No era de extrañar que desconfiara. El rechazo sufrido por su padre, a favor de su nueva esposa e hijas, había sembrado en ella la idea de que todos los hombres la abandonarían. Él quería tomarla en sus brazos y abrazarla fuerte. Quería asegurarle que nunca le haría daño conscientemente. La idea le contrarió. ¿En qué estaba pensando? Su intención al viajar a Inglaterra y buscarla había sido la de meterla en su cama y mantenerla allí hasta saciar su apetito. ¿Por qué aspiraba a ganarse su confianza cuando había aspectos de su vida que él le había ocultado a propósito?
Tampoco era que hubiera planeado engañarla, pensó mientras se sentaba en el sofá y probaba el café. Pero desde la muerte de Mariana había decidido mantener su vida privada al margen de su vida familiar. Su vida estaba claramente compartimentada y le gustaba así. Ni siquiera sabía por qué le había hablado a Paula de su matrimonio. A lo mejor era para demostrarle que su fama no era del todo cierta. Pero no había funcionado. No estaba más cerca de ganarse su confianza y, para ser sinceros, no se la merecía, porque sus motivos iníciales habían sido únicamente la lujuria. Con un suspiro, se recostó en el sofá y sintió cómo ella se ponía tensa. Sentía sus pequeñas miradas furtivas cuando ella creía que él no miraba. El deseo aguijoneaba a Pedro de tal manera que su cuerpo estaba rígido e intentó controlar el impulso de fundir esos tiernos labios con los suyos. La huida ya no parecía una opción. Él nunca se había sentido así antes. Era una sensación nueva y aterradora. Jamás había sentido miedo en su vida, pero, al recordar su firme convicción de que nunca se relacionaría con un hombre con «carga», se le encogió el estómago.
Paula terminó el café y se movió nerviosa en el sofá. Pedro parecía perdido en sus pensamientos y, por el silencio que había, supuso que no eran muy alegres. Se sintió aliviada cuando él encendió el televisor. Al menos se concentraría en las noticias de la noche y no en el calor que emanaba de su muslo apoyado contra el deella. La parte final de las noticias se dedicó a la maratón benéfica y las obras para las que ella había recaudado fondos. Ella prestó más atención y le dio un vuelco el corazón al saber que el centro infantil iba a abrir antes de lo previsto gracias a la enorme cantidad de dinero recaudada en la carrera. Después salieron imágenes del evento y ella torció el gesto al verse en la pantalla.
—Cielos, no me había dado cuenta de que mis pantalones cortos fueran tan… cortos —gruñó mientras se sonrojaba—. Con más de mil corredores, y el cámara no parece tener otro objetivo que mi trasero.
—Yo le comprendo —Pedro pareció haberse relajado y sonreía fascinado—. A fin de cuentas es humano, y ese trasero es especialmente encantador, Paula mou.
Ella se giró hacia él ante sus palabras con una mezcla de indignación y ganas de reír. Era el adulador más descarado que había conocido jamás. La tensión entre ellos había vuelto, pero en esa ocasión adornada con una carga sexual que ella no podía ni ignorar ni negar. Cuando él le acarició la mejilla con un dedo, se quedó sin aliento.
—Exquisito —susurró él mientras bajaba la cabeza y su boca buscaba la de ella en una dulce y evocadora caricia.
Cuando él levantó la cabeza y la miró a los ojos, ella sintió el inminente peligro. Era precisamente lo que había querido evitar, y el motivo por el que había querido cenar en un restaurante y no en la suite privada de Pedro. Su experiencia con su padrastro le había enseñado a evitar situaciones de riesgo, pero aunque estaba a solas con Pedro, no era el miedo lo que le hacía temblar. Ella no le quitaba ojo mientras él deslizaba una mano por su nuca para deshacerle el moño. Sus cabellos cayeron en una cascada de seda dorada sobre los hombros. Lejos de asustarla, el ardiente deseo de la mirada de él la llenó de salvaje excitación y cuando él volvió a bajar la cabeza, ella lo recibió con los labios entreabiertos para permitir la entrada de su lengua. Era suave y sensual, pero no bastaba. Por primera vez en su vida, ella quería más y se apretó contra él mientras le rodeaba el cuello con los brazos, desesperada por que él profundizara el beso.
Pedro dudó un instante, temeroso de ir demasiado deprisa, pero el contacto de la lengua de ella contra sus labios hizo añicos lo que le quedaba de control y aumentó la presión de su boca contra la de ella hasta un punto claramente erótico. Ella se acercó más y posó una mano sobre el corazón que latía en su dolorido pecho. Era imposible que ella no se diera cuenta del efecto que le producía, pensó él, sobre todo porque su erección era una fuerza palpitante y explosiva que empujaba contra la cadera de ella. Quería controlarse, pero ella había despertado esa reacción durante los dos últimos meses, había invadido sus sueños de tal manera que se despertaba duro y ardiendo, y endemoniadamente frustrado. Nadie le recriminaría si agarraba el paraíso que ella le ofrecía en esos momentos.
Paula no ofreció ninguna resistencia cuando Pedro la rodeó con sus brazos y la apretó contra su pecho. Ella tuvo que reconocer que el deseo era una fuerza poderosa. Se sentía desbordada por los sentimientos que la invadían. Después de tantos años de mantener un rígido control sobre sus emociones, era un alivio descubrir que era una mujer normal, con deseo sexual. Cuando las manos de él acariciaron su costado y envolvieron, suavemente, su pecho, ella cerró los ojos y sólo fue consciente del contacto de sus bocas. La caricia del pulgar de él sobre su pezón le produjo una sensación nueva y exquisita que le hizo desear que él la desnudara. Quería sentirle, piel contra piel, quería que su boca siguiera el camino de sus manos y, con un leve gruñido de frustración, sujetó el rostro de él con sus manos y lo besó con la pasión reprimida durante tanto tiempo. Ella sintió que había nacido para eso cuando él empezó a soltar el tirante del vestido hasta dejar al descubierto su pequeño y suave pecho. No sintió temor ni repulsión, para su sorpresa, sólo un dolor en su interior. La sensación de su mano contra su piel desnuda le provocó un escalofrío en todo el cuerpo y contuvo la respiración cuando él acarició suavemente el rosado pezón hasta que se endureció por completo. Mientras contemplaba su cabeza inclinada sobre su pecho, ella se preguntaba cuál sería su reacción si le contara que era la primera vez que permitía que un hombre la tocara así. Sin duda se escandalizaría y seguramente no lo creería. Él daba por hecho que los rumores de la prensa sobre su vida amorosa eran ciertos y la suponía sexualmente experimentada.
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