martes, 12 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 26

—Volví a Grecia con la intención de olvidarme de tí —admitió él.

—Pues por la forma en que sobabas a Brenda Mendoza esta noche, parece que lo has logrado.

—Sin ánimo de ofender a la señorita Mendoza, era ella la que me sobaba a mí. No me interesa ni ella ni ninguna otra mujer. He sido incapaz de olvidarte, Paula, y sospecho que lo mismo te ha ocurrido a tí conmigo.

—¿Nadie te ha dicho nunca que los engreídos no resultan atractivos? —dijo sarcásticamente mientras intentaba ocultar el efecto de sus palabras sobre ella—. ¿Qué te hace pensar que me he pasado las dos últimas semanas penando por tí?

—Esto —dijo, y sin más depositó sobre su boca un beso devastadoramente posesivo que la tendría que haber espantado, pero que en cambio consiguió derribar sus frágiles defensas hasta que no pudo hacer nada salvo dejar que él continuara con el asalto a sus sentidos.

Su lengua se abrió camino entre los labios de ella mientras, con una mano, sujetó su nuca para obligarla a ladear la cabeza y así poder acariciarla de manera descaradamente erótica. Con la otra mano, recorrió su cuerpo, desde la cintura hasta su trasero. Paula dió un respingo cuando él la atrajo hacia sí. La inconfundible erección que presionaba contra su estómago era algo nuevo y excitante. Era la primera vez que ella era consciente del poder de su feminidad. No había duda alguna de que Pedro la deseaba con un ansia que debía haberla aterrado, pero que, en cambio, le hizo sentirse en la gloria. Parte de ella no quería que ese beso terminara jamás, pero cuando él la miró con aire triunfal, la realidad irrumpió con furia.

—¿Cómo te atreves? —gritó mientras se sonrojaba al darse cuenta de que habían atraído la mirada de numerosos curiosos—. Quítame las manos de encima ahora mismo o llamaré a seguridad.

—Será mejor ahorrarnos tan bochornosa escena —dijo él sin alterarse—. Tengo el coche en la puerta.

—Entonces te aconsejo que te metas en él. Yo tengo mi propio chófer, gracias.

—Ya no. Le dije que no necesitarías sus servicios esta noche.

—¡Te has pasado!

Pedro se dirigía hacia la puerta y Paula lo siguió todo lo deprisa que le permitían sus altísimos tacones de aguja.

—No hace falta que corras. Te prometo que no me iré sin tí, pedhaki mou —se burló cuando ella tropezó en las escaleras. Antes de que ella pudiera contestar, él la rodeó con un brazo y la guió hasta su limusina.

—Esto es ridículo. No puedes secuestrarme sin más. Te exijo que me lleves directamente a mi hotel —dijo en voz lo bastante alta como para alertar al chófer. El coche arrancó y ella se sentó lo más lejos posible de Pedro.

—Relájate —dijo él—. Allí es adónde vamos.

—Pero si no sabes dónde me alojo.

Su sonrisa dejó claro que había hecho averiguaciones sobre dónde se alojaba ella.

—No puedo creer que hayas venido hasta aquí sólo para martirizarme — susurró, incapaz de ocultar un ligero temblor.

—Siento desilusionarte, pero tenía varias importantes reuniones de negocios en Nueva York. Cuando Sofía comentó que estabas aquí, me pareció una buena oportunidad para verte y averiguar la respuesta a algunas preguntas, aunque la más importante ya la has contestado —añadió con una sonrisa de satisfacción mientras miraba sus labios.

Una vez más, Paula fue consciente de la química que había entre ellos. Era una atracción sexual animal y primitiva, admitió mientras se le endurecían los pezones y presionaban contra la suave seda de su vestido. Su temor no era por lo que Pedro podría hacer, sino por lo que ella deseaba que le hiciera, y suspiró aliviada cuando el coche paró en la puerta de su hotel.

—Siento interrumpir tan fascinante conversación, pero ha sido un día muy largo —dijo ella fríamente—. No hace falta que me acompañes —añadió irritada cuando él bajó del coche y la siguió hasta la entrada. De repente se percató de la situación, furiosa—. Tú también te alojas aquí, ¿Verdad?

—De hecho, llevo aquí dos días. Me sorprende que no hayamos coincidido en el desayuno.

—Eres el hombre más irritante que he conocido —dijo Paula mientras entraban en el ascensor. Dos días. Llevaba en su mismo hotel dos días y ni siquiera se había molestado en contactar con ella.

—Ya te dije que tenía asuntos de negocios urgentes, pero ahora soy todo tuyo, Paula mou —suspiró dulcemente mientras en el ascensor parecía agotarse el aire y sus miradas se fundían.

—Comprenderás que no salte de alegría —dijo con sarcasmo, aunque el tono de su voz la delató.

El ascensor llegó a su planta y ella corrió por el pasillo para llegar a su habitación antes de que él la alcanzara. Por supuesto fue inútil, las zancadas de él la superaban por completo.

—¿Qué quieres exactamente, Pedro?

—¿Quién solía llamarte Pauli? ¿Tu padre? —insistió al ver que ella no contestaba—. ¿Te pegó alguna vez, pedhaki mou?

—Claro que no —Paula abrió la puerta y entró. Estaba tan asustada por la pregunta que no se dió cuenta de que él también había entrado hasta que fue demasiado tarde—. Mi padre no era así, era bueno y… y divertido, y yo lo quería.

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