martes, 19 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 36

—¿Quieres decir que me ocultaste la existencia de tu hija porque temías que la utilizara para cazarte? Desde luego, tu arrogancia es ilimitada —Paula luchó contra las náuseas que la invadían. Su corazón estaba partido en dos, pero no iba a darle la satisfacción de comprobar cuánto la había herido—. Ya sabes lo que pienso sobre los padrastros.

—Precisamente por eso no encontré el valor para hablarte de ello —contestó Pedro—. Hace tiempo que me dí cuenta de que no te parecías a mis anteriores amantes.

—Ya lo sé. Yo me bloqueo con el sexo. No creo que sea un problema compartido por ninguna de tus otras amantes —dijo ella amargamente.

—Quiero decir… que mis sentimientos por tí son diferentes. Significas más para mí que cualquier otra mujer desde la muerte de Mariana —admitió lentamente.

Pedro Alfonso parecía increíblemente aturdido e inseguro. Pero su azoramiento era, seguramente, causado por haber sido descubierto, se dijo ella. Mientras la apremiaba para que confiara en él, la engañaba deliberadamente. No era mejor que cualquier otro hombre que hubiera conocido. No era mejor que su padre. De repente pensó en esa niña en la otra punta del mundo, asustada y sola en un hospital con heridas que a lo mejor amenazaban su vida. No era momento de recriminaciones. La hija de Pedro le necesitaba y lo más importante en ese momento era que él estuviese a su lado.

—Vete, Pedro. Vuelve a casa con tu hijita. Confía en mí —ella suspiró—. La única persona a la que quiere ahora es a su papá, ninguna otra le servirá.

Pedro asintió con gesto sombrío al ver cómo ella daba un respingo al pasar él por su lado. La súplica silenciosa de su mirada le destrozó el corazón a Paula, pero mantuvo la compostura. Entró en el ascensor y sus miradas se fundieron hasta que se cerraron las puertas. Se había marchado. Ella volvió a su habitación y cerró la puerta antes de ceder al torrente de emociones que la sacudían.




En agosto, Atenas era tan caliente como el Hades. Mientras caminaba por el aparcamiento del aeropuerto, Paula sintió el intenso calor y se alegró de subir a la limusina con aire acondicionado que la esperaba. Las carreteras bullían de tráfico y contuvo la respiración cuando uno de los cientos de motociclistas se cruzó en su camino.

—¿Has estado alguna vez en Atenas? —le preguntó la mujer joven que iba sentada a su lado en el coche.

—He trabajado aquí unas cuantas veces, pero nunca he visitado Atenas realmente —contestó Paula secamente—. ¿Está lejos de aquí el estudio?

—En realidad vamos a mi residencia privada, a unos veinte minutos de la ciudad. Tengo allí un taller y un estudio de diseño y creo que será ideal para la sesión de fotos —explicó con fuerte acento griego—. He contratado a Fabián Valoise.

Paula arqueó las cejas. Lu Theopoulis no reparaba en gastos para promocionar su exclusiva marca de joyería. Fabián Valoise era uno de los mejores fotógrafos. Cuando su agente le dió los detalles del trabajo en Atenas, ella lo rechazó sin más, con la excusa sincera, de que preferiría volar a la luna antes que a Atenas. Pero Lu Theopoulis, o sus socios financieros, estaban empeñados en que la fría y nórdica belleza de Paula sería ideal para la colección Afrodita. Pero no fue el increíble incentivo económico lo que le convenció finalmente. A ella no le interesaban el dinero ni su carrera… ya no le interesaba la vida. Durante el último mes, desde su vuelta de Nueva York, se sentía morir lentamente. No podía dormir y, sobre todo, no podía comer. Era inaudito que una modelo estuviese tan delgada. Esperaba que Fabián Valoise hiciera maravillas con su cámara para transformar el insecto de ojos apagados, en el que se había convertido, en la Paula Chaves que Lu Theopoulis esperaba encontrar. La única razón por la que había ido a Atenas era porque Pedro estaba allí y, aunque odiaba admitirlo, era incapaz de resistirse a la oportunidad de estar cerca de él, aunque no esperaba encontrarse con él. Atenas era una ciudad grande y abarrotada y las posibilidades de tropezarse con él eran casi nulas, pero era el hogar de Pedro y su maltrecho corazón se consoló un poco al saber que estaba cerca.

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