-Me lo dijiste anoche, mientras me quedaba dormido. Ah, por cierto, roncas.
-¡Yo no ronco!
¿La había oído murmurar un «te quiero»? Qué horror. No, qué bien. Paula recuperó las fuerzas enseguida y se levantó de un salto.
-¿Quieres decirme algo?
-No ronco, ¿Verdad?
-No -sonrió Pedro-. Duermes como un ángel.
Y era verdad. Había dormido mejor que en toda su vida. Aparte de los momentos en los que Pedro la había despertado para besarla y hacerle el amor, en varias posturas, había dormido y dormido y dormido. ¿El sonido de las olas? ¿Quién necesitaba el sonido de las olas cuando podía dormir con Pedro Alfonso? Y sentirse tan protegida, tan segura, tan amada. Paula lo miró a los ojos.
-Te quiero, Pedro Alfonso. Adoro tu sonrisa, tu corazón, tu bondad y tu buen gusto en materia de arte. Y en mujeres. Especialmente, tu buen gusto en mujeres. Tú eres el sueño de mi vida. Un sueño que pensé que nunca se haría realidad.
-¿Puedo besarte ahora? -preguntó él, tomándola por la cintura.
-Puedes.
Y lo hizo. Como si tuviera prisa. Como si temiera perderla.
-Quizá ahora te gustaría enseñarme el resto de la casa -dijo con voz ronca unos minutos después.
-No, de eso nada. Después de ver la tuya y comprobar que eres un arquitecto fantástico te daría un ataque si vieras el estado de mi dormitorio.
-¿Por qué no me lo enseñas de todas formas? -sugirió él-. Prometo no decir nada sobre el papel pintado.
Una hora después, Pedro le llevaba un café a la cama. Cuando se sentó en el borde, su peso hizo que Paula rodase hacia él... pero no le importó en absoluto.
-Su café, señora.
Paula se sentó sobre la cama y tomó un sorbito.
-Qué rico.
-¿Piensas quedarte en la cama todo el día o vamos a bajar a la playacomo me prometiste?
-¡La playa! -exclamó Paula, poniendo la taza en sus manos para vestirse-. Se me había olvidado la playa por completo. ¿A qué estamos esperando?
-Ah, claro -sonrió Pedro-. Ya veo qué lugar ocupo en tu vida. Primero el café, luego la playa...
-¡Smiley! -gritó Paula.
-Luego el perro...
-Vamos a dar un paseo por mi playa -rió ella, emocionada.
Pedro miró el trozo de papel pintado que había en el suelo.
-A menos que quieras olvidarte de esta casa y mudarte a la mía.
Paula, que estaba poniéndose los vaqueros a toda prisa, se detuvo.
-No podemos vender Belvedere. La tirarían abajo, seguro.
La mirada de Pedro decía que incluso él, el gran arquitecto, parecía pensar que eso sería lo mejor. Pero entonces Paula hizo un puchero.
-Muy bien, muy bien -dijo Pedro, suspirando dramáticamente-. Podemos vivir aquí y mantener mi casa para los fines de semana. Estoy seguro de que tendré trabajo suficiente en Belvedere como para no poder meterme en ningún otro lío.
¿Vivir allí? ¿Tom quería vivir allí? ¿Con ella, con Smiley, con el olor a pintura y a aguarrás? Paula se echó en sus brazos, tirándolo sobre la cama. No había nada más que decir.
Otra hora después, caminaban por el jardín, sin maleza pero con el suelo cubierto de raíces.
-Me encanta lo que has hecho con este sitio -suspiró Paula.
Era asombroso. Antes sólo había ramas y ramas, pero ahora podían ver el cielo. Juntos, caminaron sobre las rocas lisas que alguien había instalado años atrás, Pedro apretando su mano. Se detenía de vez en cuando para tomarla por la cintura... como para comprobar que no resbalaba, aunque Paula estaba segura de que aprovechaba para meterle mano. Se lo dijo y Pedro se limitó a levantar las manos un poquito más. Y a ella no le importó en absoluto. Cuando llegaron al borde de la pendiente que daba a su playa, que debía medir unos cinco metros de ancho y quizá quince de largo, Maggie se sintió... fabulosa. Mejor de lo que había imaginado que se sentiría nunca. Aunque sabía que esa sensación era debida al hombre que estaba a su lado.
-Tú primero -dijo él.
-Juntos -insistió Paula-. A la de tres. Una, dos...
Pero, además de no saber usar una sierra mecánica, Smiley no sabía contar. De modo que pasó corriendo a su lado con la destreza de una cabra montes y se lanzó por la suave pendiente hacia la playa, dejando sus huellas caninas en la blanca arena. Pedro y Paula soltaron una carcajada.
-Y nosotros pensando hacer una gran inauguración.
-La historia de mi vida -suspiró ella-. No esperes nunca que algo salga como lo habías planeado.
-Ah, eso -rió Pedro, tomándola en brazos-. Pues yo creo que deberías hacer planes de quedarte aquí... para siempre.
-Para siempre -repitió Paula.
Y, por primera vez en su vida, podía ver «para siempre» delante de ella. Años y años comiendo pescado frito en el Sorrento Sea Captain y caminando por la playa de la mano de Pedro Alfonso. Y eso la hizo sonreír, con una sonrisa tan amplia que casi le dolían las mejillas.
-Sólo si tú te quedas también.
Mientras la dejaba sobre la arena, Pedro le prometió:
-Cuenta con ello.
FIN
Que lindo final!!
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