martes, 5 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 17

Paula entró en el salón y se encontró a Pedro tumbado en el sofá con las piernas estiradas y las manos bajo la nuca. Se había quitado la chaqueta y la corbata y aflojado los dos primeros botones de la camisa. Para ella, su insolente masculinidad dominaba el pequeño salón, tan femenino en su decoración.

—Ya veo que te has puesto cómodo —dijo ella sucintamente mientras se sentaba en el sillón, lejos de él. Parecía haberse acomodado para pasar la noche, y se puso en alerta cuando él le dedicó una de sus devastadoras sonrisas.

—Aquí tienes el café —dijo él mientras señalaba la bandeja sobre la mesita—. También he preparado unos sándwiches. Me fijé en que no comiste demasiado en el restaurante.

—No me digas que me estabas espiando. Sé cuidar de mí misma, ¿Sabes?

—Sí, ya me dí cuenta.

El comentario hizo que ella se sonrojara. Ansiosa por evitar su mirada, levantó la servilleta y descubrió unos sándwiches en un plato. Hasta se había molestado en quitarle la corteza al pan. Ella estaba tan habituada a valerse por sí misma que ese simple gesto hizo que se emocionara. Mordió el sándwich, ya que era cierto que apenas había tocado la cena y, para su sorpresa, tenía hambre.

—No podré con todos —murmuró al ver que él se limitaba a mirarla.

—Ven a mi lado, te ayudaré con ellos —contestó él mientras daba una palmada sobre el hueco vacío del sofá. Parecía una grosería negarse, y ella se sentó junto a él con el cuerpo en tensión.

—No sabía que fueras tan casero —dijo ella mientras atacaba un segundo sándwich.

—No tengo problema con las cosas mundanas —él se encogió de hombros—. Al igual que tú, valoro mi independencia y en casa tengo el mínimo de empleados — luego hizo una pausa y prosiguió—: Mi esposa creía firmemente en la igualdad entre los sexos y desde el día de la boda dejó claro que no sería la típica esposa griega.

Paula sentía zumbarle los oídos. La habitación pareció ladearse peligrosamente y ella respiró hondo. No podía desmayarse. Sería muy… patético.

—No sabía que tuvieras una esposa —dijo al fin.

Se sentía enferma y desbordada por las emociones. Sobre todo por la ira. Si estaba casado, ¿Qué hacía en su piso y por qué la había besado? ¿Tan irresistible se creía que pensaba que ella accedería a convertirse en su amante?

—Murió hace ocho años —dijo sin rastro de emoción, mientras Paula lo miraba fijamente.

—Lo siento. No lo sabía —murmuró ella mientras distintas emociones se reflejaban en su rostro: impresión, confusión, simpatía y un toque de alivio—. ¿Fue un accidente o una enfermedad?

—Una trágica mezcla de ambas cosas. Mariana padecía asma, pero lo tenía controlado, o eso pensábamos. Días antes de su muerte, nada hacía presagiar que su estado había empeorado. Cuando me marché de viaje estaba como siempre —explicó Pedro—. Era artista, y parece ser que mientras estaba encerrada en su estudio sufrió un ataque especialmente violento y no pudo alcanzar su inhalador a tiempo. Cuando la asistenta la encontró, ya estaba muerta.

—¡Dios mío, qué horror! Debes de echarla de menos —susurró Paula.

—Fue hace mucho tiempo —dijo él en voz baja—. La vida sigue… tiene que hacerlo. Pero me llevó tiempo aceptar la crueldad de su repentina muerte —dudó un instante antes de continuar—: Puede que su inesperada pérdida sea el motivo por el que nunca desperdicio una ocasión para vivir —murmuró mientras la miraba fijamente con unos ojos tan oscuros que ella sintió que se ahogaba en sus profundidades.

—Lo siento mucho —repitió ella. Las palabras parecían insuficientes y, abrumada por la emoción, apoyó una mano en el brazo de él para consolarlo.

—No lo sientas —Pedro le acarició la mejilla y la obligó a mirarlo—. Tienes un corazón tremendamente compasivo, pedhaki mou.

Ella dió un respingo como si acabara de abofetearla.

—¿Qué esperabas? ¿Creías que me comportaría como la caprichosa y altiva supermodelo de la que habla la prensa? —preguntó secamente—. ¿La princesa de hielo con su recua de amantes? ¿Por eso has venido, Pedro? ¿Supusiste que estaría dispuesta a mantener una relación sexual sin compromiso ni sentimientos?

Ella no podía ocultar el dolor en su tono de voz. Pedro se había ganado una fama de playboy con predilección por las rubias jovencitas, y ella no era más que una de las muchas que habían llamado su atención. Pero no cabía duda de que había amado a su esposa. Lo había percibido en su mirada y su voz al pronunciar su nombre. Era ridículo sentirse traicionada, y eso la ponía furiosa. Y era casi obsceno sentir celos de una joven griega que se había ganado el corazón de él y cuya vida había terminado tan pronto.

—Si sólo hubiese querido sexo, podría haber elegido entre varias opciones — rugió él con la mandíbula tensa por sus intentos de conservar la calma.

No dijo nada más sobre esas opciones que le habrían resultado más sencillas que perseguir a una mujer empeñada en rechazarlo. Para ser sincero, había pensado que, con un mínimo esfuerzo por su parte, Paula sucumbiría a la innegable atracción que había entre ellos. Era culpable de haberse creído todo el chismorreo que la prensa publicaba sobre ella y sus romances, y era lo bastante sincero como para admitir que, al principio, lo único que deseaba era llevársela a la cama. Bueno, eso seguía deseándolo. Su deseo por Paula se empezaba a convertir en una obsesión. Nada le gustaría más que desatar su albornoz para descubrir con sus manos y su boca esas curvas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario