La vulnerabilidad que expresaba la mirada de ella hizo que deseara tomarla entre sus brazos y abrazarla, pero se contuvo mientras le apartaba un mechón de cabello del rostro.
—No te odio, Paula, al contrario, pero entenderás que no siempre te comprendo —añadió—. En mi ansia por hacerte el amor, confundí tu reacción con una invitación para que te llevara a la cama. Me temo que no soy tan paciente como tus anteriores amantes —gimió frustrado—, pero comprendo tu necesidad de confiar en mí antes de profundizar más en nuestra relación.
El tono comprensivo destrozó a Paula. Desde el principio él había sido sincero sobre lo que buscaba en ella y ya era hora de que ella le devolviera parte de esa sinceridad.
—¿Mis anteriores amantes? ¿Qué amantes, Pedro?
—Tus amores son tema de portada —él se encogió de hombros mientras se sonrojaba ligeramente—, pero no te critico, pedhaki mou. Yo tampoco soy un monje — se pasó una mano por el cabello, incapaz de ocultar su frustración—. ¿Te han abandonado tus otros novios? ¿De eso se trata?
—No ha habido otros novios, no tal y como tú lo entiendes —susurró ella con el corazón acelerado mientras asimilaba la atónita expresión de él—. Nunca he tenido un amante.
—Pero la prensa habla de todos esos hombres en tu vida… de todas esas relaciones.
—No son más que chismorreos y especulaciones de periodistas desesperados por aumentar sus ventas —explicó ella con una risa amarga—. Por algún motivo, mi foto en la portada aumenta las ventas, y un artículo que describa mi supuesta vida sexual vende todavía más. Ya te advertí que no te creyeras toda la basura que leyeras sobre mí.
—¿Quieres decir que eres virgen?
—No es ningún crimen —para su horror, sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos—. Quiero que te marches. Estoy cansada y quiero acostarme —su mirada se posó en las sábanas arrugadas donde, segundos antes, ella había ardido de deseo. En esos momentos sólo sentía un dolor en el corazón, pero antes se moriría que sufrir la humillación de su compasión.
—Paula, yo… —él alargó la mano, pero ella lo rechazó y huyó hacia el cuarto de baño.
—Márchate, Pedro —suplicó ella—. Admite que no soy la mujer que pensabas que era, la experimentada seductora que quieres que sea. Seguro que hay una docena de rubias en tu agenda que pueden ofrecerte sexo sin complicaciones. Créeme, pierdes el tiempo conmigo.
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