–¿Cómo?
–Cuando dos personas se quieren son capaces de cualquier cosa, cariño.
–Pero yo no puedo… yo vivo en la carretera, yendo de un sitio a otro todo el tiempo. Si no lo hago, no podré pagar la casa. Y tú te mereces tener tu propia casa…
–Yo siempre he tenido una casa, hija. Donde tú estés, es mi casa. Lo que a tí te haga feliz, a mí me hace feliz. Y si crees que yo seré feliz por tener una casita mientras tú lo pasas fatal yendo de un pueblo a otro, estás más que equivocada. Tienes que hacer lo que te dicte el corazón, ¿Me oyes? Yo nunca lamenté haber seguido a tu abuelo. Ni un solo día de mi vida. Podemos alquilar en lugar de comprar, yo qué sé, ya se nos ocurrirá algo. O tú podrías ponerte a estudiar, conseguir el título de comadrona de una vez por todas…
–Pedro dice que puedo hacer todo lo que me proponga.
–¿Lo ves? Ya me gusta ese hombre –sonrió Rosa–. Claro que yo llevo años diciéndote lo mismo.
–Sí, es verdad. Cuando estoy con él me siento… no sé, más guapa, más lista, más valiente. Pedro me hace creer que puedo conseguir todo lo que quiera. Y tiene una niña de tres años que es para comérsela. Se llama Camila.
–¿Una niña pequeña? Qué bien.
Paula suspiró.
–Pero todavía no es momento para cambiar de planes. Pedro no me ha dicho lo que siente por mí. Y puede que no me acepte en su mundo.
–Ya me has contado lo complicado que es Blossom. Pero si te deja escapar, no es el hombre que crees.
Paula asintió, con los ojos llenos de lágrimas. Por eso había hecho un viaje de doscientos kilómetros, para encontrar el apoyo incondicional de su abuela.
–No cambies nunca –murmuró, abrazándola.
–No tenía intención de hacerlo.
–Voy a hacer una oferta por la casa. Aunque las cosas no funcionaran entre Pedro y yo, tú vas a conseguir tu hogar en Blossom. Te lo juro, abuela.
Paula volvió a Blossom mucho más alegre de lo que se había ido. Su abuela la había ayudado a entender lo que le pasaba. Recordarle el grado de confianza que supuso seguir a su abuelo por todo el país, sólo por amor, yque no lo hubiera lamentado nunca, la había ayudado mucho. Ella quería ser parte de aquel pueblo que, el primer día, le había parecido gris, aciago. Ahora no le parecía así, todo lo contrario. Porque en aquel pueblo estaba su alma gemela, el hombre de su vida. Y una niña que le había robado el corazón. De modo que iba a hacerle caso a su abuela: iba a agarrarse con las dos manos a la oportunidad de vivir el amor de verdad. Y sabía cómo hacerlo, además.