jueves, 21 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 39

—¿Por qué le has hablado sobre mí? No entiendo a qué juegas, Pedro, pero es peligroso —le advirtió Paula—. La última vez que hablamos te dije que no quiero implicarme en una relación contigo ahora que sé lo de tu hija. No quiero herirla como me hirieron a mí cuando mi padre se marchó —añadió—. Catalina necesita toda tu atención y dedicación. Tienes que estar aquí con ella y asegurarte de que sepa lo mucho que la quieres. Tienes que protegerla, y no podrás hacerlo si viajas constantemente entre Londres y Atenas mientras intentas mantener una relación conmigo.

Ella se pasó la mano por el rostro, sorprendida de que estuviera mojado. Pedro estaba callado y ella percibió la tensión en él mientras la obligaba a ladear la cabeza para mirarla a los ojos.

—Catalina no duda de mi amor por ella. Daría mi vida por mi hija. Tu padre no te protegió, ¿Verdad, Paula? ¿De eso se trata?

—No sé a qué te refieres —mintió Paula mientras Pedro le enjugaba tiernamente las lágrimas.

—Hablé con tu madre.

—¿Que hiciste qué? —Paula abrió los ojos desmesuradamente—. ¿Cómo te has atrevido a acosar a mi familia? ¿Cómo la has encontrado?

—Para mi detective privado fue relativamente sencillo descubrir que vivía en Francia con su tercer marido —explicó Pedro—. No le conoces, ¿Verdad? Tu madre no puede ocultar su desilusión porque no les hayas visitado —hizo una pausa y añadió—: Parece un hombre decente.

—Bien —murmuró Paula mientras recordaba las promesas hechas a su madre sobre visitarla en Francia, y las excusas en el último momento para no ir.

—Mucho mejor que su segundo marido —dijo Pedro.

No sabía cómo iba a reaccionar ella y le sorprendió la violenta lucha de Anna por despegarse de él. La angustia de sus ojos azul marino le dijo lo que ya sospechaba, pero tenía que obligarla a enfrentarse a sus demonios.

—¿Sabías que Gerardo Stone cumplió condena por consumir pornografía infantil en su ordenador? Ya suponía que no —dijo Pedro cuando Paula negó en silencio—. Tu madre lo abandonó tras su arresto. Para entonces tú ya te habías marchado de casa y nunca te contó la verdad sobre él. Pero tú ya sabías cómo era, ¿Verdad, pedhaki mou?

Ella se quedó en silencio tanto rato que él temió que no fuera a contestar, pero de repente alzó la vista. La desolación de su mirada hizo que a él se le encogiera elcorazón.

—Solía mirarme —susurró ella—. Constantemente. Dondequiera que estuviera, allí estaba él mirándome. Al principio pensé que era mi imaginación —respiró hondo y se obligó a continuar—. Pero entonces empezó a decirme cosas, a hacer comentarios personales sobre cómo se desarrollaba mi cuerpo. No me gustaba, pero únicamente lo hacía cuando estábamos solos.

—¿Por eso nunca le dijiste nada a tu madre? —preguntó Pedro con dulzura.

—Sabía que Gerardo lo volvería contra mí. Y mi madre era feliz. Por primera vez desde que mi padre nos dejó, y después de años de verla llorar todo el tiempo, ella reía. No podía destruir esa felicidad. Habría hecho cualquier cosa por verla sonreír, y mi padrastro lo sabía. Entonces fue cuando empezó a intentar tocarme —reveló ella con un gesto de repulsión—. No es que abusara de mí sexualmente, pero solía frotarse contra mí, como si fuera por accidente, y se deleitaba explicándome con todo lujo de detalles, exactamente lo que le apetecía hacerme.

—¿Dónde estaba tu padre mientras sucedía todo eso? —preguntó Pedro.

—Estaba ocupado con su nueva esposa y familia —contestó Paula—. Apenas tenía contacto con él y tenía miedo de que me acusara de crear problemas para llamar su atención.

—De modo que el hombre que tendría que haberte protegido te falló — murmuró Pedro.

A pesar del sol del atardecer que entraba por la ventana, Paula estaba helada. Era la primera vez en su vida que hablaba sobre el trauma sufrido a manos de su padrastro.

—Gerardo me hizo sentir sucia —admitió con voz ronca—. Me hizo creer que el sexo era repulsivo y, aunque una parte de mí sabe que no es cierto, todavía oigo su voz en mi interior. Cuando me tocas e intentas hacerme el amor, me imagino sus manos sobre mi cuerpo y no soporto la idea de que está por ahí, en alguna parte, pensando esas asquerosidades sobre mí.

—Pero ya no lo está, pedhaki mou —Pedro se puso en pie y la tomó entre sus brazos. De inmediato ella se puso tensa, pero él la sujetó contra su pecho y acarició sus cabellos—. Gerardo Stone murió en un accidente de coche hace dos años. Él nunca podrá volver a hacerte daño.

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