-Quizá sí sea un poco cierto. A veces, me comporto como si fuera tu madre y no debería ser así. Intentaré no volver a hacerlo.
-Yo intentaré comportarme como una adulta para que no tengas que hacerlo. Nos vendrá bien a las dos.
-Sí, bueno, ¿Y qué hacemos con el compromiso con el príncipe? - retomó Paula.
-Solo hay una solución. Sacarte de Carramer.
-¿Qué se te ocurre?
-¿No puedes montarte en un avión y volver a casa?
-No, el príncipe hace que me vigilen. No me lo ha dicho, pero estoy segura de que tienen órdenes de no dejar que me vaya.
-Paula Chaves no está prometida con él. Si le dices quién eres, no tendrá excusa para no dejarte marchar -concluyó Carla. Se dió cuenta de que su hermana vacilaba-. Te gusta, ¿Verdad? Por eso no quieres confesarle la verdad.
-Confesar no impediría que Pedro hiciera cumplir el compromiso.
-Tendría que secuestrarme para hacer que dejara a Ariel. No llegaría a eso, ¿Verdad?
-Espero que no. Está acostumbrado a que todo el mundo le obedezca, pero no creo que pudiera saltarse las leyes internacionales.
-No me apetece descubrirlo, así que decirle la verdad no es la solución. Es mejor que siga creyendo que tú eres yo. Tienes que irte de ahí. Si no puedes hacerlo como cualquier otra persona, lo harás de otra manera. He recibido una postal de aquel matrimonio de Australia, ¿Te acuerdas? El doctor Sloane y su mujer, Mónica.
-Sí, los biólogos americanos, pero ¿Qué tienen que ver en todo esto?
-En la postal decían que seguían viviendo en su barco.
-¿El Sargasso? -Paula recordó el viaje que habían realizado con ellos y su padre de Darwin a Cabo York. Había sido maravilloso.
-Exacto. ¿Sabes qué? El Sargasso está fondeado en su observatorio de la Isla de los Ángeles, a un kilómetro de donde tú estás. Estoy segura de que, si se lo pides, los Sloane te llevarán con ellos.
-No quiero que tengan problemas. Estarán aquí con permiso de Pedro.
-Mónica decía que van a dejar de navegar. No piensan volver a Carramer. Se van a quedar trabajando en su centro de investigación de Florida.
-Aun así, no quiero que nadie tenga problemas por mi culpa.
-Admite que no quieres alejarte de Pedro -apuntó Carla con un suspiro de exasperación-. ¿Por qué no te prometería papá a tí en vez de a mí? Así no habría ningún problema.
-Creo que sigue enamorado de la madre de su hijo -concluyó Paula tras contarle la idea de matrimonio que tenía Pedro.
-¿Tiene un hijo?
-Tiene un bebé de nueve meses que se llama Nicolás y es adorable. Su madre murió poco después del parto. Pedro lo está criando solo. Creo que se montó un pequeño revuelo en el país cuando admitió que era suyo, pero no le importó. Me parece que una parte de su corazón murió con aquella mujer.
-Quizás eso explique por qué tiene tanto interés en retenerte. Es perfecto. Una esposa, como manda el protocolo, y una madre para su hijo que no pida nada a cambio.
-Así dicho, suena inhumano.
-¿Me quieres decir qué saca la mujer que se case con él?
-Lo que tú dijiste en una entrevista que pretendías sacar del matrimonio.
-¿Me estás diciendo que yo le dí la idea a Pedro?
-Sí. Como leyó que eso era lo que tú querías, pensó que le venías a las mil maravillas. Por eso, no entiende que yo, es decir tú, no esté de acuerdo.
-Pues es muy fácil. Cuando hice aquellas declaraciones no conocía a Ariel. No sabía lo que era querer a alguien con el corazón. Si Ariel no tuviera un céntimo, me daría igual, seguiría queriendo compartir mi vida con él.
-Parece ser que los Sloane van a ser la única salida.
-Tienes que pedirles que te lleven con ellos.
-Sí, en cuanto encuentre la forma de ponerme en contacto con ellos sin que Pedro sospeche nada.
Tras pasar una mala noche, Paula se encontró con que Pedro había tenido que ir a toda prisa a atender un acto oficial, así que no pudo hablar con él. Recordó la conversación con su hermana y deseó que alguien la quisiera como Ariel quería a Carla. ¿Pedro? No. Se enfadó consigo misma por pensarlo. No podía ser. Él quería esposa e hijos, pero no ataduras. Pensó que debía de haber querido mucho a la madre de Nicolás para pensar así sobre el matrimonio. Engañarle solo iba a servir para afianzarle en sus convicciones. Se alegró de tener clase con Isabel. Así podría distraerse.