jueves, 15 de octubre de 2020

Promesa: Capítulo 4

 Paula volvió entonces a la cocina. No se había vestido; sencillamente llevaba una camiseta gris encima del pijama. Él estaba acostumbrado a que las mujeres hicieran más esfuerzos para impresionarlo pero, por alguna razón, le gustó que ella no se hubiera molestado. Le gustaba que, en alguna parte, bajo las capas de dolor y rabia, siguieran siendo Pedro y Paula, cómodos el uno con el otro. Sus ojos eran castaños, del color del chocolate derretido. Una vez le habían parecido los ojos más tiernos del mundo, pero ahora había sombras en ellos. Sombras de pena, de traición, de madurez. Pero todo eso la hacía más expresiva, como las sombras que le dan profundidad a un cuadro. Su pelo era dos tonos más claro que sus ojos. Y así, corto, sin estar sujeto en un moño, parecía más claro aún. Era como si antes hubiera llevado una máscara que escondía a la verdadera Paula Chaves.


–Bueno, dilo. Sé que lo estás pensando.


–En fin, el barrio no es precisamente recomendable.


–Ya.


–Y la casa… tendrás que reformarla. Es demasiado trabajo para una sola persona, ¿No?


–Eso es cosa mía, Pedro.


–¿Por qué vendiste la casa de Riverdale?


–Porque nunca fue mía. Era de Antonio y su obsesión por el status social estaba en todos los ladrillos. Yo odiaba esa casa. Especialmente después de reformarla. Una pared de cristal de quince metros es algo monstruoso. Además, era demasiado grande para mí sola.


A Pedro tampoco le había gustado mucho la casa después de los trabajos de reforma. Había perdido su encanto original para convertirse en algo pretencioso. Siempre había pensado que Antonio era el responsable por los problemas que tenía con su mujer. Pero empezaba a darse cuenta de que eran dos personas muy diferentes, con distintos valores. Paula era una persona más sencilla, incómoda con las aspiraciones de Antonio, con su ambición y su definición del éxito en términos estrictamente monetarios. Él no quería explorar las complicaciones de esa relación, pero siempre había sabido que Paula era demasiado compleja y profunda para su amigo. Demasiado buena para él. Y no quería estar allí, en su casa, pensando esas cosas.


–Buen café –murmuró, para concentrarse–. ¿De qué marca es?


–Lo mezclo yo misma… con granos diferentes. Café colombiano con brasileño… café de Uganda –contestó ella, con una ceja levantada. No pensaba dejarse engañar, estaba claro.


–¿Por qué no pusiste la casa en venta a través de la agencia? Es tu empresa… la mitad es tuya.


–Me parece que ya he creado suficientes rumores y especulaciones en Chaves- Alfonso. No quiero que ni una sola cosa más de mi vida se convierta en objeto de conversación mientras los empleados toman café por la mañana.


Pedro habría querido negar eso, pero no podía hacerlo porque era verdad. Todos los agentes inmobiliarios, secretarias y administrativos especularon sobre el escándalo que había rodeado la muerte de Antonio. Todos habían mirado a Paula con algo más que compasión en las raras ocasiones en las que los negocios la habían obligado a pasar por la oficina. No sabía cómo había logrado superar el funeral con tanta dignidad. Pero sí sabía que él no merecía que lo perdonase por la parte que le correspondía en el escándalo. No lo merecía porque aún guardaba uno de los secretos de Antonio. Y se sentía culpable por ello. «Haz lo que has venido a hacer y márchate», se dijo a sí mismo. Pero en lugar de eso se quedó mirando los diablillos en el pantalón del pijama, deseando saber más sobre la Paula Chaves que se pondría un pijama como aquél.


–Has dicho antes que tenías un problema –le recordó ella.


Pedro intentó pensar en un problema, pero no se le ocurría ninguno… Además de sus ojos color chocolate. Afortunadamente, tenía un plan. Por eso los hombres hacían planes, para momentos como aquél. Sabía que no podía ofrecerle un trabajo porque eso habría sido increíblemente condescendiente. Al fin y al cabo, ella era la propietaria del cincuenta por ciento de Chaves- Alfonso. ¿Qué podía ofrecerle, que fuera la vicepresidenta?


1 comentario: