martes, 5 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 19

—Me voy fuera del país unos días, y puede que no esté de vuelta para la carrera, de modo que te deseo buena suerte —dijo en un tono impersonal mientras abría la puerta.

—Gracias… ya nos veremos —murmuró Paula.

—Puedes contar con ello, pedhaki mou.

El brillo de su mirada era toda una promesa que indicaba que lo iniciado sólo podría tener un final. En otras circunstancias, ella habría salido de estampida ante la idea, pero en cambio se quedó con una sensación de expectativa. Ella lo deseaba, admitió mientras le temblaba todo el cuerpo. Pero era algo tan nuevo e inesperado tras tantos años convencida de ser fría y desapasionada. Pedro acababa de demostrarle que no era ninguna de las dos cosas, pero le aterraba la idea de eliminar las barreras que con tanto cuidado había levantado. Esperó hasta que él desapareció por las escaleras y cerró la puerta para volver al salón y recoger, como una autómata, la bandeja. Ya era más de medianoche.

A primera hora del día siguiente tenía prevista una sesión de fotos y otra de entrenamiento. Necesitaba dormir, pero le fue del todo imposible. Pedro, y su propia reacción ante el beso, llenaba sus pensamientos. Sin embargo, sus sueños se fueron abajo con las imágenes del amante esposo cuyo corazón pertenecía para siempre a su desaparecida esposa. La media maratón benéfica alrededor de Hyde Park atrajo numerosos medios de comunicación, sobre todo por los famosos que participaban en ella. Animada por los gritos de la multitud, Paula cruzó la línea de meta en menos de tres horas y se sentía eufórica al ser consciente de haber recaudado una enorme cantidad de dinero para los niños. El resto del día lo pasó descansando y únicamente se animó a salir para darse un masaje, que les sentó de maravilla a sus doloridos músculos. Por la noche, se dió un largo y caliente baño que fue interrumpido por el timbre de la puerta. Estuvo a punto de no hacer caso, pero quienquiera que fuera no paraba de insistir y al final se envolvió en una enorme toalla y salió del baño.

—Tienes la mala costumbre de sacarme de la bañera —espetó mientras intentaba controlar el pulso que se le había disparado al abrir la puerta y descubrir a Pedro apoyado contra el quicio.

—Ojalá fuera así, pedhaki mou —murmuró con voz ronca y los ojos brillantes de diversión y otra emoción que se instaló en ellos al recorrer con su mirada el húmedo cuerpo bajo la toalla—. Y desde luego me encantaría adquirir esa costumbre.

Era incorregible, pensó Paula, incapaz de ocultar una sonrisa. No había conocido a nadie como él y, aunque se resistía a admitirlo, le había echado de menos.

—¿Qué quieres, Pedro?

—Felicitarte —contestó él—. Hace una hora que he vuelto a Inglaterra y vengo directo del aeropuerto. Me he enterado de tu éxito y estoy encantado de entregarte esto.

Al ver la cifra plasmada en el cheque, los ojos de Paula se abrieron desmesuradamente.

—¿No bromeabas? —preguntó tímidamente.

—¿Acaso dudabas de mí?

No había respuesta posible para esa pregunta, y Paula fue de repente consciente de que él no esperaba quedarse en el descansillo, de modo que abrió la puerta para que pudiera entrar mientras se aferraba a la toalla como si fuera un salvavidas. Él no hizo ningún comentario sobre la invitación a cenar y ella pensó que a lo mejor se había olvidado, o ya no estaba interesado…

—La organización se quedará abrumada por tu generosidad —dijo ella con voz ronca mientras contemplaba de nuevo el cheque—. No me lo puedo creer, pero me sorprende que me lo entregues ahora.

—¿Te refieres a antes de obligarte a cumplir tu promesa de cenar conmigo? — dijo él con una expresión divertida—. Esperaba que aceptaras cenar conmigo porque te apetecía y no por ceder a un chantaje.

Era un hombre tremendamente astuto y ella pensó que, por su propio bien, debería echarle de su vida, pero no lo hizo. Lo miró abiertamente, dejando en evidencia la batalla que se libraba en su interior y que se reflejaba en la oscuridad de su mirada azul.

—Lo menos que puedo hacer ante tu tremenda… amabilidad es cenar contigo —respondió ella al fin mientras palidecía ante la mirada inquisitiva de él.

—Me alegra oírlo. Te doy media hora —le dijo alegremente mientras se sentaba en el salón.

—¿Quieres decir que cenemos… esta noche? —ella lo siguió algo contrariada—. ¡Pero si todavía no me he recuperado de la carrera! Estoy demasiado cansada.

—Sólo es una cena, pedhaki mou, a no ser que estuvieras pensando en algo más físico…

—Lo único que se me ocurre ahora mismo es soltarte una bofetada —dijo ella secamente—. Esta noche me va bien. Al menos así me lo quitaré de encima —tras lo cual salió del salón mientras escuchaba la risa burlona de él.

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