—Por aquí, Paula. Una sonrisa, por favor. ¿Tienes algo que decir sobre los rumores de tu romance con el cantante Leandro Travis?
Paula dedicó una mirada de hielo a los fotógrafos, garantizada para desanimar hasta al reportero más decidido. Estaba en el aeropuerto de Sidney, vestida de diseño. Iba exquisitamente maquillada, con los labios cubiertos de un brillo rosa pálido y el pelo recogido en un moño sobre la cabeza. El efecto final era él que buscaba: era la elegante y altiva princesa de hielo que jamás revelaría a los reporteros que su corazón se rompía en pedazos. En el mostrador de facturación les dedicó otra mirada de desdén antes de salir por la puerta de embarque seguida de sus ayudantes. Las últimas tres semanas en Australia habían sido un infierno, pero no por culpa del país o sus gentes. Daría cualquier cosa por estar de vuelta en Poros con Pedro, pero tras su amarga despedida, era poco probable que quisiera volver a verla. Después de la interrupción de Catalina, había pasado el resto de la noche luchando entre la desesperada necesidad de llamar a la puerta del dormitorio de Pedro y la amargura de saber que jamás podría competir con el fantasma de la esposa muerta. Poros siempre sería un lugar especial para ella y Pedro; al menos eso creía, una isla paradisíaca donde habían pasado un maravilloso tiempo juntos y donde habrían consumado su amor por primera vez. Aunque no había sido así. Le había dolido sobremanera descubrir que él ya lo había hecho todo allí antes. Sin duda había comido con Mariana en la taberna del puerto, y juntos habrían explorado las playas y cuevas de la isla. ¿Habrían hecho el amor por primera vez en el dormitorio principal de la granja? En la misma cama donde ella había estado tan ansiosa por entregarse a él. Incluso puede que, mientras le hacía el amor, pensara en su luna de miel y se imaginara que era a Mariana a quien tenía en sus brazos. Los celos eran un veneno corrosivo que había consumido gran parte de la vida de su madre. Pero ella no iba a permitir que le sucediera lo mismo. Y se moriría si Pedro empezaba a perder interés por ella. Ella lo amaba tanto que la idea de que simplemente mirara a otra mujer la destrozaría. Se convertiría en una persona posesiva y obsesiva, como su madre. La única solución era alejarse de él mientras todavía conservaba la fuerza de voluntad para hacerlo. A la mañana siguiente, cuando ella mintió diciendo que habían adelantado la fecha del trabajo en Australia, Pedro no se molestó en ocultar su ira.
—No puedes marcharte sin más —dijo furioso, sabedor de que Catalina lo oiría—. Sea cual sea el motivo del cambio en tus sentimientos hacia mí, no dejaré que te marches.
—No podrás impedírmelo —contestó ella sin hacer caso de la súplica silenciosa que reflejaba su mirada—. Se trata de mi trabajo, Pedro, de mi carrera, y eso siempre será prioritario para mí, como Catalina lo es para tí.
—¿De eso se trata? —preguntó él mordazmente—. ¿Me reprochas el hecho de que tenga una hija después de haber pasado estos días con nosotros?
—No lo hago. Eso es una tontería. Sé lo mucho que la quieres y… yo también le tengo cariño.
—¿Y por qué te empeñas en herirla? Porque no te limitas a abandonar Poros, ¿Verdad que no, Paula? Me dejas para siempre. Huyes de nuestra relación.
—Sinceramente no creo que podamos tener una relación —le espetó Paula—. Lo más que podremos tener será un breve encuentro cuando nuestras agendas lo permitan. No quiero vivir así, Pedro, y por eso he decidido darlo por terminado ahora.
Durante un instante, él pareció completamente aturdido. Su rostro era macilento y el tormento que reflejaban sus ojos sembró las primeras dudas en Paula. A lo mejor sí que le importaba. A lo mejor ella estaba equivocada.
—¿Tienes alguna otra sugerencia? —preguntó ella, sabedora de que era ridículo pedirle a él cualquier clase de compromiso.
—Para empezar, podrías dejar tu carrera de modelo, o por lo menos reducir tus compromisos. No necesitas trabajar, pedhaki mou. Yo me ocuparé de tí —murmuró él mientras la rodeaba con sus brazos y la atraía hacia sí.
Durante una fracción de segundo, Paula estuvo tentada de apoyar la cabeza en su pecho y aceptar, dejar que él se ocupara de su vida. Sabía que lo haría. Sin duda la instalaría en un elegante apartamento en Atenas, a una distancia cómoda de su casa, donde podría reunirse con ella varias veces por semana, incluso acercarse durante la hora de la comida para un encuentro amoroso rápido. El sentido común enseguida tomó el mando y ella se despegó de él.
—¿Ésa es tu idea del compromiso? ¿Que yo abandone todo aquello por lo que he luchado? Lo siento, Pedro, pero nunca dejaré mi carrera ni mi independencia económica por un hombre, ni siquiera por tí.
En ese momento él claudicó mientras ella se despedía dolorosamente de Catalina y evitaba el tema de su vuelta. Durante el recorrido hasta el puerto, él se mantuvo en silencio, pero cuando ella ya estaba a punto de subirse al ferry, él la sujetó por los hombros y le puso una mano bajo la barbilla para obligarla a mirarlo.
—Esto no ha terminado, Paula —dijo con rabia—. No sé qué quieres de mí. Sospecho que ni tú misma lo sabes, pero cuando lo hayas decidido, te estaré esperando.
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