¿Le gustaría venir? -preguntó la niñera sonriendo.


-Ahora mismo bajo.


Paula se sintió muy emocionada de que Nadia la incluyera en sus planes. Se sentía sola. Pedro se mostraba indiferente con ella, pero su hijo, no. A él le gustaba y a ella le gustaba el niño.


-¿Cómo está hoy mi pequeño amigo? -preguntó al niño haciéndole cosquillas bajo la barbilla. Nicolás se rió-. Supongo que querrá decir que está bien -rio mirando a Nadia.


-Hace tan buen día que pensé en poner una manta junto al lago porque a Nicolás le encanta ver a los cisnes.


Anduvieron en silencio hasta el lago. Allí había cascadas y cisnes negros. El niño tendió los bracitos para que lo sacaran del coche. Paula le agarró y Nadia lo colocó sobre la manta a la sombra de un árbol. Se sentó junto a él y observó cómo jugaba con su sonajero. Aquello la relajó.


-¿Para mí? Gracias, Nicolás-dijo con una inmensa sonrisa cuando el niño se lo dió. 


Ella lo agitó y él lo volvió a agarrar. Al tocarle con sus pequeñas manitas, Paula sintió una gran ternura. De repente, se imaginó que Nicolás era su hijo. Apartó aquello de su mente. Nicolás era de Pedro, que había estado enamorado de su madre. Ni siquiera podía casarse con él. Era una situación imposible. Escondió su zozobra cuando Nadia se arrodilló junto a ella.


-He visto que lleva un mayati -dijo la niñera señalando el amuleto que llevaba Paula en el cuello-. ¿Cómo es que lo tiene? 

Juego De Gemelas: Capítulo 13

Sintió un gran dolor. Sabía de dónde venía. Lo que más quería en el mundo era que la quisieran, un hogar y una familia. Aquel beso le había dejado entrever su sueño, pero era un sueño agridulce porque era falso. Aunque el compromiso fuera con ella y no con Carla, él no tenía ninguna intención de querer a ninguna mujer como ella quería que la amaran. Él quería hacer de marido y padre en público, pero no en privado. No quería una esposa. Quería un harén. Intentó alegrarse por estar allí en lugar de Carla, así su hermana no tenía que soportar aquello, pero no pudo evitar seguir sintiéndose aturdida. «Loca, sabías en lo que te estabas metiendo», se dijo.


-No -murmuró Pedro apartándose-. Parece que tus deberes maritales no te parecen aburridos.


Le entraron ganas de abofetearle, en parte porque tenía razón. Si hubiera sido su prometida, habría disfrutado pensando en la noche de bodas. Con un solo beso había conseguido volverla loca. Estaba claro que sabía cómo complacer a una mujer, lo que le recordó que no era hombre de una sola fémina.


-¿Quieres que volvamos al palacio para descansar un poco? -preguntó Pedro como si el beso no hubiera sucedido.


Paula pensó que tal vez para él fuera diferente. Se sintió decepcionada. Lo miró, pero su expresión no decía nada. Sabía que no era una buena amante, pera empezar porque no tenía práctica, pero nunca le había molestado hasta el momento. En contra de todo sentido común, quería ver que él también se lo había pasado bien y que sentía curiosidad, como ella. Al no verlo, concluyó que solo había sido ella la que lo había sentido así. Su hermana se había ofrecido a enseñarle un par de cosas, pero se había negado, creía que cuando llegara el momento y el hombre adecuado sabría lo que tenía que hacer, pero no lo sabía. Si hubiera escuchado a su hermana, tal vez Pedro no la habría dejado ir como si, tras haber probado su sabor, hubiera decidido pasar a la siguiente. Aún le latía el corazón con fuerza y sentía las mejillas sonrosadas. Los efectos físicos eran lo de menos. Lo importante era que él había conseguido que se arrepintiera de ser una inexperta, algo que ningún hombre antes le había hecho sentir. Aquello era peligroso, la había pillado desprevenida.


-No necesito descansar, estoy bien -contestó disimulando el dolor y la decepción que sentía. No iba a dejar que supiera que un beso le había hecho quedarse sin defensas, sobre todo porque parecía que él se había quedado tan tranquilo.


-¿Quieres comer algo? -propuso Pedro-. Seguro que recuerdas que esta isla es famosa por sus maravillosos productos.


Comer era lo último que quería.


-¿No tienes algo... algo principesco que hacer? -preguntó desesperada.


-¿Estás intentando librarte de mí? -sonrió Pedro-. No te dará resultado. Tengo intención de estar pegado a ti hasta el día de la boda.


-Me sorprende que te quieras casar conmigo si no confías en mí.


-Me fío de tí completamente siempre y cuando estés conmigo.


Aquello le dolió, claro que si hubiera sido Carla, Pedro habría tenido razones para pensar así.


-Tienes que gobernar un país. No creo que puedas estar conmigo continuamente hasta que nos casemos.


-Efectivamente, tengo muchas cosas que hacer y no podré estar contigo continuamente.


-Entonces, ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a encadenar?


-No, hace siglos que las mazmorras del palacio no se utilizan.


-Menos mal. ¿Entonces?


-Lo verás cuando lleguemos al palacio. Recuerdo que la paciencia nunca fue una de tus virtudes, pero debes desarrollarla para convertirte en princesa.


-La paciencia es buena para todo el mundo, pero es especialmente necesaria para aguantar a ciertos príncipes.


-Cuidado. La mía no es ilimitada.


-En mi país, a eso lo llamamos doble rasero -contestó dándose cuenta de que estaba jugando con fuego. No lo podía evitar. Quería provocar algún tipo de reacción en él, lo que fuera. Al ver que la miraba molesto, pensó que era mejor eso que la indiferencia que había demostrado al besarla.


-¿Me estás amenazando, Carla? -preguntó Pedro frunciendo el ceño.


-¿Quién? ¿Yo? Tú eres el que quiere un matrimonio que de matrimonio no tiene nada. Si eso no es doble rasero, ya me dirás. 


Sonaba como si le molestara. A decir verdad, a Pedro también había empezado a molestarle que ella tuviera el mismo derecho a tener aventuras una vez casados. Ya no sabía si era una buena idea. ¿Podía haber cambiado de parecer en una semana? Pensó que con la mujer adecuada, sí. Quizá su hermano había sido más listo que él, a lo mejor había visto en Eleanor alguna cualidad que a él se le había pasado por alto. ¿Sería la mujer ideal para él? ¿El príncipe ligón había encontrado a su media naranja por fin? No dejó de darle vueltas a la cabeza mientras acompañaba a Carla a uno de los mejores hoteles de la isla, donde iba a celebrarse la comida. 

martes, 19 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 12

 Pedro estaba confundido.


-De pequeña, solías decirme que «visto un pez, vistos todos» -terminó Paula esperando sonar como Carla-. Me ha gustado mucho la visita, de verdad.


-El personal piensa lo mismo, que es lo importante -dijo Pedro yendo hacia las limusinas. 


Al poco, estaban sentados sobre la tapicería de cuero y con el aire acondicionado. Un cristal los separaba del conductor y les daba algo de intimidad. Pedro suspiró y se relajó. Paula pensó que no debía tener muchos momentos así, siempre impecable ante todos, sin poder demostrar aburrimiento o cansancio. Entendía perfectamente por qué tenía un jardín privado en el que poder ser él mismo.


-Te los has ganado -dijo Pedro interrumpiendo sus pensamientos.


Paula leyó entre líneas que a él, no. Pensó que estaría recordando que de pequeña a Carla nunca le había gustado la naturaleza. Supuso que él creía que había fingido su interés. Tuvo deseos de decirle que el entusiasmo mostrado era verdadero, pero no podía hacerlo porque él sospecharía, así que dejó que se hiciera el silencio. Él malinterpretó su estado de ánimo.


-Perdón si la visita ha sido demasiado larga.


-Supongo que, como tu esposa, debo acostumbrarme a cumplir con mi deber, ¿No? -le espetó dolida porque no hubiera entendido nada e intentando imitar la contestación que habría dado su hermana.


-Al convertirte en princesa, tendrás tus responsabilidades, pero me encargaré de que no sean demasiado molestas. A no ser que te refieras a tus deberes maritales -añadió con un toque de arrogancia.


Ella le devolvió una mirada igual de altanera, disimulando la tristeza que le producía imaginárselo casado.


-Quizás esas sean las responsabilidades más aburridas de todas.


-Sinceramente, lo dudo -rió Pedro-, pero me alegra que te lo preguntes.


Le pasó un brazo por los hombros y se arrimó a ella. Paula no se podía mover. Pedro le pasó el dedo por el labio inferior y ella no pudo protestar, solo disfrutar del latigazo de placer que le produjo. Pedro pensó que había reaccionado con un gesto casi virginal. Se le hizo raro aquello en una mujer tan experimentada sexualmente como Carla. Tenía las pupilas dilatadas y los párpados medio cerrados, las mejillas sonrosadas.  Cuando su boca se posó sobre los labios de ella, Paula no pudo evitar abrir la boca sorprendida y él aceptó la invitación para entrar y explorar con una fruición que hubiera derretido una estatua. Ella no era una estatua y se estaba derritiendo. Mientras la besaba, Pedro paseó sus manos por la voluptuosidad de su cuerpo. Él creía que las modelos tenían que morirse de hambre y no tener curvas, pero se alegraba de comprobar que Carla no era así, que era voluptuosa donde debía serlo. Se suponía que le iba a demostrar que le iba a gustar que la besara, mientras él se quedaba tan tranquilo, pero descubrió que él también estaba ardiendo. Sintió la tentación de darle algo más que besos, pero pensó que ya estaba un poco mayorcito para desnudarse en la parte de atrás de una limusina. Aunque ella le había hecho olvidarse de dónde estaba, de quién era y de que lo único que les separaba del escándalo era un cristal ahumado insonorizado. Se olvidó de todo salvo de la suavidad de su piel y de cómo había temblado entre sus manos. Virginal. Aquella palabra volvió a su mente. Había respondido como si ningún hombre la hubiera tocado antes, pero no podía ser. Había leído todo lo contrario, en la entrevista parecía orgullosa de sus conquistas. Le besó el cuello y sintió que a ella se le disparaba el pulso. Le chupó la piel satinada y sintió su propia necesidad. Era como un volcán dormido al que algo que no podía controlar había despertado. No sabía cuánto tardaría en llegar la explosión, pero, a no ser que se distanciara de ella, sucedería. Paula se admitió a sí misma que aquello era lo que quería. La boca de Pedro era una tortura maravillosa que le pedía una intimidad que ella nunca había experimentado. Nunca había querido darle a un hombre lo que quería darle al príncipe en aquel beso. Se dio cuenta de que la pasión era lo único que conseguiría de él. No debería besarle, mucho menos disfrutar de ello. Ella no había pensado nunca que el engaño llegaría tan lejos, pero no podía controlarse. Su boca era irresistible. 

Juego De Gemelas: Capítulo 11

Sabía lo mal que lo había pasado su hermano en su primer matrimonio. Según sus leyes, si el destino no hubiera querido lo contrario, Gonzalo podría haber vivido en aquel infierno para siempre. Él se había negado en rotundo a legalizar el divorcio. Por eso, Pedro estaba preocupado. Sabía que tenía que casarse, pero quería que fuera según sus condiciones. Cuando se casara con Carla, sería con la aceptación de que no había cabida en su corazón para ella. Ni en ese momento ni nunca. Él se encargaría de que nunca le faltara nada y ella le daría todos los herederos que requería su posición, pero su vida seguiría siendo suya. Cuando lo había ideado, el plan le había parecido ideal, pero empezaba a sentirse confuso. Siempre había sabido cuál era su posición ante la vida y, de repente, aquello había cambiado sin que él se hubiera dado cuenta. Se rió para sus adentros. Había sido en el preciso instante en el que había visto a Carla andando hacia la limusina en el aeropuerto. Su gracia y su belleza le habían dejado sin habla. No creía que fuera a ser tan dulce y adorable como era. No sabía qué hacer. La deseaba con pasión. Solo pensar en lo que vendría tras la boda, hizo que sintiera un tremendo calor y tuviera que apartarse del tanque. La volvió a mirar. Estaba siguiendo muy interesada la explicación del director, que le estaba contando que todos los días, los buceadores se metían en los tanques para dar de comer a los peces grandes. Ella lo miraba con los ojos como platos y la preocupación reflejada en el rostro. Pensó que debía enseñarla a nadar entre tiburones, para que no tuviera miedo. No quería que tuviera miedo de nada y menos de él. No podía amarla, pero sí ofrecerle su compañía y el hogar que siempre había querido.


-¿Alteza?


Aquello lo devolvió a la realidad. Lo estaban esperando para continuar la visita. Tenía mucho calor y le costaba respirar. No se lo explicaba, pues estaba en excelente forma física. Estaba seguro de que era la proximidad de Carla. Ella le sonrió y a él le dió un vuelco el corazón.


-El acuario es maravilloso, Pedro. Deberías estar orgulloso.


-Madre mía, cómo has cambiado -dijo sonriendo.


-¿Yo? ¿Por qué? -se alarmó Paula aunque estaba encantada. 


-Cuando eras pequeña decías que los peces eran fríos y viscosos y que mirarlos te producía temblores.


-¿Cómo podía decir eso? Son preciosos. Sus colores me recuerdan al arco iris -contestó riendo un poco forzada.


Pedro pensó que parecía molesta cuando le recordaba cómo era de pequeña. Lo entendía. Entonces, era una persona que no solía pensar nunca en los sentimientos de los demás, prefería hacer las cosas a su manera y ganarse a los demás con zalamerías.


-Verás cuando veas los corales.


Entraron en una habitación con luz ultravioleta.


-Es impresionante -exclamó Paula.


Pedro había entrado en aquella sala muchas veces, pero verla con ella era como verla por primera vez. Se lanzó a explicarle los distintos tipos de coral y, tras unos minutos, se dio cuenta y enmudeció.


-Perdón, me he dejado llevar.


Paula le tocó el brazo, radiante, tan emocionada como él.


-No pasa nada, todos tenemos nuestras pasiones. Las mías son las flores.


Demasiado tarde, había hablado como Paula. Por suerte, Pedro no se había dado cuenta.


-Bueno, pero prométeme que, si vuelvo a aburrirte con mis explicaciones, me lo dices.


-No me aburres y no creo que lo hagas -rió Paula.


Era cierto. Pedro le contagiaba su entusiasmo, ya fuera hablando de su pueblo o del mundo submarino. Era un hombre al que no le importaba dejarse llevar por las emociones, algo extraño de ver. Era un hombre increíble. Había nacido en un entorno rico y privilegiado, pero él no se extralimitaba con nada. Cumplía con sus quehaceres oficiales, incluso daba de comer él personalmente a los tiburones. Paula no pudo evitar temblar, le preocupaba que corriera peligros. Lo miró. Él la estaba observando con curiosidad. ¿La habría visto temblar? Esperó que lo achacara al frío que allí hacía.


-¿Quieres que nos vayamos? -preguntó Pedro.


-Cuando tú quieras -contestó alegremente. 

Juego De Gemelas: Capítulo 10

 -Debí suponer que el acuario estaría en el itinerario que has preparado -dijo Paula riendo.


-Sé que no te mueres por los peces, pero supuse que sería un buen descanso en mitad de tantas presentaciones y visitas -contestó el príncipe frunciendo el entrecejo.


-Tienes razón, lo es -contestó Paula intentando ignorar el tono reprobador de él. 


Carla prefería las discotecas y los restaurantes a las playas y los arrecifes de coral. Ella prefería todo lo contrario, la naturaleza le parecía mucho mejor que un local atestado de gente con la música a todo volumen. Ella prefería estar al aire libre. Aquella mañana casi había sucumbido ante tanta visita administrativa. Habían visitado el parlamento, con sus jardines tropicales, y se había interesado verdaderamente por el trabajo de los funcionarios, pero había agradecido más de lo que Pedro podía imaginar el cambio. No le gustaba la deferencia con la que la habían tratado en todas partes y no soportaba mentir a Pedro y a su pueblo, aunque solo fuera por omisión, pero no podía hacer nada. Tenía que ganar tiempo para su hermana. Hacía casi una semana que había llegado a la isla, Carla tendría que haber llamado ya, pero no lo había hecho y Paula no sabía el hotel en el que estaba, así que no podía ponerse en contacto con ella. Pensó que estaban en el mejor sitio para casarse, Las Vegas. Aquello le entristeció. No podía imaginarse no ir a la boda de su hermana. Desde pequeñas habían preparado hasta el más mínimo detalle de las ceremonias de las dos con toda la ilusión del mundo. Apartó la tristeza y pensó que peor sería que Carla tuviera que casarse por la fuerza con un hombre al que no quería. Su felicidad dependía de que él siguiera creyendo que Paula era su prometida. A ella no le gustaba, pero debía seguir un poco más. Estaban dentro del acuario, donde había enormes tanques que recreaban los arrecifes de coral que atraían a buceadores del mundo entero hasta la isla. La temperatura era más fresca que en el exterior. 


-No me había dado cuenta del calor que hacía fuera -dijo Paula.


-Si te molesta el calor, podemos volver al palacio -contestó Pedro mirándola preocupado.


-No. Es obvio que los empleados del acuario se han tomado muchas molestias para la visita -dijo Paula pensando que prefería estar en terreno neutral dados los cada vez más complicados sentimientos que tenía hacia él-. ¿Pasa algo? -preguntó al ver que Pedro la miraba sorprendido.


-No. Si estás bien, seguiremos con la visita -contestó Pedro haciéndole una señal al director del acuario para que comenzara.


Pedro solo oía a medias las explicaciones del director. Las habían oído antes, así que se puso a pensar en sus cosas. ¿Qué estaba ocurriendo? Con los años, Carla se había convertido en una mujer más guapa y más compasiva. La había visto bostezar dos veces en las visitas al parlamento. Cuando nadie la veía, claro, en público había sido un modelo de atención e interés. Era obvio que estaba sufriendo los efectos del clima tropical de Carramer, pero había preferido seguir con la visita prevista para no defraudar a los organizadores. Pedro, haciendo ver que miraba un rarísimo ejemplar de pez limón, estudió el reflejo de Paula en el tanque. El pelo le caía sobre los hombros como una cortina de seda, mucho mejor que el peinado recargado que llevaba cuando llegó y que utilizaba en su vida de modelo. A él le gustaba mucho más como lo llevaba en esos momentos. Tuvo deseos de tocarlo. También sus ropas eran más sencillas. Llevaba unos pantalones blancos de seda y una blusa de color coral con una chaqueta blanca de verano sobre los hombros.  Se masajeó la nuca. Era como si Carla tuviera dos personalidades. Cuando había bajado del avión, era exactamente la misma que en las fotos. Cuando se la había encontrado con su hijo en el jardín, le había parecido mucho más tierna y vulnerable, una persona muy diferente de la Carla egocentrista que había conocido de pequeño. La Carla adulta despertaba en él sentimientos que no había previsto y que no quería. Si seguía mostrándose tan agradable, sabía que podría empezar a enamorarse de ella. Sintió una oleada de deseo por todo el cuerpo y cerró los puños hasta clavarse las uñas en las palmas. Era imposible un matrimonio de conveniencia. La química entre ellos era demasiado fuerte. Sin embargo, hacerle el amor era una cosa y amarla, otra. 

Juego De Gemelas: Capítulo 9

Igual que con Rafael, se volvió a sentir segundo plato.


-Ya. ¿Me podrías explicar que hago yo aquí?


-En la entrevista decías que preferías casarte por dinero y posición que por amor porque ya habías tenido suficiente pobreza recorriendo el mundo con tu padre. Mi pueblo quiere que me case, pero yo tampoco busco amor. Así que pensé que haríamos buena pareja. Como puedo ofrecerte todo lo que tú quieres, supongo que el viejo contrato que hay entre nosotros nos beneficia a los dos.


Era irónico. Su gemela habría estado completamente de acuerdo con él si no hubiera encontrado a Ariel O'Hare-Smith y se fuera a casar por dinero y por amor.


-Las entrevistas se hacen varios meses antes de que salga la revista. En ese tiempo, podría haberme enamorado de alguien -dijo intentando disimular.


-No hay ninguna razón para que mi mujer no disfrute de la misma libertad que yo, si los dos somos discretos, claro.


-Claro. Te refieres a un matrimonio de conveniencia, ¿No? -preguntó con sumo esfuerzo.


-¿Tú crees?


Paula lo miró y se arrepintió inmediatamente, al ver el deseo que ella misma sentía en los ojos de él. Le dió un vuelco el corazón y tragó saliva.


-No puedes tener las dos cosas.


-¿Crees que podemos tener un matrimonio de conveniencia con la atracción que hay entre nosotros?


-Eso son imaginaciones tuyas -dijo decidida a aguantar.


-Solo hay una forma de saberlo -dijo pasándole un brazo por los hombros y atrayéndola hacia sí. 


Paula sintió un inmenso placer. Tenía sus labios a pocos milímetros de la boca. Michel se movía con lentitud, sabía seducir a las mujeres, pero ella no quería ser una más. Caroline sabía que debía negarse, pero no podía. Si él quería besarla, no tendría fuerzas para negarse. Le sorprendió que solo le rozara los labios, pero aquello valió para sentir fuego en las venas. Caroline se dio cuenta de que respiraba entrecortadamente. 


-¿Ves? Tenía razón.


Paula se levantó rápidamente, se dirigió a un árbol y puso las manos sobre su corteza.


-No puedo negarme a cumplir una orden real, ¿Verdad? -preguntó molesta consigo misma por traicionarse tan rápido-. Tengo entendido que el castigo es perder la cabeza -«En varios sentidos», pensó.


-Si fuera una orden real, tú no estarías ahí y yo aquí.


-Vas demasiado deprisa -contestó Paula.


-He esperado quince años.


-No, no has esperado. 


Pedro se levantó y fue hacia ella.


-¿Tienes celos de mi relación con la madre de Nicolás?


-Por supuesto que no -contestó Paula pensando en que Carla habría dicho eso.


-Yo tampoco los tengo de tu pasado -murmuró.


Paula pensó que no había motivos en su pasado para que Pedro se sintiera celoso. Se había negado a acostarse con Rafael y sabía que esa había sido una de las causas de su ruptura. Él no había querido entender que su virginidad era un regalo que solo podía dar una vez. Sabía que aquello era muy raro en los tiempos que corrían, pero si había algo que hubiera aprendido de su padre era que cada uno debía tomar sus decisiones. Por eso, no juzgaba a su hermana por hacer lo que quisiera en ese aspecto. Aun así, se preguntaba quién habría sido más feliz, Carla con tantas aventuras o ella con su celibato autoimpuesto.


-Supongo que te refieres a lo que dije en la entrevista -Pedro asintió y Paula se pasó la mano por el pelo como habría hecho Carla-. ¿Te crees todo lo que lees en las revistas?


-Creo en lo que veo. Eres guapa y sensual. Supongo que estarás acostumbrada a utilizarlo para salirte con la tuya. Por suerte, la sociedad de Carramer es realista y no espera que las mujeres se casen vírgenes.


-¿Cambiarían las cosas si ya estuviera casada?


-Claro que sí, pero mi equipo de seguridad me aseguró que no lo estabas.


-¿Para qué? ¿No dijiste que todo lo que puedo desear está aquí? -dijo Paula con una sinceridad que le sorprendió a ella misma. 


-Parece que lo dices en serio. De todas formas, no tendrás oportunidad porque te quedarás aquí hasta que nos casemos.


-¿Como una prisionera?


-No, como una invitada de honor. Podrían secuestrarte cuando se enteren de que eres mi prometida. Carramer es más seguro que otros lugares. Corren tiempos peligrosos.


Paula pensó que el mayor peligro lo tenía ante sí y que nada podría protegerla de ella misma. Se alegró de que no hubiera ido Carla, de que no se hubiera visto metida en aquel lío. Aunque Pedro la retuviera en el palacio hasta que los burros volaran, no podría obligarla a cumplir una promesa que ella no había hecho. Aquella idea debería de haberla alegrado, pero la entristeció. Se convenció de que Carla no debía acudir a Carramer. Era mejor que se casara con Ariel y luego se lo dijera a Pedro, cuando ya no pudiera hacer nada. Se imaginó el enfado cuando Pedro se enterara de todo. Ya de niño, siempre le había gustado ganar. «Esta vez, no debe ganar», se dijo. Ella tampoco saldría ganando, lo sabía, pero lo que no había previsto era el inmenso dolor que ello le producía. 

jueves, 14 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 8

 -Me perdí intentando llegar a la terraza para tomar el té contigo.


-La próxima vez haré que alguien te vaya a buscar -dijo en tono firme.


Aquel tono hizo que Paula se enfadara. Además de la tensión que suponía hacerse pasar por otra persona, tenía que luchar contra una atracción que no debía sentir.


-¿No sería más fácil que fuera dejando miguitas siempre que salga de mi habitación? -sugirió Paula.


-Más fácil, sí, pero se pondría todo perdido incluidas las alfombras persas y no me apetece.


-Creo que el pequeño Nicolás tiene hambre -dijo Paula viendo que el niño se metía el puño en la boca.


Pedro agarró al niño y se lo apoyó en el hombro con facilidad sin importarle que la camisa que llevaba se pudiera estropear.


-¿No creías que un príncipe pudiera estar familiarizado con los niños? -preguntó viendo que se había quedado con la boca abierta.


-Supongo que tendrás práctica besando a los niños de tus súbditos.


-No confundas a los príncipes con los políticos. No tenía mucha práctica, pero a base de jugar con los dos hijos de Gonzalo... Sí, tiene hambre -dijo viendo que el niño le mordía el cuello de la camisa-. Nadia, ¿Te importaría llevártelo dentro para que le den de comer?


-Por supuesto, Alteza. ¿Quiere que les traigan el té aquí?


-Sí, mejor aquí que en la terraza. Aquí hace más fresco. ¿Te parece bien o prefieres ir dentro? -le preguntó a Paula.


-Aquí fuera se está muy bien -contestó pensando que era mejor compartir con él el aire libre que una habitación en la que su aroma varonil le hiciera volverse loca.


-Parece que Nicolás está de acuerdo contigo.


-Es una monada. ¿Cuántos meses tiene? ¿Ocho?


-Nueve -contestó Pedro dándole el niño a Nadia. 


Paula se dió cuenta de que Pedro les seguía con la mirada mientras se alejaban. Sintió una punzada. ¿Habría algo entre él y Nadia? Se dijo que no debía dejarse influir por su fama de ligón, pero no podía quitárselo de la cabeza. Se sentaron en el balancín, en el que estaban muy cerca porque era pequeño. Cada vez que, con el vaivén, los pantalones de él le rozaban las piernas, ella sentía una pequeña descarga eléctrica. 


-¿Nadia es la madre de Nicolás?


-Es su niñera. La madre de Nicolás murió poco después de que él naciera.


-¿Y su padre?


-Nico es mi hijo -contestó Pedro tras una larga pausa.


Paula sintió que se le paraba el corazón y que se quedaba lívida. La fama de ligón le volvió a la cabeza. Sus fantasías con Pedro no incluían que tuviera un hijo de otra mujer. Aquello la confundió más de lo que podría haber imaginado. ¿Habría querido a su madre? ¿Si hubiera vivido se habría casado con ella? ¿Qué habría sucedido entonces con su compromiso? Se dijo que no era asunto suyo, pero le resultaba difícil no sentir curiosidad cuando hacía un minuto que había tenido en brazos la prueba de su amor. Nicolás no tenía la culpa de nada. Era un niño adorable, como todos los bebés. Cerró los ojos y recordó el calor del cuerpo del niño contra el suyo. Sintió un nudo en el estómago al recordar sus deditos sobre su pecho. Cuando Pedro había mandado que se lo llevaran, había experimentado una sorprendente sensación de pérdida. Dada la reputación de él, no debería sorprenderle que tuviera un hijo con otra mujer. Bueno, así se caería del pedestal donde ella le había colocado y donde no debía estar. Desde que lo había vuelto a ver, había temido que la situación se le fuera de las manos, pero Nicolás le había devuelto a la realidad, muy a su pesar. La proximidad de Pedro no le ayudaba en absoluto, pero no sabía si las piernas le sostendrían si se levantaba.


-¿Es hijo tuyo? Me parece que no lo entiendo.


-¿Qué es lo que no entiendes? ¿Su concepción? ¿Su nacimiento? - bromeó Pedro.


-No es eso -dijo poniéndose roja-. Sé perfectamente de dónde vienen los niños. Lo que me pregunto es cómo ha sucedido esto si estás prometido oficialmente a él... a mí.


-Un compromiso no quiere decir que haya amor de por medio.


¿Y con la madre de Nicolás si lo hubo? ¿La había querido tanto que prefería casarse con una extraña a la que le habían prometido de niño antes que correr el riesgo de enamorarse de nuevo? Aquel pensamiento dolía, pero tenía sentido. 

Juego De Gemelas: Capítulo 7

Tras una hora dando vueltas y más cansada que antes, se levantó, se dió una ducha en el baño de mármol y se puso uno de los conjuntos de Carla. Un body de licra negro, una falda blanca y negra con motivos polinesios y una camisa sin abrochar blanca y negra. Solo se puso un poco de crema hidratante con color, brillo en los labios y un poco de máscara en las pestañas. Por último, se cepilló el pelo y pensó que las ropas de Carla le daban más coraje para enfrentarse a Pedro que las suyas. La doncella le había dicho que el Príncipe estaría en la terraza para tomar el té y ella decidió unirse a él. Se perdió un par de veces y tuvo que preguntar al servicio del palacio. Vió unas cristaleras que daban fuera y salió. Se encontró en un maravilloso jardín con palmeras, plantas tropicales, helechos e higueras. Era un lugar muy tranquilo. Oyó el cantar de los pájaros y el olor de las orquídeas la embriagó. De repente, se dió cuenta de que era un jardín privado, tal vez de Pedro. No quería molestar, tal vez no debería estar allí, así que decidió irse. La idea de volverse a perder no le apetecía tampoco.


-¿Hay alguien aquí?


Nadie respondió. De repente, oyó un bebé. Fue hacia el lugar del que provenían los ruidos y vió a un niño jugando con unos cubos de colores en mitad del césped, dentro de un parquecito de madera.


-No creo que tú sepas llegar a la terraza, ¿Verdad?


-¿Le puedo ayudar, señorita Chaves?


No se había dado cuenta de que había una nativa muy guapa sentada en un balancín con una revista en el regazo.


-Hola, soy Nadia -dijo levantándose y tendiéndole la mano.


-Encantada, Nadia. ¿Cómo sabes como me llamo?


-Todo el personal fue informado de su llegada, señorita Chaves. ¿Necesita algo?


Paula pensó que tendría que acostumbrarse a aquello. Le explicó que se había perdido.


-Sí, es fácil perderse al principio por el palacio. Diré a alguien que venga a mostrarle el camino.


El bebé empezó a llamar su atención. No le gustaba que no le hicieran caso. Estaba mirando a Paula con unos enormes ojos negros. Gateó hacia ella y le tendió los brazos.


-Creo que tiene un nuevo amigo -dijo Nadia.


-¿Puedo?


Nadia asintió y Paula sacó al niño del parquecito de madera. Estaba muy acostumbrada a los niños por haber vivido en los poblados indígenas. Su hermana le decía que era como un imán con los críos y le había advertido que, cuando fueran los suyos, no podría tenerlos un ratito y luego devolverlos. A diferencia de su hermana, a ella no le parecía una carga la idea de tener hijos. Quería tenerlos.


-¿Cómo se llama tu hijo? -dijo mientras el niño reía.


-No es... -dijo Nadia frunciendo el ceño.


-Se llama Nicolás -dijo Pedro.


Su repentina aparición hizo que Paula se sorprendiera. Se sentía vulnerable con el niño en brazos mientras él la estudiaba lentamente. No se sentía cómoda ante la reacción de su propio cuerpo por su proximidad. No podía controlarlo. El aroma de su colonia se mezcló con el de las orquídeas. Aquello la perturbaba y se preguntó si Carla tendría razón. ¿Se arrepentía del engaño porque Pedro le parecía más guapo que nunca? 


Ver a Carla con el niño en brazos dejó a Pedro sorprendido. Parecía una virgen de Donatello. El pelo, no tan alborotado como antes, le enmarcaba la cara en cascadas. Sintió deseos de tocarlo para ver si era tan suave como parecía. Aquello le sorprendió. Tras leer la revista, creía que aquella mujer no le iba a gustar nada, pero la había hecho ir obedeciendo a su curiosidad y a su hermano. Sin embargo, no era la mujer egocentrista y dura de la que hablaba el artículo sino una criatura agradable y dulce. Estaba encantadora con el bebé en brazos. Aquello era un peligro. Aunque estuvieran prometidos, no tenía intención alguna de enamorarse de Carla... ni de nadie. Si se casaban, algo que de momento se le hacía raro pensar, sería con sus condiciones. De repente, sintió una especie de celos al ver que el pequeño Nicolás metía los deditos por la abertura que se abría entre los pechos de Carla.


-¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Pedro. 

Juego De Gemelas: Capítulo 6

Por suerte, la diferencia horaria entre Carramer y California era de solo dos horas y media, así que Paula pudo llamar a su gemela inmediatamente.


-Creí que no tendrías tiempo de llamar porque estarías muy ocupada - dijo sorprendida.


-Lo estoy, Pauli -dijo utilizando el diminutivo que habían acordado usar si algo no iba bien-. El vuelo fue perfecto y la bienvenida del Príncipe ha sido de lo más cálida y hospitalaria. Tengo una habitación suntuosa, más grande que la parte de abajo de casa.


-Bueno, ¿Y cuál es el problema, entonces? Pásatelo bien.


-¿No me has oído, Pauli?


-Sí, Carla, pero es muy pronto para que te arrepientas de casarte con el príncipe.


-Todo esto es un error. No me gusta mentir a Pedro -dijo Paula en voz baja.


En la habitación de al lado, había una doncella deshaciendo su equipaje, pero Paula no creía que estuviera escuchando.


-¿Se ha convertido en un ogro?


-Claro que no. Sigue siendo tan encantador como lo recordábamos. Incluso más -añadió en un tono de voz que hizo sospechar a su hermana.


-Supongo que lo que te da miedo es enamorarte de él si sigues con esto.


-Mis sentimientos no vienen a cuento ahora. Simplemente no soy buena actriz, no podré seguir con esto mucho tiempo -contestó Paula alegrándose de que su hermana no le viera la cara.


-Parece como si tu único problema fuera que te gusta más Pedro de lo que creías. ¿Dónde está el problema? -dijo Carla riéndose.


El problema era que no podía aspirar a tener nada con él mientras siguiera legalmente prometido con su hermana.


-Creo que deberías venir, como quedamos, y solucionar todo esto.


-Lo haré en cuanto Ariel y yo estemos oficialmente prometidos.  Creo que será pronto porque tengo que ir a Las Vegas a un desfile y Ariel ha pedido unos días de vacaciones para venir conmigo. Creo que quiere pedírmelo ya.


-¿Cuánto dura el desfile? -preguntó Paula con el corazón en un puño.


-Cuatro días, pero pensábamos quedarnos un poco más si Ariel tiene días. No me querrás fastidiar las vacaciones, ¿Verdad? Sabes que los dos las necesitamos.


-¿Cuándo piensas venir a Carramer? -preguntó controlando la ira.


-A lo mejor no tengo que ir si tú arreglas las cosas con ya sabes quién.


-¿Has tenido alguna vez intención de venir?


-Sí, por supuesto, pero ahora que tú estás allí y que parece que Pedro te ha aceptado, no creo que sea una buena idea que yo vaya a revolver las cosas.


-¿Y qué pasa con mi trabajo? -preguntó Paula pensando si su hermana no habría planeado aquello desde el principio-. Puedo estar un par de semanas fuera, pero no para siempre.


-Eso no sucederá. Si Pedro quiere llevarte al altar o algo parecido, no tienes más que contarle la verdad y así te mandará de vuelta tan rápido que no necesitarás ni avión -se rió Carla.


Eso era exactamente lo que Paula no quería que sucediera. Pensar en la reacción de Pedro cuando descubriera que le había engañado le hacía tener unos terribles remordimientos. Había aceptado mantener el engaño hasta que Eleanor estuviera prometida e iba a hacerlo. Esperaba que no fuera mucho tiempo.


-Llámame desde Las Vegas.


-De acuerdo. Tú serás la primera en saber que llevo el anillo de Ariel en el dedo -prometió Carla-. Deséame suerte.


Tras deseársela, a pesar de que era ella la que la necesitaba, colgó y se sintió más sola que en mucho tiempo. Decidió seguir el consejo de Pedro y descansar. La doncella había terminado de deshacer el equipaje y había preparado la cama. Se desvistió y se metió entre las maravillosas sábanas, pero no se podía dormir. Veía la cara de Pedro mientras le preguntaba qué hacía Paula. No pudo evitar pensar que parecía más interesado en Paula que en su supuesta prometida. 

Juego De Gemelas: Capítulo 5

 -Después de Australia, vivimos un tiempo en Vila, en Vanuatu, luego en un poblado cerca del río Sepik, en Papua Nueva Guinea y luego papá nos volvió a llevar a los Estados Unidos para que siguiéramos estudiando y decidimos instalarnos allí -dijo con un hilo de voz.


-Suena como si su estilo de vida ya hubiera sido toda una forma de educación.


-Mi padre quiso que siguiéramos estudiando por correspondencia estuviéramos donde estuviéramos, pero... -dejó la frase sin terminar.


-Ustedes hubiesen preferido un hogar y una vida más normal -sugirió Pedro con certeza.


-Me daban envidia los niños que nacían y crecían en el mismo lugar.


-Ellos sabían quiénes eran y tenían un hogar -contestó Paula.


-Ahora, tu hogar está aquí -apuntó Pedro con una decisión que le llegó a Paula al corazón. Por un momento, deseó... se lo quitó de la cabeza rápidamente. Era Carla la que debía de estar allí y lo que Paula deseara no tenía importancia.


-Pedro, tenemos que hablar de eso -dijo Paula desesperada.


-A su tiempo. Hemos llegado.


La limusina y las motos de escolta se pararon frente a un edificio que ella reconoció por la foto que Pedro le había enviado a Carla. Se encontraban junto a una puerta de columnas de mármol italiano que iba perfectamente con la piedra color coral de la que estaba hecho el palacio. Había buganvillas de vivos colores por todas partes, cítricos y palmeras, jardines, lagunas, fuentes y cascadas. Paula se sorprendió de la rapidez con la que los recuerdos acudieron a su mente. Paseó la mirada a su alrededor y vió la pista de tenis en la que todos habían jugado tantas veces, vió el camino que llevaba hasta el embarcadero donde seguro que todavía seguían amarrados un buen número de yates esperando a que alguien fuera a la Isla de los Ángeles, como habían hecho las dos familias tantas veces.


-Sentí lo de tus padres -dijo Paula.


-Fue todo un detalle por parte de tu padre enviar flores y llamar -dijo el Príncipe emocionado.


Ella le tocó la mano. Sus padres habían sido maravillosos y sintió mucho leer en una carta de Luciana que habían muerto en un ciclón que había asolado la isla hacía doce años. 


-Tu padre decía que éramos sus pequeñas princesas -dijo nostálgica.


-Él decía que Gonzalo debía casarse con una de ustedes y yo con la otra.


-¿Con cuál debía casarse Gonzalo?


-Contigo, por supuesto, porque eres la mayor. Él creía que yo debía casarme con la pequeña.


-¿Y tú qué pensabas? -preguntó Paula recordando que aquella había sido su fantasía desde niña.


-Creo que el destino tiene su forma de hacer las cosas -contestó diplomáticamente-. Siempre que había algún acto especial, Gonzalo estaba fuera estudiando. Cuando tu padre preparó la ceremonia de desposorio, también, así que no hubo oportunidad. Vamos dentro. Estarás cansada del viaje.


Aquello no contestaba a su pregunta. Paula se quedó sin saber a quién habría elegido Pedro si hubiera podido. Él tenía razón, no eran diferentes, se dijo irritada. En la limusina, ella se había dado cuenta de que su viejo amor por Pedro renacía. Ya de niña solo le había gustado él y siempre había querido ser correspondida. Con asombro, descubrió que de mujer seguía queriendo lo mismo, pero con más intensidad. Quería que la mirara y la abrazara. Solo pensarlo hizo que sintiera un escalofrío.


-¿Pasa algo, Carla? -preguntó Pedro preocupado.


-No, toda va bien, pero, sí, estoy un poco cansada -contestó sintiendo que su sueño se desvanecía al oír el nombre de su hermana.


Agradeció la excusa para poder estar sola en su habitación. Lo primero era llamar a Carla y decirle que aquello no iba a funcionar. ¿Cómo iba a convencer a Pedro, haciéndose pasar por Carla, de que no podía casarse con él si era lo que estaba empezando a temer que deseaba Paula? 

martes, 12 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 4

Aquello le cayó como un jarro de agua fría y la devolvió a la realidad. Por muy atractivo que le pareciera Pedro, estaba fuera de su alcance ya que estaba prometido con Carla. Si Paula tenía éxito en su misión para salvar a su hermana de semejante compromiso, a ella no le serviría de nada. Seguro que él no querría nada con ninguna de las dos después del engaño.


-¿Cómo están Gonzalo y Luciana? -preguntó para distraerse.


-Mi hermano es el mejor rey que ha tenido jamás Carramer. Está enamoradísimo de Candela, su mujer, que es australiana, con la que tiene una hija, Camila, hermana del heredero Joaquín, que tiene seis años.


Paula no pudo evitar sentir cierta envidia. Gonzalo siempre había sido el distante, el que tenía demasiadas obligaciones como heredero como para jugar con las gemelas. Era la última persona de quien ella esperaba oír que estaba muy enamorado.


-Me alegro por él -dijo sinceramente-. ¿Y tu hermana?


-Luciana está en París, en una conferencia internacional de cría de caballos. Creo que ella y Paula todavía se escriben -contestó pensando en su adorada hermana.


-Qué pena que no esté. Me apetecía verla.


-No te preocupes, se va de vacaciones a la Provenza, pero volverá dentro de un par de meses.


-Quería decir que esperaba verla antes -corrigió Paula. Pedro no sabía que ella no pretendía quedarse tanto tiempo, pero él creía que había ido para quedarse-. ¿Sigue viviendo en la capital?


-Sí, pero no en el palacio. Como Gonzalo está felizmente casado, Luciana dijo que el país no necesita dos primeras damas, así que se fue a vivir sola. Aun así, va mucho al palacio, más que yo.


-Supongo que tú estarás muy ocupado gobernando tus dos islas.


-Es una excusa como otra cualquiera para mantenerme alejado - contestó con un tono extraño.


Paula sabía que Pedro era el ligón de los hermanos, el playboy del que todo el mundo hablaba y no le debería haber sorprendido que a él no le gustara que su hermano intentara meterle en vereda, pero por alguna extraña razón le molestó. Parecía haber algo más.


-Cuéntamelo todo de Carla Chaves-instó Pedro. 


Por un momento, se quedó pálida temiendo que la hubiera descubierto, pero se dió cuenta de que el empleo de la tercera persona era una costumbre real.


-¿Qué quieres saber?


-Lo normal. ¿Dónde fuiste cuando te fuiste de Carramer? ¿Qué hiciste? ¿Cómo es que tu hermana terminó trabajando con flores y tú te hiciste modelo? Luciana me leía las cartas de Paula, así que sé algo, pero no todo.


No le gustaba tener que mentirle, así que decidió ser todo lo sincera que podía.


-Cuando nos fuimos de aquí, nos fuimos al norte de Australia, donde papá se dedicó a estudiar el arte y la cultura de los aborígenes. Creí que tendría clima tropical, como Carramer, pero la mitad del año había monzón y la otra mitad era árido y había polvo por todas partes. Era polvo rojo y bromeábamos diciendo que nos íbamos a convertir en pieles rojas.


-Y se convirtieron en mujeres hermosas -dijo sacando un ejemplar del World Style en el que salía Carla.


Una de las páginas, en las que salían las dos gemelas en casa de su abuela en California, estaba doblada. Le contó que habían heredado la casa.


-Yo tengo allí mi base como modelo y Paula tiene allí su negocio de flores.


-Seguís siendo iguales, aunque Paula lleva el pelo diferente - comentó Pedro mirando la fotografía y luego a ella.


Paula pensó que, si hubiera sido Carla, se habría sentido molesta por las continuas referencias a su gemela, pero a ella le pareció confuso.


-A Paula siempre le gustaron las cosas más sencillas.


-Yo diría más bien que es natural, no sencilla -contestó acariciando la foto.


-Seguro que Paula diría lo mismo -contestó sinceramente.


Habiendo pasado su infancia en contacto con la naturaleza y con pueblos sencillos, valoraba más a la gente que a los bienes materiales. Miró hacia otro lado para que él no se diera cuenta de lo mucho que aquel comentario le había emocionado. El sentirse comprendida era conmovedor, pero peligroso. Él debía comprender a Carla, no a Paula. 

Juego De Gemelas: Capítulo 3

 -Creí que estarías acostumbrada por tu trabajo.


-Todavía no soy una top model -dijo recordando que se suponía que era una famosa modelo. 


Se rió e intentó recordar si Carla había volado alguna vez en primera. Creía que no.


-No creo que tardes mucho en convertirte en una de ellas, a decir por la foto de la portada de World Style.


-Veo que me has estado siguiendo la pista -dijo Paula molesta.


-¿Te sorprende?


Paula se había preguntado cómo saldría el tema.


-¿Te refieres a que lo has hecho porque estamos prometidos? Pedro, tenemos que hablar de eso.


-Prefiero que nos volvamos a conocer antes de hablar de nuestro desposorio -dijo Pedro.


Sus esperanzas de arreglar aquello cuanto antes y volver a Estados Unidos se desvanecieron, pero una parte de ella se reafirmó en su decisión. Cuanto más tiempo se quedara, más posibilidades de que descubriera el engaño. Aquello no impidió que se sintiera feliz por poder pasar más tiempo a su lado.


-¿Qué tal está tu hermana?


-Muy bien. Tiene un negocio de diseño floral y se dedica a hacer arreglos para bodas y eventos sociales.


-Veo que ella también ha triunfado profesionalmente -asintió como si ya lo supiera.


-A ella le encanta lo que hace y sus clientes dicen que se nota.


-A Paula siempre le encantaron las flores.


-¿Recuerdas cuando se dedicaba a agarrar flores de los jardines del palacio para hacer ramos y guirnaldas? -preguntó diciéndose a sí misma que aquella nota de nostalgia que le había parecido discernir en su voz no era más que su imaginación.


-Sí, descalza y llena de flores. Era como una ninfa de los bosques. Seguro que le va muy bien.


-En casi todo, sí -contestó Paula con sinceridad.


-¿Solo en casi todo? -preguntó el príncipe acercándose a ella.


-En el amor, no ha tenido tanta suerte -contestó Paula viendo que aquello le interesaba-. Hace poco, un hombre la decepcionó profundamente.


-¿Cómo?


-Lo encontró con otra mujer.


-Pobre Paula. ¿Lo pasó muy mal?


-Sí, pero yo... yo le dije que no merecía la pena -contestó Paula pensando que era mejor cambiar de tema. 


Le gustaba que hubiera preguntado por ella, pero seguro que solo había sido por educación. Bajó la ventana para dejar entrar el aire. Reconoció el paisaje. No quedaba mucho para llegar al palacio de Pedro. Agradeció que las cartas de Luciana, la hermana de él, la hubieran mantenido al tanto de todo. El olor del jengibre y las orquídeas salvajes le trajeron recuerdos de cuando eran niños.


-Nunca pensé que cuando volviera a la Isla de los Ángeles, tú serías gobernador de la provincia.


-Sí, también de Nuee. Me encargo de la administración de las dos. ¿Qué creías que haría? -preguntó divertido.


-Supongo que te imaginaba buceando por los arrecifes de coral, buscando nuevas especies marinas o intentando comunicarte con los delfines -contestó pensando en que aquello era lo que le gustaba cuando era niño.


-Sigo haciendo todo eso, pero la biología marina es solo una actividad de ocio. Como mi hermano. Gonzalo se empeña en recordarme, como miembro de la familia real, tengo mis obligaciones -rió.


Paula pensó que no hacía falta que nadie le recordara nada. Ya de niño sabía perfectamente quién era y lo que ello significaba, aunque nunca alardeó de ello.


-Todavía me cuesta pensar que eres el heredero del trono -confesó Paula-. ¿He metido la pata llamándote Pedro en lugar de Su alteza real?


-Cuando éramos niños, nunca hubo ese protocolo entre nosotros - contestó moviendo la cabeza-. No quiero que lo haya ahora. De todas formas, no creo que las formas de cortesía sean lo más apropiado entre nosotros, dadas las circunstancias. 

Juego De Gemelas: Capítulo 2

Ariel le ofrecía una vida fácil y cómoda, con el mismo dinero y más adoración. Lo único que debía hacer ella era estar siempre guapa y adorarlo también. Paula sabía que aquello no le satisfaría. Tal vez fuera la influencia de su padre, pero ella quería hacerse un hueco propio en el mundo. El había utilizado el dinero que había heredado para viajar y conocer otras culturas, estudiando sus tradiciones para el futuro. Aunque no compartía con él su amor por el pasado, sí había heredado la idea de que había que esforzarse para conseguir lo que uno quería. Todo lo que merecía la pena tenía un precio. El precio que ella debía pagar por aquel engaño le quedó claro cuando llegó a la limusina. Un chófer uniformado le abrió la puerta y el príncipe Pedro salió del asiento trasero.


-Bienvenida a Carramer, Carla -le dijo tendiéndole la mano.


Cuando sus manos se rozaron, Paula sintió un escalofrío. La fotografía que había enviado le hacía justicia. Aquel niño con el que ella solía jugar en el palacio de Solano era un hombre hecho y derecho. Tenía un toque travieso en los ojos y un mechón de pelo sobre la frente. Con los años, el pelo se le había oscurecido y tenía las sienes prematuramente plateadas, lo que lo hacía muy interesante. Medía alrededor de un metro ochenta y tenía un cuerpo musculoso. Llevaba unos pantalones impecables y una camisa blanca, con un cinturón de cocodrilo. Sintió enrojecer y se obligó a mirarle a la cara. Tenía los rasgos de la dinastía Alfonso, además de una mandíbula prominente, que a ella le recordó que de niño era un testarudo. No parecía haber cambiado en ese aspecto.


-Hola, Pedro. Cuánto tiempo -contestó haciendo un esfuerzo.


-Demasiado -dijo el Príncipe poniéndole las manos sobre los hombros y dándole un beso en la mejilla. 


No había sido un beso romántico en el estricto sentido de la palabra, pero se sintió mareada y ño era por el calor. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el decoro y no echarle los brazos al cuello. Cuando se volvieron a mirar, vió que él también parecía mareado, como si el beso le hubiera afectado demasiado. Por un momento, temió que él se hubiera dado cuenta de todo, pero desterró aquel pensamiento. Seguramente solo sería la sorpresa de encontrarse con que la niña que él recordaba se había convertido en una mujer. A ella le debía de estar pasando lo mismo porque sentía un calor interno inexplicable y se le había acelerado el pulso.


-Me alegro de volver a verte -dijo él con voz profunda.


Paula sintió un escalofrío por la espalda. Él se refería a Carla. Sabía que no iba a ser fácil, pero no se había imaginado que resurgiría con tanta fuerza el amor que sentía por Pedro de pequeña. Debería sentirse agradecida de que no se diera cuenta de que era, en realidad, su gemela, pero se sentía molesta. En el poco tiempo del que habían dispuesto tras recibir la carta, Carla le había enseñado a andar, a hablar y a comportarse como ella, pero ella era y sentía como Paula Chaves y una parte de ella deseó que aquella bienvenida del Príncipe fuera para ella. «En sueños», pensó, sabiendo que eso solo ocurría en el mundo de la fantasía. Pedro la ayudó a subir al coche mientras ella pensaba que debería tener cuidado para no confundir la realidad con la fantasía. El coche se puso en marcha. El ruido de las motos de la escolta le dio la oportunidad de poner un poco de distancia entre ellos. Lo agradeció. No era solo el físico Pedro lo que le imponía sino también su actitud protectora. No estaba acostumbrada a sentirse frágil. Las dos hermanas se habían cuidado solas porque Miguel Chaves estaba entregado a la antropología. Semejante aura de protección le resultaba extraña. Tal vez por eso ella se sentía más cómoda con hombres en los que no se podía confiar, como Rafael Davenport. Ella había creído estar enamorada de él hasta que, a la primera de cambio, la había engañado con otra. Le creyó cuando le dijo que apreciaba lo que tenía, pero al cabo de un tiempo se dió cuenta de que aquel hombre necesitaba más de una mujer en su vida. Y, de repente, él, un hombre que había esperado más de quince años a una mujer. Aquello tenía a Paula anonadada. Teniendo a Pedro al lado era difícil siquiera recordar la cara de Rafael. Aquel hombre le había hecho mucho daño, pero habían bastado unos pocos minutos con el Príncipe para que no existiera ningún otro hombre. ¿Qué le estaba ocurriendo?


-¿Qué tal el vuelo? -preguntó Pedro devolviéndola a la realidad.


-Muy bien. Mi bautismo en primera clase ha sido todo un éxito - contestó sin pensar.